Letras
Papeles de Santiago
Extractos

Comparte este contenido con tus amigos

Esperar el aguacero

“Qué otro país sino la infancia
viene con la lluvia”

Luis Suardíaz

Esperar el aguacero frondoso de mayo,
sentir en el aire que algo extenso va a precipitarse,
preludiar la cargazón que se acerca para desatar en las calles
su profundo horizonte de aguas;
ver derramarse contra el contén de la acera
el río de chocolate espeso que arrastra el mundo,
dejar las camisas y los zapatos bajo techo
y lanzarnos a la contaminación de la pureza
con nuestras tablas salvadoras del tedio cotidiano,
con el agua metida hasta el tuétano,
en el rito de conjurar los virus del progreso.

 

II

El torso al aire, los pies al aire, semidesnudo
cabalgo sobre el aguacero como un pequeño dios
que se sumerge en el agua contaminada de la vía pública
y resurge a la vida con el cuerpo lleno de raíces.

¿Qué tesoros guarda el aguacero de mi calle
que cada vez que me sueña soy un niño
que se va tras el trueno en su tabla de salvación
como los ratones tras el flautista de Hamelín?

                              

La Isabelica

Ay mamá Inés, ay mamá Inés,
todos los negros tomamos café.

Eliseo Grenet

Primer acto (8:00 am)

Los ventanales se abren a la brisa
y una bandada de gorriones
levanta el aroma.

Pasa un niño de raspaduras,
pasa un niño de amapolas.
Entra un frac 1930
sudando el tropical,
ocupa su roble de la esquina
y sube la campana hasta la cúpula
por el andamio de sus sueños.
Se desayuna un padrenuestro
y la mulata que sirve el milagroso
le vierte una sonrisa
en su tacita de café.
Saborea la infusión
y desliza sus pupilas,
peligrosamente en las caderas
que mueven su salud entre las mesas
de la criolla Isabelica
al ritmo de un bolero.

 

Segundo acto (mediodía)

Isabel no vino hoy a tomar el café
a la hora del reloj
y yo barría mi último cigarro.

¿Se fue a París o a Luxemburgo?
¿Se fugó a Estocolmo,
o al Buckingham Palace
con su tacita de oro
para el five o’clock tea?

La mañana se trepa en los tejados
y el escenario del aroma se inflama
en las narices de los mármoles.
Hay cuatro gatos sorbiendo el arco iris
y una musa que frota su deidad
en el ritual del ébano.
Quince centavos
y la gloria baja hasta el fémur
y espanta los grillos del confort.

 

Tercer acto (5:00 pm)

Un orate llega,
lanza mi carpeta hacia la calle
y pide a gritos su café.
Paga con una moneda de a centavo,
y sigue su discurso
en la glorieta de la esquina.

Lo veo alejarse
y trato de adivinar su calendario,
cuál es su siglo,
su nocturno infinito.
El cigarro me quema la falange
y me incinera el éxtasis.
Mis amigos sonríen el letargo
otro café para encender la luna
en este pasto de mieles y algoritmos.

 

II

Miro cómo flota en el café
el abanico de Madame de Lenormand
y la silueta de Heredia.

Un anciano saca su bola de cristal,
me pide tres dígitos
para hallar la fórmula del crepúsculo.
Luego blasfema sobre mi ignorancia
y desaparece en su locomotora de sueños.
Mis amigos se marchan por la borda
y yo levanto mis huesos, ebrios de azúcar
para volver a mi país de dulce entraña.

                                              

Adolescencia, por Dios, don’t let me down

En un lugar de mi nostalgia están Los Beatles,
y son tardes enteras madrugando
para llegar puntual a los conciertos de un RCA Victor
amplificado en los pulmones de la cuadra.

Ninguno de los cuatro mosqueteros pasábamos los 17
y Liverpool nos parecía una galaxia.
Tom is a boy
                  and
                              Mary is a girl
eran las sílabas rudimentarias
para descifrar los códices
de aquel idioma legendario,
de aquel invento de Shakespeare,
según decía Juan,
                 el D’Artagnan del grupo.

Mas todo lo contrario era el hechizo
cuando alguien se colaba en nuestra nave
y sorprendía
a cuatro chicos del Reparto Sueño
acompañando a coro a los del disco
con la mejor fonética de Oxford.

Así cantábamos Something
(con solo de guitarra en la garganta)
Come together
                 —la pieza misteriosa—
Penny Lane,
                 Across the universe
                                                      y Because
que se antojaba a nuestros vírgenes oídos
como el más impecable coro de ángeles.

El Abbey Road y el Let it be
eran las matemáticas del día.
Cuando el Big Ben del patio de la escuela
sonaba el five o’clock
zarpábamos hacia los confines
de calle C 96
y en aquel Submarino amarillo
abríamos la escotilla de los sueños.

Entonces éramos Los Beatles del Caribe
y los vecinos rezaban para vernos
en el mismísimo infierno,
bien lejos de Lucy in the sky with diamonds
porque según ellos aquello era un escándalo.

Todo fue un Largo y tortuoso camino
hasta que un día
Juan trajo a la china a los ensayos.
La nave comenzó a hacer agua
y naufragaron los conciertos.

Estábamos por terminar la secundaria
y los proyectos de la cofradía
cambiaron de rumbo estrepitosamente.
Todos para uno
                 y uno para todos
ya no fue la bandera en alta mar.
Jorge se cortó el pelo,
Pablo hizo campanas sus pistolas
y Juan se fue de luna con la china.

Pero quedaba el último concierto
cuando la escuela cerrara sus pupitres.
La tarde fue temprano con sus bafles
a conectar guitarras en el techo.

El presidente de la cuadra
                                          al borde del psiquiatra
estranguló el teléfono
                                          One after 909
y aparecieron uniformes en el coro.

Muy dulcemente
como hechizados por la adolescencia
Que al ritmo de Get back batía sus alas
pidieron a los ángeles silencio
y dieron su sermón en Re bemol
ya presos en la magia de Hey Jude
que abría entre sus manos el aplauso.

Aquel concierto hizo memoria,
pues los uniformados,
quedáronse clavados en la danza
o en la cintura de las chicas feeling
que coreaban Happiness is a warm gun.

El presidente de la cuadra
                                          ya loco de remate
buscó a Michelle
y se perdió en su dromedario,
arrastrando su casa a otra manzana
porque la de Los Beatles
se le estaba pudriendo en la cabeza.

En un lugar de mi primer amor
un disco de Los Beatles se desnuda
y redobla invicto en mis oídos
el esplendor de la nostalgia.

Adolescencia, por Dios,
Don’t let me down.

 

Flamboyán de la tarde

Cuando el flamboyán madure
mi pared de ladrillos
habrá echado raíces.
Las flores de terracota,
en su horizontalidad
serán el anhelado equilibrio
donde se pose mi libélula
a recitar sus soliloquios
y convertir sus horas en hazaña
como Penélope hilando la fidelidad.

Cuando el flamboyán madure
mis horas de Martí darán su fruto,
sabré mejor el credo de las hojas
y volverá mi infancia con sus soles
y sus atardeceres de Velásquez.
Cuando me llame su sombra fértil
a devolverme mi país, o al menos
a darme un templo donde desnudarme
sabré entonces mi Dios, sabré mi verso.

 

Poema en cuatro movimientos

La mañana

Tiene sinsontes y gallos clandestinos;
y aromas de lejanas fragancias,
oscuras remembranzas de paisajes exóticos
que alguna vez fueron ensueño,
o  tal vez la guerra.

Despertarse al murmullo de ese nítido aroma
y saber que la luz fúlgidamente anida
en todo lo que es vivo, en todo lo que es muerto,
en la sombra y el gesto del clavel y del lirio.

Yo quiero una mañana despaciosa y lunática
que tenga menos gases y más ramas.

 

El mediodía

Los rayos se hunden perpendicularmente
sobre las tejas de la ciudad
y extienden sus tentáculos de fuego
—con toda irreverencia—
entre las piernas de los transeúntes.

El aire se mece lento,
aparatoso,
como un anciano de vidrio.
Las calles sudan y se quejan
del látigo indecente de las ruedas
que van y vienen sin piedad
por todo su esqueleto,
dejando en el rostro de los de a pie
el zarpazo de la combustión.

La ciudad se asoma a los balcones
con el torso desnudo.
Una guitarra endulza el mediodía
con su trova fascinante
que me la quiero aprender
.

Las torres de la catedral
bostezan campanadas
para llamar a siesta
y mi madre se duerme religiosamente.
Después hará el café
de treinta para las cinco.

 

La tarde

La tarde desciende lentamente
hasta la Plaza de Marte
y en los bancos de la glorieta
se desnuda sin pudor.
Le gusta detenerse en las guayaberas
desvencijadas que saborean
sus hojas de Vuelta Abajo
y a ratos se empinan el fuego.

La tarde es dócil debajo de los árboles
donde los tomeguines se besan.
Las sombras tienen un gusto salobre
que invita a cambiar la historia.
El cielo se vuelve anaranjado
y los elixires
descorchan sus fantasmas.
El sopor es una melaza
en el viento rojo del crepúsculo.

Así se va la tarde
Santo Tomás abajo
camino al mar,
alcohólica,
mulateándose,
hasta la negritud.

    Así se va la tarde
Santo Tomás abajo
camino al mar,
alcohólica,
mulateándose,
hasta la negritud.

 

La noche

Es clandestina.
Tiene los ojos pardos
y el cuero terso.

Es caliente en sus contornos, resbaladiza,
un poco desobediente a los silencios
y al orden público.

Le gusta la parranda, el bailoteo,
el guateque, el barullo, la serenata,
y hasta el brete envuelto en papel de cartucho.

Es hembra la noche de Santiago
y le gusta asomarse a las guitarras
y a los timbales para el jolgorio.

Es hembra y tiene sed de varones
rebeldes que se fuguen de las sombras
y la violen soberanamente.