Sala de ensayo
Benito Pérez GaldósTeseo no halló al Minotauro de Creta
Breves comentarios sobre Galdós

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Mientras haya un misterio para el hombre
¡habrá poesía!

Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas

Hay estudios literarios, interesantes algunos de ellos, que dedican buena parte de su tiempo, cuando no capítulos enteros, a buscar los antecedentes, o la fuente de inspiración, de tal o cual personaje de una obra importante. Así por ejemplo, el ancestro de don Quijote, su padre, parece que es el Entremés de los romances.1 Por supuesto hay críticos que no quedan satisfechos con marcar los antecedentes, o con marcar uno solo, y siguen profundizando en sus búsquedas e indagaciones. De esta forma, gracias a Menéndez Pidal, y a la lectura de la novela, sabemos que los materiales que confluyen en la inspiración de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha son tan múltiples como variados. Y aun así, seguro se nos escapan muchos de ellos: conversaciones, ideas, pensamientos... ¿Y qué hemos resuelto marcando estos antecedentes? Poca cosa por no decir ninguna. Sigue siendo un misterio cómo, con todo ello, Cervantes es capaz de componer una obra maestra. Muy a menudo estos estudios parecen juegos de niños, un intento de despanzurrar el juguete para estudiar su mecanismo. Pero el mecanismo de la creación, si lo hay, es muchísimo más complejo que el de un juguete, por supuesto. Hay algo que siempre se escapa, que queda en el aire balbuciendo.

Ya es casi obligado, por ejemplo, cuando se habla de la novela de Galdós, Doña Perfecta, nombrar a la madre del autor, a doña Dolores, y citarla como el antecedente, la fuente de inspiración, de la tal doña Perfecta. Es probable que don Benito le guardara un cierto rencor a su madre por haberlo separado de su amor juvenil, “Sisita”.2 Y que la “intolerancia” de aquélla estuviera en la base de la creación de doña Perfecta y sus intransigencias. No obstante, basta leer la novela y conocer un poco la vida de Galdós para percatarse, enseguida, de lo que de exagerado hay en tales afirmaciones. O dicho de otro modo: todos estos estudios, centrados en buscar antecedentes, deberían comenzar por definir qué es la imaginación. Deslindaríamos así unas cosas de otras. Y quedaría clara y diáfana, y seguiría siendo un misterio, la composición de una novela u obra artística. Ésta, indudablemente, siempre se apoya en algún hecho real, visto o imaginado, de donde parte toda la estructura de la obra, que se construye, no lo olvidemos, con palabras.

Dudamos mucho de que doña Dolores, “mamá Dolores”, hubiera hecho matar a su hijo en un jardín, como lo hace doña Perfecta con su sobrino Pepe Rey para oponerse, de esta forma, a los amores de éste con su hija. Vistas así las cosas, podríamos definir la imaginación como el coger un hecho nimio, o importante, y llevarlo hasta donde, tal vez, no llegó en la realidad, o darle otro sesgo distinto al que tuvo. Depende, esto, de las intenciones del autor. ¿Qué hemos explicado mientras tanto? Poco menos que nada. Doña Perfecta, con o sin “mamá Dolores”, es una novela sobre la intolerancia, sobre la estupidez del género humano y sobre su enorme pereza mental. Atribuirle todo eso sólo a doña Dolores o a doña Perfecta supone no entender nada.

Sería mucho más interesante, sin olvidar los antecedentes si se quiere, estudiar la repercusión de una obra en un momento determinado. Su éxito o su fracaso nos explicaría muchas más cosas sobre el autor, y sobre su obra, que el estudio de las posibles fuentes. Doña Perfecta tuvo un éxito inmediato:

El éxito fue tan inmediato que apareció en volumen al mismo tiempo [que lo hizo por entregas], y en el mes de junio se había agotado la edición, por lo que inmediatamente se hizo una segunda [...]; y esta segunda edición se había agotado ya en diciembre de ese año. No conocemos el número de ejemplares pero, en cualquier caso, serán ya varios miles los difundidos en las tres tiradas en poco más de medio año.3

No hace falta puntualizar que “mamá Dolores” no era aclamada por el público. Si Galdós, es posible, se valió de ella para crear a doña Perfecta, indudablemente la traspasó con creces. ¿Se debe a ello el éxito de la novela? ¿O a que el autor supo retratar una época? ¿Y gustó a todos por igual? Como dice Ortiz-Armengol, la obra es “un proyectil político de largo alcance”4 que no debió hacer mucha gracia a unos aunque fue muy aclamado por otros. Como es sabido, Galdós continuó escribiendo novelas llamadas de tesis. Poco después concluye Gloria, también centrada en la intolerancia religiosa. Por ello, su amigo José María Pereda, quien, sabido es, estaba en las antípodas, ideológica y literariamente, de Galdós, califica a éste de autor de “novelas volterianas”.5 Vivir para ver, o para leer.

No deja de ser interesante, en medio de estas reflexiones, recordar lo que el mismo Galdós decía sobre la novela española en 1870: acusa don Benito a los novelistas españoles de continuar modas venidas de fuera, y que no son sino convenciones. Y añade: “Los españoles somos poco observadores y carecemos, por tanto, de la principal virtud para hacer novela moderna”.6

La novela moderna, pues, según don Benito, es producto de la observación. Y es muy posible que Doña Perfecta, escrita en 1876, fuera más producto de esa observación directa preconizada, que no del recuerdo de Galdós. Y ya puestos a buscar modelos, ¿quién es el modelo de Pepe Rey? No creemos que sea el propio Galdós, pues si intolerante es doña Perfecta, no menos intolerante, y necio, es Pepe Rey. Poco o nada, por lo tanto, explica que “mamá Dolores” aparezca como telón de fondo de la señora déspota de Orbajosa. Lo que cuenta es la elaboración que el autor hace con los materiales que tiene, y que conducirán a una determinada conclusión, distinta, también, según con los ojos con que se lean las obras. Y no le debía hacer falta a Galdós recurrir al recuerdo de su madre. Infatigable paseante de las calles de Madrid, periodista y en contacto con periodistas, sólo tenía que fijarse en la familia real para llegar a la grotesca figura de doña Perfecta, y en los moderados para crear una intransigencia parecida en Pepe Rey.7

No por eso resulta menos curiosa, y un tanto extravagante, la afirmación de Juan Van-Halen hablando del poco entusiasmo que Baroja sentía por Galdós, y del antecedente de Salvador Monsalud, el protagonista de la segunda serie de los Episodios nacionales:

Don Pío afirma sobre Galdós: “Era indudablemente un novelista hábil y fecundo. Pero no un gran hombre. No había en él la más ligera posibilidad de heroísmo. Nadie tiene la culpa de eso: ni los demás ni él”. Acaso no sea ajena esa falta de entusiasmo, incluso de aprecio por Galdós, a la omisión barojiana del papel singular que jugó Van Halen en la concepción literaria del personaje de Salvador Monsalud, figura central de la segunda serie de sus Episodios nacionales.8

Se nos escapa la relación entre la falta de heroísmo y la calidad literaria —no todos los días hay una batalla de Lepanto—, como nos parece un tanto absurdo que Baroja estimara en poco a Galdós por la “omisión”, por no decir, nunca lo dice, de dónde salen los personajes de los Episodios. Con esta vara de medir, Guerra y paz, El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha y cualquier otra novela serían deleznables. Sólo tendrían interés aquellos cuadros de pintores famosos si conociéramos los modelos de los que se sirvió el pintor. ¿Sirven para algo la composición, el colorido y las combinaciones de todas estas cosas? Parece que para Van-Halen es más importante conocer a la modelo.

Juan Van-Halen hace un paralelismo entre Salvador Monsalud, protagonista de la segunda serie de los Episodios nacionales, y las Memorias de su antepasado Van Halen. Parece fuera de toda duda que don Benito leyó dichas Memorias. Pero éstas ocupan un volumen, y la trayectoria de Monsalud varios. Además, ¿de dónde salen Carlos Garrote, sor Teodora de Aransis, don Benigno Cordero, Jerana Baraona y un largo etcétera? Sí, Galdós era un novelista muy hábil y muy fecundo.

No está mal, si se quiere, señalar el parentesco de este personaje con aquella persona; pero lo malo es que siempre se señala una pequeña concomitancia y se olvida que el personaje se mueve y se relaciona con otros, que también son creación del autor o también tienen sus modelos reales. ¿Quién es el antecedente de Sancho Panza? ¿Y el de Gabriel Araceli? ¿Y por qué no ocuparnos de las figuras simbólicas de los Episodios? En la última serie, en las novelas protagonizadas por don Proteo Liviano, aparece ni más ni menos que Clío, o Mari Clío. Todos sabemos quién es la modelo: Clío, la musa de la historia. Ya nos hemos quedado tranquilos. Galdós, eso sí, en este caso no nos amaga la fuente de su inspiración. Es más, hasta nos dice cuándo calza los coturnos trágicos o las zapatillas de ir por casa. ¿Y qué importancia tiene esto? Mucha, desde luego, si consideramos los Episodios en su conjunto: ha habido una honda y profunda variación en ellos: de la ingenuidad de un Gabriel Araceli, aunque ya hay toques broncos en El Empecinado, hemos pasado, con los desengaños de Salvador Monsalud, el plegarse a las circunstancias de José García Fajardo, al escepticismo de don Proteo Liviano, alías Tito Livio, que no puede encerrar más visión directa de la realidad, aquello que el propio Galdós demandaba:

Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose hipócritas en dos bandos igualmente dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo; no crearán una nación; no remediarán la esterilidad de las estepas castellanas y extremeñas; no suavizarán el malestar de las clases proletarias. Fomentarán la artillería antes que las escuelas, las pompas regias antes que las vías comerciales y los menesteres de la grande y pequeña industria.9

Creemos, por todo lo dicho, que es importante, fundamental, leer para escribir. No se puede hacer lo uno sin lo otro. No hay lectura que se pierda: se “olvida” y se transforma; pero igualmente importante es la observación y el estudio del mundo que nos rodea. Y Galdós no descuidó ninguno de estos aspectos. Por cierto, es Cervantes quien aparece a lo largo de todos los Episodios. Si Van Halen es, hasta cierto punto, el modelo de Monsalud, ¿quién lo es el de Patricio Sarmiento o Benigno Cordero? Y ¿quién alienta tras de doña Leandra de Carrasco, de soltera Leandra Quijada?

Y no deja de ser curioso, en relación con Baroja, lo que dice don Benito:

Si el historiador acaso no las nombrase [a las víctimas de la perversidad humana], peor para él; el novelador las nombrará, y conceptuándose dichoso al llenar con ellas su lienzo, se atreve a asegurar que la ficción verosímil ajustada a la realidad documentada puede ser, en ciertos casos, más histórica y, seguramente, es más patriótica que la Historia misma.10

Añade Van-Halen, hablando de don Pío Baroja como historiador:

En el prólogo a Las figuras de cera, Leguía pregunta a Aviraneta: “¿Es que es más verdad la Historia que la novela?”. “Naturalmente”, responde Aviraneta. Y Leguía concluye: “Eso creía yo también antes; hoy no lo creo. El Quijote da más impresión de la España de su tiempo que ninguna obra de los historiadores nuestros”. Don Pío se sirve de la Historia, hace de la Historia un escenario de teatro sobre el que se mueven los actores...11

No parece que haya mucha diferencia entre Baroja y Galdós. De hecho, el escepticismo de Baroja ya aparece prefijado en Galdós. Y se sirvan ellos de la Historia, o la Historia de ellos, saquen la información de aquí o de allá,

La cuestión es tener vida, fibra, energía o romanticismo, o sentimiento, o algo que hay que tener, porque no se adquiere.12

Ese “algo que hay que tener porque no se adquiere” es lo que, a veces, absurdamente, se trata de explicar buscando antecedentes a este o a aquel personaje. Ahora bien, cómo ha conseguido el autor que nos interesen éstos, y nos conmuevan, sigue siendo un misterio.

 

Notas

  1. Ramón Menéndez Pidal, De Cervantes y Lope de Vega, Madrid, 1973. Espasa-Calpe, Colección Austral, pp. 30-32.
  2. Pedro Ortiz-Armengol, Vida de Galdós, Barcelona, 2000, Ed. Crítica, pp. 41-42.
  3. Pedro Ortiz-Armengol, ibídem, pp. 166-167.
  4. Pedro Ortiz-Armengol, ibídem, p. 167.
  5. Pedro Ortiz-Armengol, ibídem, p. 173.
  6. Pedro Ortiz-Armengol, ibídem, p. 126.
  7. Es muy recomendable, al respecto, la lectura de la muy bien documentada biografía Isabel II, de Isabel Burdiel, Madrid, 2010. Ed. Taurus.
  8. Pío Baroja, Juan Van Halen, el oficial aventurero. Edición de Juan Van-Halen, Madrid, 1998. Biblioteca Edaf, p. 42.
  9. Benito Pérez Galdós, Cánovas, cap. XXVIII.
  10. Benito Pérez Galdós, El terror de 1824, cap. V.
  11. Pío Baroja, Ibídem, p. 10.
  12. Pío Baroja, Ibídem, p. 11.