Letras
Poemas

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En defensa de los poetas

¿Qué hacer con los poetas?
La vida los maltrata
se ven tan lastimeros vestidos de negro
con la piel azulosa de sus borrascas interiores.

La poesía es una horrible enfermedad
los infectados deambulan quejándose
sus gritos contaminan la atmósfera como escapes
de estaciones atómicas de la mente. Es algo tan sicótico.
La poesía es un tirano
desvela por las noches y deshace matrimonios
arrastra a la gente en mitad del invierno a desoladas cabañas
donde permanecen ateridos, con sus orejeras y gruesas bufandas.
¡Imagínense qué tortura!

La poesía es una plaga
peor que la gonorrea, una abominación terrible.
Pero consideren a los poetas, no es fácil para ellos.
Trátenlos con paciencia.
Son histéricos como si estuvieran embarazados de gemelos
crujen los dientes cuando duermen, comen tierra
y hierba. Se pasan horas en medio del viento ululante
atormentados por asombrosas metáforas.
Todos los días son sagrados para ellos.

Oh, por favor, apiádense de los poetas
son sordos y ciegos
ayúdenlos a cruzar las calles por donde van dando tumbos
con su invisible impedimento:
recordando toda suerte de cosas. De vez en cuando
uno se detiene a escuchar una sirena distante.
Sean considerados con ellos.

Los poetas son como niños locos
expulsados de su casa por toda la familia.
Rueguen por ellos;
han nacido tristes
—sus madres lloraron por ellos
acudieron a médicos y abogados, hasta
tuvieron que darse por vencidas
por temor a perder la cabeza.
¡Oh, lloren por los poetas!

No tienen salvación.
Infectados de poesía como leprosos secretos
están presos en su mundo fantasioso.
Un asqueroso barrio lleno de demonios
y fantasmas vengativos

Cuando un claro día de verano, de sol radiante,
vean a un pobre poeta
salir tambaleante de su edificio
pálido, como un cadáver
y desfigurado por las especulaciones
¡Acérquense a auxiliarlo!

Amárrenle los cordones de los zapatos
llévenlo hasta el parque
y ayúdenlo a sentarse en un banco al sol.
Cántenle un poquito
cómprenle un helado y háganle un cuento
para que no se sienta tan triste.
¡Está completamente arruinado por la poesía!

(Traducido al español por Orlando Alomá).

 

Epigrama

Te puedes pasar la vida entera
acompañado de palabras
sin encontrar
la justa

Igual que un pobre pez
envuelto en un diario húngaro:
¡primero, está muerto,
segundo, no entiende
húngaro!

(Traducido al español por Ricardo Labarca).

 

Las mujeres de Copenhague

Me he vuelto a enamorar de cinco mujeres
distintas durante un viaje en el autobús de la ruta 40
de Njalsgade a Osterbro. ¿Cómo va uno a controlar
su vida en esa condiciones?
Una de ellas llevaba un abrigo de piel;
otra, botas rojas. Una leía el periódico; la otra, a Heidegger
y las calles estaban inundadas de lluvia.
En el bulevar Amager subió una princesa empapada,
eufórica y furiosa, y me cautivó totalmente.
Pero se bajó frente a la estación de policía
y su lugar lo tomaron dos reinas con pañoletas fulgurantes
que hablaban con voces estridentes en pakistaní
durante el trayecto al Hospital Municipal
mientras el autobús bullía de poesía.
Eran hermanas e igualmente bellas, por lo que les entregué
mi corazón a las dos y empecé a hacer planes de una nueva vida
en una aldea cerca de Rawalpindi, donde los niños crecen en medio del olor
a hibisco mientras sus madres cantan canciones desgarradoras cuando
la tarde cae sobre las llanuras pakistaníes.

¡Pero ellas no me vieron! Y la que llevaba el abrigo de piel lloraba
con disimulo, cubriéndose con el guante, cuando se bajó en Farimagsgade.
La que leía a Heidegger cerró el libro de súbito y me miró fijamente
con sonrisa burlona, como si acabase de vislumbrar a un Don Nadie
en su mismísima insignificancia. Así se me partió el corazón por quinta vez
cuando se levantó y se fue con las otras. ¡Qué brutal es la vida!
Seguí otras dos paradas antes de darme por vencido.
Siempre termina así: uno, de pie en la acera, fumando un cigarrillo,
tenso y levemente desdichado.

 

Mi pluma fantástica

Prefiero escribir
con una pluma usada encontrada en la calle
o con una de publicidad, feliz de que promueva al electricista,
la gasolinera o el banco.
No sólo porque son gratuitas
sino imagino que esos implementos de escribir
fusionarán mi escritura con la industria
el sudor de los obreros calificados, las oficinas
y la mística de toda existencia.

Una vez escribía minuciosos poemas con pluma de fuente
poesía pura sobre la pura nada
pero ahora me gusta que en el papel haya mierda,
lágrimas y mocos.

¡La poesía no es para los apocados!
Un poema debe ser tan honesto como las cotizaciones de la bolsa
una mezcla de realidad y fanfarronería.
¿Qué queda aún que hiera nuestra sensibilidad?
No mucho.

Por eso no pierdo de vista el mercado de valores
y los documentos importantes. La bolsa
forma parte de la realidad como la poesía.
Y por eso estoy tan contento con este bolígrafo
de un banco que me encontré una negra noche
frente a una tienda cerrada. Huele
vagamente a meado de perro y escribe de maravilla.

(Traducido al español por Orlando Alomá).

 

Acerca de su ceguera

1

Me pregunto si es más barato
escribir con tinta, pues en Buenos Aires Borges
dictaba sus cuentos laberínticos.
El Homero argentino consideraba las palabras símbolos,
que compartimos con los demás. “Creo que la estética abstracta
es una ilusión vana”, escribió en un prefacio,
en el que renunció a la originalidad. Casi sin jactancia.
Después de ciego tuvo contacto visual con John Milton
en El paraíso perdido.

 

2

El amor es ciego. ¡Pero pasaron cuarenta años!
Cuarenta años con estudios, imitaciones o ataques de ira,
al escapar el tigre de sus sueños. A veces visitaba
al oculista, siempre con desilusión: estudió
a Joyce, que quizás amó a Nora, pero totalmente ciego
nunca fue. Sólo después de perder la razón
y llamarse Don Quijote, Alonso Quijano dejó
la biblioteca paterna; y cuarenta años después
de encontrar el amor en Ginebra, Borges quedó ciego —
¡tan ciego como Beethoven sordo!

 

3

Trabajaba en la oscuridad y pulía mentalmente sus frases,
hasta que centelleaban de pura metafísica.
“Si uno es poeta, lo es siempre y se ve todo
invadido de poesía”. Borges se alimentaba
de su desgracia y reemplazaba el mundo visible
con sagas y versos en inglés antiguo. Su ceguera
se volvió un don: sólo en aquel momento se puso
al nivel de Homero, y sólo entonces pudo ver
en la profundidad del oscuro y vasto mundo
en ese instante vertiginoso de la eternidad.

(Traducido al español por Gloria Galindo).