Sala de ensayo

Juan José Flores.
Los tauras

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El 13 de enero de 1830 comienza la disolución de la Gran Colombia, cuando Páez, enojado con Bolívar y muy interesado en su propio poder, declara que Venezuela renuncia a ese invento, al que muchos consideraban que era el biombo detrás del cual se ocultaba un posible protectorado de Inglaterra.

El 4 de junio del mismo año, Sucre muere en una emboscada armada en la selva de Berruecos. Los principales sospechosos de la autoría intelectual de este crimen son el general Obando, un antibolivarista radical, que ejercía la Comandancia del Cauca, y de manera especial Juan José Flores, jefe superior del Distrito del Sur, porque este general, casi de inmediato fue nombrado por su ejército presidente de la República del Ecuador, cargo que le hubiese correspondido a Sucre de no haber sido asesinado.

El Estado ecuatoriano se creó el 13 de mayo de 1830, cuando el general venezolano Juan José Flores asumió la Presidencia del país y decidió la separación de la Gran Colombia, porque también ya lo había hecho la Nueva Granada, bajo la dirección de Santander, otro enconado antagonista de Bolívar. Los nuevos jefes de Estado eran hombres formados bajo el mando del Libertador, “que ahora sólo quieren asaltar presidencias”, tal como lo previó en 1829, cuando además dijo “No quiero ser más la víctima de mi consagración al más infame pueblo que ha tenido la tierra: ¡la América! (Germán Arciniegas, Bolívar y la Revolución. Ed. Planeta, Bogotá, 1984, pág. 44- 45).

El nuevo Estado comenzó su existencia rigiéndose por una Constitución redactada para satisfacer los intereses de la clase política en el poder; en otras palabras, los militares y sus jerarcas, casados con damas alcurniosas, es decir de sangre azul y latifundio. Asimismo, se respetó el fuero eclesiástico, garantizando legalmente que los curas párrocos sigan catequizando y explotando indios. Y no se olvidó de designar al presidente, “General en Jefe de las Fuerzas Armadas, Benemérito de la Patria y Padre Protector del Estado”.

Así, la fuerza social más influyente eran los militares, entre otras cosas porque eran los héroes de la independencia. Sin embargo, los soldados andaban semidesnudos y hambrientos. No les cancelaban sus sueldos por la carencia casi absoluta de recursos. Adicionalmente, sus comandantes se apropiaban de lo poco que de cuando en cuando les correspondía. A pesar de tan ominosa situación, estos héroes eran vanidosos y prepotentes; se consideraban merecedores de todos los honores por ser autores de la independencia. Y su orgullo consistía en andar a caballo, como los conquistadores españoles, o como los centauros míticos, es decir como si el animal y el jinete estuviesen fundidos.

Prevalidos de tanta gloria, estos centauros saqueaban poblaciones campesinas, barrios quiteños, tenderetes y cantinas; a pobladores descuidados que caminaban desaprensivamente.

Cuando la gente escuchaba el galope de los caballos, o sus desenfrenadas carreras, gritaban: “¡Ahí vienen los centauros! ¡Sálvese quien pueda, si todavía le es posible!”. No obstante, de acuerdo a la lógica del lenguaje, sintetizaron la palabrita y comenzaron a llamarles tauros como adjetivo de quienes atropellan y arremeten. Pero dada su ferocidad, con innegable ideología machista, feminizaron el sustantivo adjetivado y lo convirtieron en tauras. Y hasta hoy en día, en Ecuador se le dice taura al hombre violento o a la mujer iracunda.

Por otra parte, en ese entonces no se realizaban manifestaciones callejeras contra el mal gobierno, su pésima administración, la creciente pobreza y la carencia total de algún proyecto encaminado a la superación económica y cultural. Y Flores gobernaba como le venía en gana, tanto más que contaba no sólo con las fuerzas armadas, sino también con un Congreso de la República obediente. En esas circunstancias, las oposiciones se alzaban en armas sin tener en cuenta ni el número de los rebeldes ni las armas necesarias, y mucho menos alguna forma de entrenamiento. Eso facilitaba la acción represiva del gobierno, y entre los comandantes de Flores había un general llamado Otamendi que aniquilaba a los insurgentes con despiadada alegría, lanceando y cortando cabezas, colgando cadáveres desnudos en lugares públicos. Es decir que el fascismo no es un invento del siglo XX; tampoco es exclusivo de Hitler y Mussolini.

Esta forma de eliminar a la oposición también contribuyó al uso de la palabra taura para calificar a los malvados y a las divinidades que no auxiliaban a los revoltosos, a pesar de haberles rezado muchos padrenuestros, y encendido varias velas de las grandes. Esta orfandad determinó que después del fracaso de una de esas montoneras, los sobrevivientes, por primera vez, salieron a las calles con escalofriante griterío.

—¡Abajo la Virgen del Quinche! —vociferaban.

—¡Que mueran los santos que nos abandonan!

—¡Viva la Virgen de los Apuros!

Los miembros del alto mando militar acuñaban dinero casi públicamente y los íntimos del presidente se enriquecían con el monopolio de la sal, porque Flores, a quien inexplicablemente los historiadores le llaman mestizo, sabía que era indispensable concederles privilegios a los militares como garantía de su permanencia en el poder, sobre todo si se necesita de facultades extraordinarias, como las que obtuvo para prohibir la publicación del Quiteño Libre, un periódico que le criticaba acerbamente.

Flores fue elegido tres veces. En la tercera, el Congreso Extraordinario, formado por adictos obsecuentes, decretó lo que se llamó Carta de la Esclavitud porque ordenaba que el período presidencial sería de ocho años, con reelección indefinida. Es decir una disposición casi extraída de la Constitución de Bolivia, que tanto le gustaba a Bolívar. El Congreso se reuniría una vez cada cuatro años. Los senadores durarían doce años en sus funciones y los diputados ocho.

Su ejercicio presidencial se inició con restricciones a la libertad de imprenta. Entonces, una sociedad secreta de Quito comenzó a planear el asesinato de Juan José Flores. Entretanto, el alzamiento contra la tiranía floreana se propagó por todo el país, con la consigna no sólo de eliminar el militarismo extranjero, sino con el propósito de crear las bases de una nacionalidad propia. En Guayaquil se organizó un gobierno provisional, y finalmente, en junio de 1845, Flores renunció y se firmó las condiciones de su rendición.

Pero este hombre, enamorado de sí mismo, parece que no podía vivir alejado del poder. Entonces, acaso inspirándose en San Martín, o en el Libertador, por cuanto todos ellos adolecían de tendencias monárquicas, piensa que el pueblo ecuatoriano es ingobernable. Y ya en el viejo mundo, comienza a intrigar en las cortes europeas con el argumento de que la guerra de independencia fue un error. “En su cabeza excitada y en su corazón resentido, se creía el único dotado para el mando de la República” (Alfredo Pareja Diezcanseco, Historia del Ecuador, tomo I, pág. 35). Y olvidándose de sus viejas glorias de soldado de la independencia, concibe el proyecto de reconquistar América para establecer una monarquía.

Obtiene audiencia con el rey de Francia. Viaja a España y allí explica su proyecto a la reina María Cristina, viuda de Fernando VII. Ella acepta el proyecto con la condición de que su hijo, el príncipe don Juan, sea el monarca. Flores dice que sí, y se propone como su regente.

El edecán del comandante de la reconquista de América adquiere tres barcos y contrata marineros de combate, que se suman a los 800 soldados de fortuna que ya tenía Flores. Desde Colombia hasta Chile, los gobiernos sudamericanos ofrecieron enviar tropas a combatir a los invasores. Por razones de alta política internacional, Inglaterra embargó los buques, y en Ecuador, a Flores se le cambió el título de Padre de la Patria por el de traidor (Ibíd., pág. 37).