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La maldición de la lágrima de piedra

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Sentada frente al mar veo desfilar al sol por enésima vez, zambulléndose en el horizonte hasta perderse en la línea húmeda del océano, para luego volver miles de olas después en su monótono recorrido. Seguramente estaré aquí cuando eso suceda, observando todo con mis ojos de piedra.

La caída de la noche trae consigo la visita de los cangrejos, que surgen clandestinos desde el rompeolas invadiendo el mirador. Los siento golpetear sobre mis dedos con sus pasos minúsculos, hurgando con sus tenazas entre mis pliegues para encontrar alimento. Trepan sobre mí, me invaden el vestido, suben por mi rostro hasta la cabeza y deambulan hasta que el alba los espanta. Justo a esa hora, cuando los cangrejos huyen y el sol aún no asoma, la soledad recubre la piedra fría y me arropan el desconsuelo y la tristeza. Mientras el rocío se agrupa sobre mis párpados una lágrima de piedra maciza emerge desde mis ojos.

He llorado una lágrima sólida durante cada noche de los siete años que llevo encerrada en esta estatua de piedra. Las he visto rodar por mi mejilla y rebotar en el suelo hasta perderse en el acantilado. Sin embargo, tras tantos años de llanto, muchas reposan a mis pies. Redondas y de superficie rugosa como coral, aguardan la llegada de alguna visitante que caiga en las redes de esta loca maldición.

No quisiera condenar a nadie, pero sólo escaparé de esta estatua si alguna persona ocupa mi lugar. El deseo de supervivencia me impulsa a anhelar desesperadamente la llegada de alguna mujer incrédula a este mirador olvidado en el borde del arrecife. Según la leyenda, sólo tendrá que lanzar hacia el mar una de mis lágrimas. Cuando eso suceda, mi alma robará su corazón y podré partir con su cuerpo y hacia su mundo, libre nuevamente, cediéndole mi celda y mi desesperación.

La llegada de la mañana trae consigo miles de sonidos que al paso de los años he aprendido de memoria. Sin embargo, entre el golpetear de las olas contra las rocas, el silbido de la hojas de palma rasgando la brisa y el canto de las gaviotas, se deja colar un sonido que identifico por diferente. Un jadeo que crece en ritmo y fuerza. Entre la maleza emerge una figura hermosa de mujer que trepa sudorosa hasta el mirador. Aguardo inquieta a la escaladora que llega a recostarse junto a mí. Siento su respirar entrecortado, su sudor, su vida... Curiosa me observa, me toca, escudriña mi rostro, mi cuerpo, mis pies.

Justo entonces se percata de las esferas de piedra que me rodean. Toma una entre sus manos y la deja rodar entre sus dedos...