Letras
Dos relatos

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Buenos Aires 1929

Siempre te espero sentada en el ambigú frente a una copa de Chartreuse verde. Te abres paso rasgando la nube blanca que envuelve la sala. Me gusta cuando llevas la chaqueta cruzada y el sombrero negro, ligeramente ladeado, y ese cigarrillo viajero entre los dedos y tus labios. Observas el lugar como se despliega el periscopio de un submarino: sigiloso y rolando lento. Tiemblo por si las velas de mi barco no se registran en tu campo de visión y todo me da vueltas como si estuviera atrapada en una puerta giratoria y, antes de sucumbir al mareo seguro, tu sonrisa me ancla a ti. Entonces desenfoco tu imagen y me pierdo en las parejas que hilvanan los primeros pasos de un tango. Transporto los compases de la música a la superficie de la mesa a través de mis dedos danzarines. Y ya percibo tu olor a tabaco de Virginia antes de que levantes el sombrero y me tiendas la mano. Y bebo el último sorbo del licor francés. Mis ojos, ahora sí, se refugian en los tuyos, negros como las noches de tormenta y brillantes como el Río de la Plata cuando mece a la luna llena. Tu mano rodea mi cintura y la mía se aferra a tu hombro; sigo a tus pasos seguros mientras el bandoneón me lleva a susurrarte al oído que el mundo somos tú y yo. Entra tu pierna y la mía sube, entre las tuyas, como gata atrevida mientras te cuento que el cielo es mi nuevo arrabal. Y tus labios se despliegan cómplices de los míos. Entrelazadas las manos, recorro las esquinas de nuestro refugio. Y mi rostro y tu rostro cuando se rozan perecen desafiar los malos presagios. En el Norte, Ricardo, los hombres de negocios se tiran por las ventanas y la pobreza y la guerra están apostadas en las cercanías de América y Europa, pero a tu lado viajo por esta pista de baile, como en un aeroplano, rumbo a las nubes. Me llevas, voy, te arrastro, me giro entre tus brazos muralla, me elevas, me persigues, te abandono, me buscas, te encuentro y te revelo, entre las notas del piano, la trama de los violines, y los pasos de tango, que el último minuto puede llegar ya, cuando quiera.

 

La noche americana

La canícula de agosto caía implacable sobre la ciudad. Armando caminaba lento y sofocado, como si barriera la acera de lado a lado con su bastón. Entró en el zaguán de casa y me pidió un vaso de agua fría, helada, me suplicó. Me enganché a su brazo y lo acompañé al rincón más fresco del patio, junto a la destiladera cubierta de helechos, por si allí era posible ahuyentar el calor caliginoso de la tarde. Bebió un largo y pausado trago y fue, entonces, cuando me preguntó si el agua era de color azul. No, es transparente, respondí. Sí, ¿pero es azul?, volvió a insistir. El azul, miré al cielo turbio por si encontraba ayuda, es una forma de entender el mundo, de pasar por la vida... Armando arrugó el entrecejo. Sí, toca este trozo de hielo, unido a otros miles, millones de cubos, forma un glaciar, nieve sobre nieve acumulada, pero es eso un paisaje. El azul que tú necesitas y que yo siento, es variable y está dentro, no se ve, sólo se sufre o produce placer. Cuando Jorge se marchó con mi mejor amiga, los días se volvieron grises y las noches azules. Armando, ¿recuerdas el verano que bajé por el Misisipi, desde Chicago a Nueva Orleans, y las sesiones de blues a las que asistí por cada ciudad que pasaba? La felicidad se volvió líquida y azul. Las emociones me transportaban en barcos de vapor a garitos repletos de dicha. Sí, porque podía rozar el cielo con la palma de la mano. La mañana que encontraste a tu madre muerta sobre la cama y llegaste a casa dando voces, golpeando la puerta, bajo el desplome de una borrasca de otoño, era del color que crees no conocer aún. Y el primer verso que me hiciste leer, ese que te pareció pasado, yo soy aquel que ayer no más decía el verso azul y la canción profana. Armando sonrió. O cuando me tocaste los pechos por error, según me juraste. Y es azul el sonido que roza la arena, trepa, serpentea por las rocas, entre los callaos, con ese olor a sal marítima. El azul, Armando, no es azul, son muchos azules. Pero si aún albergas alguna duda sobre la tonalidad del color, pronto lo tendrás claro, perdón; Armando arqueó ligeramente la comisura de los labios. Es como si en la noche en la que tú vives, y que tan bien conoces, colocara un dispositivo que te transportara al otro lado de la oscuridad. En las películas antiguas los fotógrafos instalaban un filtro azul delante del objetivo de la cámara para crear una escena nocturna. Es la noche americana. Armando buscó mi mano sobre la mesa, es azul, también es azul.