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Vanidad de la belleza

Engañosa es la gracia y vana la hermosura:
La mujer que teme a Jehová, esa será alabada.

Prov. 31:30

¿De qué te precias, belleza vana,
mujer estéril y vanidosa?,
¿de qué te sirve, divina rosa,
tener las manos de porcelana?;
ojos divinos, faz de alabastro,
piel cincelada por la alba luna...
donde no existe mácula alguna,
¡donde se oculta fúlgido un astro!

Vas por el mundo avasalladora,
la vanidad es tu áurea bandera,
tu eterno anhelo: ¡ser la primera!,
¡luminiscente como la aurora!

Del mundo has elegido vivir entre delicias
pensando que el invierno no habrá de herir tu pecho;
con gula a tus amantes te ofrendas en el lecho
y das a todos ellos pletóricas caricias.

Esa virgen boca, de selecta fresa,
que a los hombres ata, y en su red apresa,
perderá el perfume de su actual encanto;
no saldrá ante el tiempo para siempre ilesa,
ni ha de verse libre por el desencanto.

No confíes en los lenguajes lisonjeros,
de los hombres sus palabras embusteras,
que jamás serán veraces o sinceras:
¡no permutes tus caricias por dinero!

No confíes en tu hermosura,
de tu rostro la blancura,
en tus dientes el marfil;
mira, pues, que tu sonrisa,
son las heces que desliza
albañal impuro y vil.

No concibas, ¡hay!, que tal vez eres el todo,
hasta la azucena más diáfana y blanca
el hombre insensato del suelo la arranca,
¡hasta las gaviotas conocen el lodo!

Libra tu alma del placer, que es tan profano,
no confíes en el engaño de sus galas,
porque loco hace extraviar tu corazón.
Porque he visto a mariposas, que sin alas,
son, sin ellas, con justísima razón,
sólo viles y patéticos gusanos.

¿Dime, tú, si eres prudente, si es que en ti hay leve cordura:
acaso no se marchita la flor blanca que da abril?,
¿no se gasta el mármol bello que da forma a la escultura?,
¿acaso la piel hermosa no se vuelve un día senil?

¿Qué será de tu existencia envejecida,
cuando sepas de orfandad y desamparo?,
cuando se haya consumido al fin tu vida
y no encuentres en el mundo nunca amparo.

Cuando la fortuna se te niegue
y la gloria dulce de tu frente,
que admirara tanto en ti la gente,
a cubrir tu cuerpo nunca llegue.

Cuando en ti ya no se encuentre la salud,
ni las fuerzas de tu antigua juventud,
cuando más ya no despiertes la lujuria
de los hombres y su pérfida maldad.
Cuando llegue a ti ese tiempo traicionero,
hallarás sólo en sus ojos odio y furia,
o tal vez, algún rescoldo de piedad.

Hoy tu vida es como un místico capullo,
una rosa que no ha sido maltratada.
Lleno está todo tu ser de vano orgullo,
mas tus penas llevarán de ti un murmullo,
cuando vieja, tu memoria sea olvidada.

 

¿Qué es el amor?

¿Qué es el amor?, apasionada me preguntas,
mientras tu rostro enternecido al mío lo juntas.
Caminas lenta, y yo, a mi vez, también camino;
mientras se esparce en la quietud de la campiña,
el dulce canto de un gorrión, que con su trino,
te da respuestas melodiosas, ¡dulce niña!

El amor, yo te respondo,
es sutil, profundo y grato,
¡pero mira que en el fondo
peca a veces de insensato!

El amor es en nosotros una entrega,
que al amante corazón perturba y ciega.
Una entrega, y a la vez, una renuncia,
¡una antorcha que ilumina con su luz!,
un lenguaje magistral que nos anuncia
los hermosos sentimientos de Jesús.

El amor nos precipita hacia otra esfera,
nos impulsa con vehemencia siempre a amar;
es la llama inextinguible de una hoguera,
¡cuyo incendio, no se puede nunca ahogar!

¡El amor es envolvente, como un lazo,
que nos ata al ser amado en un abrazo!
Es antídoto, y sin duda, es un veneno,
es benéfico alimento de las almas,
más potente que el estruendo de mil armas;
es, a veces, pernicioso y también bueno.

El amor es una soga,
sustancial y dulce droga
que nos une a lo divino
en angélica pasión.
Es el cáliz lo que al vino,
¡lo que al santo la oración!

El amor es insensato, ¡ya lo he dicho!,
¡está dado al corazón y a su capricho!,
con sus dardos de pasión nos enloquece
y en nosotros como flor mística crece.

Existe en el amor un canto,
del albo ruiseñor su trino,
semeja la piedad de un santo
y el alma del Creador Divino.

El amor no tiene límite o fronteras,
no distingue entre verdades y quimeras,
¡aniquila con sus sueños las razones
y alimenta de ilusión los corazones!

El amor nos da tan cálido su abrigo
y al momento presuroso nos despoja,
como el viento a la azucena la deshoja
y se lleva su perfume fiel consigo.

Es tan grande este profundo sentimiento
que une a dos en un hermoso pensamiento.

El amor es como un vaho,
a un perfume se asemeja,
¡lo que el orden es al caos!,
¡lo que el polen a la abeja!

 

Canto de dolor a María Luisa

Tu amarga muerte, Luisa hermosa,
se encuentra impresa en mi memoria.
¿Te habré de hallar quizá en la gloria,
transfigurada en bella rosa?

La nítida noche, en la cual tú partiste,
los astros lucían un brillo acentuado,
¡abrázame fuerte, con pena dijiste,
recuerda conmigo los años pasados!

Recordé la vez que fuimos a un jardín:
Tú me diste un excelente par de rosas,
yo te puse entre las manos un jazmín;
¡qué benditas esas tardes venturosas
que vivimos, sin hallar jamás un fin!

Tomé yo tus manos con ansia infinita,
la pena profunda mi ser apresaba
y al ver que tu vida como ave escapaba,
¡besé entristecido tus blancas manitas!

Miré con desconcierto lo hermoso de los cielos:
...¡La luna se elevaba preciosa, clara y llena!,
¡qué noche tan callada, qué noche tan serena!
Mi rostro entristecido besólo el aire tibio,
Mas todo en tu semblante, en tu rostro infante y níveo,
doliente y consumido, lo hallé más frío que el hielo.

¡Cómo cintilaba en la expansión un gran lucero!,
¡cómo se esparcían del rosal bellos olores!,
entre la tragedia y el pavor de tus dolores,
con tu voz sedienta musitabas: ¡yo te quiero!

Y ahora, exhausta, respirando en forma cruenta,
la desdicha se agitaba en ti violenta.
—Cuando muera —(me dijiste en el oído)—,
no te angusties, ni te llenes de zozobra;
“porque es ley darle a los muertos paz y olvido”,
ser felices en la vida que nos sobra.

No conviertas tu existencia en cruel prisión,
ni te vuelvas del pesar triste cautivo;
porque mientras en el mundo sigas vivo
busca asirte con urgencia a una ilusión.

Porque sé que es dilatado en ti el dolor
y el futuro en adelante será incierto,
pero sé también que crece en el desierto
de la vida, la esperanza, como flor.

¡Cada vez está el sepulcro más cercano!,
aunque en él tú no sepultas mi cariño:
¡Me verás en la sonrisa de algún niño,
o en el gesto bondadoso de un anciano!

No veré más el vaivén de las campanas
que resuenan dulcemente al mediodía,
ni tendré jamás tus manos en las mías,
cuando el pelo, por el tiempo, pinte canas.

Con mi muerte, nuestro amor no se termina.
Mi cariño, en este trance, es soberano
y el Señor es esa luz que me ilumina,
pues la fe que hay en mi ser es tanta, tanta;
nuestro amor será, en el tiempo, como un grano
que se pudre, pero de él surge una planta,
que la luz del sol radiante la germina.

Yo sentí que agonizaba en mí la paz,
pues tus voces se apagaban más y más.
Miré el cosmos... vi sus luces mortecinas,
fulgurando como perlas cristalinas.

Cintilaban en el cielo estrellas mustias,
ocultándose en el pico de los cerros,
y tal vez adivinando mis angustias,
¡a lo lejos se escuchaba aullar a un perro!

Quise darte mil abrazos,
en aquel triste momento,
de tu voz partió un lamento
y moriste entre mis brazos.

Por eso, tu muerte, mi cándida Luisa,
se encuentra constante, por siempre en mi historia;
tu nombre susurra la cálida brisa,
¡tu nombre que siempre estará en mi memoria!

 

La madre y la niña

En una pequeña y modesta casita,
muy lejos del mundo y su turbia maldad,
en franco reposo una niña dormita:
¡Su rostro refleja la dulce bondad!

Sus párpados cierran la noche callada,
que viste de estrellas su faz constelada,
inmersa se encuentra en un mágico sueño,
donde hay muchas flores y un bosque abrileño.

En tanto, la madre, con paso cansino,
sacude los muebles que existen en casa;
observa en la verja que da hacia el camino,
los rostros felices de gentes que pasan.

Con rostro sombrío, con faz contristada,
comienza de nuevo la casa a ordenar,
y al ver el semblante de su hija adorada,
sus lágrimas ruedan y empieza a llorar.

La niña no sabe las duras tristezas
del mundo en que vive su madre sufrida;
un tétrico mundo, de tantas vilezas
y grandes carencias que impone la vida.

Recuerda, entre lágrimas tristes, a un hombre,
las tardes cuando ellos pasearon del brazo;
cobarde negó a la pequeña su nombre,
dejándola sola con ese embarazo.

La niña no sabe que no hay ni dos pesos
que puedan el hambre mañana calmar,
que al paso del tiempo le duelen los huesos,
¡de tanto que lava, de tanto planchar!

Mas todo el cansancio para ella es muy poco,
no importa que le hayan subido la renta,
que velas le alumbren en vez de algún foco
...¡que un lóbrego frío en sus pies blancos sienta!

Los días son austeros y muy peligrosos.
Incluso hay un hombre que, ajeno al dolor,
le ofrece regalos, diversos y hermosos
a cambio de que ella le brinde su amor

Se sienta en la cama, la débil mujer,
contempla una foto del hombre que amara,
el hombre que a diario su cuerpo ultrajara,
¡buscando en las noches tan sólo placer!

Y así es como pasan los días en la vida
de aquella mujer valiente y hermosa,
cuidando resuelta a su niña preciosa,
por quien toda pena con ánimo olvida.

¡Qué importa el dolor que agobia a su ser,
su amor por la niña la torna más fuerte!;
¡qué importa el pesar, o la trágica muerte,
si mira a la infante contenta crecer!

En tanto, la niña, de lindo semblante,
del luto mundano y terreno es ajena;
no sabe de llantos, no sabe de penas,
su vida es un juego veloz e incesante.

Es casi de día, la noche ya cesa,
y el sol, con destellos, comienza a irradiar.
Al cuarto de su ángel, la dama regresa:
La mira encantada, su rostro lo besa
...¡y exhausta el trabajo lo vuelve a iniciar!

 

La prostituta

La miré salir de un antro citadino,
abrigándose del viento con un chal;
en su rostro, que fue ayer terso y divino,
se asomaba una sonrisa artificial.

Se marchó por la avenida hasta su hogar,
extenuada por sus lóbregos excesos;
¡sintió un asco repugnante por los besos,
que de un ebrio, tuvo estoica que aguantar!

Al llegar a su modesta habitación,
se tumbó en una litera con fruición,
y su mente, hacia el pasado, fue con ansia;
¡evocando las memorias de su infancia,
le dolió profundamente el corazón!

Los recuerdos absorbieron su atención,
dejó un poco de sentirse despreciada
por el odio de este mundo cruel, perverso;
¡qué feliz fue niñez, tan adorada,
cuando todo lo que tuvo en su universo
fueron dulces y galletas de bombón!

Revivió su adolescencia, con placer;
los trece años, florecientes de ilusiones;
las hermosas y sublimes sensaciones,
que en su cuerpo, producía la primavera;
¡cuando aquella dulce niña, que antes era,
le dio paso vigoroso a la mujer..!

¡Cuántos sueños construyó regocijada,
descubriendo en sus vivencias el amor!;
¡Recordar que a los diez y ocho fue violada
le produjo un melancólico dolor!

Al venirle los recuerdos del ultraje,
un temblor estremeció su frágil ser,
¡mientras lágrimas mojaban su camastro!;
aquel mes que la violara su padrastro,
juntó ropa necesaria en su equipaje
¡y se fue, para ya nunca más volver!

En la calle, por doquiera que miraba,
halló siempre la exclusión más absoluta;
tuvo entonces que vivir en arrabales,
se hizo amiga de un sin fin de homosexuales,
¡todo el mundo, con desprecio le gritaba:
Allá va la miserable prostituta!

Muchas veces, maltratada por “su oficio”,
alejarse de esa vida procuró,
¡cuánto quiso desechar todos sus vicios,
pero nadie en este mundo la apoyó!

¡Cuántas veces anheló, en su pobre ser,
conducirse por caminos bien distintos!;
¡no ser vista como objeto de placer
que despierta los más sórdidos instintos!

¡La maldad que hay en el hombre la ha marcado,
le ha esculpido con dolor profunda huella!,
puesto que él, con morbo sádico, la ve;
satisface sus instintos cruel en ella,
¡despiadado de mil formas la posee!

...La miré salir de un sucio lupanar,
con un chal se cobijaba la cabeza,
¡en su rostro pude ver la gran tristeza
que a la pobre prostituta hace llorar!

 

Sátira amarga de un matrimonio

¡Allá va, feliz y cándida Lucrecia,
a su boda, con auténtica alegría!;
¡sin saber que le depara una agonía
que está a punto de sellar en una iglesia!

Pronto habrá de despertar del dulce sueño,
en el cual ha puesto toda el alma entera,
¡no imagina el cruel martirio que le espera
con el hombre que ha pedido para dueño!

¡Qué le importa no tener un patrimonio!,
¡que del novio se oigan malos testimonios!
¡Ella va, feliz y alegre, pregonando
su optimismo desbordante por las calles!,
sin pensar que en poco tiempo irá llorando;
“Porque es ley, que consumado el matrimonio,
se sepulten, para siempre, los detalles”.

¡Mas no quiero ser un cínico aguafiestas!,
que sea el tiempo quien le enseñe, con los años,
que una esposa lava ropa, limpia baños,
¡pero nunca ha de asistir a alguna fiesta,
donde alegre se festeje un cumpleaños!

¡Pero miren qué sonriente va Lucrecia!,
¡si parece que al dolor audaz desprecia!,
¡qué le importa la desdicha en el futuro
y el pensar en un mañana tan oscuro!

Su mamá, desde hace tiempo, le ha advertido
que el fulano es mujeriego, y también pobre,
que cuando éste se convierta en su marido,
¡sólo golpes será el sueldo que ella cobre!

Cuando pasen, tal vez, ocho o nueve meses,
ya sabrá que el matrimonio da reveses.
Cuando él venga del trabajo, ¡fastidiado!,
pedirá que la merienda esté ya puesta,
que al placer matrimonial esté dispuesta,
¡si no quiere verlo serio y disgustado!

¡Qué decir de los asuntos en su hogar!,
¡los problemas que vendrán a cada paso!,
¡qué terribles han de ser sus embarazos!,
¡a qué precio su capricho ha de pagar!

¡Pero qué feliz se mira así Lucrecia,
en su rostro una sonrisa se le aprecia!
Ella pronto ha de saber qué es el engaño,
¡Lo más duro ha de venir después de un año!

Mas, ¡qué importa aquel adverso porvenir!
Los anillos están listos para usarse,
¡y los novios, desesperan por casarse!
Pronto habrá de despertar del dulce sueño
detestando a quien hoy quiere con empeño.
¡Pobrecita!, ¡cuánto mal ha de sufrir!