Sala de ensayo
“Melania Jacoby”, de Susana Pérez AlonsoLa mostración de la interioridad como espectáculo en Melania Jacoby, de Susana Pérez Alonso

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Preliminares

Susana Pérez-Alonso y García-Scheredre es natural de Santullano de Mieres, Principado de Asturias. Fuertemente comprometida con la realidad política y social de su tierra natal, dedica gran parte de su tiempo a la Procuraduría de los Tribunales de Oviedo y a colaboraciones habituales en medios de comunicación, tales como La Nueva España, La Voz de Asturias, a nivel local, y Onda Cero, Cadena Ser, entre otras, a nivel nacional. Su primera publicación literaria fue un volumen titulado Cuentos de hombres, publicado en 1999. Al año siguiente, fue finalista del premio “La Sonrisa Vertical” con su novela Mandarina. Luego fueron apareciendo Nada te turbe (2002), Nunca miras mis manos (2003), De la ternura, la impostura y el sexo (2004), La vida es corta, pero ancha (2005), En mi soledad estoy (2005) y La fuerza de tu abrazo (2006). Su última novela, Melania Jacoby (2010), inicia una etapa en su obra signada por la preocupación por la historia asturiana. Cuidadosamente documentada, la novela articula la vida privada de una familia de la alta burguesía y la problemática minera asturiana previa a la Guerra Civil Española. Su propia autora la propone como la primera entrega de una trilogía que continuará la saga de la familia Jacoby durante el conflicto armado, en el segundo volumen, y el consecuente exilio, en el tercero.

Como se ha comentado anteriormente, paralelas a la aparición de la novela en las librerías la autora ha generado otros múltiples espacios de publicación: en su web personal, en YouTube y en Facebook y en un blog titulado irónicamente Barbie Justiciera. Desde su creación, en la web, junto a las reseñas de sus libros publicados, críticas literarias, etc., destacan tres enlaces altamente significativos para la problemática planteada en este ensayo: un álbum de fotos, una compilación de videos y una suerte de manifiesto de principios bajo el nombre “El Credo”. En cada uno de ellos, Pérez Alonso conjuga sus opiniones políticas, literarias y éticas en clara alusión a cuestiones y personajes públicos, con pequeños fragmentos de su vida privada: fotos familiares o de reuniones con amigos, pensamientos dirigidos a sus seres más cercanos y espacios íntimos, etc., hasta ir alcanzando progresivamente algún tipo de sincretismo particular entre ambas esferas, como se percibe en el discurso en off con que la autora glosa las imágenes del video Vida Feliz 1 de su web personal: “Y seguiré creyendo en la democracia a pesar del congreso y de los diputados [...] y por supuesto, seguiré protestando por Guantánamo [...], y volveré al verano, y volveré con mis perros, y enseñaré los dientes [...] y volveré a estar en mi soledad, y entonces diré que la vida es corta pero ancha...”. Además del diálogo entre lo público (posicionamiento político) y lo íntimo (sus perros, su casa, etc.), presentes tanto en el discurso verbal como en las imágenes de este video, hay que reparar también en la interacción entre su yo autoral y su yo ficcional: la autora reflexiona sobre su vida parafraseando las palabras de sus personajes, que constituyen también los títulos —citados anteriormente— de algunas de sus novelas.

Por su parte, en el citado blog, la misma autora ya había ido proponiendo esa misma interacción en varios de sus artículos que, formalmente, se presentan (pareciera que ya no es lícito decir “paradójicamente” en este nuevo entorno) como páginas de un diario personal:

Hay gente que necesita contar lo que come, lo que lee, lo que ve en la tele, cómo practica sexo, lo solos que se sienten... Y usan una cosa nueva llamada blog. Una especie de diario en moderno.

Ahora la moda ataca como un virus virulento a los políticos: para mentir, para herir la ideología del ciudadano, para contarnos cuánto han hecho y cuánto harán por nosotros. Para mentirnos, para ponerse a la altura de Hilaria Clinton pero en cutre.

Recorren los barrios periféricos y el centro la tropa de estos monstruos mentirosos: candidatos, asesores, jefes de gabinete... Se sacan fotos con niños, viejos y minusválidos como quien se saca instantáneas con un flan bien rematado con una guinda. Cada foto, piensan, vale un voto (Pérez Alonso, 2007).

No es precisamente —como se podría considerar en una primera lectura— la progresiva dilución de ese yo privado en el yo público una de las principales características de este fenómeno, sino la confluencia de ambos en el ámbito cibernético, que problematiza las nociones mismas de yo autoral y yo ficcional.

 

La nueva subjetividad de la era cibernética

Es evidente que en la actualidad se asiste a una especie de megalomanía de la subjetividad que alcanza niveles de paroxismo. Los usuarios —término altamente ambiguo, que refiere tanto a quienes emplean el espacio cibernético, como a quienes lo diseñan y explotan1 — de la red son impelidos a proyectar su yo íntimo en ese espacio público, en un proceso signado por el afán de diferenciación de los “otros” y el enaltecimiento de lo pequeño, ordinario y cotidiano, como producción de copias vertiginosas y descartables (Sibilia).

De esta forma, multitud de blogs personales, sitios para compartir videos o redes de relaciones sociales se convierten en ventanas permanentemente abiertas a innumerables usuarios al mismo tiempo. Esto desencadenó, lógicamente, una transformación radical del concepto de comunicación. De sistemas de difusión selectiva (narrowcasting), como el correo postal, el teléfono o el telégrafo, se ha pasado a señales de uso público y generalizado (broadcasting), tales como la radio y la televisión, pero la irrupción de la informática y su consecuente espacio cibernético ha generado formas y modos de comunicación nunca vistos y que resultan conflictivamente clasificables.

En este entorno, la naturaleza y la configuración de la subjetividad también deben considerarse y redefinirse atendiendo a nuevos parámetros. Al abordar cuestiones referentes a la identidad del yo, desde la sociología y la etnología se partía de la idea de que en esta cuestión se convocan necesariamente fenómenos de inclusión y exclusión: el yo se constituye en miembro de un grupo a través de un lazo de pertenencia que surge por comunión de intereses o condiciones, a la vez que se diferencia en lo que tiene de original y particular (Morin). Es decir que su identidad depende de sus relaciones con los otros componentes de la estructura social en la que se integra (Piqueras), lo que Cuché entendía por constante negociación entre una auto-identidad y una exo-identidad. El yo se inscribe así en una paradójica condición entre lo individual y lo universal que deriva de la naturaleza de la identidad como expresión de la cultura (Gorosito Kramer).

Pero ¿cómo deben pensarse todas estas categorías en el ámbito de la cibercultura, en la que esa interacción entre el yo y el otro es primordialmente lábil? Frente a un sujeto de personalidad introspectiva, se erige una nueva modalidad en la que se insta a ese mismo sujeto a “mostrarse” ante la mirada invisible de multitud de individuos inimaginablemente heterogéneos en sus orígenes y culturas. Una evidente incitación a la visibilidad (existe sólo lo que se ve) en una sociedad que se exhibe como altamente mediatizada, que catapulta a ese yo íntimo hacia una nueva forma de auto-creación orientada hacia la mirada ajena, es decir, hacia una original recreación del proceso de enajenación. Todo el aparato de estrategias cibernéticas se convierte así en una suerte de gran laboratorio donde se “fabrican” subjetividades conflictivas debido a su carácter virtual, efímero y cambiante. En la actualidad, todos los operativos y recursos solidarios con la noción de apariencia —tan controvertida y desestimada como figura engañosa del yo en épocas pasadas— se perfilan para configurar el universo identitario del nuevo sujeto: “...parece tratarse de un gran movimiento de mutación subjetiva, que empuja paulatinamente los ejes del yo hacia otras zonas: desde el interior hacia el exterior, del alma hacia la piel, del cuarto propio a las pantallas de vidrio” (Sibilia, 105).

Como es sabido, los modos de ser y estar del yo en el mundo han ido cambiando a lo largo de la historia. Así, por ejemplo, pueden oponerse dos de las formas fundamentales de concepción de la subjetividad en Occidente: frente a la cultura griega que privilegiaba la acción y la interacción del individuo en el mundo, se erige la cultura cristiana que se concentra en la esencia del yo (Foucault). En esta segunda concepción es donde se cifran los antecedentes que resultan pertinentes para esta nueva configuración de la subjetividad. Desde la autoexploración del yo como vía para llegar a Dios (San Agustín) y transitando los avatares del sujeto moderno, que aprehendía las cosas y la verdad del mundo a través del poder inalienable de la Razón, el sujeto posmoderno va progresivamente elaborando su identidad a partir de la exterioridad y visibilidad de su cuerpo, arrojado a una existencia cambiante que le permite, si no alcanza los límites de satisfacción a los que aspira, transformarse en “otro” constantemente. Es decir que, desplazándose el eje de definición de la subjetividad desde el espacio interior del alma o de la psiquis hacia el espacio exterior del cuerpo, el yo se convierte en “imagen”, con una consecuencia notoriamente desestabilizadora: ¿cómo se operan los parámetros de verdad y autenticidad en esta nueva existencia virtual?

 

Susana Pérez Alonso
Susana Pérez Alonso.

Yo autoral y yo ficcional conviviendo en la vidriera

Es lícito plantear la existencia de una suerte de actualización —con todo lo que tiene de reformulación— de ciertas formas anacrónicas del discurso autobiográfico en la actual era cibernética: diarios íntimos devenidos en blogs, epistolarios en e-mails, álbumes fotográficos familiares en fotoblogs, por citar algunos ejemplos ciertamente paradigmáticos.

En esta articulación entre las formas tradicionales y sus nuevas reformulaciones en la era posmoderna, asistimos a otra modalidad de planteamiento de la mencionada transformación de la subjetividad. En el mundo de ese sujeto que había arribado a finales del siglo XIX y principios del XX como un ser introspectivo, que privilegiaba la escritura y lectura en soledad, autor de epistolarios, diarios íntimos, etc., es decir, de formas “privadas”, en lo que respecta a su gramática de producción y consumo, irrumpe otro sujeto que apela a formas “públicas” de autoconstrucción que cuestionan la noción de intimidad y proponen nuevas instancias alter-dirigidas. Consecuencia inevitable es la transformación no sólo de esas formas autobiográficas, sino del ser y estar del sujeto en el mundo.

En otro aspecto a considerar en este análisis, también se perciben cambios graduales en los objetivos perseguidos en las formas confesionales. Si la literatura surgida a partir del Renacimiento y de la Ilustración confiaba en un sujeto monopolizador de la verdad, capaz de captar la realidad exterior sin verse eclipsado por la densidad de su interioridad, la transparencia de las modalidades de dicho discurso aparecidas en el seno de la Modernidad se verá oscurecida por una conciencia contradictoria y descentrada que no se percibe como capaz de completar la tarea propuesta por aquélla. Así se transita del afán de sinceridad (decir lo que se es) de la primera al de autenticidad (ser fiel a los propios sentimientos sin necesidad de declararlos) de la segunda. De todas formas, el yo no deja de ser el punto central en ambas (Gumbrecht). Este tránsito de una subjetividad a otra se patentiza en los relatos autobiográficos. Los aparecidos hasta el siglo XVIII —memorias, biografías, etc.— no poseían aún el carácter específico de un relato íntimo. Un narrador testigo en primera persona se responsabilizaba de los hechos enunciados, que giraban mayoritariamente en torno a temas de interés histórico, pero sin presencia dominante de la interioridad de su subjetividad (Chartier, 1991). Ya en el siglo XIX, esta última se declina por la exaltación de su propia particularidad y originalidad, denunciando un declive del hombre público, como lo sostiene Sennett. Frente a un yo ideal y universal se erige un “individuo dado, no intercambiable” (Simmel, 155), un sujeto único, concreto, que arrojará progresivamente luz sobre el carácter ambiguo de la realidad que lo rodea. El panorama vuelve a cambiar bien entrado el siglo XX y, sobre todo, a finales del mismo y principios del presente milenio. La verdad del sujeto —si puede decirse que es asequible— se dibuja en las señales emanadas desde la exterioridad y visibilidad de su cuerpo. Esta imagen, susceptible de ser cambiada constantemente de acuerdo con las demandas de los medios en los que se inscribe, libera asimismo al sujeto de la condena de ser irremediablemente él mismo y otorga el codiciado premio de ser visto.

En esta nueva modalidad de formas autobiográficas en su sentido más amplio (blogs, e-mails, fotoblogs, chats, etc.), actualizaciones de otras formas caídas en desuso (diarios íntimos, epistolarios, álbumes de fotos familiares, conversaciones in praesentia, etc.), como se ha comentado anteriormente, se produce una notoria crisis de la noción de yo autoral y su relación con el yo ficcional. ¿Puede sostenerse que en el ámbito cibernético —y a partir de su inclusión en estas formas nuevas— conviven ambos? Cuando el primero se inserta en ese espacio de encuentro, ¿sigue conservando sus peculiaridades o sus experiencias vitales se convierten en ficción? Susana Pérez Alonso escenifica este conflicto en su propia vida-obra: Melania Jacoby, así como su antecesora ficcional, Corina Jacoby, protagonista de otra de sus novelas: Nunca miras mis manos, que encuentra el amor en un chat, son personajes que indudablemente recogen y compendian multitud de detalles que la autora declara abiertamente en la web, el blog y los medios en los que publica artículos o entrevistas, como de su propia vida privada: apellidos y parentescos, lugares, características físicas, intereses, etc. En una entrevista digital del periódico El Mundo, Pérez Alonso contesta a esta cuestión de la siguiente manera:

—Hola, Susana, aunque suene a tópico, ¿qué hay de ti en la novela? Suerte.

—Muchas cosas, supongo que yo reaccionaría ante esas situaciones como Corina :))

(Pérez Alonso, 2003).

Desde luego que esta afirmación está lejos de sostener que vida privada y ficción confluyen en el mismo concepto. Consignar datos propios en un texto ficcional no implica de ninguna manera su deslegitimación como discurso literario. Lo interesante de esta cuestión es que, al introducirse la autora en la web a través de reelaboradas prácticas y relatos autobiográficos, poniendo permanentemente en situación de diálogo su vida privada con los personajes de sus novelas (personajes incuestionablemente ficcionales: sus novelas no se proponen como autobiografías), a los que declara como una suerte de “alter ego”, instala un resquicio de duda acerca de la naturaleza de aquéllos, opaca el concepto mismo de ficción y desdibuja los límites entre ésta y aquellas nuevas y reelaboradas formas autobiográficas, portadoras de la voz ¿autoral?: la misma Corina Jacoby tiene una dirección de correo electrónico en la página de la autora que es contestada por ella como encarnación de su personaje. Así, una suerte de epistolario entre Pérez Alonso y sus lectores reafirma la problematicidad del concepto mismo de ficción. Esto reelabora también, de alguna manera, ese “pacto de lectura” entre autor y lector que proponía Lejeune, en el que autor, narrador y personaje principal se identifican. ¿Quiénes son, para los lectores, Corina y su heredera ficcional, Melania, si no la misma Susana Pérez Alonso?, como lo sugiere la pregunta de uno de sus lectores:

—¿Los personajes de la novela están basados en experiencias autobiográficas o son meramente literarios?

—A CLARÍN LE HARÍA ESTA PREGUNTA? A FLAUBERT LE PREGUNTARÍA SI ES LA BOVARY? BESOS :)

(Pérez Alonso, 2003).

Aunque la autora se rebele ante esta posibilidad, prácticamente la considere ofensiva —atiéndase a los signos propios del código cibernético: mayúsculas en Internet son equivalentes a gritos, aunque luego pretenda mitigarlos con una sonrisa—, ella misma instala la duda a partir de la manifestación constante de similitudes e identificaciones entre sus personajes y su vida privada a través de sus relatos autobiográficos y otras formas que emergen en su web: en un comentario reciente sobre una huelga en su país en Facebook, sostiene: “Mi foto será durante 24 horas Melania Jacoby junto a un sindicalista honesto, Manuel Llaneza, socialista, defensor de los trabajadores y que murió en la miseria!”. Melania, miembro de la alta burguesía asturiana —como Pérez Alonso—, se solidariza con los reclamos del sindicalista minero Manuel Llaneza en la novela, así como la autora lo hace con los trabajadores mineros asturianos en otro de sus comentarios de la misma página web: “¡Mañana hagámosles frente! ¡Y todos con los mineros, con esos sí!”. En síntesis: Susana Pérez Alonso, en chateos con sus lectores, aparece en la web con la foto de Melania Jacoby, sosteniendo el mismo discurso de su personaje frente a una situación vivida en la actualidad política de su país. Como si esto no fuera suficiente, cuelga una fotonovela homónima, en la que aparece ella misma encarnando el personaje protagonista y escenificándola en Llanes (el personaje también vive en esta ciudad), frente a los mismos acantilados y praderías que se presentan como espacio novelesco y usando su propia casa para los interiores, la cual ya era conocida por sus “espectadores”, pues aparece en otros videos familiares colgados junto a estas imágenes. Esta situación ilustra, sin lugar a dudas, el fenómeno estudiado por Paula Sibilia: “Los usos confesionales de Internet parecen encajarse en esta definición: serían manifestaciones renovadas de los viejos géneros autobiográficos. El yo que habla y se muestra incansablemente en la Web suele ser triple: es al mismo tiempo autor, narrador y personaje” (37).

 

El espacio cibernético como mercadotecnia de la subjetividad

Esta mostración y espectacularización del yo en la era cibernética podría considerarse, en una primera lectura, como una reelaboración del espectáculo de la vida moderna decimonónica. Las ciudades de esta última, que comenzaban a invitar a la euforia del progreso, del consumo y de la felicidad visible, se convertirían en ese espacio público de exhibición, encuentro y búsqueda del amor de la red virtual, como lo sugiere este diálogo entre Susana Pérez Alonso y un lector:

—¿Qué es para Corina Internet? ¿Crees que se puede enamorar uno de una persona por Internet? ¿Crees que son verdaderos los sentimientos que Corina y Fohn se manifiestan?

—Internet es una esquina en la que ves pasar mucha gente. Sí que puedes enamorarte, como en un bar. Es lo mismo. Sí, claro que son verdaderos, otra cosa es que sean estables.

(Pérez Alonso, 2003).

Repárese en dos de los conceptos propuestos por la escritora: la equiparación del mundo exterior a la red —lo real, término conflictivo pero convencionalmente aceptado— e Internet (“Es lo mismo”) y la afirmación de que estas nuevas formas de inscripción del yo, en este caso el chat, no plantean vínculos con la ficción (“claro que son verdaderos”), aunque curiosamente, reconoce la necesidad de salir de la red cibernética para evitar lo efímero de lo real y verdadero en el espacio cibernético.

Volviendo a las posibles similitudes entre la exhibición del yo en la era moderna y la actual, habría que puntualizar ciertas diferencias. Si bien la ciudad moderna y la red cibernética se perfilan como “verdaderos” espacios de mostración y encuentro, la segunda no sólo no se vertebra, como la primera, en base a una delineada frontera entre lo público y lo privado, sino que también se percibe como inestable. Asimismo, ese sujeto cotidiano, ordinario, que se convierte en protagonista de la historia de esta era actual, con su celebración de la trivialidad, parece tener poco en común con los dandys decimonónicos que luchaban por la sublimación. Susana Pérez Alonso pretende en este punto abrir una brecha: dibuja un personaje de contornos difusos y cambiantes, que oscila entre la vida privada y la pública borrando sus márgenes y que, a través de la ficción literaria, intenta alejarse de la trivialidad e intrascendencia que lo rodean.

Así, frente a la deslegitimación de los grandes relatos modernos, al declive de sus personalidades hegemónicas, que propician la circulación y consumo de estas nuevas modalidades de exaltación de lo ordinario e insustancial, Pérez Alonso construye un fenómeno de características que lindan con una estrategia de mercadotecnia: Corina o Melania Jacoby, Susana o la Barbie Justiciera.

—Si un chat es el paradigma de la estupidez y de la pedantería, ¿qué le inclinó a levantar esta hermosa obra en referencia a ese muladar?

—Porque siempre hay un espacio para la lírica aun entre la cutrez.

(Pérez Alonso, 2003).

La permanente presencia de la autora desde su imagen personal o desde la de su personaje Melania Jacoby en este último año se ha convertido en un espacio de consumo vertiginoso y mutante: desde consultorio sentimental o político, avalado por la autoridad moral de sus personajes, propuestos como defensores de minorías marginales (mineros, mujeres, etc.) o del amor desgarrado y pasional, pero a la vez ético:

—¿Por amor cualquier cosa?

—Casi cualquier cosa, sí...

—Dicen que, en la relación de pareja, el respeto es más importante que la pasión. ¿Estás de acuerdo?

—Para mí han de ir parejos.

(Pérez Alonso, 2003).

Hasta espacio de promoción de sus libros: “¿Cómo definirías el orgasmo? CÓMPRESE USTED MANDARINA, SALE EN MARZO :)” (Pérez Alonso, 2003), la escritora ha elaborado una estrategia de mercadotecnia: “Eso de tener que ir a una feria, o a una televisión, no me gusta. Y, claro, yo soy una persona como muy ‘hormiga’. Soy una vaga extraña. Yo me lo curro todo: hago la promoción, hago gorras, hago todo” (González).

Pero, aunque uno de los propósitos evidentes sea promocionar sus libros, la envergadura de la estructura configurada en sus espacios cibernéticos trasciende el mero afán mercantilista y denuncia la irrupción de un yo que reelabora la noción de subjetividad ligada a las de sinceridad y autenticidad que regían los discursos autobiográficos precedentes a esta era. Hace surgir de sus novelas, su web, su blog y otras páginas en las que participa, una imagen poliédrica que parece confluir en el propósito de revertir en su figura de Barbie Justiciera una realidad que propone como todavía no superada: “Hay mujeres a las que les da vergüenza mostrarse como son” (González). Esta apelación a “mostrarse” y a la verdad del sujeto (“como son”) esconden una concepción implícita de existir en la medida de ser visto. Y en este punto es donde radica la mayor estrategia de mercadotecnia: la autora insta a sus espectadores a “exhibirse” y a “demandar la exhibición” como formas de realización del sujeto. De esta manera, atrapa a los lectores/espectadores en el espacio cibernético, propuesto como “vidriera”, donde el yo, a través de esas formas anacrónicas de autobiografías puede recuperar la sinceridad (enarboladas en el Renacimiento y la Ilustración) que le permitía decir quién es, esquivando la incómoda noción moderna de autenticidad que la problematizaría.

En última instancia, se estaría asistiendo a un intento de superación de la problemática moderna con estos nuevos usos que proponen una forma peculiar de conformación del sujeto en el lenguaje y de la vida como relato, en renovados hábitos y prácticas de escritura y lectura, atravesados por los imperativos de lo real, por una proliferación de discursos e imágenes que retratan la vida “tal como es” —con ciertos resabios del realismo y naturalismo decimonónico—, pero paradójicamente sucumbiendo a los procesos propios de los códigos mediáticos, en los que la espectacularización del yo convierte personalidades y vidas en realidades ficcionalizadas.

 

Nota

  1. Idea presente en el término Web 2.0, acuñado en 2004 por los ejecutivos de las empresas afincadas en la zona sur de la Península de San Francisco, en Estados Unidos, conocida también como Silicon Valley. La mayoría de estos emporios se dedican básicamente a la industrialización y comercialización de conductores químicos y computadoras (ordenadores).

 

Obras citadas

  • Chartier, Roger. “Las prácticas de lo escrito”. Philippe Ariès y Georges Duby. Historia de la vida privada. Madrid: Taurus, 1991.
  • Chartier, Roger y Guglielmo Cavallo [comps.]. Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid: Taurus, 1998.
  • Cuché, Denys. La noción de cultura en las ciencias sociales. Buenos Aires: Claves. 1999.
  • Gorosito Kramer, Ana María. Identidad, cultura y nacionalidad. Buenos Aires: Ciccus, 1997.
  • Foucault, Michel. Historia de la sexualidad. Madrid: Siglo XXI, 1984.
  • González, Lupercio. “Susana Pérez Alonso. Escritora”. Revista Fusión.com, Suplemento Asturias.
  • Gumbrecht, Hans Ulrich. Modernizaçâo dos sentidos. San Pablo: Editora 34, 1998.
  • Morin, Edgar. El método. París: Seuil, 1980.
  • Pérez Alonso, Susana. “Susana Pérez Alonso”. El Mundo Digital. 18 de noviembre de 2003.
    —. “De la vanidad, a la soledad, a la idiotez, a la mentira, pasando por un blog”. Barbie Justiciera (2007): 14 de febrero de 2007.
    —. Vida Feliz 1.
    —. Página de la autora en Facebook.
    —. Melania Jacoby.
  • Piqueras, Benjamín. Sobre la identidad. Barcelona: Alex, 1997.
  • San Agustín. Confesiones. Buenos Aires: San Pablo, 2003.
  • Sennett, Richard. El declive del hombre público. Barcelona: Península, 1978.
  • Sibilia, Paula. La intimidad como espectáculo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2008.