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José SaramagoJosé Saramago, la voz desconocida

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Somos muchos los que envidiamos el dominio de la narrativa de José Saramago e incluso la propia condición y profesión de novelista.1 Pero Saramago se pregunta: “¿Somos nosotros los mesías?”, refiriéndose a los escritores. También Galeano, en Cádiz, allá por el año 2007, se estremecía ante una pregunta desde el público: “¿Cómo me pregunta usted qué hacer para solucionar los problemas del mundo? Yo sólo soy escritor”. Pero es algo que no podemos evitar: a los buenos escritores los vemos como mesías y les pedimos que arreglen el mundo.

Honró al Premio Nobel de Literatura, en 1998, con El Evangelio según Jesucristo.2 Saramago estuvo décadas sin escribir, porque, según él, no tenía nada que decir; algunos tenemos cosas que decir, pero a nadie a quien le interese, a no ser a los enemigos. Si no escribí antes este comentario literario, no fue porque no tuviera qué contar, pues quede claro que creo sumamente interesante lo que voy a decir a continuación, sino porque no estoy seguro de que la gente de hoy se interese por estas cosas. Pasó un tiempo y José Saramago siguió el camino de Ricardo Reis, heterónimo de Fernando Pessoa, y entonces no me pareció oportuno publicar nada, por no parecer necrológico. Ya edité una ráfaga biográfica que conseguí del hábil y fácil de palabra, mi paisano José Téllez,3 a quien también envidio, entre otros motivos, porque conoció a José Saramago. Pero aquí vengo a reivindicar su obra.

Hay un malentendido, en relación con la obra de Saramago, cuyo origen es bastante superficial. Alguna gente cree que la gran innovación de Saramago consiste en sustituir la mayoría de los signos de puntuación por comas y utilizar párrafos muy largos. No, eso no es tanto mérito; eso lo hace sólo para que perdamos la cuenta, en medio de un diálogo, de quién es el que tiene turno de palabra, de manera que termine convirtiéndose en una conversación de ideas, no de personas; de esta forma, el autor deja claro que, en el fondo, se trata de una sucesión de reflexiones que, en su propio discurrir, se presentan como un diálogo. Al fin y al cabo, las novelas no son un auto judicial, en el que haya que tomar nota de las partes y las autorías. El perder la cuenta de quién dijo qué cosa encaja perfectamente con su idea de introducir una voz desconocida, que es él mismo.

Por culpa de este malentendido, muchos lectores no se aproximan a Saramago, porque ven en su forma de puntuar una barrera o inconveniente. Sin embargo, como defendería el autor, esta falta de guiones y puntos llega a hacer más fluida la lectura, cuando uno comprende su utilidad. A quien, de todas formas, no le guste y siga considerando esta sucesión de comas y frases largas como un inconveniente, le vendría bien hacerse a la idea de que es un pequeño precio a pagar por todo lo que contienen sus novelas. Así pues, está bien, quedemos en que su falta de signos de puntuación es un pequeño inconveniente, pero en ningún caso deberían ser un pretexto para quien simplemente no tiene ganas de leer; oblíguese y abra uno de los libros que voy a recomendar más abajo. No se trata, con esto, de proponer un gran desafío para el lector; lo sería si les hubiese animado a leer La isla del día de antes, de Umberto Eco, que también merece la pena por su contenido, pero con Eco es mucho mayor el precio que hay que pagar, en términos de esfuerzo. De las aventuras de don Quijote, dejé dicho que casi no merecía la pena leerlo, por la dificultad que entraña el castellano antiguo; el libro de Eco se escribió hace poco, pero en italiano antiguo. Pero dejémonos de divagaciones; Umberto Eco se puede permitir someter al lector a ciertas torturas, porque sabe que sus libros merecen la pena.4 No es el caso de este humilde comentarista, de modo que lo vamos a explicar todo claro, para lectores no adictos a Saramago.

No es que me queje de que Saramago es poco leído; sólo digo que debería serlo mucho más; hay una especie de resistencia cultural hacia su obra. Hay gente que no tiene paciencia para leerla y luego me recomienda novelas que, definitivamente, no están a la altura del genio portugués... Un momento... ¿No será porque es portugués? No sólo puede estar orgulloso de su nacionalidad, sino que conoce y transmite bien la historia, y no vamos a entrar en disputas arcaicas o costumbristas; al fin y al cabo, nos parecemos mucho; ellos nos copiaron el franquismo y nosotros a ellos la revolución de los claveles; ambos somos países periféricos, a expensas de las superpotencias. Fue en otro portugués, Fernando Pessoa, inventor de la heteronimia, en quien Saramago encontró la inspiración. De hecho, en el célebre Evangelio de Saramago o Evangelio según Saramago, interviene Pessoa, espontánea e imaginariamente, en uno de los diálogos (es una forma muy ocurrente de citar a alguien).

Cuando quería opinar en sus novelas, interviniendo en conversaciones entre dos de sus personajes, o incluso en mitad de un pensamiento solitario de uno de ellos, lo hacía, llamándose a sí mismo “la voz desconocida” (“...y entonces dijo la voz desconocida...”). A veces, advertía que la voz desconocida hacía tiempo (varias novelas) que no decía nada.

Entre otros elementos característicos de este autor, tenía el mérito de entretener al lector haciendo pequeñas críticas acerca de la forma de redactar relatos y de su propia forma de dirigir la narración. En mi opinión, esto resulta muy gracioso, en el sentido de irónico, y bastante evidente para el lector. Las novelas de Saramago están recubiertas de fina ironía, quizás aprendida de Voltaire, referida, las más de las veces, a temas importantes de la justicia social. ¿No será porque era comunista? ¿No será porque era ajeno a las creencias de los religiosos? Al fin y al cabo, sus entretenidas novelas deberían gustar especialmente a aquellos que creen en milagros (y también a los que no creemos).

La gran innovación de Saramago, a la que podemos denominar “realismo imposible”, es la utilización de situaciones hipotéticas milagrosas —cosas que se sabe que jamás sucederán— para poner al descubierto, con un gran sentido crítico e irónico, la realidad cotidiana de nuestros males sociales, políticos, culturales... nuestras limitaciones reales como comunidades humanas. Es el mérito de Jonathan Swift, por citar a uno bastante antiguo, cuya obra no sólo es legible, sino llena de significado en la actualidad. También Anatole France o Pierre Boulle gozan de esta habilidad.

Un elemento importante en la obra de Saramago (y en otros autores), es el papel relevante (incluso de protagonistas) de las mujeres, que constituyen “los pilares de la Tierra”,5 incluso en épocas medievales (en Memorial del convento). También suelen ser importantes los mensajes de los animales (perros, elefantes, estorninos), que intentan establecer comunicación con el mundo humano, incapaz de entenderlos.

El repaso que ofrezco a continuación incluye básicamente lo que recuerdo, porque, con todo lo que hemos leído los aficionados a los libros, hay cosas que nunca se olvidan y no es necesario consultarlas.

  • 1982. El argumento de Memorial del convento viene a ser el de una máquina de volar en plena Edad Media. Claro, en aquel tiempo sólo podía funcionar con un combustible metafísico: las voluntades; así se comprende cuánto juego es capaz de dar el invento. El trasfondo es la construcción de un convento, un proyecto arquitectónico ambicioso.
  • 1983. Casi un objeto es un conjunto de relatos bastante metafóricos, que empieza con “la silla” que cae, que es el régimen dictatorial (da lo mismo, en realidad, si es el español o el portugués). La historia del coche que tiene iniciativa refleja la dependencia e incluso esclavitud con que algunos hombres viven la relación con su vehículo, etc.
  • 1984. En El año de la muerte de Ricardo Reis, elige como protagonista a uno de los alter ego inventados por Pessoa. La historia cuenta que, hipotéticamente, este personaje no había muerto con su creador, sino que había permanecido en el mundo, el tiempo necesario para protagonizar una novela.
  • 1986. En La balsa de piedra, destaca el papel de la mujer, como en otras obras del autor. Se escribe como crítica a la inminente entrada de España y Portugal, por la puerta trasera, en la entonces llamada Comunidad Europea. La novela es una metáfora y en ella se estrena un ciclo de convulsiones nacionales que continúa con los “ensayos” y las intermitencias de la muerte.
  • 1991. El Evangelio según Jesucristo, obra que no descarto leer por cuarta vez, es una novela sobre la vida de Jesucristo, pero no una novela histórica como la formidable Rey Jesús, de Robert Graves, sino un relato socio-moral, acerca de la culpa y otros temas importantes, apoyados en una serie de sucesos fantásticos (los milagros), en la línea de realismo imposible de las otras obras de Saramago. Destaca el diálogo entre Dios y el demonio, en presencia de Jesús, en el que también participan Fernando Pessoa y la “voz desconocida”. La historia va de un joven galileo que es elegido por Dios, para desgracia suya, para el inmortal cometido que la Iglesia le atribuye. A mitad de la obra, parece que ya no podría ponerse más interesante, pero el ritmo sigue creciendo, hasta la apoteosis final. Otro momento espléndido es el episodio de la resurrección de Lázaro y también la crisis de superproducción en el sector pesquero, cuando Jesús hacía sus milagros. Se inicia con un grabado, representativo de una escena que termina componiéndose finalmente en el relato. El autor se documentó bien acerca de las tradiciones y aceptó las hipótesis que manejan comúnmente los católicos, entre ellas, la del indecente modo de vida de Magdalena, los milagros de Jesús, la Redención, etc. y, con esos mismos argumentos, pone en entredicho todo aquello que las personas religiosas defienden con su fe.
  • 1995. En Ensayo sobre la ceguera se analiza lo que vendría a ser una sociedad sin tele. La ceguera es una metáfora de la incultura; ¿qué pasaría si por fin se borra del ser humano la capacidad para ver lo que tiene delante de las narices? La protagonista es una mujer. La conmoción nacional es relatada como si estuviese ocurriendo de verdad y da lugar a situaciones en las que el lector se siente cuestionado, como ser humano.
  • 1997. En Todos los nombres, además de la voz desconocida, también el techo de la habitación interviene en los diálogos, con profundas e interesantes aportaciones. El diálogo con el techo simboliza la soledad.
  • 1998. El cuento de la isla desconocida es un breve relato que, como ocurre con El Principito, todo el mundo debería leer. La isla desconocida también es una metáfora; en este caso, del amor y también del sueño de todo ser humano en un futuro mejor.
  • 2000. En La caverna, se utiliza el famoso mito de Platón para criticar a la sociedad actual. El protagonista es un alfarero anciano. Todo progreso se anuncia como algo sumamente beneficioso y, en la práctica, constituye un atraso en términos de bienestar y respeto hacia las libertades. El propio aire, la necesidad de ventanas, todo es plastificado, hormigonizado y metalizado al máximo. Los empleos viejos se pierden y se sustituyen por empleos de vigilante y vendedor. El poder de las grandes superficies comerciales se opone a la sencillez de la gente de pueblo. Al igual que en La balsa de piedra, el perro está bastante presente. En opinión de Téllez, esta obra “era quizá una de las parábolas que mejor han descrito el fenómeno de las paradojas del capitalismo contemporáneo que nos ha ido conduciendo hasta la actual encrucijada mundial. En dicha novela, la caverna es un centro comercial, el horno del alfarero... y la cueva donde va a dejar las vajillas que ya no le compra el hipermercado. Pero La caverna de Saramago lleva sobre todo ecos de Platón, aunque coquetee con el Big Brother de George Orwell...”. Según el propio Saramago, “El centro comercial de mi novela significa el poder absoluto y es por lo que lo comparo con Dios. Pero no es una metonimia de Dios, sino un poder. Aunque yo hablo de Dios muchas veces, quizás demasiadas, la dirección a la que apunta mi obra es a la del ser humano” (en Téllez, 2010).
  • 2002. El hombre duplicado es una de las novelas más entretenidas y rápidas de leer, no sólo de la obra de Saramago, sino de toda la literatura. Trata sobre un hombre duplicado. Se han hecho novelas sobre clonación y guiones para televisión (por ejemplo, para el actor que hacía de Conan, apellido más fácil de escribir que el de ese actor), pero sólo un buen escritor saca todo el partido posible a la circunstancia inesperada. Dicha circunstancia no es nunca el tema central del libro, sino el pretexto, ya que los mensajes y situaciones son de mucha mayor profundidad que el suceso mismo.6 En eso se diferencian los buenos escritores de los malos. En los viajes de Gulliver, por ejemplo, la gracia no es que los gigantes sean muy grandes y los liliputienses muy pequeños, sino la crítica social que ello permite abordar.
  • 2004. Ensayo sobre la lucidez es una interesante situación de política ficción, protagonizada por la misma mujer de Ensayo sobre la ceguera. Como en aquella obra, las autoridades se representan como gente incapaz y ensimismadas en el valor político de sus cargos. En este libro, se incluyen referencias a otras obras y personajes de Saramago; algo muy típico de este autor.
  • 2005. En Las intermitencias de la muerte ocurre un hecho sumamente original: el libro empieza y termina exactamente con la misma frase, sin contar la cita de una idea de Wittgenstein, que parece inspirar toda la novela. Está protagonizada por la muerte, una bella mujer que abandona provisionalmente su fatal labor. Como en El lado oscuro del corazón, la muerte se enamora de un artista y es incapaz de matar a quien tiene turno, de modo que todos los que vienen después se quedan también sin morir. Algunos critican que sigue la misma línea argumental de los “ensayos”: de repente ocurre en el país algo raro e inesperado; aunque esto no vale tanto como crítica, sino como mérito, ya que requiere mucha imaginación inventarse esas situaciones y exprimirlas al máximo, planteando cuestiones trascendentales. También, por la facilidad con que se lee, puede recordar a El hombre duplicado.
  • 2008. En El viaje del elefante, junto con la voz desconocida, utiliza otros mecanismos para entrometerse en los diálogos, como el comentario inoportuno de la Reina, que se hace únicamente para que el lector sepa que era agosto; y la reina se da cuenta tarde de que no viene muy a cuento hacer ese comentario. Con esto, Saramago se critica a sí mismo, de forma humorística, dando a entender que utiliza a la reina aunque no venga muy a cuento en el diálogo. Se trata de una novela protagonizada por un elefante, pero su cuidador está presente en casi todas las situaciones para que pueda expresar los pensamientos del animal. El elefante es colocado como protagonista artificial para relatar la odisea de una civilización que se vuelca en las ceremonias de adoración, con el fin de que se mantengan en el poder los jerarcas del cristianismo faraónico de la Europa medieval. Al igual que en el Memorial, el razonar y dialogar de la gente nos la retrata como a personas cercanas y actuales, que no han podido evitar pertenecer a una época. Y esa reflexión es la que nos devuelve a nuestra propia situación actual; gente que sigue siendo explotada, oprimida, engañada, utilizada...
  • 2009. Caín es su última obra, tan magnífica como las anteriores. Pero esta no la voy a comentar. Espero que al lector le hayan dado ganas e iniciativa para leerla.

El único inconveniente práctico de la obra de Saramago es que tiene un marcado carácter de obra completa y conviene leer varias de ellas, en orden cronológico, para poder captar la plenitud de su mente. He aquí mi recomendación para los no saramaguianos: empezar con el cuento, luego la balsa de piedra, luego el Evangelio, los dos ensayos, el hombre duplicado, las intermitencias de la muerte y luego, el elefante y Caín. Ha escrito otras obras, como Viaje a Portugal o Historia del cerco de Lisboa, Manual de pintura y caligrafía y su libro de Pequeñas memorias. Todo esto, para cuando usted se vuelva aficionado a Saramago.

A una persona básicamente inculta (como era un servidor, recién terminada la carrera universitaria) le puede venir bien hacer caso a esta recomendación y empezar, antes que nada, por leer a Saramago: “Una cosa buena que tiene la ignorancia es que nos defiende de los falsos saberes” (en El viaje del elefante). A mí me recomendaron a Richard Bach y a Herman Hesse, entre otros, pero no se puede empezar por lo más místico, cuando tenemos ante nuestros ojos lo político y lo social y, en ese ámbito, que no es literatura de la miseria, se pueden encontrar ideas profundas y elevadas al mismo tiempo; se puede llegar casi al vértigo.

Como hice con mis dos comentarios literarios anteriores, ahí tiene el lector todo el material desmenuzado; sólo falta que encuentre el momento para relajarse y disfrutar; reconozco que, en los tiempos que corren, eso es lo mejor que se le puede desear a alguien. Pero no es mero entretenimiento (ni tampoco se puede considerar humor) la ironía de Saramago; las buenas obras de ficción (incluyendo las fantásticas) hablan del mundo real; ayudan a comprender mejor nuestra situación en el mundo. Yo sólo aconsejo según mi experiencia: dejen los quesos, las teorías de juegos, las paranoias psicoanalistas, los platones y las autoayudas que los autoescritores se hacen a sí mismos; conózcanse y ayúdense unos a otros; no caigamos en una nueva era del recogimiento ensimismado y la contemplación del más allá. El mundo real está ahí, en las buenas obras de ficción.

 

Notas

  1. Para colmo de envidias, la más inmediata es contra José Luis Sampedro que, siendo economista, como el que suscribe, consiguió destacar como tal y luego como escritor.
  2. No digo que la fundación sueca no se lo mereciese, como en el caso de Sartre, pero en ámbitos como la política (la paz) o la economía, algunos de los galardones más recientemente otorgados son bastante reprochables.
  3. Publicado en Entelequia, número 12.
  4. Como dijo Eco al arzobispo de Milán, “no le preocupe que pueda haber quien diga que nuestro diálogo es difícil; las invitaciones a pensar demasiado fácilmente provienen de las revelaciones de los mass-media, previsibles por definición” (“¿En qué creen los que no creen?”, Público, 2009).
  5. Esto es un homenaje a ese libro (un poco sádico y un poco pornográfico) de Ken Follet, cuyo tema es la mujer (no las catedrales, como suele creerse).
  6. También en el cine de Hollywood, ese tipo de circunstancias son el pretexto para un mensaje a veces subliminal (que no profundo), pero se corre el riesgo de que dicho mensaje sea una justificación extrema y forzada del fascismo o un adoctrinamiento en la ética protestante.