Entrevistas
A. P. Alencart
“La poesía es nidal de redenciones”

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Alfredo Pérez Alencart
Pérez Alencart: el individualismo irredento conduce hacia un egoísmo que daña lo más sensible del hombre.
 

Es de constitución fornida, barba perpetua y de 1,74 de estatura. Con su melena semicorta, que se desgreña cuando brisa. De tono afable y palabra cordial cuando se le trata. Su mirada serena trasmite confianza. Cuando queda con sus amigos toma vinos, algunas veces; otras, cafés o infusiones. Ése es Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, 1962), un poeta hispano-peruano que se gana la sobrevivencia como profesor de derecho del trabajo en la Universidad de Salamanca. Jacqueline A. Polanco es su esposa, compañera y amiga; Alfredito, su hijo, niño de alma vieja, por su fuerte intuición para la poesía desde los primeros años.

Pérez Alencart ejerce un trabajo de promoción cultural en Salamanca desde hace dos décadas y ha publicado los poemarios La voluntad enhechizada (2001), Madre selva (2002), Ofrendas al tercer hijo de Amparo Bidon (2003), Pájaros bajo la piel del alma (2006), Hombres trabajando (2007), Cristo del alma (2009), Estación de las tormentas (2009), Oídme, mis hermanos (antología hispano-alemana, 2009), Savia de las Antípodas (edición trilingüe, español, japonés y coreano, 2009) y Aquí hago justicia (2010). Libros o poemas suyos han sido traducidos al alemán, inglés, italiano, portugués, árabe, serbio, francés, hebreo, búlgaro, vietnamita, ruso, japonés, estonio, croata, indonesio, rumano y coreano. El poeta Alencart ganó en 2009, por el conjunto de su obra, el Premio Internacional de Poesía “Medalla Vicente Gerbasi” que otorga el Círculo de Escritores de Venezuela.

La poesía de A. P. Alencart es de variados registros, rica en imágenes, telúrica, urbana, comprometida, erótica, sentenciosa y religiosa. Algunos poemas se elevan como plegarias. Su poemario Madre selva recrea la profusión de la selva americana, la vida y sinuosidad de los ríos, el canto de los pájaros, la pulsación de animales endémicos, el acontecer de los nativos y su curiosidad y asombro por un mundo lleno de tanta vastedad. La voluntad enhechizada husmea por Salamanca, sus monumentos, calles y lugares, recuerda a los maestros del pensamiento que por tan magnas aulas, dejando sus huellas, pasaron por el alma máter. Pájaros en la piel del alma constituye un universo de levedad, lleno de esos seres fugaces, ágiles, bellos y presumidos por la posesión de las alturas.

Preguntamos sobre la poesía, sus relaciones con lo social y con el mundo, y él responde.

P. Es recurrente en usted el tema bíblico, y algunas veces suele formar versos parafraseando textos de las Sagradas Escrituras: “Sin que sus ojos derechos vean lo que hace tu mano izquierda”. ¿Qué nos dice sobre el particular?

R. Expuse mi espíritu a lo sagrado cuando traspasaba las primeras cuatro décadas de mi vida. Posiblemente necesitaba de tal madurez para entablar una relación entrañable con el mayor Poeta de los poetas: Jesús, el galileo condenado a la muerte de cruz por los poderes religiosos y políticos de su tiempo. Y es que esa infamante muerte se destinaba, por lo general, a los esclavos desobedientes. A él, un pobre que denunció entre los pobres la mendacidad de los estimados Grandes, lo clavaron por revolucionar con el Amor y con la fuerza de su Palabra. Era un poeta profundo, profeta o apóstol de la no posesión, germen de todas las codicias que destruyen la humanidad. Lo colgaron como a un “don nadie”, burlándose de él, tal como hoy mismo suele hacerse, en el vulgo y en salones palaciegos, con los Poetas-Poetas cuyos desafíos éticos y estéticos desnudan las mentiras de los mandamases.

Los poetas, o quienes merodeamos el entorno de la Poesía, sabemos que sólo somos un eslabón de una larga cadena que viene desde el Principio. Jesús, Verbo hecho carne, tiene en la Biblia unos ancestros de enjundia, unos “poetazos” que superan de largo a ciertos rimbombantes versificadores de ayer o de hoy. Wislawa Szymborska, Premio Nobel de Literatura de 1996 y mujer descreída de toda religión o ideología, en su discurso de recepción del premio dijo que, de tener delante de ella a Eclesiastés, se inclinaría ante él, pues lo estimaba como uno de los más grandes poetas de todos los tiempos. Ahí quería llegar para responder el meollo de su pregunta. Cuando en verdad me hice cristiano, quedé enmudecido, leyendo y absorbiendo la Biblia por entero, pero especialmente las parábolas del Evangelio y los asombros y revelaciones de poetas tan inmensos como Isaías, Job (o quien escribiera tal poema dramático), Jeremías (tan actuales son sus Lamentaciones), David (ah, el lírico salmista al que leo con fruición), Salomón (el Eros también es sagrado; los Proverbios también son poesía filosófica y sentencias para el existir del hombre), Miqueas, Habacub, Ezequiel, Zacarías, Oseas, Sofonías, Joel, Amós, Nahúm... y paro de contar. Quien todavía los ignora, bien merece ser un ignaro, literariamente hablando.

Después de cinco años de “mudez” escribí mi Cristo del alma. Ahí dentro está el Poeta de los poetas, pero también su linaje precedente ya nombrado. También está su epígono, Juan de Patmos, con las rotundas imágenes de su Apocalipsis. Y ahí estoy yo, mostrando ciertas purezas íntimas de esa cuarentena. Eso sí, en mi escritura nadie hallará ecos del incienso de una religiosidad abyecta, contraria al cristianismo, presta a utilizar el humo y el aroma del incienso para velar sus tropelías y para tratar de disipar la hediondez de sus perversiones o condescendencias varias. No olvidemos que ese clero corrupto de tiempos de Jesús ordenó dar muerte, por segunda vez, a Lázaro, para borrar huellas de las maravillas del Cristo. Y recordemos que Jesús siempre hablaba por parábolas a la gente, siguiendo así la senda iniciada por el poeta del salmo 78, cuando tan bellamente dice, en la incomparable traducción de Casiodoro de Reina: “Abriré en parábolas mi boca; / Declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo”.

P. En su poema “Obra”, para describir la memoria, ese oficio que está entre perdurar y olvidar, no elige acuñar una imagen, más bien la ensaya, puesto que ella se muestra huidiza como muchas veces suele ser ese oficio de la memoria. ¿Es por eso que asocia dentellada y corcel?

R. La obra literaria no es un obelisco, pero a veces resulta más resistente que las pirámides, como profetizaba Horacio para sus poemas. Y en su caso ha sido así, pues las pirámides muestran signos evidentes de deterioro, mientras que los versos de Horacio siguen tan lozanos como en su tiempo. En el poema “Obra” cierto que hablo de memoria y de olvido, aunque lo hago para celebrar la obra de un escritor que admiro, pero que puede ser asimilable para cualquier otro poeta cuya obra se haya hecho para ser custodiada como un tesoro en la memoria de algún lector contemporáneo o futuro. Creo recordar que el poema concluye con estos versos: “Ésta será tu ofrenda, / lo que dentellee / a los corceles / de cualquier olvido”. La obra que no se cuartea es aquella inmune al olvido, cuyos corceles resultan muy ariscos a reconocer maestrías, especialmente si son autores insumisos.

Y cuando en el poema hablo de “memoria”, lo hago para resaltar que el poeta logra la excelencia de su creación cuando la trabaja despaciosamente, cuidando la temperatura de su lenguaje, renovándolo pero sin que le falle “la memoria de una lección antigua”. Es decir, para ser original conviene volver a los orígenes, al menos en poesía y demás expresiones del espíritu. O dicho de otra manera: se necesita ser clásico para ser moderno. Lo otro, lo presuntamente vanguardista y “performancero” podrá ser hasta interesante, dicho esto con cierta benignidad, pero tenga por seguro que pasará de moda.

P. “Ser honesto / es la debilidad / que te hace fuerte”. En tres versos puede ser sentencioso, hacer juicios de los valores de una sociedad. ¿Puede ser efectivo ese sueño, esa lucha del poeta?

R. Estimo que propugnar la honestidad tendría que ser el pan de cada día, empezando por uno mismo, sin necesidad de ser poeta. La corruptela moral y económica ha embarrado la cabeza, el tronco y las extremidades tanto de España como de muchos otros países del mundo. Una sociedad instalada en el auto-engaño es una sociedad que se merece varias patadas en el trasero y todas las repercusiones negativas de los descalabros que atañen a su bancarrota ética. El placebo era la bonanza y la mayoría estaba tan atenta al espejismo de la buena vida haciendo poco o nada, que no quisieron ver la realidad que tenían delante. A quien hablaba o escribía llamando la atención, se le consideraba inconformista o desquiciado, cuando no trasnochado comunista. ¿Qué está pasando ahora? La indignación de los jóvenes está llenando plazas, trenzando solidaridades... Pero ellos también tendrán que admitir parte de su culpa en la somnolencia o el vivir anestesiado de los últimos años.

Y es que la hipocresía general, preñada desde luego por una falsa religiosidad aparentemente hegemónica, ha cuajado el tópico de que no se deben decir las cosas claras. Falso: a la gente hay que hablarles clarito, exponerles lo bueno y lo difícil, implicarles en las reformas pero también en los beneficios... Esos tres versos que señala bien pueden recolocarse hasta ser uno solo. Basta un verso, si es bueno, para amamantar al nuevo hombre que surja de esta crisis, si es que surge ese nuevo hombre ya sin su lado deficitario de honestidad.

No obstante, las recientes elecciones dan muestras inequívocas de seguirse con el pésimo guión de los años precedentes: políticos imputados por delitos de corrupción han obtenido mejores resultados que en otras citas electorales precedentes. No sólo existe una cierta impunidad judicial sino que muchos ciudadanos dan su voto a gente que nos está llevando al desastre.

P. Usted enuncia: “Donde el dolor ruega / ellos se jactan / y prolongan quebrantos. / ¡Ay, qué malignos / los hijos del terror!”. En la poesía es posible el lamento, pero ¿puede ser posible la redención?

R. La poesía es nidal de redenciones. El voltaje de la Palabra poética rescata en todos los estratos arrimados a su alquimia interior. Tratándose de seres que sufren, alertamente la poesía primero es bálsamo contra lamentos y desasosiegos; después se clava en el espíritu del derrotado, le comparte su pudor para, finalmente, llevarle a la intemperie donde las culpas ya fueron cribadas.

Claro, para que esto suceda hay que tener fe en la Poesía, y pocos son los que realmente la tienen. Hay algunos que aparentan ser sus seguidores, pero la traicionan al menor descuido. Sólo quienes tienen suficiente fe, sirviendo en lugar de ser servidos, resultan redimidos y pueden aposentarse fuera del muladar. Cierto que hay casos de seres que, sin ser creyentes, respetan el misterio de la poesía. En estos casos puede aflorar la gracia, pero sin la certeza anterior.

Y si el Amor es lo que mejor redime, qué decir de la Poesía, que pare a todos sus criaturas bajo el signo del amor (o el desamor).

P. Arma usted, al igual que Saint-John Perse, su universo de pájaros. ¿Cómo nace ese trabajo?, ¿qué tanto se siente la levedad del vuelo de las aves al migrar al papel?

R. Me parece que se refiere al libro Pájaros bajo la piel del alma. Se trata de un volumen sencillamente atractivo, en lo que a imagen se refiere, pues las pinturas del pintor Miguel Elías son de calidad superior: los pájaros parecen estar volando o bien posados en las ramas estampadas en el papel. Elías quería hacer este libro y me pidió los poemas: salieron rápido porque dejé salir al exterior los pájaros que llevo dentro. En la mayoría de los casos, Miguel Elías hizo los sumi-e partiendo de mis textos.

¿Qué si armo mi universo de pájaros? Han crecido conmigo, desde la infancia y allá lejos, por la Amazonía peruana limítrofe con Brasil y Bolivia. De verlos cruzar fronteras sin pasaporte alguno, estar en cielos más aquí o más allá, de cierto está empreñado mi espíritu. En el libro solté a mis paucares, garzas o gallitos de las rocas; en otros textos hay simbiosis, como en “El poeta-pájaro”. Y si en las fábulas se utiliza un animal, yo uso un ave, como en “¿También tú, querido cuervo?”, cuyos versos debería usted añadir al final, conjuntamente con “Un gorrión visita mi ventana”, que trata de las migraciones humanas. Pero también aquí, en Salamanca, tengo pájaros “propios”. En mi libro La voluntad enhechizada hay un poema titulado “La isla de los pájaros”, ambientado en la isla del Tormes que veo desde mi balcón. Cuando recién me instalé en el piso de Tejares, el verano de 1994, miles de pájaros llegaban al crepúsculo y toda la noche ofrecían un inagotable concierto, tanto para mí como para mi esposa y para mi hijo recién nacido. Un pájaro canta en la mitad de mi corazón, compartiendo sitio con el Descolgado.

“¿También tú, querido cuervo?”: “¿Acaso no recuerdas / que era yo quien recogía / a cada pájaro caído? / Nunca me importó recibir chanzas / y desdenes / por tal proceder. // Pero ahora tu lenguaje / se ha vuelto malévolo / y picas mi mano / hasta hacerme daño. // No sé por qué, / si sólo curé tus heridas / del cuerpo / y luego te dejé en libertad. // Ven, pajarillo, / mi casa sigue abierta, / como siempre / lo está mi corazón”.

“Un gorrión visita mi ventana”: “¿Cómo llegaste hasta aquí, / gorrioncito americano / de garganta blanca? / ¿Qué te atrajo a mi ventana? / ¿La luz de las palabras / o mi pasaporte primero? // ¿Sabías que soy tu hermano / y que ofrezco arroz / en la palma de mis manos? // Y porque en estos parajes / tengo fundado miedo / de que no halles cosecha, / dejo abierta mi ventana / para que la hospitalidad / sacie tus hambres / y las mías”.

P. En su poemario Savia de las Antípodas está la huella del haikú, de la verdad sentenciosa oriental. ¿Cuáles son las referencias?

R. Los poemas albergados en dicho libro parten, efectivamente, del haikú, pero lo mestizan sin disimulo. Quiero decir que parten de su temblor y poquedad que luego aumenta, pero rompo en muchas ocasiones con su métrica o su temática más repetida. Y es que no soy japonés ni pretendo serlo: al escribir mis textos ansiaba, tal vez, ser una esponja haciendo usufructo de la fuerza contenida de estos sobrios poemas que mucho dicen y más hacen pensar. Liviandad aparente, que se desplaza de improviso, generalmente en el verso final, para deslumbrar con fundamento.

Dije mestizaje, y es así, pues ni siquiera soy español de nascencia. El Nuevo Mundo está en mi mirada primera, con todo su crisol étnico y cultural. Pero ello, que para algunos sería una desventaja, para mí es un plus invaluable, pues me gusta masticar pedazos de pan de todas partes.

Así como existen algunos haikús japoneses que resultan difíciles de entender desde nuestra concepción y/o sensibilidad occidental, es posible que un japonés no entienda por completo algún haikú mío, con diáfana identidad salmantina: “Al crepúsculo / lloviznan los vencejos. / Cielo de julio”.

También me preguntaba por mis referencias. Como autores principales, que no únicos, tengo varios: Matsuo Basho y sus discípulos (Kiorai, Shiko, Jokushi, Sute o Chiio); Buson (nunca olvido una perla suya: “La repudiada / pisa sobre su orgullo / y planta arroz”); Issa o el contemporáneo Jakiô.

P. ¿Es el pintor Miguel Elías quien lo lleva a bucear por los abisales orientales?

R. Mi cercanía a lo oriental viene de muy lejos, desde los primeros años de mi infancia. Me refiero a compartir aulas con descendientes sanssei o a escuchar historias de la emigración japonesa a la Amazonía peruana. Aún recuerdo, como si fuera ayer, ciertos apellidos: Takahashi, Sato, Fukumoto, Sakata, Nisisaka, Miashiro, Odagawa, Otsuka, Yamasaki, Tamura, Kamamoto, Yosikawa, Jaga, Okimura, Ikeda, Komori, Futagaki, Kameko, Mazuko, Ishikawa, Kojagura, Isuyama, Koga, Nagaremori... En una esquina de la Plaza de Armas de mi ciudad, Puerto Maldonado, estaba la tienda que regentaba don Takeichi Kaway. Él y su esposa habían venido juntos desde Japón: eran ya ancianos cuando yo aún era un niño al que le gustaba pasar por esa esquina entre León Velarde y Loreto, para escucharles hablar en su idioma. Verdad es que no entendía nada, ni entonces ni ahora, pero así es como me proyectaba a otros mundos. A media tarde, don Takeichi leía un tabloide con extrañas letras o caligrafías, según mi decir de entonces. Creo que siempre era el mismo periódico, todo amarillento, pero él seguía absorto en su lectura. Años después, ya en el colegio y sobre mis 15 años, bastante hablé con don Panchito Fukumoto en la tienda donde vendía chicha de maíz, muy cerca del Colegio Nacional Guillermo Billinghurst. Fue el último japonés oriundo. En el libro Madre selva tengo un poema que habla de él, además de otro que trata de los muchos paisanos míos que en los años noventa emigraron a tierras japonesas.

Entre ellos fueron una hermana y una sobrina. Allí nació mi sobrino José Luis. Entonces me adentré de lleno a conocer el país donde los míos estaban viviendo. Leí mucho más sobre su cultura y tradiciones. Es así como el haikú quedó anhelantemente agazapado, en la antevíspera.

Hace algunos años vi la publicidad de un curso de pintura sumi-e, a impartirse en el Centro Cultural Hispano-Japonés de la Universidad de Salamanca. Se lo comenté a Elías, se matriculó y allí conoció al que hoy es su maestro, el pintor Kousei Takenaka, de Kanazawa. Luego, en varias oportunidades, volvió el maestro a Salamanca. Me asombra y me congratulo del grado de absorción que tiene mi amigo-hermano Elías: es el único discípulo occidental de Takenaka, y eso que ha impartido cursos hasta en Estados Unidos. Gracias a su arte, Savia de las Antípodas no sólo es un libro de poemas y pinturas.

P. Parece esbozar una poética cuando en estos versos escribe: “¿Buscas resplandor? / La poesía es un reino / que brilla de noche”.

R. Si mis pupilas se imantan al asombro, estimo innecesario que se enciendan las bombillas para que yo pueda ver.

P. La sal se prefigura como símbolo alquímico. Cuando usted dice “El mar guarda tu firmamento. / Lo que fuiste, lo que serás, / se graba con sal de lo profundo”. ¿Le confiere ese sentido o tiene otro?

R. Cierto es que la sal tiene y ha tenido valores y significados diversos. Por ejemplo, en tiempos romanos servía como paga para sus soldados, quienes recibían su salarium, con similar valor que el dinero circulante.Y así como sazona y preserva los alimentos, así también los judíos veterotestamentarios la utilizaban como símbolo en todas sus ofrendas, buscando que simbólicamente mantuviera los pactos que se hacían con Dios. En el caso del poema que menciona, el sentido es cristiano pues está dirigido a Jesús, como contestándole o dándole cuenta del mandato que hizo a sus seguidores para que fuesen sal de la tierra y luz del mundo. Difícil resulta ser verdadero discípulo del Galileo, pues la sal que se ofrece no sólo va encaminada a conservar el espíritu, para que no entre en descomposición, sino que se debe vivir una vida ejemplar cuya sazón invite a otros a seguir a Cristo, no sólo por lo que se dice sino, especialmente, por lo que se hace.

P. En Hombres trabajando, poemario comprometido, inspirado en el trabajo pictórico de Luis Cabrera como usted lo confiesa, ¿se puede decir que se oficia un compromiso social del arte?

R. Si hay descompromiso, en cualquier faceta de la vida, es previsible esperar que algunas zarpas nos serán clavadas con manifiesta impunidad. El individualismo irredento conduce hacia un egoísmo que daña lo más sensible del hombre, esa pequeña parcela de altruismo y de querer compartir algo con el que menos tiene. Estas manifestaciones se han dado en todos los tiempos, pero la tendencia actual las acentúa más. Pocos son los que asumen responsabilidades y muchos quienes prefieren derivar en otros ese cometido. Así, si hay errores, se creen exentos de culpa.

Poéticamente hablando, mis textos no se inspiran en los trabajos de Luis Cabrera. Sí los acompañan, toda vez que los guantes pintados por el notable grabador cubano se ajustan a la temática social que quise abordar después de largos años. Al ver sus pinturas y ante su pedido para hacer una carpeta conjunta, escribí la primera serie de poemas. Cabrera, al leerlos, se re-inspiró en mis textos e hizo una serie de nuevas obras, esta vez grabados iluminados. Luego escribí más poemas que se publicaron acompañando las magníficas pinturas primeras de mi buen amigo Luis Cabrera.

La poesía, como el arte, no sólo debe tratar de fulgores opulentos, de arrobos u hondas sensaciones propias del romanticismo. Tal faceta es buena y resulta aconsejable considerarla. Pero la poesía bien puede (y debe) dar testimonio de miserias acumuladas, de niños famélicos, de estulticias de los poderosos, etcétera, etcétera. Pero lo que no puede pretender es hacerlo con palabras-cemento propias de panfletos de la peor laya. Textos así lo que hacen es atropellar no sólo a la Poesía sino a las buenas causas que se querían denunciar.

El libro empieza con un clamor dirigido contra los ricos que, si no indicara la procedencia, se prejuzgaría como extraída de algún “repugnante” manual de comunismo: “He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros”. Pero está en la Biblia y lo dijo Santiago, el hermano de Jesús.

Con relación a los poemas, puedo decirle que los reconozco como criaturas mías. No han envejecido; más bien, hoy tienen plena actualidad, pues con tantos problemas laborales la gente entiende el porqué de las advertencias que desoyeron a principios de 2007, cuando nadie pensaba en una crisis de estas dimensiones. Así empieza el primer poema del libro: “Yendo a lo nuestro, / acercándonos a las cerillas / que al crepúsculo alumbran los rostros, te diré / que debes aprender a recibir los días / con todas sus esquirlas, / a que pueden volver / veranos oscuros, / languideces, / grilletes...”.

Siempre he ido a contracorriente de las modas poéticas. Si lo social o lo cristiano está “mal” visto, pues conviene retornar a sus orígenes, para ver si la impronta que uno marca no la hace desmayar en el río reseco de quienes tanto manosearon, puerilmente, tales temas.

P. Usted reafirma la dualidad en el hombre, algo de lo que han sido conscientes los filósofos pre-socráticos. ¿Cree que el hombre moderno se olvida de esa constitución de nuestro ser?

R. Cuando en el prólogo de Hombres trabajando hacía referencia a mis dualidades como hombre, no estaba adentrándome en terrenos tan filosóficos y hasta teológicos-metafísicos; es decir, no quería centrarme en disquisiciones sobre la dualidad básica entre materia y espíritu. Tampoco en el mundo perfecto de Platón, el mundo de las ideas, con su contraposición o copia imperfecta, el mundo sensible, que es donde vivimos... Hablaba de dualidades que me completan o complementan, como ser peruano y español, ser socialista y cristiano, ser profesor de derecho del trabajo y aprendiz de poeta. Por eso ponía un ejemplo con el poema “Doblemundo”, donde dejaba constancia de mis querencias tanto a América como a la Península Ibérica.

En todo caso, y sin considerar situaciones de bipolaridad, coincido con usted en que prevalecen demasiados olvidos en el follaje de triquiñuelas y patrañas contemporáneas donde está como perdida la espiritualidad del hombre.

P. ¿Tiene alguna connotación especial el hecho de que el libro esté editado por una unión sindical?

R. Para mí fue una alegría que la centenaria UGT me pidiera publicar los poemas. Y es que ellos son conscientes del alejamiento entre cultura y sociedad que se había producido en las últimas décadas. No se olvide que Miguel de Unamuno o Antonio Machado eran frecuentes invitados a las Casas del Pueblo del sindicato fundado por Pablo Iglesias. Cuando el último día de junio de 2007 se presentó el libro en su sede de Salamanca, con un tiempo propicio para estar en bares y terrazas, lo cierto es que más de 250 personas colmaron el salón de actos, quedando muchas sin opción a entrar por falta de espacio. Cuando firmé ejemplares, los comentarios de personas a quienes no conocía pero que se habían identificado con los textos leídos, me hizo ser doblemente feliz. Es lo que busca todo poeta, que otros se conmuevan y hagan suyos los frutos de su espíritu.

P. En estos tiempos de injusticia y desigualdades es atinente una pregunta, ¿cómo podemos ver el que el hombre haya hecho caso omiso de todas las obras del pensamiento, literarias, filosóficas, artísticas, construidas justamente para humanizar al hombre, para encenderle una luz en su pequeño y oscuro mundo, y a su pesar siga caminando a ciegas?

R. No se puede generalizar en cuanto a la degradación del pensamiento, pero sí resulta evidente que se propende a lo endeble, a lo deslavazado, al poquísimo esfuerzo. Se tiende a vivir de apariencias y de falsos afectos. El egoísmo se ha enraizado hasta extremos impensables, especialmente en sociedades que se dicen cristianas o que tienen un sedimento histórico con valores derivados del cristianismo. Se camina a ciegas, sin fomentar el altruismo o la genuina generosidad. Poco o nada conmueve a los astutos que han ido trocando las reglas de juego para convertir a la mayoría en seres activos o pasivos de una farsa que, ahora, está explotando. La omisión de la sapiencia y la sumisión o complicidad silenciosa, deja entrever un oscuro camino por delante para la humanidad.

P. ¿Cuáles serían las premisas mínimas para que deje de cumplirse la sentencia hoobiana del Homo-Lupus?

R. Creo que una de ellas sería el des-aprendizaje de las ventajas de mentir. La segunda sería la des-posesión, el arrojar al fondo del océano tanta codicia acumulativa. La tercera y definitiva, sería re-potenciar la ternura, quitarle su barniz efímero. Son recetas muy sencillas y, por ello, sumamente difíciles de cumplir aun para quienes tienen voluntad de hacerlo. Hay demasiada envidia suelta en la profundidad del ser humano, formando parte de sus entrañables pertenencias. El uno proscribe al otro para romperle la esperanza y para que le haga sombra. La envidia y la codicia son, considero, los dos grandes nudos corredizos que tensan la existencia hasta propiciar esas puñaladas cotidianas entre los congéneres.

P. Aunque ya advierte de su vida escindida entre el verde del Amazonas y el amarillo pétreo salmantino, aquí reafirma su identidad contenida en la espesura del Nuevo Mundo. ¿Es Madre selva una reafirmación identitaria y rotunda?

R. Uno es de donde siente que no escasea la hermosura de la vida. Y, aunque publicado en segundo lugar, la escritura de Madre selva aconteció primero. Este libro resume y rezuma mi mundo inicial, esa infancia y juventud tan definitorias para cualquiera. Yo tuve el privilegio de crecer en un entorno casi paradisiaco y en una pequeña ciudad de la Amazonía peruana que no llegaba a los diez mil habitantes. Hoy, Puerto Maldonado es una bullente ciudad cuya población bordea los cien mil habitantes. Tal crecimiento algo caótico ha menguado algo de su atractivo, pero no el de su entorno. Permanecen los dos ríos entre los que está enclavada y cada que vuelvo a mis orígenes suelo ir al Parque Grau, desde donde se divisa la confluencia del grande río Madre de Dios con el otro, algo menor, río Tambopata. Desde allí la visión de los atardeceres selváticos resulta imborrable. De calles y personajes de mi ciudad parto hacia una aventura mayor: tratar de dar cuenta de los otros territorios de esa vasta alfombra verde que constituye el departamento de Madre de Dios, fronterizo con los departamentos de Cuzco y Puno (Perú), con el estado de Acre (Brasil) y con los departamentos de Beni y La Paz (Bolivia).

Su escritura se presentó como una necesidad espiritual. Fluyó sin esclusas, modulando emoción y lenguaje decantado; razón y palabras autóctonas; historia mía y de otros; etnicidades de los habitantes desde hace centurias con la de los llegados de todas partes, aquellos que hacia finales del siglo XIX fueron atraídos por el caucho, también llamado oro verde. Entre ellos estaban mis abuelos, de España y de Brasil.

El libro no es que refuerza mi identidad sino que la sostiene desde la garganta del alma. También memora lo que acontece fuera de uno, en la colmena abierta.

P. ¿Cree que lo telúrico de la madre tierra sacuda a la emoción a través de la palabra escrita?

R. Lo telúrico y sustancial de mi mundo primero está en Madre selva. Después, en Pájaros bajo la piel del alma, dejé aflorar a algunas aves que todavía volaban por mis venas, emocionándome una y otra vez. Tengo un tercer libro, todavía inédito, donde lo telúrico ocupa parte central, conjuntamente con lo mítico. Lleva por título Memorial de Tierraverde. Por otro lado, creo que la palabra escrita es un bastón importante para transmitir lo sentido o imaginado, aunque siempre queda corta. Hay paisajes que ameritan la mudez y el olvido temporal del abecedario. Hay lugares que dicen tanto por sí mismos que, al traducirse a palabras, se constata una mengua de la belleza o de la devastación observada.

P. Hay un valor real, precioso, del oro, pero usted lo desestima para apuntar a otros valores, titulando un poema justamente “Razón de vida”. ¿Cómo ve usted que el hombre se haya dejado obnubilar por un valor sin importarle pisotear otros valores?

R. Es fácil que el hombre caiga en la trampa del poseer y el ostentar, del despreocuparse por el entorno humano que le rodea. El oro lo utilizo como símbolo de muchas degradaciones de la conducta humana, de incontables “locuras” que se hacen a sabiendas que van contra la ética más elemental. No escribo desde el desengaño de quien ansía lo que otros consiguieron con métodos muchas veces espurios. Voy camino hacia el medio siglo de existencia y en tantos lustros tuve varias tentaciones, a las que no cedí. Entiendo que sólo con el ejemplo férreo de un vivir procurando lo necesario, es posible intentar “curar” este cáncer moral que nos abate.

P. “Soliloquio ante el río Amarumayo” es un poema de versos desbordantes, de alucinación, de nostalgia, de amor, de inmersión en ese universo desaforado, único, feroz, manso, sagrado, que cogido en medidas precisas se adhiere a la memoria y allí fluye como tal lo hizo en la medida de su flujo acontecido y real...

R. Su opinión coincide con la de algunos poetas de obra reconocida, como Raúl Zurita (Chile), Circe Maia (Uruguay), Ramón Palomares (Venezuela) o Antonio Claros (Perú), éste último tan parco para comentarios elogiosos. Y si ellos estiman que es un poema a tener en cuenta, no seré yo quien diga lo contrario. Lo fijé como representativo del libro, tal es así que da título a la primera de las tres secciones del mismo. Es un poema sinfónico que, para escribirlo, cerré los ojos y dejé aflorar el largo río enroscado en mis entrañas: expulsé aquello que no era pasatiempo, aquello que sólo volverá a ser vehemencia en las mil vértebras de quien se torne nuevo amante en la contracción de su temperatura. La selva restituye al hechizado, al que no marcha tanteando como un ciego, sino que la manosea a su antojo, la acaricia en medio del Tiempo que chorrea clorofila. No es la confesión de un corazón mostrenco, sino la celebración inequívoca ante una heredad que me tocó para ayudarme a sobrevivir.

P. Ya hablamos de identidad en Madre selva. Se observa también en este poemario densidad y un tono distinto a los demás poemarios, y lleno de una belleza inusitada, tal vez de esa belleza misma del entorno que lo asedia y que eclosiona de pronto entre sus páginas. ¿Qué cambia su sensibilidad, a qué elementos cree que obedece ese cambio?

R. Cada libro mío tiene su propio voltaje, aquel que necesita para conmover a quien lea o escuche alguno de los poemas que contiene. Y es que la poesía no puede ser un mero registro de anécdotas y sentimientos; tampoco un catálogo de buenas intenciones. El lenguaje poético no se disfraza de belleza por conveniencia ni por atragantarse de aplausos. Debe aflorar desde las esquinas de su soledad para exponer, ya desnudos, los tendones de su pasión civil o numinosa. La Poesía no será nunca una barragana de quienes se columpian en sus hipos y pretenden ser altos dignatarios del oficio.

Y ya hablando de la esbeltez de Madre selva, le diré que su contaminante ternura sigue transportándome al idéntico reino de mi infancia. Ha pasado una década desde su parición, pero mantiene la lozanía de aquello que vive sin muerte. Puede que haya sido irradiado con cierta luz del Paraíso.