En el marco de la Feria del Libro de Bogotá 2011 se realizó el lanzamiento del premio Alfaguara de novela, obtenido este año por la obra El ruido de las cosas al caer, del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, quien, a temprana edad para un autor, cuenta con títulos tan interesantes como complejos en su bibliografía (las novelas Los informantes, La historia secreta de Costaguana, relatos recogidos en Los amantes de Todos los Santos, ensayos como El arte de la distorsión y una biografía de Joseph Conrad titulada El hombre de ninguna parte). Aparte de su oficio como novelista y ensayista, Vásquez actualmente es columnista de opinión en el periódico El Espectador.
La divulgación pública de la obra no podía hacerse en una ciudad diferente a Bogotá; al fin y al cabo, no sólo es su escenario principal, sino que se convierte en un homenaje al trozo de historia de esta ciudad que en la década de los años ochenta cambió para siempre, pues de provincia grande se convirtió en una mega urbe habitada por una generación asustada y ese miedo a lo imprevisto se transformó en modus vivendi al punto de tener la capacidad de esconderlo con éxito, hasta el punto de asombrar a los extranjeros que no entendían cómo podíamos los bogotanos mantener una vida cotidiana en medio del retumbe de carros bomba y magnicidios selectivos; la procesión se llevaba por dentro y el efecto postraumático se sentirá para siempre.
Durante la presentación quedó claro que esta no es una novela sobre el narcotráfico, no al menos como los anecdotarios convertidos en textos sobre aquella época, que ahora se nos antoja tan lejana pero que sigue elaborando ecos. No se trata de un confesionario de los victimarios, ni de la réplica de las víctimas, sin proponérselo es uno de los mejores reflejos literarios del fenómeno que marcó de tantas formas a nuestro querido país.
Uno de los protagonistas de la novela es el miedo, un miedo que se puede vestir con muchos ropajes, tener diversos rostros, o simplemente tratarse de un sentimiento indefinible e inefable, algo que se presiente pero no se puede pronosticar con exactitud. Una de las mejores lecciones del lanzamiento de la novela, fue escuchar que las personas a diferencia de los aviones no tenemos caja negra, invento diseñado para no cometer errores por segunda vez. Los seres humanos solemos repetir los mismos yerros, para nuestra desgracia.
Como referencia literaria, hay una presencia que planea entre las páginas, Antoine de Saint-Exupéry, con una obra fundamental como El principito; yo agregaría otro título, Vuelo nocturno, una pequeña novela de un piloto que se extravía mientras intenta llevar correo a través de los andes suramericanos, la tragedia de un hombre que intenta adivinar el rumbo en medio de la oscuridad, el mismo sentimiento de los transeúntes bogotanos que durante los años ochenta salíamos a la calle sin la certeza de volver al hogar. Aquellos mismos que recordaremos siempre el sitio y lo que hacíamos cuando mataron a Luis Carlos Galán.
En mi caso, aquella época fue la de mayor producción poética, un efecto benévolo de los tiempos difíciles. Eran los días cuando decía: “Un sonido se desparrama / hasta llegar a los oídos / nos miramos los rostros / con el signo de pregunta / el ruido breve y espantoso / puede ser cualquier cosa / un trueno escapado de la mano de Dios / el último juego pirotécnico / de la pasada navidad / la última posibilidad / es la terrible alternativa / de un artilugio de muerte / abandonado a su suerte / en una esquina de esta ciudad”.2
En definitiva era una época de ruidos estruendosos y largos silencios. El ruido que retumba en el título de la novela podría ser de las bolas de billar al chocar, el de un avión que se fragmenta en el cielo o tal vez de aquellos versos que las generaciones van repitiendo, como los de José Asunción Silva, Aurelio Arturo, León de Greiff, tres poetas que siendo bogotano, nariñense y medellinense respectivamente, quienes en diversos tiempos caminaron las estrechas calles de La Candelaria, el viejo barrio de Bogotá que para algunos, por motivos de trabajo, estudio o por verdadera devoción, se nos ha convertido en el hogar callejero. Nombres colombianos al lado de otras referencias como el eterno Joseph Conrad, Vladimir Nabokov, Saul Bellow.
El autor nos dice que se trata de una historia de amor en un marco social convulso, con un protagonista que, como buena parte de los lectores que tendrá la novela, se trata de alguien con una niñez relativamente feliz y tranquila, como la de los niños bogotanos de los años setenta, que abordaron su juventud y adolescencia, arrojados a un torbellino sin control. Vásquez enfatiza para que no lo identifiquen con su personaje, pues le ha impregnado una serie de rasgos diferenciadores. En esto no estoy totalmente de acuerdo, el personaje como los buenos paradigmas literarios, finalmente puede ser cualquiera de quienes gastamos nuestros pasos en esa cinta transportadora llamada Bogotá.
Al final, quisiera terminar con la imagen con la que empieza la novela, un hipopótamo acribillado en un safari criollo, por soldados que tuvieron la fantasía de ser cazadores del África lejano, que posiblemente interpretaban que al meterle las balas al gigantesco e indefenso animal, era un poco matar nuevamente al genio del mal que propició que esta mítica bestia se adaptara a una tierra tan lejana y extraña a su hábitat natural.
Se dice que la creación de lo que fue un zoológico de fantasía en la comarca antioqueña, no sólo obedecía a las excentricidades de aquellos malignos personajes, inconmensurables en el sentido de que no tenían noción de la medida, anómicos por naturaleza. Al parecer, la presencia de aquellos animales fabulosos no sólo obedecía a tener unas mascotas que ninguna otra persona poseería, sino que además sus excrementos servían para enloquecer y confundir a los perros utilizados en el control de los narcóticos en puertos y aeropuertos del mundo, que al percibir el olor de bestias salvajes rehuían a verificar el contenido de los envíos de estupefacientes.
El sonido que hizo aquel hipopótamo al caer, que debió estremecer los alrededores, puede ser comparable al ruido que va acumulando un escritor que va consolidando una carrera sólida como el macizo cuero del pantagruélico animal.
Notas
- Escogí el título del presente texto desde el momento en que empecé a escribir el comentario, a mediados de mayo de 2011. Hace pocos días observé un titular similar sobre el mismo tema, lo cual no es extraño para quienes nos gustan los juegos de palabras, por lo cual decidí mantenerlo.
- Poema titulado “Eco”, tomado del poemario inédito Bogotanos. Poemas urbanos.