Artículos y reportajes
Teresa de la Parra
Teresa de la Parra.
La solterona, un arquetipo complicado que todos reconocen

Comparte este contenido con tus amigos

A Mayra Molina, por su ayuda

Ninguna mujer quiere convertirse en una solterona, y los hombres tampoco. Ser solterona o solterón es el coco, el de la niñez y el de la adultez; por eso será que conseguir pareja se vuelve una búsqueda incesante, una vacuna para este mal. Sabemos que quedar soltero es mal visto. Si es mujer nadie la quiso como esposa y si es hombre, levanta aun más sospechas, porque es el que propone. Personas casadas también pueden poseer las características psíquicas de este personaje o arquetipo. En este ensayo siempre será la solterona la protagonista. Claro que no todas las solteronas tienen los problemas que se enumeran a continuación.

La solterona es un arquetipo complicado porque tiene una mezcla de muchos arquetipos, de enfermedades o cualidades psíquicas. Para empezar se les califica de narcisistas; personas que están pendientes de sí mismas y no les importa los demás. Por ejemplo, si hablas con un narcisista, nunca hay diálogo, porque sólo hablan ellos y de ellos mismos, lo que hacen o hicieron, y no tienen interés en su interlocutor. Se siente la aplanadora. Esto pasa cuando es alguien que consideran inferior; si están con personas que son de nivel social y económico superior a ellos, pueden mostrarse amables y su conversación siempre va a ser de los demás: son unos aburridos chismosos sociales. Ninguna persona se va a sentir bien al lado de este personaje porque es la anulación de sí mismo. Hay un rasgo en esta personalidad de particular importancia, es el egoísmo; para ellos todo tiene que funcionar para su ventaja o provecho, autocomplacencia; los demás existen en el sentido de que les den adulación, admiración o les sirvan de alguna manera. Se relacionan según la ventaja social que puedan tener tratando a esa persona. Y por supuesto, ante este ego inflado, ningún pretendiente por debajo o de igual nivel social, profesional, intelectual o económico, será el adecuado. Así que esperan una pareja acorde a sus sueños de grandeza. Como los demás están en función de su beneficio, relacionarse verdaderamente con el otro es un imposible.

Algunas terminan casándose con hombres de menor posición que ellas, y que resulta una relación de conveniencia de las ventajas calculadas que tendrá ese unión, cuando sus opciones son escasas o no las hay. Este matrimonio le sale bien a las que eligen un candidato adecuado, con un buen trabajo por ejemplo, pero no a las que se dejan llevar por pretendientes que son en apariencia un buen partido, podrían tener un buen trabajo, pero hay en ellos otras intenciones o serios problemas de personalidad, y resultan engañadas.

La solterona responde al arquetipo de la “reina de hielo”, de la analista junguiana Linda Leonard, en su libro La locura femenina: “Una mujer imperiosa, hambrienta de poder que, a menudo, tiene un sentimiento de inferioridad escondido”, nos dice. Es una mujer fría, que no habla de sentimientos, sino de racionalidad. Critica y no puede amar, responde de una manera fría a los sentimientos de los demás, es controladora y ambiciosa, manipuladora, interesada en lo material. Tiene una cualidad virginal, es impenetrable e insensible a los sentimientos. Es sexualmente frígida, no puede tener orgasmos porque no se entrega y tiene problemas con el placer. Para el placer hay que abandonarse y dejarse poseer por el otro o por lo otro. Es una persona que evita el contacto con sus sentimientos, es por eso su comportamiento frío. La reina de hielo se identifica con el sistema patriarcal y son unas machistas. Lo hace por su ambición de poder e imita a los hombres en su famoso lado negativo, el oportunismo, tan frecuente en nuestra especie. La reina de hielo es poseída por sus sentimientos congelados y puede explotar en violencia ante una situación que no le guste. Es violenta en la ira. Cuando es madre es un militar, constantemente criticando a su hija; si son hijos los daña, los mutila.

Todos los problemas emocionales se forman en la infancia, bajo los influjos o los tratos que nos han dado nuestros padres. Las huellas de la niñez son el camino emocional que siempre estaremos andando o desbaratando si no es el adecuado. El camino del éxito y el dinero no nos sirven por sí solos. Si no podemos amar y que nos amen, seremos personas frías y estaremos matando una parte importante del ser humano, de nosotros mismos, como es la emoción, la relación con los demás y con uno mismo en esos términos, volviéndonos unos robots, si no la hay.

La solterona sí tiene un compromiso consigo misma, hace un trabajo, pelea el espacio físico o psíquico. Ella es virginal en el sentido de que es impenetrable, no hay intimidad con el otro, no hay entrega. Rechaza lo masculino, es autosuficiente, se auto contiene, la relación es consigo misma. Tiene estructuras rígidas inquebrantables, no espera por nadie. Tiene un orgullo rígido, no se vincula, rechaza las relaciones de amor (no todas, porque puede ser buena hija). Su relación con lo masculino es: yo tengo el falo. Es un estado de inflación humana que todos los dioses castigan, porque es creerse Dios uno. En el estado de inflación de la solterona está ser arrogante, superior a los demás, fantasías divinas, creerse de inteligencia superdotada. Ellas brillan, sacan provecho de los demás, son indiferentes y racionalizan. Tienen sentimientos de grandeza (omnipotencia) que encubren su invalidez como elemento compensatorio. No hay conexión, no hay otro, no se pueden revisar. Están defendiendo lo virginal, lo que no está contaminado. Descalifican, no hay sentimiento, crítica. Lo virginal se contiene a sí mismo, el mundo no le da la referencia. El otro no le da la referencia, se agota en sí misma. Sin eros no hay contacto; sin emoción no hay contacto. Están petrificadas, todas frías. No hay proceso, no hay tensión de opuestos. Están pegadas al estado virginal, al autoritarismo, no hay conexión. La referencia de lo femenino está en sí mismas.

El doctor Heinz Kohut, en su libro Análisis del self, el tratamiento psicoanalítico de los trastornos narcisistas de la personalidad (Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1996), nos dice: “Este síndrome, que por su frecuencia parece ser una de las principales expresiones del desequilibrio psicológico del hombre actual”. Él nos enumera algunos de los síntomas que se encuentran en esta sicopatología narcisista. Cito: “1) en la esfera sexual: fantasías perversas, pérdida de interés en el sexo; 2) en la esfera social: inhibiciones en el trabajo, incapacidad para formar y conservar relaciones significativas, actividades delictivas; 3) en sus rasgos de personalidad manifiesta: pérdida de humor, pérdida de empatía respecto de las necesidades y sentimientos de los demás, pérdida del sentido de la proporción, tendencias a los ataques de ira incontrolada, mentira patológica, y 4) en la esfera psicológica: preocupaciones hipocondríacas sobre la salud física y psíquica, perturbaciones vegetativas en diversas áreas orgánicas” (página 35). Para él son personas analizables y curables.

La cualidad más llamativa o reconocida en la solterona o el solterón es su amargura. Es proverbial, muy notoria y conocida. Pareciera que se quedaron esperando algo que no pasó, que no vivieron lo que quisieron, encerrados en sí mismos. Hay una historia que conozco de una mujer sola que frecuentaba una cafetería muy concurrida. Ella había notado a un señor mayor que le llamó la atención. Él, por lo general, estaba solo, a veces saludaba a algunas personas. Un día la cafetería estaba llena y esta señora, llevando su bandeja, le preguntó si podía sentarse en su mesa. Enseguida, él gritó de mala manera que esperaba a alguien, y luego, como arrepentido de su reacción, le dijo que se podía sentar. La señora piensa que lo primero es lo que vale, y vio en la cara del hombre su inmensa soledad y su amargura. Buscó otra mesa con dos señoras que no tuvieron problema en aceptarla. Ella, de vez en cuando, chequeaba al señor a ver si llegaba alguien. Nadie llegó. Él se llevó algo ese día que podría revisar, si pudiera, si quisiera. Ya sabemos lo difícil que es para el ser humano cambiar, sobre todo si es un adulto.

Otra característica de la solterona es que lo masculino la posee, cuando se manifiesta en ella un afán de opinar o una necesidad interminable de hablar (habladoras compulsivas), de creer que lo saben todo, un discurso que no acaba; tienen que contradecir, a todo lo que le digas te van a decir que no, que no es así. Este comportamiento social es pesado. El diálogo no existe para ellas. Por su masculinidad, sólo se relacionan con este tipo de mujeres, hombres débiles que les atrae lo masculino en ellas, porque a ellos les falta. Son hombres cómodos también, si estas mujeres pueden producir, ellos se recuestan y no tienen que ser los proveedores, papel tradicional y fundamental de lo masculino. En la sociedad venezolana abunda la mujer machista. Ellas son las marimachos, proveedoras, sin hombres, o con hombres infantiles e irresponsables. Ellas, a su vez, como madres, hacen de los hijos unos hombres inadecuados, y a las hijas les roban la feminidad, quienes tienen que buscarla afuera, no en la madre. Venezuela es una sociedad sin padres, la figura masculina está ausente, por eso tenemos tanta violencia y crimen. Este tipo de mujer tiene las siguientes características: está sola, amargada, se cree perseguida, resentida, la mamá no la quiso, o la quiso varón, el padre no la quiso o la quiso varón, incapacidad de relacionarse e intolerante. Compiten con el hombre y sólo pueden tener a su lado a uno inferior a ella, para recordarle su incapacidad. Los hombres de verdad les tienen pavor a este tipo de mujeres. Los hombres temen a las solteronas.

La amargura de la solterona, o el solterón, viene del otro, porque el otro no la refleja. No encuentra a su otro. La amargura viene por el amor frustrado, hay algo que ella no encontró: por el ideal frustrado, la fantasía frustrada. Su amargura es consecuencia de su frustración. En el solterón hay rechazo, es él el rechazado; aunque rechace, fue él el primero en ser rechazado.

Se considera que uno le da vida al mito, porque uno hace propio el arquetipo. Para Jung todo está simbolizado. La solterona puede estar dentro de la arpía mitológica. Las arpías son unos seres mitad mujer, mitad aves, asociadas a los vientos tempestuosos, raptoras de alma y niños. Eran enviadas a acosar a los hombres. Las arpías nuestras son las chismosas, las intrigantes; son vampiros, son antiguas, están en el escenario social. Viven de la apariencia y pueden ver a los demás.

Hay dos diosas virginales que nos dan dos sentidos de lo femenino: Atenea, que se identifica con el padre y descalifica a la madre. Ella se identifica con lo femenino, pero no con la madre. Atenea es masculina. La otra es Artemisa, rechaza lo masculino, es autosuficiente, la madre no tiene ninguna importancia. Vale lo femenino como colectivo. Las solteronas de este tipo no son amargadas, andan en lo suyo, ocupadas. El concepto de solterona no aplica en las diosas.

Lo virginal es lo más rígido, no permeable, no flexible. Atenea es rígida por lo virginal. Hefesto, otro dios griego, es lo emocional, el gran rechazado. Era cojo, como un enano. Él no pensaba que era digno, por su apariencia y por su historia personal: un problema entre sus padres y él pagó las consecuencias. Él escoge a Atenea para casarse y ella lo rechaza de plano. Luego él se casa con Afrodita, que le es infiel. Él la castiga haciéndolo público y blanco de la burla de los dioses hombres, las mujeres no fueron al espectáculo de los amantes cogidos en falta.

Hefesto tiene un nacimiento infeliz. Un mal nacido que viene del secreto. Fue rescatado por dos diosas marinas en su caída. Hay dos versiones de su caída. En una, su madre Hera lo lanza; en otra, es su padre Zeus el que lo hace. Hefesto, que es dios del fuego subterráneo, un fino orfebre y herrero, es vengativo, y a través de su oficio realiza sus venganzas. Traigo a este dios para poder relacionarlo con los solterones en ese origen del mal. Hefesto fue rechazado por su padre, o por su madre, o por los dos. Y luego, a consecuencia de su fealdad, muchas solteronas sufren de este mal también, es rechazado cuando pretende. Sabemos que las personas feas o con defectos físicos o psíquicos, tienen más dificultad en conseguir pareja. La gente quiere a su lado a una persona sin problemas evidentes.

Teresa de la Parra, respetada y primera novelista venezolana, hija de venezolanos, es una Artemisa, solterona, nunca se casó. Hizo periodismo, dio conferencias en la América Latina sobre la importancia de la mujer en lo social, murió al lado de su madre y de su mejor amiga, fue bella y cortejada. Nunca le dijo que sí a un pretendiente que insistió. Nunca se opuso a la dictadura gomecista. Era mal vista en Venezuela y su trabajo también, porque era una mujer que manejaba, viajaba sola, fumaba. Sus novelas las publicó en Europa, con éxito. La primera fue premiada en París. Esta primera novela, la más importante, es la historia de un amor frustrado. Recordamos que el amor frustrado es el punto álgido de la amargura de una solterona. No escribiré sobre Teresa de la Parra y su obra, porque está ampliamente estudiada. Muchos escritores importantes venezolanos e investigadores le han dedicado su atención.

Sí voy a mencionar a la primera poetisa o poeta venezolana, Enriqueta Arvelo Larriva, en algunos de sus poemas, porque es lo contrario de Teresa de la Parra. Teresa es una mujer cosmopolita y con ingresos propios; Enriqueta es de provincia y de una buena familia venida a menos, trabajó. Teresa era bella; Enriqueta, fea. Pero las dos fueron solteronas e hicieron su obra literaria. Los poetas siempre son más abandonados. Recuerdo a un narrador venezolano que me dijo que la poesía es para después de muertos. Enriqueta nos habla desde la solterona, y lo hace muy bien.

Enriqueta (1886-1961) nos habla de la infelicidad, o la falta de dicha, propia de las solteronas, en el poema “Sería la advenediza”, nos dice, “Señor, no me des ya la dicha. / No sabría manejarla / y con ella iría cohibida / como una nueva rica”. Ante una emoción desconocida (la dicha) habría un comportamiento inadecuado. Se nota que la comparación es de otra época, ya los nuevos ricos en Venezuela no son cohibidos, todo lo contrario. En este poema rechaza la dicha que representaría el amor y la compara con el dinero. Es la vieja moral. Y termina: “No me hagas nueva rica de la ventura. / Sería la advenediza sin elegancia. / Ya no sé aprender nada / y no quiero perder / mi gracia y aplomo de desheredada”. Es la persona que se repliega a vivir emociones nuevas como la dicha, el amor y la fortuna, a la que ve mal también.

En el siguiente poema nos habla la virginal, la ventaja de no ser tocada ni penetrada, la fortuna de haber sido rechazada, para estar limpia, sin mancha. El poema se llama “Emoción y ventaja de la probada profundidad”: “Gracias a los que se fueron por la vereda oscura / moliendo las hojas tostadas. / A los que me dijeron: espéranos bajo ese árbol. / Gracias a los que se fueron a buscar fuego para sus cigarrillos / y me dejaron sola, / enredada en los soles pequeños de una sombra olorosa. / Gracias a los que se fueron a buscar agua para mi sed / y me dejaron ahí / bebiéndome el agua esencial de un mundo estremecido. / Gracias a los que me dejaron oyendo un canto enselvado / y viendo soñolienta los troncos bordados de lianas marchitas. / Hoy voy indemne entre las gentes”. Indemne es un adjetivo que significa libre de daño, a salvo. Escribo estos sinónimos para acentuar lo virginal.

Toda la poesía de Enriqueta Arvelo Larriva está escrita desde la solterona; en el poema anterior es ella la rechazada y se siente salvada con ello. En este hermoso poema es ella la que rechaza al otro, “El río”: “El río está tibio / como mi piel / y sabe bañarme el alma. / Juega conmigo a ahogar mi hondura, / nervudo de culebras de sol. / No se parece el río / a aquellos ojos quietos que no quise”. Pienso que hay erotismo y sexualidad en el poema. Compara al hombre con el río, y le da ventaja al río, que juega a poseerla, sobre el hombre, a quien menciona haciéndolo objeto pasivo, “aquellos ojos quietos”.

El doctor Kohut nos dice que la personalidad narcisista se aprende de padres narcisistas a su vez, que no responden a las necesidades de su hijo, e idealizan a la imagen paterna o materna. Ella tiene un poema, “Casa de mi infancia”, en el que la casa está completamente idealizada, “es ancha, alta, pura”. Lo interesante es cómo termina después de casi seis estrofas de grandeza: “Amaba a mi madre, / mas a veces ella era para mí / sólo una palidez nimbada. / Mi padre, no. Mi padre fue siempre el hombre, verdadero, / fuerte, erguido, sin aureola”. Nimbo y aureola es lo mismo. Las dos figuras paternas están en la grandeza, especialmente el padre. Para Kohut, es la necesidad infantil de glorificarlos, propio de los narcisistas.