Letras
Mi mujer y yo

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Después de haber tirado al piso mi plato con media porción de tallarines por terminar con salsa de tomate, queso y aceitunas, me encerré en el cuarto asegurándome de golpear con fuerza la puerta detrás de mí para subrayar lo furioso que me sentía. Mi mujer me miró sorprendida y quiso decir algo, abrió la boca pero después de que yo estrellara los tallarines contra la alfombra la volvió a cerrar sin decir nada.

La mancha de tomate sobre la alfombra todavía está ahí, el plato roto y los tallarines mi mujer los limpió esa misma tarde, pero resolvió dejar la mancha para reprocharme la torpeza. A la mancha de tomate le siguió el vidrio roto. Esta vez fue mi mujer que me apuntó con el control remoto un día que se puso furiosa por no sé qué comentario machista que hice por distraído y como yo bajé la cabeza a tiempo se fue a estrellar contra el aparador de la tele. Todo esto mientras veíamos la telenovela de las nueve que terminé de ver yo solo porque ella se encerró en el cuarto golpeando la puerta lo más fuerte que pudo. Mi mujer es menuda y tiene poca fuerza, aun así el golpe de la puerta fue lo suficientemente convincente como para hacerme dormir en el cuarto de invitados y no molestarla hasta el día siguiente.

Nuestro departamento es pequeño, tiene dos cuartos, el nuestro y el otro, como no sabemos qué hacer con él se ha convertido en el-cuarto-de-invitados, cuarto-del-bebé cuando llegue uno. Aunque ahora no estoy tan seguro si habrá alguno, quién sabe. El otro día vino Manuel a visitarnos. Manuel, mi amigo del colegio, miró el aparador con el vidrio roto y la alfombra con la mancha roja. Mi mujer y yo nos miramos. Manuel no dijo nada, se limitó a sonreír y me pidió que abriera la segunda botella de vino de la noche. Con mi suegra nos fue peor, miró la mancha de la alfombra detenidamente, se arrodilló y empezó a querer limpiarla con su servilleta. Mi mujer la miró apenada y le dijo Mamá, por favor. Mi suegra se hizo a la loca y preguntó Y esta mancha, ¿de qué es? Salsa de tomate, respondí. Mi mujer bajó la mirada. Mi suegra miró a mi mujer y murmuró algo que ni yo ni mi mujer alcanzamos a comprender. Antes de marcharse alcancé a oír que le decía a mi mujer que nuestro departamento era una pocilga y que más bien su-papá-mi-suegro no estaba vivo para ver a su hija viviendo en un chiquero. Mi mujer la abrazó y mi suegra volvió a repetir lo del chiquero y lo de la pocilga y se fue sin despedirse de mí.

Mi mujer se sentó a mi lado. Esa noche vimos la telenovela de las nueve sólo hasta la mitad, durante la publicidad comenzamos a besarnos y luego ya se sabe, terminamos los dos jadeando sobre el sillón tapizado a juego con los cojines, regalo de mi suegra cuando nos casamos.

Después del incidente con mi suegra mi mujer y yo tuvimos nuestra mejor época, rara vez acabábamos de ver la telenovela, mi mujer se compró un camisón transparente a juego con el sillón y los cojines de la sala.

Nuestra suerte cambió después de la fiesta de Carnaval que organizamos en casa, con disfraces y todo. Esta vez no fuimos nosotros, sino Manuel que tiene la costumbre fastidiosa de hablar moviendo las manos. Así, en medio de un chiste que estaba contando estrelló una copa de vino tinto mediocre sobre la pared del comedor. Manuel se paró y trató de limpiar la mancha con la punta de su corbata. Nosotros nos reímos y seguimos la fiesta. Al día siguiente mi mujer se cayó escaleras abajo y pasamos la noche en el hospital. Cuando volvimos al departamento la mancha de vino seguía ahí, pero mi mujer seguía adolorida y yo anuncié en voz alta que una mano de pintura no le vendría mal al departamento, así nos desharíamos de la mancha de vino en la pared.

Los días pasaron y nos olvidamos del asunto. Mi suegra ya no venía a visitarnos, mi mujer se encontraba con ella en un café del centro una vez por semana. Mejor así, no había prisa por mandar la alfombra a la limpieza, cambiar el aparador de la tele y pintar la pared. Manuel tampoco venía a casa, ahora salía con una mujer mucho mayor que él y casada. Ahora Manuel tenía una vida complicada y no le alcanzaba el tiempo para mucho, nos encontrábamos en el bar a la vuelta de su casa.

Las cosas entre mi mujer y yo tampoco es que estuvieran muy pacíficas, discutíamos bastante por tonterías y ella generalmente acababa llorando encerrada en el baño. Al principio la seguía y tocaba la puerta para pedirle que saliera, pero poco a poco me cansé y dejé de hacerlo. Me sentaba en la sala y terminaba de ver la telenovela que cada día se ponía más interesante. La viuda de la novela, ahora forradísima de plata, se encontraba con su amante en Miami y entre los dos se montaban unas orgías en una playa con palmeras y todo.

La guerra entre mi mujer y yo se desató por causa de una cortina. Un día volví a casa después de una farra con Manuel y mi mujer me esperaba en su camisón floreado sentada en la sala haciendo juego con el sillón y los cojines tapizados. Al verla me apresuré a abrazarla. Manuel acababa de terminar su historia con la mujer casada y las últimas horas había tenido que soportar la borrachera de mi amigo junto con un par de lágrimas apuradas y varios golpes en la barra del bar.

Mi mujer se paró y me miró con asco. Yo me reí porque no supe qué más hacer y reanudé mis esfuerzos por abrazarla. Ella se esquivó y yo alcancé a sujetarme de las cortinas. Caí junto con las cortinas floreadas, a juego con el sillón, las almohadas y el camisón de mi mujer. Mi mujer me miró y se rió en mi cara. Yo me puse violento y proferí insultos atroces. Mi mujer se encerró en el baño y yo acabé por dormirme envuelto en las cortinas.

Al día siguiente me despertó el portazo que dio mi mujer cuando salía a trabajar. Me dolía tanto la cabeza que ese día decidí hacerme al enfermo y me quedé viendo la tele. Mi mujer no volvió a dormir. Yo me dormí frente a la tele y me tapé con las cortinas. Al día siguiente volvió mi mujer. Me miró como si no hubiese pasado nada y se encerró en el baño. Luego escuché que prendió la ducha y comenzó a cantar una canción que yo no oía desde que nos conocimos, creo que es una canción mexicana que empieza así De colores, de colores se visten las flores en la primavera... y luego sigue con algo más de colores que ya no recuerdo. Yo no dije nada, me duché después de ella y como era sábado salimos juntos a almorzar fuera.