Sala de ensayo
Producción textual y reflexión pedagógica

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Aula del siglo XVIII, por Jean Jacques de Boissieu (1780)

Cuando un sujeto que tiene experiencia al escribir es exigido a hablar sobre los temas o asuntos literarios —sobre lo que es su dedicación cotidiana o habitual— adelanta algunas justificaciones o aclaraciones que sorprenden o por lo demasiado obvias o al contrario por lo sumamente extrañas o “subjetivas”: que se trata de dejar todo a la inspiración, que es la mitad trabajo y la otra mitad intuición o método ya aprendido en anteriores esfuerzos de escritura. Que no se puede seguir o definir una estructura previa, un método y a continuación seguirlo fielmente. Que se trata sólo de comenzar e ir construyendo sobre la marcha el desarrollo de lo que finalmente será o sería el texto (libro, novela o cuento) como obra final.

La producción textual es un asunto misterioso, inconsciente, desconocido, tan sumamente subjetivo que intentar objetivarlo o pensarlo sería imposible o daría lugar a tantas opiniones como de autores se trata. Sería más conveniente apreciar o disfrutar en un sentido estético precisamente de la obra final, del texto que se nos presenta, prescindiendo de las condiciones de su producción. Acá, sin embargo, hay implícitos algunos cuestionamientos que, si se pretendiera ahondar en el tema, se podrían explicitar o tematizar. Desde un enfoque epistemológico —o pedagógico se podría decir— es interesante o pertinente sondear en el asunto de la producción teórica: no tanto para esclarecer “finalmente” cómo se realizó ésta, sino con el propósito de entender un tanto este proceso tan “emocionante” de la producción de una obra literaria, como obra de arte —como obra de creación literaria— aunque, de nuevo, valga la redundancia, se encontraría uno con las opiniones más diversas y personales, si se interrogase directamente a sus creadores.

Pero sin pretender realizar un “tratado de la creación literaria”, se puede pensar cómo, de qué forma, a partir de qué elementos, con que estructura se trabajó, qué influyó más en una determinada obra, si lo biográfico, en forma esencial, o la crítica a una realidad social o imaginada, si las lecturas previas realizadas por el autor en cuestión o la formación de toda una vida conformada por las lecturas realizadas desde la más temprana infancia, etc.

En este enfoque formativo se trata de entender el proceso de construcción de un texto para poder orientar, a los que pretendiesen formarse como escritores, cómo debieran proceder o actuar: se parte del supuesto de que es suficiente desestructurar, por así decir, la obra escrita, el texto literario, para conocer su proceso de elaboración o de construcción como obra de arte. No tanto a nivel de disposición de los elementos materiales empleados: sistema de la lengua escrita, gramática, sintaxis, ortografía, etc., sino en lo que se refiere al proceso de imaginación o de planteamiento desde o de los temas que determinaron o guiaron el proceso concreto de escritura. Aquí algunos anotarán que esto es lo que le da al proceso o al hecho de escribir toda su especificidad y dificultad: que no se puede generalizar o intentar develar algunas reglas o un método general que pudiera ser objetivado o enseñado para lograr o mejor formar futuros buenos escritores...

Recuerdo por un breve instante todo aquel ambiente vivido que existió como un denso carnaval y del que no queda más que el remoto recuerdo que por un instantáneo momento revivo, pero para desaparecer de nuevo y seguir todo en el ahora vivido como el único tiempo realmente existente. Todo ese pasado ya ha quedado definitivamente vivido y sólo como parte de un pasado que cada día, o cada instante que nuevamente transcurra, se irá borrando más de nuestra memoria, hasta tal vez desaparecer ya definitivamente. ¿Por qué habré de recordar algunos de esos instantes o escenas vividas hace ya tanto tiempo? ¿Por qué he de volver, con mucha nostalgia en algunos casos, a dichos acontecimientos tan cubiertos ya con el polvo del olvido? ¿Por qué se recuerdan algunos momentos, como escenas de un gran fresco que aún permanece en nuestra memoria, como sin atreverse a irse, a perderse del todo? ¿Por qué todo lo que conformaría la totalidad de dicho fresco o grabado aún se mantiene como latente pero no logramos del mismo recuperar de igual manera dicho conjunto? ¿Por qué puedo recordar algunos acontecimientos vividos en la infancia? ¿Por qué tienen aún ese ámbito afectivo o esa carga de emotividad? El recuerdo es lo que mantiene vivo el afecto. Existe como una especie de relación entre el presente y el pasado, como un hilo conductor que mantiene la tensión entre los diferentes momentos vividos, de tal modo que le da ese carácter de continuidad a la vida y así ésta aparece como una presencia constante, sostenida por el fluir permanente de acontecimientos. Suceden los hechos, ocurren acciones, se desarrollan actuaciones: así se podría decir que todo ese fluir que es la vida de cada persona, de cada “personaje” en la trama novelesca que conforma el todo, tiene una significación profunda, de la que no somos conscientes, pero se desenvuelve sin la participación efectiva o afectiva de nosotros como sujetos. Es decir, la realidad para fluir como tal con la dimensión real que tiene, no requiere que nosotros —en tanto sujetos que participamos en esos mismos hechos—, seamos sus productores o ejecutores para ser tal realidad.

Hay una significación que sostiene todo el orden real: todo hecho por sencillo o elemental que haya sido tiene un sentido con relación a los demás hechos vividos del pasado y por tal carácter es que un sujeto actual —yo, actuando como tal sujeto— puede recordar, relacionar unos hechos vividos en el presente con los que se vivieron en ese remoto —o reciente— pasado. La recuperación o rememoración de un pasado es posible, pues, por la relación inextricable, incomprensible, en un primer momento, que tienen los hechos entre sí. Este orden o relación es lo que les da su profunda significación actual, recuperable por la rememoración. Pero lo que hay que señalar es que esta rememoración —o acción de recordar—, una especie de nueva anamnesis, según el significado platónico, es muy deficiente o sólo funcional en ciertos procedimientos de carácter sicoanalítico o literario. Pero no se realiza normalmente por el sujeto como parte de su vida o actividad cotidiana (por lo general se le asigna sólo a ciertos profesionales: sicólogos o siquiatras con propósitos curativos o terapéuticos exclusivamente). Mi propuesta es tratar de llegar a emplear como una metodología pedagógica este procedimiento mnémico, pero no sólo como una forma de recordar y de relacionar hechos o acontecimientos vividos del pasado con alguno del presente, con el único propósito de recuperarlos del olvido —como una nueva búsqueda del tiempo perdido— sino con el propósito u objetivo de fundamentar la subjetividad en una continuidad temporal o, en otras palabras, darle al sujeto la capacidad de tomar conciencia de su continuidad temporal o constitución a través de sus diversas actuaciones en el transcurso temporal: que sea consciente de que es y ha sido el mismo sujeto a través de su historia. Es una propuesta que se enmarca en el contexto de la pedagogía reconstructivista: como fundamentación de un proceso formativo que no se puede reducir a los procesos cognoscitivos o gnoseológicos. Esto se debe apoyar en la constitución previa del yo o del sujeto consciente y cognoscente. Es el proceso fundante ético pedagógico que recupera todas sus relaciones existenciales y temporales, propuesta que desde la Modernidad se denomina proceso de constitución del yo consciente o sujeto filosófico. Entonces se trata de que el sujeto tome conciencia de su subjetividad transformándose a través de su proceso histórico formativo. Que en cada etapa de su proceso formativo ha sido el mismo como en una continuidad subjetiva, fundamentada en sí misma para cualquier proceso formativo que pretenda apoyarse en un fundamento sólido. Recordemos que Descartes en la Modernidad pretendía básicamente fundamentar en el yo pienso (cogito) la base de todo proceso cognoscente, ético, y por lo tanto, político y formativo.

Lo que se manifiesta actualmente como pérdida del sentido de vivir, depresión o baja autoestima en el sujeto como problemas vitales que están impidiendo procesos formativos sólidos es que el sujeto actual, ante la avalancha o exceso de información, ya no se percibe siquiera como sujeto, como un centro de posibilidad formativa, sino a lo sumo como una esponja que podría recibir cualquier cantidad de información. O sea, es el sujeto diluido en las cosas, en la exterioridad, en los otros: pretende o espera que sean los otros, el Otro, quien le ayude o mejor resuelva todos sus problemas, que le dé la solución completa de cualquier interrogante, o ni siquiera ve la necesidad de interrogarse sobre nada, porque del exterior de sí mismo es de donde espera que le ha de llegar las soluciones empacadas para cualquier situación o dato.

Un proceso pedagógico auténtico debe lograr orientar esta formación esencial en el sujeto en tanto éste se esté constituyendo como tal. Más que información de datos (o contenidos con un propósito cognitivo), de lo que se trata es de estructurar la subjetividad como fundamento sólido en que se pueda sustentar el proceso formativo, no como una adjetivación o agregación de valores o datos o conocimientos. La formación se inicia con el autorreconocimiento del yo como sujeto autónomo, que puede decidir por sí mismo, que es autoconsciente y responsable del proceso que él mismo ha iniciado, solo, aunque con la asesoría de sus verdaderos maestros. Esta autoconciencia hay que irla propiciando gradualmente, no propiamente como etapas previamente programadas, sino como un proceso consciente, autónomo, histórico, subjetivo e irreversible (ya que no se puede devolver para corregir y volver a desarrollar lo que no se haya podido conseguir).

No existen modelos de formación a los que se pueda acomodar cada sujeto en formación, en un amoldamiento o copiado. La formación no se logra imitando un modelo exterior que se estuviese siguiendo como objetivo. Tampoco, sacando una supuesta esencia de lo que una persona o sujeto tendría en su interior como un núcleo o semilla que pudiera ser desarrollada como tal. Por eso se puede decir que la formación es un proceso complejo en sí mismo que ya que no está predeterminado, ni se puede planear como cualquiera otra tarea o proyecto humano. Depende de una serie de valores, realidades, elecciones, decisiones, tomas de conciencia y hasta conflictos —superados— que la van constituyendo en cuanto proceso humano. No es una sumatoria de elementos o eventos que se dieran previamente y sólo se diera la necesidad de agregarlos o incorporarlos en una nueva realidad. Hay que pensarla más bien como una integración problemática y compleja de procesos y actuaciones a su vez complejos y trascendentes, en el sentido de que no se pueden reducir a alguno de sus elementos componentes.

Hay que insistir, entonces, en el sentido profundo de formación como Bildung o construcción a partir de elementos complejos que se integran de un modo consciente, moral y filosóficamente hablando, del tal modo que en cada estadio de dicho proceso, el sujeto está cada vez mejor estructurado y no simplemente agregado o acumulado por todo lo que habría recibido del contorno o mundo exterior.

Esto es lo que permite decir que desde una sola disciplina no se puede abordar la complejidad que constituye la formación. En el contexto de la Postmodernidad hay que hacer un abordaje multidisciplinar de dicha complejidad. La conjugación de varias disciplinas para fundamentar y orientar el trabajo de la pedagogía es lo que se pretende hoy en día para poder entender más acertadamente el proceso de la formación y sobre todo para poder orientarla mejor, o sea para que se dé realmente un verdadero proceso de formación o en otros términos para poder corregir a tiempo, desviaciones.

He pensado sobre la posibilidad de relacionar dos disciplinas o enfoques aparentemente tan dispares como son la pedagogía y la lingüística. La intuición —o casi despropósito— surgió primero en forma de sueño, sí, de un real sueño o de un sueño que realmente tuve una noche o más bien ya al amanecer porque —recuerdo en particular ese detalle— desperté precisamente casi de inmediato o justo luego de haber tenido el sueño al que me estoy refiriendo. Soñé que estaba en un espacio al aire libre, posiblemente en un escenario amplio como el de un teatro, y allí estaba exponiendo un tema al que le prestaban atención muy motivada mis oyentes de turno en ese momento: colegas profesores de artes y de ciencias sociales. Recuerdo de manera muy detallada y emotiva, como ocurre en algunos sueños de los que recuerdo muchos detalles porque los acababa de tener en el momento justo en que me despertaba, que les estaba sustentando lo que para mí era lo más importante y decisivo para elaborar mi proyecto intelectual: lo literario es una especie de conjuro sobre lo real para poder entender o asir el sentido profundo de lo que es o se desarrolla con o en torno a nosotros: todos los elementos que conforman nuestros procesos reales se articulan de tal modo que —aunque no seamos conscientes de ese orden aparentemente oculto— van originando el orden o nivel de realidad que se presenta ante nosotros y nos envuelve conformando la vida actual de cada uno. Esos elementos se articulan ante nosotros de la misma forma en que se articulan los elementos lingüísticos desde el enfoque significativo, es decir, que se relacionan entre sí por lo que tienen de significación: se van estructurando de tal modo que van adquiriendo un significado al relacionarse entre sí: es la relación entre estos elementos lo que le otorga el sentido muchas veces oculto a nuestros actos. Cada acto en sí mismo no significa nada trascendente: es dicho acto y no más, pero cobra su sentido verdadero cuando se relaciona con los otros actos con los que debe formar un conjunto armónico. Se ha creído, hasta ahora, que la relación o articulación se da sólo entre los elementos que son significativos por sí mismos: los signos lingüísticos, entendiendo por éstos no sólo las palabras, sino todo elemento sintáctico, desde los fonemas hasta las estructuras significantes más complejas como la frase o el párrafo. Sostengo, entonces, que todo, en la complejidad de las relaciones humanas, está estructurado como un lenguaje —pienso en la tesis lacaniana de que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, en el sentido de que un solo elemento por sí mismo no es significativo sino en la medida en que esté relacionado y articulado con todos los demás en diferentes series significativas de las que no somos conscientes en cuanto tales, o en otros términos, las que no tienen que pasar por la conciencia del sujeto que las tiene para poder constituirse. Es un proceso significativo la vida misma pero no requiere para tener tal significación que sea consciente o pensada por cada sujeto en particular. La recomposición del orden real se da como una rememoración, como un proceso de anamnesis de los eventos que no se consideraban significativos en sí mismos. Por eso se recuerdan los acontecimientos pero en relación unos con otros, o un acontecimiento en particular, se logra rememorar más claramente en la medida en que lo relacionamos con otro u otros en una especie de complejidad que pasa por encima o por debajo de estos mismos acontecimientos o como se dice ahora, meta, más allá de estos mismos, se encuentra un orden o una estructura que funciona de tal manera que los eventos que ocurren son sólo una manifestación de ese orden oculto, estructura que estaría latente u oculta. Los hechos en que participamos o los que realizamos tienen una estructura latente, oculta, que no logramos comprender completamente porque no se necesita para que la vida pueda vivirse, para que pueda darse como tal: vivimos como si no viviéramos.