Artículos y reportajes
Miguel Otero SilvaEntre la historia y la utopía
La piedra que era Cristo, de Miguel Otero Silva

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Indagar en la vida de Jesús como hombre histórico destruye la propia imagen de Cristo, porque la esencia de su personalidad es el misterio. La actividad de Jesús, su ser mismo como miembro de una trinidad, no logra explicarse por los acontecimientos históricos. Jesús viene del misterio de Dios y la Biblia y La piedra que era Cristo, de Miguel Otero Silva, nos dicen que retorna a Él después de su peregrinaje entre los hombres. El origen de Jesús está en Dios. Las evidencias no se explican. ¿Cómo aproximarse a una escritura cuya referencia primigenia trata de un misterio? Un investigador no puede basarse en la fe como un acto de libertad porque debe reconocerse en la lógica y los efectos y causas del mundo exterior.

La historia de Jesús, como dice Lanza del Vasto, es una enseñanza. A nosotros nos corresponde dar el significado. Más que un relato, la historia de Jesús es una presencia. Pero la inteligencia humana siempre se asusta ante el misterio, éste se transforma en una energía incomprensible y es de difícil aceptación. El lector se plantea un Jesús mítico para resolver los enigmas interiores y enfrentarse a un estudio crítico de La piedra que era Cristo. Dice el filósofo y teólogo catalán Raimundo Panikkar que “un mito, en cuanto a mito, no es hermeneutizable, no se deja interpretar unívocamente, y en cierta manera no se deja ni siquiera interpretar, puesto que es lo que hace posible la interpretación y es tanto más poderoso cuanto más polisémico, polivalente y menos captable por la razón”. Además, se procura que ambos actos, el del estudio y el del placer por la lectura, simpaticen ante el respeto y admiración por la figura del Maestro, que es una cuestión de la fe y del fervor con la cual la aspiración de una humilde ánima se empeña en avecinarse a lo arcano. Respeto que trasciende, también, del tratamiento que le da el autor. Por otra parte, el narrador enaltece la figura de Jesús como piedra angular; de la misma manera lo expresa el romance X de san Juan de la Cruz.

Entonces, la lectura cae sobre lo oscuro para revelarlo y es un riesgo querer alcanzar la plenitud. En ese intento, el gozo con lo maravilloso descubierto se convierte en un afianzamiento de la fe y una profunda querencia a la inefabilidad del Nazareno. Sigamos con Él las fases del viaje mítico expuestas de una manera muy sencilla y sin pretensiones eruditas: Separación: Jesús abandona el lugar de origen porque siente el llamado del Padre. Iniciación: Jesús empieza un camino interior y exterior lleno de experiencias. Juan y Jesús se encuentran. Retorno: la caída, la resurrección. La experiencia de la noche, la resurrección al tercer día. Jesús deja al mundo de los muertos, sube al cielo y va a unirse con el Padre. En esa etapa se establece la posesión de los dos mundos: el divino y el humano, la resurrección. Una de las fases de la iniciación es el peregrinaje de Jesús, en la cual se afirma como un héroe de la liberación de los hombres, magnánimo, sabio, amoroso, pero también se debe someter al descreimiento de la gente, a los que le siguen y a los que le persiguen. En este período, Jesús sana enfermos, manifestaciones que no son “alardes de poderío sino signos de amor”. También sacó demonios de los cuerpos e hizo milagros. Otra fase de la iniciación es el camino de las pruebas. Comienza con el Sermón de la Montaña: Jesús ayuna cuarenta días y cuarenta noches mientras los oídos perversos de Eliécer y Akipa, el espía, sólo escuchan subversión, por parte de Jesús, contra la Ley de Moisés, mensaje maligno que transmiten a Caifás, quien conspira contra el Maestro y lo lleva como culpable ante Pilatos. Pilatos lo condena a morir en la cruz.

“La piedra que era Cristo”, de Miguel Otero Silva
La piedra que era Cristo
Miguel Otero Silva
Barcelona (España), 1985
Plaza y Janés Editores, S.A.

Entretanto, el tratamiento poético que imprime Miguel Otero Silva a la obra acerca al personaje de Jesús a la historia, pues le imprime un carácter de verosimilitud porque el lenguaje se convierte en una proposición, en búsqueda, hasta constituirse en lo distinto. El lenguaje es castizo y preciosista pero mesurado, intenta ponerse a tono con el paradigma e inefabilidad de la historia de Jesús; la palabra pretende mediar entre su propia esencialidad y la fe. Ejemplo de lo enunciado es el estilo de la obra y los recursos empleados. Los adjetivos, símiles, parábolas, recuerdan el Cantar de los cantares de Salomón, y los Salmos, sin imitar a la Biblia y a los Evangelios, crea una calidad lingüística que los recuerda porque incluye giros, frases, voces, y sin embargo, con todo ese sabor antiguo, el lector no pierde la noción de estar frente a una escritura de la contemporaneidad. La gran riqueza poética, los recursos narrativos y el planteamiento novedoso de la historia del Nazareno inscriben a La piedra que era Cristo dentro de código innovador de la literatura venezolana. El espacio se abre para que se capte el lenguaje: “No habéis visto volar una paloma, más blanca que la flor del limonero, más suave que la paz”.

Se observa que otros recursos utilizados por Otero Silva son los diálogos y el uso de los paréntesis, guiones, bastardillas, comillas, el leitmotiv, paralelismos, reinvención de elementos del evangelio. Además de los recursos estilísticos como los verbos, sustantivos, metáforas, símiles, adjetivos, símbolos, parábolas, descripciones y, muy importante, los requerimientos dramáticos para imprimir carácter efectista a las escenas. Todos son importantes, porque a través de las conversaciones se conocen los contenidos del Reino. Las palabras introductorias: Dice Juan, Piensa Jesús, sirven para establecer, en un orden tácito, la diferencia entre la idea y la praxis del hombre Juan y la de un ser superior, reflexivo, sereno, sabio, también humano, Jesús. La palabra de Juan es la palabra activa del castigo, la cólera. La de Jesús, la palabra justa, del amor, del equilibrio y de la parábola. En efecto, se infiere del texto de Miguel Otero Silva que Juan es el complementario de Jesús. Es por esto que se cita el siguiente diálogo:

Dice Juan: “Se acerca la alborada grande del Señor, el mediodía de su rugiente cólera, la noche funesta para los criminales y los perjuros...”.

Piensa Jesús: “La justicia de Dios es un manantial infinito de misericordia y bondad, un torrencial de lluvia de amor que se vierte sobre las conciencias sosegadas de los justos y salpica las sienes atormentadas de los pecadores” (p. 33).

Es evidente que los diálogos permiten penetrar en la esencia de los seres. La conversación entre Jesús y Nicodemo contribuye a presentar la teoría del milagro. Y aunque el diálogo entre Jesús y Barrabás, en la obra, es imaginario, se establece claramente la oposición entre la historia y la utopía. El autor crea a partir del mito porque la persona de Jesús y su actividad no se explican completamente por la historia. Jesús proviene del misterio divino, predica y vive entre los vivos y luego deja este mundo para irse de nuevo al misterio de Dios, al infinito.

El autor inventa, fantasea sin hacer historia. La historia es sólo un basamento de la trama, tiempo y lugar para los espacios narrativos. Se detiene ante los acontecimientos del Evangelio, los escucha, los saborea y luego los reelabora sin hacer un problema de los caracteres psicológicos y lógicos de Jesús. El diálogo, según Talens, ha servido como estilo directo para dar mayor vivacidad a la narración, mayor sensación de realidad y para ofrecer al lector la posibilidad de conocer mejor a los personajes.

A través de las comillas, se determina un cambio de frase de una vieja versión a una nueva versión y se establece la visión diferente que Cristo da a la vida y al dogma, según la perspectiva del narrador. En el capítulo “Satanás” es Jesús quien aclara el texto bíblico, lo actualiza y permite distinguir al Cristo histórico, el Cristo de la fe y el Cristo de los nuevos tiempos, el hombre divino preocupado por la problemática social. Ejemplo: “Bienaventurados los pobres porque vuestro es el reino de Dios”.

Después, entre comillas, el narrador anota su versión de la bienaventuranza, la complementa, y termina otra vez en comillas, afianzando su visión de ella: “Ay de vosotros los ricos porque ya habéis tenido vuestro consuelo”. Todos los artificios narrativos, incluyendo el leitmotiv o reiteraciones, cumplen no sólo una función estética, sino que definen la separación entre Jesús-Juan, Jesús-Barrabás, en cuanto al orden establecido, que difiere en los métodos y también en el proyecto histórico y la utopía.

La teatralidad es otro recurso del estilo en la obra de Miguel Otero Silva. Los grandes momentos de la muerte de Juan y de Jesús son presentados como escenas de un teatro: el teatro de Herodes, actor de una tragedia en la cual se ve inmerso. El espacio, la acción y el tiempo de Poncio Pilatos corroboran en esta obra que los poderosos, antes y ahora, asumen una teatralidad como una máscara porque su poder es falso y esconden una gran mentira. Y esto sucede con el juicio a que es sometido Jesús:

Pilatos “ordena al prefecto del pretorio una ánfora, una jofaina y un lienzo, para escenificar ante la multitud una ceremonia que no es romana sino judía y muy antigua” (...). Pilatos se lava las manos y dice a los jerarcas del Sanedrín: Inocente soy de la sangre de este justo. ¡Allá vosotros!

El coro de ancianos y sacerdotes (...) dice con voces gangosas:

—No sufras por la sangre que va a derramarse ni entones tristes lamentos, ¡oh poderoso Procurador Poncio Pilatos!, pues nosotros asumiremos la preocupación de esa muerte (...). Jesús es condenado.

El drama del Pretorio ha concluido. Poncio Pilatos se yergue en el estrado y se cruza de brazos como si esperase los aplausos y aclamaciones del gentío” (p. 164).

Teatro digno de una tragedia griega, no faltó ni el corifeo. Los elementos de utilería, el ánfora, la jofaina y el lienzo, aunque con designaciones antiguas, bien podrían convertirse en materiales de una modernísima obra teatral, porque el hecho tan simple como un lavatorio de manos esconde un conflicto de mucha gravedad, la muerte de un justo. Toda la actuación de Pilatos consiste en lavarse las manos. Un coro de ancianos resuelve, por orden de la ley, el drama de un hombre. El primer actor se levanta del estrado. El acto ha concluido. La mirada se ha levantado, pero los signos de La piedra que era Cristo todavía fluyen.