Entrevistas
Las Gringadas de Juan Fernando Hincapié

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Juan Fernando Hincapié

La primera vez que, en el un tanto estéril medio literario colombiano, Juan Fernando Hincapié dijo aquí estoy, quizá un poco tímido, tal vez sin creerlo demasiado, o al menos no poniendo en evidencia el vigor de su convencimiento, fue en el año 2003. En ese entonces fue seleccionado como uno de los diez ganadores del Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá en la categoría Jóvenes. El cuento premiado se llama “Tus cucos”; sin embargo, al leerlo era fácil hacerse a la idea de que quien concibió el relato no era más que un adolescente, o adulto en proceso tardío de maduración, con cierta dosis de talento para volcar sobre el papel sus calenturas. El personaje, un joven embriagado por una noche de lujuria que abandona el apartamento de su amante con sus calzones en la cara; los huele, los aspira, los sostiene con la nariz, los fija en su memoria para siempre. Después de esa fugaz aparición no volvimos, hasta ahora, a saber nada de él. Pero Juan Hincapié, agazapado en el estudio de su apartamento, fue alimentando una certeza sin fisuras sobre lo que sería su camino; fue así como, en 2004, ingresó al Taller de Escritores de la Universidad Central (Teuc) y luego saltó a la aridez de El Paso, Texas, para formar parte de la prestigiosa maestría en escritura creativa. Parece fácil, pero en la vida de Juan Hincapié supuso una decisión radical; tuvo que dejar de lado un horizonte que para su entorno social lucía extraordinario y que a él le resultaba sombrío: administrador de empresas con un futuro que, como suele ocurrir, reservaría para él entradas de dinero constantes para instalarse con comodidad sobre una vida plana, exenta de precariedades.

En El Paso estuvo tres años. Sosegó un poco su ímpetu, encauzó su narrativa y afianzó sus inquietudes lingüísticas; además, escribió Gringadas, un extraordinario libro de relatos que acaba de publicar en Colombia Ediciones B y que lo presenta de nuevo al medio literario; claro, ahora convertido en un autor talentoso de quien cabe esperar, cuando menos, una carrera bastante interesante. Gringadas es un libro conformado por nueve cuentos que comparten muchas cosas: el mismo narrador, un colombiano que viaja a El Paso, Texas, a vincularse a un programa en escritura creativa; personajes que saltan sin vacilación de un cuento a otro; una única textura, desprolija, desenfadada, cálida y amena. De tal manera que, ante la mirada acuciosa de un lector juicioso, es fácil encontrar elementos que atraviesan transversalmente esta colección y que definen y decantan, sin algún tipo de pudor, un estilo bastante eficaz. Pero hay un rasgo que llama particularmente la atención, y es que en la mayoría de relatos salta a los ojos del lector el desconcierto de un colombiano frente a un entorno diverso, plural y cosmopolita; alguien que asiste al desapego paulatino de su nacionalidad y que descubre la forma como empieza a surgir un nuevo entendimiento: el espíritu del latinoamericano. No son cuentos abordados desde la perspectiva típica del inmigrante; no, son cuentos abordados por quien, desde la relativa comodidad que asiste al estudiante viajero, empieza a descubrir toda la suerte de matices que dibujan y desdibujan nuestra identidad.

—Juan Fernando, ¿en qué momento sintió, o decidió, que lo suyo era la literatura y que esa sería su apuesta de vida?

—Pues todavía no lo he decidido, lo que pasa es que está muy difícil conseguir puesto, entonces tengo que hacer algo con mi tiempo (risas). No, mentiras, supongo que a partir de la lectura. Creo que antes de los veinte años no había leído nada, entonces, al comenzar a leer, no he hecho otra cosa que tratar de llenar los vacíos de mi educación, que son muchos. Comenzar a escribir no fue sino una consecuencia de la lectura; aunque, claro, son dos cosas distintas. De todos modos, así persistan las dudas, mientras me levante todos los días a escribir, estaré bien.

“Gringadas”, de Juan Fernando Hincapié—En algunos cuentos se puede observar la mirada sesgada y quizá un tanto estrecha que caracteriza al narrador; es decir, alguien que ve y analiza con reservas el comportamiento de las otras culturas, su forma de hablar, de actuar, de relacionarse, su intelectualidad. ¿Hay algo de Juan Hincapié, el autor, en esa mirada tan particular?

—Supongo que no me estarías preguntando esto si el narrador de Gringadas se llamara Pedro Pérez. Yo construí un narrador-personaje que resultó eficaz para lo que quería contar; ahora, que yo sea así... De pronto soy hasta peor, pero eso no tiene nada que ver con el libro. Lo de la “mirada sesgada y un tanto estrecha” es una resultante de la primera persona, y de esta primera persona en específico. En aras de un mundo mejor, yo también quisiera que Holden Caulfield evolucionara, pero prefiero disfrutar el libro. Este mundo no lo arregla nadie.

—Su libro Gringadas, antes de ser publicado, quedó de finalista en el que es considerado el premio de cuento más importante en Colombia, el Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá. En ese entonces al jurado le sorprendió un rasgo que es bastante notorio en sus cuentos, y es el hecho de que la narración fluye con una facilidad pasmosa; en cierta forma queda la sensación de que el autor, en unos cuantos minutos y sin mucho esfuerzo, pone sobre el papel lo que nos quiere contar. ¿Es eso así? ¿Qué tan sencillo o riguroso es su trabajo en cada cuento?

—Pues debe de ser así desde que el jurado lo haya mencionado. En cuanto al trabajo de cada cuento, supongo que hago lo mismo que todo el mundo: leo, releo, vuelvo a leer; lo imprimo una vez terminado, lo vuelvo a leer, cambio cosas y lo hago todo de nuevo. Lo que sí es distinto es que yo no escribo cuentos, yo encaro proyectos. Me es imposible, al menos en esta etapa de mi vida, escribir un cuento perdido en el espacio. Me gusta y me emociona redactar un proyecto, en este caso un libro de relatos que, al tener rasgos comunes, un mismo narrador, personajes que van y vienen, resulte en una lectura placentera, tal y como se lee una novela. Eso.

Gringadas es un libro que, de alguna forma, pone sobre la mesa ciertos rasgos sobre nuestra identidad; no en un sentido académico asociado al arraigo o la idiosincrasia, no, sino desde la perspectiva de nuestra forma de sobrevivir en entornos ajenos, o nuestra capacidad de adaptarnos. ¿Cree que la literatura colombiana debería abordar más este fenómeno que le pega directo y a la cara a tanto colombiano?

—Que cada cual escriba lo que quiera y que lo haga lo mejor que pueda. No creo en ningún tipo de aglomeración cuando de literatura se trata. A mi modo de ver, sólo la espontaneidad hace a los buenos escritores.

—De acuerdo pero... ¿Cómo hacer que esta espontaneidad confabule y logre configurar un fenómeno interesante que pueda afianzar a la literatura colombiana emergente en el escenario internacional? Mire por ejemplo que, en la selección de Granta, si no es por Andrés Felipe Solano, nos quedamos por fuera. Cosa que no ocurrió con Argentina y España, que aportaron la mayoría de seleccionados.

—La verdad es que no sé, hombre. Es decir, no creo que pueda considerarse un fenómeno grupal, sí un azar directamente derivado de las calidades individuales de escritores que terminaron siendo argentinos y españoles, incluso del colombiano que se coló allí. He leído algunos de los seleccionados en esa lista y debo decir que me ha impactado su calidad.

—Mucho se ha hablado sobre la pertinencia de la academia como parte del proceso de creación literaria de un autor. Me gustaría que nos contara sobre su experiencia particular al respecto con la maestría en escritura creativa.

—Creo que es errado pensar que un ambiente académico le va a solucionar a uno los problemas que surgen al escribir. Lo menciono pues considero que esto es lo que buscan la mayoría de personas cuando se inscriben a un taller de escritura. Volviendo a los problemas que surgen al escribir un texto literario, estos sólo se solucionan por medio de la lectura, la constante reflexión, y sentarse todos los días enfrente de la compu, abrir los archivos y desconectar Internet. Me da la impresión que los mejores profesores de escritura son aquellos a los que no les importa mucho (los que meten mucho el brazo terminan sacándole la piedra a uno); es decir, aquellos que saben que uno solo ha de solucionar sus problemas. Ofrecen ayudas, no soluciones. Las soluciones las debe hallar el escritor. Dicho esto, una maestría en escritura creativa es un excelente espacio para cualquier aspirante a escritor. Brinda lo que más se necesita: tiempo.

—Sé que es un lector voraz. ¿Qué lee? ¿Cuáles son sus autores favoritos?

—Pues a mí me gusta todo lo que me gusta, no sé si me haga entender. Nada más gratificante que descubrir un autor nuevo e ir explorando su obra. De lo que he leído últimamente me han sorprendido dos señoras: Almudena Grandes y Zadie Smith. De la Grandes sólo había leído Las edades de Lulú. Después de muchos años, le di otra oportunidad, leí Los aires difíciles y sólo puedo decir: mis respetos, doña Almudena. De Smith leí Dientes blancos. Una novela como las que me gustan: infinita, masiva, incluso errática. ¡Y la escribió a los 23 años! Tiene huevo. Mi poeta favorito es don César Vallejo. Cuentista: Julio Ramón Ribeyro (ídolo total). Novelistas: todos los grandes: Dostoievski, Tolstoi, Faulkner, Gabo, etc.

—Una molestia latente en el medio es el hecho de que los grupos editoriales no nos permiten conocer con suficiencia lo que se escribe en otras geografías; incluso, aquellas que tenemos más cerca. ¿Durante su paso por El Paso, descubrió autores que no conocía y que llamaron su atención?

—Sí, muchísimos, y, volviendo a lo que me preguntabas antes, ése es un mérito plausible de una maestría en escritura. Los profesores recomiendan, los compañeros recomiendan, todos con mucho tino. Menciono los que más me encandilaron, un libro de cada uno: Joseph Heller (Catch 22, traducida como Trampa 22, es una obra maestra), Robertson Davies (El quinto en discordia), Sherwood Anderson (Winesburg, Ohio), Betina González (Arte menor), David Toscana (El ejército iluminado) y Luis Arturo Ramos (Los argentinos no existen).

—¿Qué opinión le merece la literatura colombiana actual?

—Me falta mucho por leer, pero sí le puedo decir que hay gente cuyo pasaporte dice República de Colombia y tiene mucho talento y está comprometida con su oficio.

—En Gringadas resulta evidente una inclinación manifiesta y decidida del narrador por tres temas: el fútbol, la gramática y las mujeres. ¿Le gustaría escribir sobre alguno de estos temas en particular?

—Claro que sí. De hecho, no entiendo cómo los escritores no se han interesado por un tema tan rico como el fútbol. Pero no el fútbol profesional, el fútbol amateur, el que jugamos los que no tenemos nada más que hacer. En ese sentido, tengo una novela inédita sobre un partido de fútbol en Bogotá. Se llama 23 idiotas. Es una cosa bastante extensa y de pronto tenga el principal problema de una primer obra: querer decirlo todo. Pero yo le puse todo lo que tenía y espero verla publicada algún día, creo que lo merece. La novela que actualmente redacto es una novela sobre gramática, digamos que es algo así como un manual de gramática novelado, cuya protagonista y narradora es una insoportable adolescente bogotana. Me la estoy pasando muy bien con este proyecto.

—¿Una tertulia de dos horas con Víctor García de la Concha, un picadito de fútbol con la titular del Real Madrid o una noche con Megan Fox?

—Pues acabo de ver fotos de don Víctor García (quien sin el De la Concha pierde mucho) y de Megan Fox (a quien puede que le pase lo mismo del paréntesis anterior; perdón por el chiste flojo), entonces yo me quedo con el picadito con los del Real o los del Barça (mucho mejor), o incluso con los troncos de Santa Fe, o ya entrados en gastos preferiría apagar aquí y salir ya a patear balón con los obreros que juegan en el parque adyacente a mi casa.