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Mike TysonLa humanidad de Mike Tyson

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Desde hace siglos se ha separado al cuerpo del alma, pero siempre ha habido muchos amantes de las cuestiones capciosas, curiosos de cómo se puede delimitar el alma del cuerpo; de esa misma manera debemos preguntarnos, mientras miramos algún documental en un canal de deportes, dónde comienza esa parte humana de Mike Tyson que ha dejado de serlo desde 1985 hasta 2004, al menos para él ganar unos cuantos millones de verdes y para ser lo que fue: ¿qué si no la leyenda viva del pugilismo profesional en la era del “just in time” y del capitalismo salvaje? ¿Qué si no la versión tardía y restaurada del proverbial Jack Johnson, el primer campeón de peso pesado de raza negra, fallecido en 1946..? Sin embargo, ni aquellos apetecibles millones, ni las más acertadas comparaciones, ni la más efervescente parafernalia de Las Vegas, explicarían este fenómeno. Recordando el comienzo de una nota de The New York Times escrita por Michael Wood: convengamos que la carrera de Mike Tyson fue similar a una secuencia de hechos tan irrepetibles como mágicos, y la inquietud crece aun más, al echarle un vistazo en YouTube.com a sus entrenamientos, cuando era apenas un adolescente de quince años, lanzando golpes a diestra y siniestra, girando sobre sus pies prácticamente en el aire, o bien pegándole a la bolsa sin que se puedan distinguir con claridad sus movimientos.

¿A qué raro truco responden, que mis ojos ven pero no creen? La semblanza de esas vertiginosas combinaciones de piernas, brazos, desconcertantes movimientos de cintura, lo proclamaron de la más fría de las noches a la más soleada de las mañanas, en Tyson: el hombre de hierro, el noqueador; Tyson: el hombre más fuerte del mundo con un gris pasado de forajido; Tyson: alias Malik Abdul Aziz, el indiscutido, el convertido al Islam; Tyson: un rebelde idealista que ostenta un tatuaje del revolucionario Che Guevara, en el lado izquierdo de su vientre. Pues se distingue en su porte a un boxeador de otros tiempos, tal vez pasados, tal vez futuros, como si hubiera obedecido al pie de la letra los sueños de su viejo entrenador, Cus D’Amato (nacido en 1908 y fallecido en 1985). En caso de direccionar nuestros pensamientos hacia el pasado, muchos acordarían qué raro es que The Iron Man no haya pertenecido a la época de los Frazier, de los Ali, de los Sonny Liston o incluso antes: su porte, su vestimenta, y muchas veces hasta su corte de pelo, son similares, por ejemplo, a la estampa de un clásico, como Joe Louis.

No obstante, en caso de que haya florecido en el futuro, lo hubiera hecho como una de las experiencias más fascinantes, como un fenómeno proveniente del cine y de la literatura, al imaginar vidas posibles. ¿Cuál hubiera sido el destino de ese hombre biónico, esa audaz versión del trabajo de la biotecnología de Estados futuros? Lo cierto es que el Mike Tyson pugilista y atleta ha caracterizado toda una época, un tiempo congregado en un ring, como un Aleph rodeado de gente y cámaras de televisión, un plano elemental en donde uno de ellos simplemente salía a “arrasar” con su rival, vistiendo un par de guantes ya sea en el rincón rojo o azul, también así lo hizo también Mohammad Ali y toda una legión de boxeadores representativos siempre de un tiempo y un mundo afectado con la disputa y los ligeros jabs... El ring, esa figura geométrica de cuatro lados —según Norman Mailer— en donde se recrea la lucha, el poder, el dinero, la sexualidad y la raza... la faceta esquizoide de la vida moderna americana (y hoy de todo un mundo globalizado), porque después de todo “la vida del hombre sobre la tierra es lucha”, pues al fin y al cabo la vida es tan bella que vale la pena luchar. Mike Tyson, con sus shorts negros, sus botas de boxeo clásicas, sus cuantiosos tatuajes y su humanidad, ¿acaso no encierra el pasado, el futuro y sin embargo pareció encontrarse siempre fuera de nuestro tiempo?