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Ernesto SábatoErnesto Sábato, el restaurador de las grandes palabras

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Ayer nos enteramos, en medio del fragor de una intensa tormenta de granizo, de la muerte del escritor argentino Ernesto Sábato. Se me vino a la memoria una frase que pronunció, con motivo de los premios Ortega y Gasset de Periodismo, en mayo de 2002, que reproduzco: “Debemos restaurar el sentido de las grandes palabras deterioradas por aquellos que intentan imponer un discurso único e irrevocable”. Esto decía quien, a lo largo de su vida, compaginaba la creación con la colaboración en importantes medios gráficos de su país y del resto del mundo. Ernesto Sábato vino al mundo un once de junio del año de 1911 en la ciudad de Rojas (Buenos Aires). Hijo de Francisco Sábato y Juana María Ferrari. El décimo de los once hijos, que nació poco tiempo después del fallecimiento del hermano que le precedía. De hecho, su nombre hubiera correspondido al hermano (Ernestito), que le precedió y murió a temprana edad. Sábato se ha mostrado, o nos lo han mostrado como una persona triste. En Antes del fin (1998), memorias del escritor, vendría a decir que aquel suceso luctuoso marcaría su dificultosa vida. Este hecho se uniría al temor que sentiría hacia su padre: “La tierra de mi infancia se hallaba invadida por el terror que sentía hacia él”. En 1924 conocería en el Colegio Nacional de la Plata, donde realizaría estudios secundarios, al gran humanista dominicano Pedro Henríquez Ureña, a quien citaría como inspiración para su carrera literaria (diario La Nación). En 1933 sería elegido secretario general de la Federación Comunista, donde conoció a Matilde Kusminsky Richter (estudiante de diecisiete años), quien abandonó la casa paterna para irse a vivir con él. Al año siguiente fue enviado a las Escuelas Leninistas de Moscú, advirtiendo el partido sus dudas sobre la dictadura de Stalin. Viajó a Bruselas al “Congreso contra el Fascismo y la Guerra”. Abandonaría al congreso y huiría a París. “Era un lugar en donde uno se curaba o terminaba en un gulag o en un hospital psiquiátrico”, diría el propio Sábato. Que no sería otro asunto que alejarse del rumbo tomado por la política de Stalin. El año del estallido de la Guerra Civil Española (1936), contraería matrimonio en Buenos Aires con Matilde Kusminsky. En 1938 obtendría el doctorado en Física por la Universidad Nacional de La Plata. Ese mismo año se trasladaría a París para investigar en el Laboratorio Curie, sobre radiaciones atómicas, gracias a la beca obtenida por la intercesión de Bernardo Houssay. Entraría en contacto con el movimiento surrealista. Antes de producirse el estallido de la Segunda Guerra Mundial, abandonaría París en 1939, para irse a Massachusetts, al Instituto Tecnológico. Al año siguiente, regresaría a Argentina para desempeñar la labor de profesor en la Universidad de La Plata. Tres años después dejaría la universidad para dedicarse a la literatura y a la pintura. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial nacería su segundo hijo, Mario Sábato. El primero, Jorge Federico, había nacido en 1938. Aparecerían los novelas El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974), y los ensayos Uno y el universo (1945), Hombres y engranajes (1951), Heterodoxia (1953), El caso Sabato. Torturas y libertad de prensa. Carta abierta al general Aramburu (1956), El otro rostro del peronismo (1956), El escritor y sus fantasmas (1963), Tango, discusión y clave (1963), Romance de la muerte de Juan Lavalle. Cantar de gesta (1966), Significado de Pedro Henríquez Ureña (1967), Aproximación a la literatura de nuestro tiempo: Robbe-Grillet, Borges, Sartre (1968), La cultura de la encrucijada nacional (1973), Diálogos con Jorge Luis Borges (1976), Apologías y rechazos (1979), Los libros y su misión en la liberación e integración de América Latina (1979), Nunca más. Informe de la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas (1985), Entra la letra y la sangre (1988), Antes del fin (1998), La resistencia (2000) y España en los diarios de mi vejez (2004).

Su primer artículo (“La invención de Morel”) aparecería en 1941 en la revista Teseo, de La Plata. Así como una colaboración en la revista Sur, de Victoria Ocampo, gracias a Pedro Henríquez Ureña. En 1955 sería nombrado interventor de la revista Mundo Argentino. En 1958 fue designado director de Relaciones Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores. En 1975 obtuvo el premio de Consagración Nacional de la Argentina. En 1976 el premio a la Mejor Novela Extranjera en París, por Abaddón el exterminador. Entre los años 1983-84, a propuesta del presidente Raúl Alfonsín, presidió la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), que se plasmaría en el ensayo Nunca más, cuya consecuencia sería los juicios a las juntas militares de la dictadura de 1985. En 1984 recibiría el Premio Cervantes. La Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires le nombraría Ciudadano Ilustre. Recibió la Orden de Boyacá, en Colombia. La OEA le otorgó el Premio Gabriela Mistral. En 1986 se le concedería la Gran Cruz de Oficial de la República Federal de Alemania, así como el título “Comandante de la Legión de Honor”, de Francia. En el año 1989 obtuvo el Premio Jerusalén. Ese mismo año fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Murcia. En 1991 por la Universidad de Rosario y la Universidad de San Luis, de Argentina. Y en 1995 por la Universidad de Turín. Detractor del peronismo, aunque en la imagen de Eva Duarte encontraría una justificación: “la auténtica revolucionaria”. Del almuerzo de mayo de 1976 con Jorge Rafael Videla, en compañía de Jorge Luis Borges, Horacio Esteban Ratti y el padre Leonardo Castellani; le acusarían de “formar parte de la hipocresía argentina”. Acabada la dictadura militar, la comisión encargada de investigar las violaciones de los derechos humanos concluyó con el “Informe Sabato”, en el que se recogieron los testimonios de desaparecidos y muertos durante la dictadura militar. Los informes fueron entregados al presidente Raúl Alfonsín. Esa jornada fue respaldada por la concentración de organismos en defensa de los derechos humanos. En una entrevista que publica el diario El País, “Ernesto Sábato se califica de ‘anarcocristiano’ ”, declara:

Aunque fui comunista activista, el anarquismo siempre me ha parecido una vía de conseguir justicia social con libertad plena. Y valoro el cristianismo del Evangelio. Este siglo es atroz y va a terminar atrozmente. Lo único que puede salvarlo es volver al pensamiento poético, a ese anarquismo social, y al arte.

En 2004 recibió el homenaje por parte del III Congreso Internacional de la Lengua Española, con la presencia de Cristina Fernández de Kirchner y de José Saramago. Al año siguiente lo haría la Real Academia Española.

Hemos intentado pergeñar los claroscuros de la vida, obra y milagros de un autor que nos ha dejado, de quien hemos de escribir su nombre con mayúsculas; porque el legado de su mester pertenece al de las grandes palabras, que se apartan del lenguaje único e irrevocable; parafraseando a Camus: “Siempre hay una filosofía para la falta de valor”.