Letras
La gorda

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Este relato fue leído por su autor, el escritor ecuatoriano Jorge Dávila Vázquez, en la pasada Feria del Libro de Buenos Aires.
 

para mi madre, siempre,
para mis hermanos.

Muchos se han preguntado si de veras la Gorda era un ángel. Pero, ante las evidencias, no les quedó más que desechar sus dudas, aceptando la realidad.

Claro que no tenía alas, y de poco le iban a servir, con su grande y generosa anatomía. Pero sabía estar, en el instante justo, en el sitio en que la necesitaban, por lejos que estuviera. Un poco agitada, sí, pero puntual.

No irradiaba nunca una luz muy fuerte de su ancha cara dulce y triste, pero ¡cómo iluminaba su proximidad un rostro oscurecido por la vida!

Jamás hizo un milagro sonado, de esos que registran las causas de santidad; pero vivía de los pequeños prodigios: con un hilo, sus mágicos dedos hacían ya una minúscula red, ya una diminuta canasta, ya una hamaca como para un ratoncito; con un hilo y un botón, un roncador, que sonaba más que un trompo; con nada era capaz de crear un mundo que encantaba a los niños, que la miraban extasiados.

Con encaje barato y unas cintas, convertía en nueva la ropa vieja de los tíos; vestía nietos, como en otra época hermanos, hijos, primos, sobrinos, conocidos... Remozaba con flores pintadas, viejos tapetes que rejuvenecían antiguos muebles... Con esa capacidad de transformarlo todo, un poco de harina y aceite eran una torta deliciosa; reunidas cuatro verduras hacían exquisita comida; en suma, milagreaba todo el tiempo.

Ah, y en tratándose de aliviar pequeños males, no había más que llamarla. La mejor medicina eran sus manos siempre mágicas, posándose tiernas, sobre la frente sudorosa o aplicando paños, hierbas, ungüentos en el cuerpo adolorido.

 

El único problema es que un mal día la Gorda murió, y los expertos en ángeles dicen que éstos no pueden morir.

Es muy complicado explicarles que murió, pero sigue viva. Sí, en el recuerdo no ha dejado de tejer un solo instante misteriosos objetos con su hilo y sus dedos maravillosos; continúa transformando cuanto toca, con su aguja, sus rudimentarios pinceles o su sazón increíble; y hasta como que consuela dolores al paso, en un silencio en el que apenas se escucha un leve roce, cual el de unas livianas alas: ahora que no tiene cuerpo, deben estarle funcionando a maravilla.