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Poemas

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Historia de Jonás

Es extraño que recuerde la hermosura
mas hoy no hago sino pensar la dicha,
su bello silencio inútil (transparente temblor),
único fiel de una historia milenaria.

Hoy tengo contenida la ternura
—tiembla bajo mis dedos,
se angustia y espera—,
pero aquí lo bello no ocurre jamás.

Tan sólo se oye un idioma extraño:
alguien menciona una tarde,
un breve nombre de luz,
y ama en premonición.

Sueña playas, arenas, suavidades:
¿para qué desearlas tan extensas
si las manos no fueran infinitas?

Luego añora otra vez,
otros labios, otra voz...

y entonces duelen las palabras
—su grande invocación—,
y el pobre consuelo de escuchar en ellas
el monólogo secreto de Dios.
Porque nadie, por motivos de amor o de magia,
contestará su locura.

Y se ahogará la voz,
naufragará en la entraña,
será un mar para su castigo,
aunque yo tan sólo sea
el vientre de la ballena.

 

Tres bocetos para Carl Sagan

I. Cosmos

La realidad germina de lo oscuro,
madura en oquedades,
emerge de sus formas.
De las estrellas cae un polen
de luces y murciélagos
en el sexo que segrega las mareas.

La mar sólo es de noche,
toda humedad y jadeo.
Entrar a la mar es hacer el amor,
ser pez, ser un falo
fértil de lo imposible.

Habitamos la gran flor,
en la oscuridad de una corola.
Oh divino Platón,
la realidad es la caverna.

 

II. Episteme

El ojo acaricia la luz
como el molusco a la concha,
lentamente, con ternura de monstruo.
Grave animal
que sobre el instante se arrastra,
dejando una huella digital
de lágrima o deseo.

La luz sangra imágenes,
sombras o misterios.
Su anhelo es ser mirada,
cicatrizar en la pupila
la idea de lo invisible;
verter un color
en la abierta herida del ojo.

El ansia del molusco a veces quiebra la concha
y el molusco agoniza en sus miradas,
su dulzura se contrae,
llora y se vacía.

Por eso el ojo vive de ilusiones;
quisiera transmigrar
de una a otra mirada,
pero no sabe.
Sólo atisba el mundo
desde su ventana
y calla y brilla
y se apaga.

 

III. Eros

Ya no duele el costado:
amo mi cicatriz,
me abraza al dormir,
se me enrosca;
duerme bajo mis sienes
como una almohada;
susurra a mi oído
viejos sueños frutales,
el nombre de una mujer
y el de una serpiente.

 

Buenos mañanas

Precisamente una gran nada soy
una gran nada alegre como
el que más alegre y nada y alegre
como cuando precisamente alegre
la lira delira de alegre
de nada por nada me voy ya
muchas gracias
adiós

 

Nube

La luz
Hiroshima
flor de algodón.

 

Fuerte como la muerte

Mi hambre
reseca pero libidinosa
su aullido de perra
sus presagios de pan caliente
y lluvia bajo techo
Su piel de cordero
y su alma de puta

Padre:
no merezco el tesoro
de este ombligo en un costal
lleno de hambres,
coágulos de hambre,
clavos de hambre.

¿Por qué me has abandonado
si hablé de la palabra y el consuelo?

Hágase tu voluntad;
acepto este mandato,
afilo dientes,
trago saliva
y muerdo el polvo.
Pero tú lame botas y promesas
o muestra diez hambres justas
y yo te regalaré otra cruz,
otro hijo
y esta hambre.

 

A Magdalena

la suavidad...
mis manos.

Es el año 33.

 

El equilibrista

En la fina tensión que me sostiene aéreo, respiro la paciencia del vacío, conjuro los alientos e impulso el bulto al trance volador: doble pirueta mortal; en un suspiro paso de la miseria a la felicidad extrema.

 

Autorretrato

Soy un hormiguero de dolores. Un insectario. No hay dolor que no tenga su nido en mí. La polilla carcome mis ilusiones. En mi corazón se incuba el comején. Miles de patas dibujan pequeños senderos que van de mis recuerdos más preciados a mis espasmos en el retrete. Al asomarme a la taza del café caen en ella pequeños escarabajos desde mi nariz. Si no oigo a nadie es porque en las orejas tengo hervideros de abejas. Las manos se me duermen porque adentro se movilizan marabuntas. Vivo en un grito. Cuando muevo los labios un zumbido surge desde mi estómago y abre mi boca en agudos de chicharra. Escribo mis dolores y las letras son arañas recalando desde el fondo mis uñas. Cada que me acuesto millones de insectos salen de mis orificios a recoger angustias, despedidas, lejanías. Cada mañana soy un renovado almacén de quebrantos y congojas. Entre mis sábanas la picazón de alitas, patas y cuerpos diminutos impide todo descanso. No hay noche que no produzca nuevas multitudes, por los sueños voy dejando un rancio olor de quejas y lloriqueos. Y en mis lágrimas se adivina la exacta sustancia de nuevas alas de mosca.