Sala de ensayo
Octavio Paz
Un hombre y una obra

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Octavio Paz. Fotografía: Richard Franck Smith

Octavio Paz es sin duda uno de los intelectuales más influyentes en la cultura latinoamericana del siglo pasado. Poeta y ensayista, su trayectoria es la de un escritor que se entregó enteramente a la palabra y al pensamiento. Entre sus poemarios más importantes destacan Luna silvestre, Libertad bajo palabra, ¿Águila o sol?, Semillas para un himno, Piedra de sol, Blanco y Árbol adentro. De su producción ensayística cabe mencionar El arco y la lira, Corriente alterna, Conjunciones y disyunciones y Los hijos del limo.

Paz había nacido en el pequeño barrio de Mixcoac, en México, en marzo de 1914. Su abuelo fue un pensador liberal muy influyente en el país, y su padre, abogado y escribano, se unió, junto con otros intelectuales progresistas, al movimiento dirigido por Emiliano Zapata. La familia tuvo que emigrar a Estados Unidos temporalmente para evitar represiones con la caída del gobierno zapatista, y tras su regreso a México, varios años después, el joven Paz retomó sus estudios al tiempo que comenzó a ver publicados, en los primeros años de la década de los 30, algunos de sus primeros poemas en revistas mexicanas. Pero no será hasta 1933 que aparezca su primer libro, Luna silvestre. Pocos años después, Paz visitará Europa, en concreto España, donde asistirá en compañía de su primera esposa, la escritora Elena Garro, al Segundo Congreso Internacional de Escritores Anti-Fascistas de 1937. Las referencias políticas son una constante en su obra ensayística (cfr. Vizcaíno, 1993), no así en su poesía: Paz fue muy crítico con respecto a otros escritores, como Louis Aragon o Pablo Neruda, por el hecho de haber puesto su pluma al servicio de sus ideales políticos.

Un año después, en 1938, Paz vuelve a México y colabora en diferentes medios y revistas. Pero en 1943 Octavio Paz debe partir a Estados Unidos, enviado por el gobierno mexicano en representación diplomática. Dos años después recibe una beca de la Fundación Guggenheim y, ya establecido en el Servicio Exterior, llega a París en 1946. Residirá allí hasta 1952, período en el que entra en contacto con el movimiento surrealista. Breton, Éluard y otros intelectuales de la Francia de posguerra influirán notablemente en su obra poética, aunque el mexicano no quiso nunca ser considerado como un surrealista pleno, sino que siempre supo, a lo largo de su obra, mantener una voz personal por encima de las etapas e influencias que definieron su trayectoria poética.

Ya en 1952, Paz inicia su gira asiática por Japón y la India. Volverá a ésta última en calidad de embajador. Conoció a Marie-José Tramini, con quien contraerá su segundo matrimonio en 1964. Más tarde, a causa de los incidentes de la “Matanza de Tlatelolco”, una sangrienta acción policial contra un grupo de manifestantes universitarios, renunciará de su cargo de embajador. Esta renuncia lo convertirá en punto de mira del Estado, y también en ejemplo para los jóvenes pensadores revolucionarios de entonces.

En sus años finales, Paz se concentra en el análisis de la historia y la política, examina el papel ideológico de las dictaduras y el sentido de la caída del socialismo, y rechaza de plano las construcciones de la posmodernidad (“los hombres nunca han sabido el nombre del tiempo en que viven y nosotros no somos una excepción a esta regla universal. Llamarse posmodernos es una manera más bien ingenua de decir que somos muy modernos”).

En 1982 recibió el premio Miguel de Cervantes, máximo galardón de la literatura en castellano, y ocho años después la mayor distinción literaria: el premio Nobel de Literatura. Murió de cáncer a los 84 años de edad, en abril de 1998.

 

Fuentes de su poesía

Sobre las influencias literarias de Paz habría que citar muchos nombres. Algunos poetas (Bashō, Mallarmé, Valéry, Pessoa) fueron traducidos por el mexicano (cfr. Bradu, 2004), otros muchos formaron parte de su poso de lecturas o de su intrahistoria literaria (Quevedo, Juan Ramón Jiménez, etc.); sin embargo, Paz supo reinventar sus influencias poéticas como sólo los grandes genios de la literatura universal saben hacerlo.

Los primeros pasos del autor lo acercan a los movimientos de poesía pura que habían estado en boga durante sus años de formación. Aunque no durará mucho, esta fase primitiva de la poesía paciana habría de dejar en el autor una honda huella: la de una continua reflexión metapoética sobre el hecho de escribir, como ocurriera en Paul Valéry o en Juan Ramón Jiménez. De hecho, quizá sea ese fondo de meditación constante el que propicie que el autor no acepte más tarde los presupuestos surrealistas en su totalidad. No habría de ser este acercamiento a la vanguardia, sin embargo, el único que suceda en la poesía de Octavio Paz. Su admiración por Apollinaire le llevó a confeccionar una colección de caligramas e ideogramas tituladas “topoemas”. Además, el influjo del Mallarmé más audaz, el de Una tirada de dados, aun no siendo históricamente vanguardista, sí habría de servirle para la puesta a punto de su poema espacial Blanco.

La influencia anglosajona, por otra parte, no es tan acusada, aunque no faltan ensayos y traducciones que nos remitan a autores como Hölderlin, John Donne, Eliot, Pound... No deja de ser sintomático que Paz escribiese un poema en homenaje a Cernuda, el otro gran introductor de la poesía anglosajona en la lírica en lengua española del siglo pasado.

Del portugués Fernando Pessoa quizá le vengan ciertos rasgos de la ficción literaria, sobre todo en lo referente a cómo el poeta se construye y se ficcionaliza en las máscaras del texto. El poeta lírico, dirá el autor mexicano en el prólogo de sus poesías completas, se inventa a sí mismo por obra de sus poemas.

Otro núcleo importante y muy caracterizador de su obra es la influencia oriental. Sus viajes a la India le sirvieron de puente para entrar en contacto con la literatura china y japonesa, con fórmulas métricas como el tanka o el haikú, así como con la mitología y el pensamiento védico de la India.

La tradición española y mexicana es otra de las fuentes de donde bebe la poesía paciana. Sor Juana fue objeto de varios trabajos del autor, y Quevedo aparece reivindicado en Homenajes y profanaciones. El mundo mítico prehispánico, por otra parte, surge como sustrato en la composición Piedra de sol, cuya estructura se basa en el calendario azteca: consta de 584 endecasílabos sin un solo punto, el mismo número de días que tarda Venus en dar la vuelta al sol.

 

Una poética de la palabra

Vuelve a los nombres
ejes
anchas espaldas de este mundo

Octavio Paz

No es difícil seguir la pista de los diferentes estilos en la obra de Paz; todos dejan una marca importante en la construcción métrica y rítmica de los poemas, pero no así en los temas (“una obra, si lo es de veras, no es sino la terca reiteración de dos o tres obsesiones”; 1999: 16), que permanecen con cierta continuidad durante toda su producción.

Carlos Fuentes dijo de él que contagió su prosa de relámpagos metafóricos y su poesía de lucidez discursiva (Apud. Gómez Jiménez, 1998). Las reflexiones metapoéticas son abundantes y de gran originalidad, y es que Paz nunca fue un poeta inspirado, de impulso variable, sino de honda meditación del oficio. En “Hacia el poema”, una suerte de arte poética, el autor nos recuerda: “Encontrar la salida: el poema”. Porque una cosa es la poesía y otra el poema, y el mexicano fue siempre consciente de ello, tanto en su obra lírica como ensayística. Creía que la poesía era una idea inmaterial, probablemente una creación cultural proyectada sobre las cosas, los objetos hermosos, los paisajes adonde siempre habría que volver, la mujer como símbolo de belleza, etc. Pero el poema no es otra cosa que un mero objeto discursivo, un juguete verbal, rítmico, que, tal y como sugería Valéry, no acaba de escribirse nunca, sino que se abandona. La idea de depuración estilística del francés se corresponde totalmente con la búsqueda paciana de la palabra exacta.

No negamos con esto el principio de incertidumbre que todo poema, si es auténtico, supone para el autor. Hablaba el poeta español Claudio Rodríguez de una aventura controlada al abordar la creación artística, y Paz no se sitúa muy lejos:

Escribo sin saber el desenlace
de lo que escribo

(1999: 440)

Ambas ideas no son contradictorias. El trabajo y la constancia dan libertad al poema, y sólo el poeta que elabora concienzudamente su obra consigue que ésta le diga cosas que no sabía. “No predecir: decir”, apuntará el autor. Decir es la gran problemática que abre la poesía de Paz. Su acercamiento a la realidad constituye tanto una experiencia sensitiva como gnoseológica; se trata de descubrir el mundo por la palabra, que es, a un mismo tiempo, sacramento y ceniza:

Palabra

Palabra, voz exacta
y sin embargo equívoca;
obscura y luminosa;
herida y fuente: espejo;
espejo y resplandor;
resplandor y puñal,
vivo puñal amado,
ya no puñal, sí mano suave: fruto.
(...)
Palabra, una palabra,
la última y primera,
la que callamos siempre,
la que siempre decimos,
sacramento y ceniza.

(1999: 42-43)

Así sucederá frecuentemente en sus primeros escritos. El lenguaje constituye una herramienta para el conocimiento del mundo, pero también interpone una distancia, al menos hasta que un Paz más curtido en el oficio del verso llegue a decir que “las palabras son mis ojos” (1999: 682), con lo que alía finalmente lo sensorial y lo cognitivo en su tarea de acceder a la realidad, tanto exterior como interior:

Contra el silencio
y el bullicio
invento la Palabra,
libertad que se inventa
y me inventa
cada día.

Aunque no habría de ser este poema, sino el titulado “Las palabras”, que reproducimos a continuación, el que mejor fundamenta la metapoesía paciana:

Las palabras

Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
agótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.

(1999: 72)

En estos originales términos de reproche se resalta el conflicto del poeta con las palabras, si bien desde cierta complicidad propia de quien se sabe conocedor de las astucias del oficio. El lenguaje se convierte así en vehículo exaltador de la naturaleza y de los objetos, “porque lo inesperado se repite y los milagros son cotidianos y están a nuestro alcance” (1999: 151), hasta llegar a un uso de la palabra totalizador, totémico incluso: “está lleno de pájaros el mundo” (1999: 53). Este uso mítico del lenguaje, esencial, confina una naturaleza capaz de hablar entre sí (“lo que dice el trueno / lo comprende el bosque”, 1999: 327), de mostrarse como realidad escrita (“Todo me servía: la escritura del viento, la de los pájaros, el agua, la piedra”, en el prólogo a ¿Águila o sol?) o de negarse a la comunicación directa con el poeta como reza el breve poema “Alfabeto”:

Alfabeto

Alcé la cara al cielo,
inmensa piedra de gastadas letras:
nada me revelaron las estrellas

(1999: 64)

Paz incide, además, en la creencia primitiva y bíblica de la palabra fundadora, creadora de realidades:

                                 La palabra
se abre
            en un allá sin dónde
extensión inmaculada
transparencia que sostiene a las cosas

(1999: 449)

No en vano una sección del poemario Semillas para un Himno se titula “Piedrassueltas. Lección de cosas”. La realidad es capaz de revelar su misterio al poeta, quien debe desentrañar el secreto mensaje mediante el nombramiento y la palabra, porque la palabra alberga el privilegio de la abstracción conceptual, de convertir el objeto en herramientas del lenguaje y del pensamiento humano (“había milagros sencillos llamados pájaros”, 1999: 139). Si Pitágoras quiso desentrañar el mundo con la matemática y la música, y los simbolistas con los símbolos y las correspondencias, ahora toca descubrir la realidad a través del lenguaje, de la palabra pura. El poema titulado “Objetos” da buena cuenta de toda esa búsqueda paciana de la verdad:

Objetos

Viven a nuestro lado,
los ignoramos, nos ignoran.
Alguna vez conversan con nosotros.

Palabra reveladora, pero también palabra transformadora. La estética paciana se caracteriza por un uso peculiar de la metáfora; el término real y el imaginario se relacionan no mediante la sustitución de uno por otro, sino mediante la plena y total identificación, como si el lenguaje fuera capaz de unificar símbolos, de equiparar realidades, tal y como explicará el poeta:

El poeta nombra las cosas: éstas son plumas, aquéllas son piedras. Y de pronto afirma: las piedras son plumas, esto es aquello. Los elementos no pierden su carácter concreto y singular: las piedras siguen siendo piedras, ásperas, duras, impenetrables, amarillas de sol o verdes de musgo: piedras pesadas. Y las plumas, plumas: ligeras. La imagen resulta escandalosa porque desafía el principio de contradicción: lo pesado es lo ligero. Al enunciar la identidad de los contrarios, atenta contra los fundamentos de nuestro pensar. Por tanto, la realidad poética de la imagen no puede aspirar a la verdad. El poema no dice lo que es, sino lo que podría ser. Su reino no es el del ser, sino el del imposible verosímil de Aristóteles (1972: 99, en cursiva).

Así reconocemos numerosos efectos de este enlace entre signos en la poética paciana: “Noche y agua serán un mismo cuerpo” (1999: 473), “esta nieve es idéntica a la yerba, / siempre y nunca es lo mismo” (1999:684). Dicha congregación de lo disperso por la potencia unificante del lenguaje recorrerá toda la obra de Paz, desde “El cuchillo es un pájaro de yelo”, en la página 58 de sus obras completas, hasta las últimas composiciones como en el poema “Lo mismo”:

La paloma es flor y llama,
perfección que se deshoja
y en su aroma resucita.

Lo distinto es ya lo mismo.

(1999: 840)

A menudo, esta relación de mismidad que pretende alcanzar la palabra paciana aparece matizada por una función metonímica (“una espiga es todo el trigo, / una pluma es un pájaro vivo y cantando”, 1999: 155), como si la dimensión del lenguaje pudiera extenderse, abrirse indefinidamente a todas las pulsiones del ser, acoger en su seno toda la realidad posible en un solo vocablo. El lenguaje de Paz es por tanto un lenguaje esencial, sustantivo, de realidades inmediatas, piedras, pájaros, ríos, el silencio...

El agua horada la piedra,
el viento dispersa el agua,
la piedra detiene al viento.
Agua, viento, piedra.

(1999: 715)

Esta especie de visión totémica de la realidad adquiere, como era de esperar, una especial relevancia en Piedra de sol. La tendencia paciana al sustantivo esencial, a la naturaleza en plenitud, tiene mucho que ver con sus aproximaciones a la visión mítica de los pueblos aztecas, recurso relevante y revelador en la composición de este poema. De especial interés es la recreación poética del hombre como símbolo totémico, inmerso en la naturaleza (“preveo un hombre-sol y una mujer-luna”), así como un discurso amoroso innovador (“toca al nuevo poeta descubrir a la mujer”, escribía Paz en la composición citada “Hacia el poema”), en el que la mujer se revela como auténtico símbolo totémico: “voy por tu cuerpo como por el mundo”, “voy por tu talle como por un río”, “eres toda de pájaros y un astro”, etc., ejemplos todos ellos del poema Piedra de sol. La mujer, en Paz, es trasunto del conocimiento ancestral de las cosas, una geografía de jardines y cordilleras que le permitirá conectar con lo sagrado, acceder a lo real y sus misterios.

Así el mundo se transforma con la palabra, se llena de sentidos y de lecturas. Pero también encontramos el recurso contrario, la búsqueda de ilogicidad. Gracias a la influencia del surrealismo, en Paz se desarrolla todo un estudio de lo inconexo, de las relaciones inestables e ilógicas: las letras de tu nombre son todavía una cicatriz que no se cierra. Aun así, nos resistimos a tildar a Paz de surrealista, ni aún en sus poemas más arriesgados —y coincidimos con la opinión del autor—, a pesar de su conocimiento directo del grupo surrealista francés.

La palabra de Paz no sólo configura el poema por sus propiedades semánticas, sino también a través de la ausencia de palabras. “La música / inventa al silencio”, nos recuerda Paz en sus escritos. Efectivamente, quien conoce el valor de la palabra conoce el del silencio. Probablemente este valor, el del silencio, poco apreciado en nuestra ruidosa cultura, sea en Paz una deuda con sus estudios orientales. Podrá el lector desprevenido preguntarse cómo se puede alcanzar el silencio con palabras, y no faltará quien lo juzgue como un hecho contradictorio. Una de las maneras más evidentes de provocar la sensación de silencio es mediante una analogía con el vacío, como veíamos en el poema “Ciudad de México”, en donde el uso de versos sangrados configuraba un contrabalanceo casi pictórico entre masas de letras y espacios en blanco. En algunas ocasiones Paz desembarca en una “poesía espacial”, técnica de sabor vanguardista pero que nos remite a una obra anterior, ya citada, como es Una tirada de dados nunca abolirá el azar (1897), del francés Stéphane Mallarmé, y a los caligramas algo posteriores de su compatriota Apollinaire. Paz sigue al segundo en sus topoemas y se inspira en el primero para su elaboración de Blanco, del que reproducimos a continuación su primera página:

el comienzo
                    el cimiento
la simiente
                    latente
la palabra en la punta de la lengua
inaudita                           inaudible,
impar
grávida                                   nula
                    sin edad
la enterrada con los ojos abiertos
inocente                       promiscua
                  la palabra
sin nombre                     sin habla

No sólo formas compositivas como ésta configuran su retórica del silencio. Otras, las de tradición oriental, son fácilmente analizables: falta de verbos, estilo nominal, verso corto, sintaxis sencilla, mayor estima por la sugerencia que por la exactitud, etc.

Una gota de noche
sobre la punta de tus senos.
Enigmas de clavel.

(1999: 380)

Y por supuesto, recursos léxicos relacionados con el campo semántico del silencio:

La ropa limpia
tendida entre las piedras.
Mírala y calla.

(1999: 417, la cursiva es nuestra)

El silencio y el espacio reciben un tratamiento peculiar en la obra de Paz, y mucho más el tema del tiempo. Su concepto de tiempo oscila entre los dos extremos posibles, entre la eternidad y el instante. Es probable que para sus apreciaciones de la eternidad (más abundantes en el primer tramo de su obra poética) se valga del pensamiento mítico azteca, pensamiento de la circularidad y el retorno, que aparecía en el comentado Piedra de sol, poema en rondó, es decir, que empieza con los mismos versos con los que acaba:

un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre: (...)

En efecto, la piedra es el símbolo preferido de esta primera etapa para designar el tiempo como un todo inmóvil, cerrado como el círculo, anterior a todo lo creado:

Como las piedras del Principio
Como el principio de la Piedra
Como al Principio piedra contra piedra
Los fastos de la noche:
El poema todavía sin rostro
El bosque todavía sin árboles
Los cantos todavía sin nombre

(1999: 147)

Pero será la influencia oriental lo que enriquezca y haga virar su poética sobre el tiempo. La necesidad de exaltar el instante, que encontramos en otros autores hispanohablantes como Jiménez o Jorge Guillén, aparece confrontada, en sus primeros escritos, a la idea de eternidad:

En la cima del instante
me dije “Ya soy eterno
en la plenitud del tiempo”.

(1999: 60)

Curiosamente, estos versos encajan a la perfección con el espíritu del haikú japonés, en donde se pretende que la captación de un instante trascienda la brevedad temporal y se sitúe en ese plano de plenitud que pretendía Paz. Bashō, el máximo creador de haikús japonés, lo definió como “lo que está sucediendo en este lugar, en este momento”. Recordemos que Paz tradujo la obra cumbre del autor nipón, Sendas de Oku. Bajo esta perspectiva no sorprende, por tanto, encontrar en el autor mexicano versos como: “El instante se congela, blancura compacta que ciega y no responde y se desvanece, témpano empujado por corrientes circulares. Ha de volver” (en “Hacia el poema”, 1999: 234). Circularidad y exaltación del instante se combinan en la trayectoria del mexicano, aunque a medida que avanzamos en su obra pareciera que cobrase mayor relevancia el instante frente a lo eterno:

La luz no parpadea,
el tiempo se vacía de minutos,
se ha detenido un pájaro en el aire

(1999: 161)

Contra tanto orientalismo de pose y apariencia, encontramos en Paz la adaptación de dichos valores y la incorporación plena y efectiva a su poética de las propiedades del pensamiento oriental. Ya dijimos que sus primeros pasos en la poética del silencio podrían derivar de esta influencia, y ahora añadimos que el concepto de tiempo también. Y si para hablarnos de ese tiempo redondo y circular tuvo que echar mano del símbolo de la piedra, ahora el poeta hará lo propio con el pájaro como metáfora de la instantaneidad en uno de los poemas más bellos que nos lega la poesía paciana, broche con el que damos cierre a nuestra aproximación por los lindes de su trayectoria lírica:

La exclamación

Quieto,
                     no en la rama
en el aire
                     No en el aire
en el instante
                             el colibrí.

 

Bibliografía consultada

  • Bradu, Fabienne (2004): Los puentes de la traducción: Octavio Paz y la poesía francesa, México, Unam.
  • Gómez Jiménez, Jorge (1998): “El laberinto vital de Octavio Paz”, en Letralia, Tierra de Letras, mayo, Nº 46.
  • González, Juan (1990): El cuerpo y la letra. La cosmología poética de Octavio Paz, México, Fondo de Cultura Económica.
  • Kim, Kwon Tae Jung (1989): El elemento oriental en la poesía de Octavio Paz, Guadalajara (México), Universidad.
  • Murillo González, Margarita (1987): Polaridad-unidad, caminos hacia Octavio Paz, México, Unam.
  • Paz, Octavio (1972): El arco y la lira: el poema, la revelación poética, poesía e historia, México, Fondo de Cultura Económica (3ª ed.).
    (1974a): Las peras del olmo, Barcelona, Seix Barral (2ª ed.).
    (1980): In mediaciones, Barcelona, Seix Barral.
    (1993): Los hijos del limo: del Romanticismo a la Vanguardia, Barcelona, Seix Barral (4ª ed.).
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  • Rodríguez, Marta (2002): Octavio Paz: Una visión de la poesía de occidente, Santiago de Chile, Ed. Delirio Poético.
  • Ruiz de la Cierva, María del Carmen (1999): Octavio Paz: cultura literaria y teoría crítica, Murcia, Caja Murcia.
  • Sheridan, Guillermo (2004): Poeta con paisaje: ensayo sobre la vida de Octavio Paz, México, Era.
  • Vázquez Vallejo, Salvador (2006): El pensamiento internacional de Octavio Paz, México, Porrúa.
  • Vizcaíno, Fernando (1993): Biografía política de Octavio Paz o La razón ardiente, Málaga, Ed. Algazara.