Sala de ensayo
Paseo entre los olmos de la poesía española

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El olmo, emblema de la amistad fiel y constante

Emblema de la amistad fiel y constante. Xilografía de la primera edición del Emblematum Liber (o Emblemata) de Andrea Alciato: Augsburgo, Steyner, 1531.

Emblema CLIX: “Amicitia etiam post mortem durans: Arentem senio, nudam quoque frondibus ulmum, / complexa est uiridi uitis opaca coma. / Agnoscitque uices naturae & grata parenti, / officij reddit mutua iura suo. / Exemploque monet, / tales nos quaerere amicos, / quos neque disiungat foedere summa dies”. [“Al olmo viejo, seco y sin verdura, / la parra fresca y verde entretexida / es encubierto exemplo en tal figura / que al’amistad durable nos conbida. / Pues no es perffeto amor el que no dura / al menos hasta el ir de aquesta vida, / bueno será buscar amigos tales / que quedos siempre estén a nuestros males” (Primera edición en versión libre española de Bernardino Daza, “el Pinciano”: Lyon, Rouillé, 1549)]. En: ALCIATO, Emblemas, ed. Manuel Montero Vallejo y Mario Soria, Madrid, Editora Nacional, 1975, págs. 349-350 y 63, respectivamente.

 

Apenas quedan ya unos pocos olmos, porque han ido muriéndose lentamente atacados por hongos e insectos que se apoderan de sus raíces, circulan por su savia, trepan hasta sus ramas y secan para siempre las hojitas que los visten. La vieja Europa los contempla morir, impotente ante tan cruel azote devastador. Y botánicos y químicos se afanan por hallar un remedio eficaz para esta enfermedad múltiple; pero, hasta ahora, los remedios encontrados resultan muy costosos en esfuerzo y dinero; así que es posible que no se salve ni siquiera un diez por ciento de los árboles tratados.

Ante la trágica presencia de los olmos agónicos, han venido a mi memoria las viejas y amadas voces de los poetas y, aunque las oigo sonar en la ordenada danza de los versos, me parece que se apagan, que se me mueren un poco más, también ellas, en estos tiempos de duelo por los olmos. De ahora en adelante, sólo gracias a la palabra, gracias al milagro del arte, los olmos vivirán encerrados, como tras los barrotes de una cárcel, en los versos que los han rescatado —¿para quiénes, hasta cuándo?— de “la oscura región de nuestro olvido”.

 

París, Wechel, 1536
París, Wechel, 1536.

Frondosa uitis in ulmo

El motivo poético del olmo y la vid a él abrazada y en él entretejida se encuentra, además de en otros poetas clásicos, en el gran poeta romano Publio Virgilio Marón (70-19 a.C.), al final de la II de las Bucolicæ: “...Anda [le dice el pastor Alexis a su amado Coridón], la vid frondosa sobre el olmo / está a medio podar...”;i también, más por extenso, en los Libros I y II de las Georgicæ, al referirse al plantón de vid; pero aun muchas veces más alude, con vid o sin ella, a los altos, fuertes y recios olmos.ii Así cuando dice:

...Leves cañas y varas sin corteza,
rodrigones de fresno, fuertes horcas
debes tener a punto, a que sustenten
cuanto vaya brotando, y lo acostumbren
a despreciar los vientos y a subirse
de piso en piso a lo alto de los olmos.

Y cuando, al desplegarse a nueva vida,
brota el mugrón sus pámpanos primeros,
respeta su terneza, y mientras libre,
sueltas las riendas, el sarmiento sube
por los aires ufano...

...Pero cuando ya cercan a los olmos
largos sarmientos de robusto abrazo,
corta entonces su lucia cabellera,
y sus brazos cercena... (vv. 530-540 y 543-546).iii

De Virgilio tomó el motivo, ya en el Renacimiento, el italiano Andrea Alciato (1492-1550), como emblema de la amistad que dura más allá de la muerte. Tradicionalmente, la imagen de la pareja formada por el olmo, alto y fuerte, y la vid que a él se abraza, bellamente adornada de pámpanos y sarmientos, ha sido considerada emblema del amor fiel y constante; y tanto que a veces los poetas se refieren a las bodas del olmo y la vid y a ellos aluden como a una pareja de amantes esposos.

Garcilaso de la Vega (h. 1501-1536), imitador de Virgilio, presenta este motivo poético en su Égloga I, por boca de su alter ego, el pastor Salicio, que se queja del desdén y desvío de su amada Galatea, uno de los nombres tras de los que el poeta toledano ocultaba el de su amada imposible Isabel Freyre; pero, combinado con el primer motivo, aparece otro, el de la hiedra antes a él asida, pero ahora arrancada de él y agarrada a otro muro:

...¿Cuál es el cuello que, como en cadena,
de tus hermosos brazos añudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi amada hiedra
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no se esté con llanto deshaciendo
hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo (vv. 131-139).iv

El motivo tomó, pues, decidido carácter amoroso. Con este sentido se encuentra en varios poemas de Francisco de la Torre, poeta desconocido de la segunda mitad del s. XVI, cuya obra publicó Quevedo en 1631, aunque, casi con total seguridad, su colección de poemas ya en 1572 estaba lista para ser publicada. En su soneto V alude a la encina en cuyo tronco está enredada la yedra y a dos olmos, uno ya seco y otro aún joven, adornado por el abrazo engañoso de la vid, como muestra de la unión amorosa que, sin embargo, le niega a él su amada; y, en la Oda I, se refiere a la vid que trepa por el tronco del olmo, seguida de la yedra:

Viva yo siempre ansí con tan ceñido
lazo, Filis, contigo, como aquesta
yedra inmortal en esta encina puesta
que le enreda su tronco envejecido.

Mira allí un olmo seco, y un florido
junto a la fuente, que una vid le presta
hermosura y valor; y tú dispuesta
a perseguirme pónesme en olvido... (vv. 1-8)

* * *

...Todo brota, y extiende
ramas, hojas, flores, nardo y rosa;
la vid enlaza, y prende
el olmo; y la hermosa
yedra sube tras ella presurosa... (vv. 36-40).v

En la Canción I, el yo poético o voz que habla se dirige a la yedra que ha quedado sin el arrimo del vástago, que, en efecto, es el tronco de un olmo al que se alaba como “honor del prado”; por tanto, la yedra viuda y sola, que podría ser metáfora de la amada que ha perdido a su amante, viene a ser aquí falacia patética del propio poeta ausente de su amada:

Verde y eterna yedra,
viuda y deslazada
de las ramas del olmo, honor del prado;
a la desierta piedra
del yerto monte dada;
tu bellísimo tronco en flor cortado;
si del dichoso estado
en que un tiempo viviste,
conserva la memoria
algún rastro de gloria
en la dureza de este crudo y triste,
lloremos juntamente
tu bien pasado y tu dolor presente... (vv. 1-13).vi

Lyon, Tournes, 1547
Lyon, Tournes, 1547.

En otros poemas de Torre se encuentran los dos motivos a los que acabamos de referirnos, pero ya no es patente en ellos el sentido amoroso, sino que el olmo y sus letales compañeras, vid y yedra, constituyen el elemento central o protagonista de un elegante locus amœnus, viejo tópico latino que, descriptivamente, exalta la belleza de la naturaleza y el paisaje; así, por ejemplo, en la Égloga I y también en la IV en que vuelve a referirse a yedra y vid que adornan los fuertes troncos de olmos y robles, y a cómo el primero se mira una y otra vez en la fuente, siempre presente en el viejo tópico:

Sube la yedra con el olmo asida,
y en otra parte con la vid ligado;
ellas reciben de su arrimo vida,
y él de sus hojas ornamento amado;
cuya bella corona sacudida,
mansamente del aire regalada,
ya se mira en el agua, y se retira,
y luego vuelve, y otra vez se mira... (vv. 33-40).

* * *

...entretejiendo el arboleda umbrosa
yedra con roble, vid con olmo hermosa(v. 13).vii

El abrazo de la vid al olmo como emblema de amor constante se halla en la Égloga (h. 1567) que Cristóbal Mosquera de Figueroa (1547-1610) le envió a su amigo el gran poeta sevillano Fernando de Herrera. Mosquera lamenta el alejamiento de su amada, que ha quedado en Salamanca, a orillas del Tormes, mientras él ha tenido que marchar a las del Betis —a Sevilla—; pero, desde la ausencia, promete ser constante en su amor por ella:

En tanto que la vid ciña hermosa
el olmo espeso, y que levante el pino
su corona extendida en la ribera
de Betis, siempre te amaré contino,
aunque tú dura seas o amorosa (vv. 43-47).viii

Y, en la extensa obra poética del Divino Herrera (h. 1534-1597), el motivo se encuentra en la Égloga que comienza “A la muerta Amarilis lamentaba...” (1578). La vid y el olmo abrazados y los juegos y arrullos de las dulces palomas que anidan en el haya vecina, hacen crecer el dolor del amante que ha perdido a su amada:

¡Ayme, mísero!, veo yo cargada
la vid, con verdes pámpanos hermosa,
al olmo maridable sustentarse;
y en la haya que crece ambicïosa
las palomas contemplo en paz amada
con dulces juegos, dulces, arrullarse,
porque pueda inflamarse,
creciendo en ellas luego,
el amoroso fuego;
y yo, cuitado, en culpa de fortuna,
sin luz, sin bien, sin esperanza alguna,
que es lo que menos, triste, ya presumo,
por la suerte importuna,
viviendo solitario, me consumo (vv. 99-112).ix

En el poema de larguísimo título “Muestra el sentimiento de tener causa para sospechar que un gran amigo suyo se había entibiado en su amistad”, el aragonés Lupercio Leonardo de Argensola (1559-1612) hace explícita la referencia al matrimonio del olmo y la vid:

...y que en propicios meses
las plantas se casasen,
y las vides trepasen
por los olmos estériles, y fuesen
adoptivos los frutos que tuviesen,
lejos del suelo, y del ladrón seguros,
y que después viniesen
a dar al dueño su licor maduros (vv. 77-82).x

Algo más joven que Argensola, el cordobés Luis de Góngora (1561-1627) también trató el mismo motivo del olmo abrazado por la vid en, por ejemplo, la “Fábula de Polifemo y Galatea”: la ninfa, abrazada a su esposo Acis, aun más estrechamente se ciñe a él y se estremece de miedo cuando oye la estentórea llamada del Cíclope, que de ella se ha enamorado y del que es perseguida. Siempre original y distinto, el gran culterano invierte el sentido habitual, de tal manera que es el abrazo de los dos amantes el que se metaforiza en el de la vid y el olmo:

Árbitro de montañas y ribera,
aliento dio, en la cumbre de la roca,
a los albogues que agregó la cera,
el prodigioso fuelle de su boca;
la ninfa los oyó, y ser más quisiera
breve flor, hierba humilde, tierra poca,
que de su nuevo tronco vid lasciva,
muerta de amor, y de temor no viva.

Mas —cristalinos pámpanos sus brazos—
Amor la implica, si el temor la anuda,
al infelice olmo que pedazos
la segur de los celos hará aguda...(vv. 253-265).xi

El antequerano Pedro de Espinosa (1578-1650) incluye el motivo en su famosa “Fábula del Genil” (a. 1605). Ponderándole su riqueza, así le dice el río Genil a su amada, la ninfa Cínaris:

Así del olmo abrazan ramo y cepa
con pámpanos harpados los sarmientos;
falta lugar por donde el rayo quepa
del sol, y soplan los delgados vientos.
Por flegibles tarahesxii sube y trepa
la inexplicable yedra, y los contentos
ruiseñores trinando, allí no hay selva
que en mi alabanza a responder no vuelva (vv. 57-64).xiii

El madrileño Francisco de Quevedo (1580-1635) trató dicho motivo en la canción “El escarmiento”, casi una oda por el tono melancólico y meditativo sobre su escarmentada vida, ya desengañada de locas pasiones y vanas esperanzas. Escrita unos ochos meses antes de morir y dirigida al caminante, como en las inscripciones sepulcrales, más que un epitafio es el testamento que nos lega la portentosa sabiduría de su autor. En este poema, los olmos, condenados a muerte por la vid que los abraza, son símbolo del poeta que siente ya enroscada en él la muerte; pero el símbolo, como siempre, es doble y aun más, puesto que, si los olmos con sus sombras protegen el frescor de las aguas en los días calurosos, en una segunda lectura podría interpretarse que “de la sed de los días” —o sea, de la cansada vida ya casi pasada— los olmos guardan en sí con sombras —sin duda, las de la muerte cercana— las corrientes frías, símbolo inequívoco de las del Leteo, río de la muerte y del olvido:

...Estos olmos hermosos,
a quien esposa vid abraza y cierra,
de la sed de los días,
guardan con sombras las corrientes frías... (vv. 67-70).xiv

Entre nuestros poetas del siglo XVIII, el madrileño Manuel José Quintana (1772-1857) incluye el motivo en su poema “A don Nicasio [Álvarez de] Cienfuegos, convidándole a gozar del campo”, ya que era muy amigo de este otro poeta ilustrado:

...¡Oh, cuántas veces,
cuántas, mirando las socialesxv vides
enlazarse a los olmos, y lozanas
entre los ramos de su verde apoyo
sus hojas ostentar y alegre fruto,
en dulce llanto se bañó mi pecho! (vv. 48-53).xvi

 

Lyon, Rouillé, 1549-1550. Con comentarios del humanista español Francisco Sánchez de las Brozas, “El Brocense” (1523-1600)
Lyon, Rouillé, 1549-1550. Con comentarios del humanista español Francisco Sánchez de las Brozas, “El Brocense” (1523-1600).

“El olmo, honor del prado...”

También de Virgilio es esta imagen Nec gemere aëria cessabit turtur ab ulmo,xvii cuyo eco llegó al Garcilaso de la Égloga II, en la voz del pastor Salicio conversando con Nemoroso:

Nuestro ganado pace, el viento espira,
Filomena sospira en dulce canto,
y en amoroso llanto s’amancilla;
gime la tortolilla sobre’l olmo,
preséntanos a colmo el prado flores,
y esmalta en mil colores su verdura;
la fuente clara y pura, murmurando
nos está convidando a dulce trato... (vv. 1.146-1.153).xviii

En este delicioso locus amœnus, de graciosa rima interna, el olmo, con la dulce tórtola gimiente, es la figura central: “el honor del prado”, como en el citado poema de Torre, pues es frecuente que el olmo posea el carácter de elemento principal de entre todos los que componen dicho viejo tópico —prado verde con flores, fuente, brisa y, por supuesto, aves, etc.—; él es el eje y el centro de un cuadro paisajístico, en torno del cual giran y se ordenan todos los demás.

Así, en su poema “El céfiro”, primer poema de su libro La inconstancia; odas a Lisi (a. 1782), el ilustrado extremeño Juan Meléndez Valdés (1754-1817), el mayor poeta de nuestro siglo XVIII, va pasando revista a los distintos elementos de la naturaleza entre los que se mueve este suave viento; y, en primer lugar, las aves, tan amigas de anidar en los olmos:

...Verasle [al céfiro] ya en la cima
del olmo entre las aves
seguir con dulce silbo
sus trinos y cantares... (vv. 33-36).xix

Y también el viento del norte, el furioso Bóreas, sacude, hasta arrancarlo, al viejo olmo alzado en la cumbre en “La tormenta de noche. Idilio”, uno de los primeros que compuso el gran poeta romántico José de Espronceda (1808-1842), cuando, aún adolescente, estudiaba en el colegio de la calle de San Mateo y formaba parte, con otros alumnos poéticamente aventajados y bajo las directrices del poeta Alberto Lista, de la Academia del Mirto, cuyas creaciones fueron recogidas en el manuscrito Varias composiciones de los Académicos del Mirto (1823-1826).

¡Como gime la tierra, cual retiembla,
cual arrebata el Bóreas furioso
de la elevada cima el olmo añoso! (vv. 1-3).xx

Con muy distinta métrica y ritmo y con muy otra sensibilidad, se encuentra también el olmo en algunos poemas del romántico vallisoletano José Zorrilla (1817-1893); así, olmos y pájaros, por supuesto, son lo más valioso que el capitán moro le dice tener en sus jardines a la cautiva leonesa en la más conocida “Oriental” (1837) del poeta vallisoletano:

...Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan,
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan...(vv. 33-36).

Y el olmo preside, majestuoso, los delicados locus amoenus en, por ejemplo, otra de sus famosas Orientales, el susurro del olmo al compás con el del aura; en su conocida leyenda “A buen juez, mejor testigo”, el olmo reflejándose en el agua; y en “Soledad del campo” —todas, de 1838—, de nuevo el suave sonido del olmo en concordancia con el arrullo de las palomas y el canto de la fuente:

Susurra el olmo sombrío
sobre el río
dando al oído solaz,
y en los juncos y espadañas
y en las cañas
susurra el aura fugaz... (vv. 7-12).

* * *

Algún olmo que escondido
creció entre la yerba blanda,
sobre las aguas tendido
se reflejaba perdido
en su cristalina banda... (III, vv. 346-350).

* * *

¿Quién me diera el pacífico murmullo
de tus olmos mecidos mansamente,
de tus palomas el sentido arrullo,
y el grato son de tu escondida fuente?... (vv. 13-16).xxi

 

Amberes, Plantin, 1589
Amberes, Plantin, 1589.

“Bajo los altos olmos...”

A sentarse entre olmos y avellanos, soplando el caramillo y recitando versos, invitaba el pastor Menalcas a Mopso en la Bucólica V (1-3) de Virgilio. Y era frecuente en la poesía bucólica clásica que se presentara al pastor, ausente de su amada o no correspondido por ella, exhalando sus quejas y lamentos amorosos, sentado o melancólicamente semirrecostado contra el tronco de un árbol en el que, a veces, deja por escrito las muestras de su amor. Con frecuencia, el árbol es un fuerte y alto olmo, aunque también puede ser haya, pino, álamo, roble o encina. Así, en la Égloga II de Garcilaso, el pastor Albanio —uno de los cuatro que en ella intervienen—, asentado al pie de un olmo, recuerda un pasado encuentro con su amada, a la hora de la siesta —o sea, a la sexta—, de manera semejante a lo que ya había dicho el poeta en la Égloga I:

Al pie de un olmo hice allí mi asiento;
y acuérdome que ya con ella estuve
pasando allí la siesta al fresco viento;

en aquesta memoria me detuve
como si aquésta fuera medicina
de mi furor y cuanto mal sostuve... (vv. 545-550).xxii

En cambio, en el soneto “Silvano a su pastora Silvia” (a. 1544), el vallisoletano Hernando de Acuña (1518-h. 1580) se presenta transmutado en pastor triste y ausente que escribe su queja amorosa en la corteza del árbol:

...un pastor triste y solo en la ribera
de Tesínxxiii gravemente sospiraba,
y vi que en un alto olmo que allí estaba
con un hierro escribió de esta manera...xxiv

Quevedo trata también el doble motivo —olmo con vid y, a un tiempo, olmo: centro del locus amœnus— en la canción bucólica “Llama a Aminta al campo en amoroso desafío” cuyo título posee una indudable referencia erótico-bélica, pues el campo al que la pastora es requerida es el de las lides amorosas. Los juegos eróticos del poeta y su amada, ya se llamen “abrazos o prisiones”, darán envidia al árbol —a un tiempo, abrazado y preso—, pues serán vivificadores para ambos amantes, mientras que el hermoso pero letal abrazo de la vid dará muerte al olmo:

...Mas si gustas de sombra,
en esta verde alfombra
una vid tiene un olmo muy espeso;
no sé si diga que abrazado o preso,
y a sombra de sus ramas
le darán nuestras llamas,
ya lo digan abrazos o prisiones,
envidia al olmo y a la vid pasiones... (vv. 29-36).xxv

Pero los amantes bajo el olmo, mientras el viento refresca los calores de la hora sexta, me traen a la memoria aquella deliciosa y anónima voz popular —¿él o ella?—, recogida en los Romancerillos de Pisa (1595), que cantaba:

Ventezillo murmurador,
que lo andas y gozas todo,
hazme el son
con las hojas del olmo
mientras duerme mi lindo amor.xxvi

El idilio dieciochesco se muestra particularmente erótico en los poemas de Meléndez; así, por ejemplo, en la oda XII de “Los besos de amor” (1776-1781), el yo poético se dirige a su amada Amarilis a la que otra vez Cupido le une tras una larga separación marcada por el enojo y el olvido; pero ahora él expresa su deseo de gozar de nuevo con su amada:

¡Ay, ay! si yo gozara
en regalado lecho aquella rosa
tanto a Venus odiosa,
y cual olmo abrazara
tu cuello delicado,
en un mar de deleites anegado... (vv. 13-18).xxvii

Y Quintana, en el poema antes citado, presenta la imagen del olmo como testigo y protector del idilio de su amigo Nicasio con una amada innominada:

...Aquí en tus verdes márgenes sentado
tal vez se vio de la beldad que ansiaba
gratamente acogido [Nicasio]...
...allá, más lejos,
dentro de aquella gruta solitaria
que guarda el olmo en cavidad sombría,
¡quién sabe si el placer!... (vv. 223-225 y 229-232).xxviii

¡Cuántas amables pláticas habrán oído y cuántos idilios habrán presenciado los olmos de nuestra lírica! Ellos han sido los mudos testigos que guardan el secreto de paseos y coloquios que, a veces, ninguno de los dos amantes quiere ya recordar poco después. En la rima XL, la melancólica voz del posromántico sevillano Gustavo Adolfo Bécquer (1835-1870) evoca, a solas con su memoria triste, aquella dulce escena de tan sólo un año antes:

Su mano entre mis manos,
sus ojos en mis ojos,
la amorosa cabeza
apoyada en mi hombro,
Dios sabe cuántas veces
con paso perezoso
hemos vagado juntos
bajo los altos olmos
que de su casa prestan
misterio y sombra al pórtico... (vv. 1-10).

Pero, al final, tras la ruptura de los amantes, el poeta pide silencio a los testigos presenciales de aquel amor traicionado por la falacia de la amada:

¡Discreta y casta luna,
copudos y altos olmos,
paredes de su casa,
umbrales de su pórtico,
callad, y que el secreto
no salga de vosotros!

Callad, que por mi parte
lo he olvidado todo;
y ella..., ella, no hay máscara
semejante a su rostro (vv. 29-38).xxix

 

Padua, Tozzi, 1626
Padua, Tozzi, 1626.

“La gracia de tu rama verdecida...”

Quizá el más bello canto al olmo de toda la poesía española sea el poema “A un olmo seco” del también sevillano Antonio Machado (1875-1939). Escrito en mayo de 1912, pocos meses antes de la muerte de su mujer, Leonor Izquierdo, el poema condensa en el olmo centenario y casi seco, que reverdece con la primavera, la imagen del eterno retorno de la naturaleza que, como promesa lírica de todo renacer, abre las puertas a la esperanza del poeta.xxx

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él y, en sus entrañas,
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo, en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde del camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero apuntar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

El olmo de Machado se ha despojado de su ropaje de amigo o amante firme y fiel más allá de la muerte. Tampoco es ya la sombra protectora del frescor de las aguas, ni desde su alta copa lanzan las aves al aire sus quejas de amor. No invita a amigos ni a amantes a idilios y escarceos amorosos, ni a dormir arrullados por el son de sus hojitas. Ya no es testigo de un ayer perdido ni de un dulce idilio o de un amor frustrado. Hendido por la furia del cielo —por el rayo de Júpiter—, casi podrido y amenazado de siete posibles formas de muerte —musgo, hormigas, arañas, hacha, fuego, viento, río—, el olmo machadiano rebrota de nuevo al impulso de la primavera, convertido en poderoso símbolo de la gracia de la vida que misteriosamente se afirma ante la presencia de la muerte.

Y aun años más tarde, en su poema “El mar en persona” (Carmen, 1928), el surrealista bilbaíno Juan Larrea (1895-1980) nos avisó, premonitoriamente y con urgencias, de que:

A la sombra de un olmo nunca hay tiempo que perder... (v. 5).

* * *

Hoy los olmos se mueren. No rebrotan, no renacen, ya no reverdecen. Convertidos en trágicos esqueletos clavados en el cielo, son ahora patéticas sombras de un pasado de frondas y follajes, siniestras esculturas que nos avisan de la desolación que nos sobreviene. La insensata codicia de nuestra sociedad post-industrial y post-moderna convierte, poco a poco, la amenaza del yermo en mortal certeza.

Y ya sólo por los ámbitos de la poesía podremos pasear bajo los olmos.

Como homenaje a don Antonio Machado, también yo he querido lanzar mi cuarto a espadas y he compuesto este sencillo llanto —más desesperado que poético— por “el olmo del Duero”:

Llanto por el olmo del Duero

...la gracia de tu rama verdecida...
Antonio Machado

El olmo viejo ha muerto. Esta noticia
la he oído por la radio esta mañana.
En El Paísxxxi anuncian, para el martes,
que próceres ilustres de las letras
aprovechan, a coro y de consuno,
tan infausto motivo
para elevar la voz —no sé a qué hora—
a costa de Machado,
ya que tienen la suerte
de ver morir —¡oh lírico suceso!—
tan alta y prepotente especie arbórea.

El olmo viejo ha muerto. Se esperaba.
¿Quién piensa en renacer en estos tiempos?
La esperanza es tan sólo una arriesgada
inversión en valores mobiliarios.
Reverdecer se logra con un lifting
o comprando en Duránxxxii una esmeralda.
¿Rebrotar, revivir..? ¿A quién le importan
un poema, un amor, un árbol viejo?

 

Notas

  1. Semiputata tibi frondosa uitis in ulmo est (Bucolicæ, II, vv. 102-103): Virgilio, Obras completas, trad. Aurelio Espinosa Pólit, Madrid, Cátedra, 2003.
  2. Entre otras: “...Acoplar los olmos con las vides...” y “...entonces vio flotar por vez primera / el río en su corriente olmos vaciados...” (I, vv. 4 y 204-205); “...bellotas maja el cerdo al pie del olmo...”, “...al olmo unirá la vid ubérrima...” (II, vv. 104 y 326), etc.
  3. Virgilio, ed. cit., pág. 239.
  4. Garcilaso de la Vega: Poesías castellanas completas, ed. Elias L. Rivers, Valencia, Castalia, 2ª ed.: 1972, pág. 124.
  5. Francisco de la Torre: Poesía completa, ed. M.ª Luisa Cerrón Puga, Madrid, Cátedra, 1984, págs. 137 y 143, respectivamente.
  6. Torre, ed. cit., pág. 150.
  7. Torre, “La bucólica del Tajo”, ed. cit., págs. 220 y 243.
  8. En Fernando de Herrera: Poesía castellana original completa, ed. Cristóbal Cuevas, Madrid, Cátedra, 1985, pág. 234.
  9. Herrera, ed. cit., pág. 303.
  10. También alude Argensola a las vides enlazadas a los olmos en “Traducción de la ode segunda del libro Épodon de Horacio, Beatus ille...”, etc., composición geórgica que exalta la vida del campo y sus quehaceres: “Dichoso el que apartado / de negocios, imita / a la primera gente de la tierra, / y en el campo heredado de su padre ejercita... [...] / Mas las vides crecidas / con olmos acomoda...” (vv. 12-13). Ambas referencias en Rimas, ed. José Manuel Blecua, Madrid, Espasa-Calpe, 1972, págs. 116 y 175.
  11. Luis de Góngora: Antología poética, ed. Ana Suárez Miramón, Madrid, SGEL, pág. 304.
  12. Flegibles por “flexibles”; el arabismo tarahes —pl., taraje, tarafe o taray— es nombre antiguo del árbol más conocido hoy como tamarindo, también término de origen árabe.
  13. Pedro de Espinosa: Poesías completas, ed. Francisco López Estrada, Madrid, Espasa-Calpe, 1975, pág. 23.
  14. Francisco de Quevedo: Antología poética, ed. Ana Suárez Miramón, Barcelona, Plaza & Janés, 1984, pág. 188.
  15. Este curioso calificativo quizá se deba a la observada tendencia de las vides a unirse estrechamente al vástago que las sostiene y que, tradicionalmente, solía ser el tronco de un olmo o de cualquier otro árbol alto y fuerte.
  16. Quintana: Poesías, ed. Narciso Alonso Cortés, Madrid, Espasa-Calpe, 1969, pág. 145.
  17. “...Ni de gemir cesará la tórtola desde el airoso olmo...” (Bucolicæ, I, v. 58), ed. cit., pág. 98.
  18. Garcilaso, ed. cit., pág. 170.
  19. Meléndez Valdés: Poesía y prosa, ed. Joaquín Marco, Barcelona, Planeta, 1990, pág. 66.
  20. Espronceda: Poesías. El estudiante de Salamanca, ed. Juan María Díez Taboada, Barcelona, Plaza & Janés, 1984, pág. 172.
  21. José Zorrilla: Antología poética, ed. Gregorio Torres Nebreda, Barcelona, Plaza & Janés, 1984, págs. 84, 121, 136 y 151, respectivamente.
  22. Garcilaso, ed. cit., pág. 151.
  23. Nombre romance del río Tesino, que nace en el cantón suizo del mismo nombre, entra en la Italia del norte, cruza el lago Maggiore y desemboca en el Po.
  24. Hernando de Acuña: Varias poesías, Ed. Luis F. Díaz Larios, Madrid, Cátedra, 1982, pág. 287.
  25. Quevedo, ed. cit., pág. 112.
  26. José María Alín: El cancionero español de tipo tradicional, Madrid, Taurus, 1978, pág. 664.
  27. Meléndez, ed. cit., pág. 172.
  28. Quintana, ed. cit., pág. 151.
  29. Bécquer: Rimas y antología de textos en prosa, ed. María Paz Díez Taboada, Madrid, Alhambra, 1995, pág. 82.
  30. Poco después, camino de Baeza, recuerda Machado el olmo herido al que había cantado cuando su mujer estaba ya, ella también, herida de muerte: “...Y pienso: Primavera, como un escalofrío / irá a cruzar el alto solar del romancero, / ya verdearán de chopos las márgenes del río. / ¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero?...” (“Recuerdos”). Ya asentado en Baeza, fija su mirada melancólica en los pobres olmos sureños: “El viento ha sacudido / los mustios olmos de la carretera, / levantando en rosados torbellinos / el polvo de la tierra...” (“Caminos); y, aun por tercera vez, en el emocionante envío poético “A José María Palacio”, vuelve a recordar los olmos sorianos: “...¿Tienen los viejos olmos / algunas hojas nuevas?...”.
  31. Periódico diario de Madrid.
  32. Conocida joyería madrileña.