Dos ejemplares de una revista china hallados en 1971 en una librería de Maracay le dieron a Wilfredo Carrizales la pista definitiva de un viaje que le cambiaría la vida. Cinco años más tarde, el escritor venezolano abordaba un avión que, tras dos días de horizontes y escalas, lo llevaría a Pekín.
El escritor venezolano Wilfredo Carrizales ha vivido un cuarto de su vida en Pekín. Nacido en 1951 en Cagua, pequeña ciudad del estado Aragua, Carrizales ha colaborado en importantes revistas y suplementos culturales de Venezuela y China. Su partida a oriente se debió a su designación como agregado cultural en la Embajada de Venezuela, cargo que desempeñó hasta 2008 para posteriormente dedicarse a la enseñanza en la Universidad de Pekín.
En su país publicó el libro de relatos Calma final (1995) y los poemarios Ideogramas (1992) y La casa que me habita (1999), que ha tenido otras tres ediciones: dos en Pekín, una de ellas traducida al chino, y otra en formato digital en Editorial Letralia, por la cual el autor recibió en 2006 el IV Premio Nacional del Libro para la Región Centro Occidental de Venezuela en la mención “Libros con nuevos soportes”. También en nuestra editorial ha publicado Textos de las estaciones —que a su vez tiene una edición impresa aparecida en Pekín— y Merced de umbral. Y aun tiene otra edición digital, la antología de poesía y fotografía Intromisiones, radiogramas y telegramas publicada por Cinosargo en 2008. En China publicó además Mudanzas, el hábito (2003), Postales (2004), Desde el Cinabrio (2005) y Vestigios en la arena (2007).
Como traductor, Carrizales publicó en Venezuela Antología de jóvenes poetas chinos (1988), Estrategias de los estados combatientes (1997), Antología de cuentos Chuanchi (dinastías chinas Ming y Qing) (1998) y Libro del amor, de Feng Menglong (2008). En China publicó en los 80 la traducción al español de la novela china Mi infancia (1980), la antología de cuentos chinos contemporáneos Vida sobre las cuerdas (1982), la novela Arribo a la madurez (1985) y Extrañas minificciones chinas (2004; 2005).
Autor prolífico, Carrizales estudió historia y cultura de China, regresó a Venezuela para desarrollar una intensa trayectoria literaria y editorial, y hace diez años volvió a la nación asiática, donde se ha involucrado en actividades para el acercamiento entre oriente y occidente, convirtiéndose en testigo del interés creciente que está despertando el idioma español.
En pos de la Revolución Cultural
—Desde tu juventud en Cagua manifestaste interés por China. ¿Cuáles fueron tus primeros contactos con esa cultura?
—Mi interés por la cultura china vino primero de mi interés, a comienzos de la década de los 70 del siglo pasado, por la llamada Revolución Cultural que se estaba llevando a cabo en la República Popular China impulsada y dirigida por Mao Zedong (o Mao Tse-tung, como se escribía el nombre por entonces). Recuerdo que una tarde de junio de 1971 pasé frente a una librería de Maracay y vi exhibidas en la vitrina unas revistas chinas (creo que eran unas China Ilustrada) que tenían en sus portadas fotografías de “héroes” de la Revolución Cultural. Compré un par de ellas y me asombró encontrar adentro un mundo totalmente desconocido y que se me antojaba fascinante. Casi que de inmediato quise conocer más acerca del mundo chino y pronto di en Caracas con la librería Viento del Este, ubicada en la plaza Diego Ibarra del Centro Simón Bolívar. Esa librería, desaparecida ya hace mucho tiempo, distribuía en Venezuela, de forma exclusiva, libros, folletos, revistas, afiches y otros impresos venidos de China. Me convertí en cliente de aquella librería y comencé a leer con asiduidad los diversos materiales provenientes de China, en especial las Obras escogidas de Mao Tse-tung.
—¿Cómo se compaginaban estos intereses con el entorno sociocultural de tu tierra?
—Mi cultura en mi nativa Cagua se limitaba a contactos con otros jóvenes de mi generación, inquietos como yo por encontrar la manera de cambiar la sociedad por medios revolucionarios. Desde niño leía mucho, sobre todo libros de viaje y de historia y mitología universales. Luego, con el descubrimiento de escritos políticos y filosóficos de los grandes pensadores marxistas —entre ellos Mao Tse-tung— mis lecturas se orientaron hacia ese campo para tener nociones teóricas que me permitieran llevar a la práctica “acciones revolucionarias”. La cultura en Cagua era muy pobre. Apenas había unos tres cines donde proyectaban películas comerciales de dudosa factura. Así que junto con mi “militancia política” vino mi alejamiento progresivo de Cagua y mi vinculación más estrecha con los “círculos políticos revolucionarios” y culturales de Maracay. Con esa gente discutía acerca de la Revolución Cultural china y cómo hacer para que nosotros llevásemos a cabo una revolución similar en Venezuela. Éramos ilusos y creíamos a pie juntillas en todo el contenido que encontrábamos en los materiales de divulgación chinos.
—Entonces decidiste irte.
—Hacia el año 1973 estaba decidido a irme a China, pero aún no había relaciones diplomáticas. Recuerdo que escribí sendas cartas a las embajadas de China en México y Cuba solicitando información acerca de posibilidades de estudio. De ambas embajadas recibí respuestas casi idénticas: debía esperar hasta que Venezuela y la República Popular China establecieran relaciones diplomáticas y luego tramitar mi solicitud por ante la embajada china en Caracas. Al año siguiente se establecieron las relaciones diplomáticas y ya para el año 1975 se había instalado la embajada y se había firmado un convenio de cooperación en materia educativa: seis estudiantes venezolanos podían ir a estudiar cualquier carrera a China y seis estudiantes chinos de postgrado podían venir a Venezuela a continuar estudios de español y literatura.
—¿Cómo fueron las circunstancias de tu partida?
—Yo había comenzado a estudiar química en la Universidad Central de Venezuela y decidí entonces solicitar, a través de la embajada china, una beca para proseguir estudios. Hice los trámites en Cordiplan, que era el organismo receptor de las becas chinas, y obtuve la confirmación en julio de 1976 para venirme a China en septiembre. No logré el dinero necesario para el boleto de avión por Francia (¡cinco mil bolívares!) sino hasta fines de septiembre. Cordiplan, que debía pagar el boleto, luego se desentendió. Salí de Venezuela por Maiquetía el 8 de octubre y llegué a Pekín el 10. De inmediato me asignaron una habitación en el Instituto de Lenguas Extranjeras de Pekín (habitación que compartí algunos meses con el otro becario venezolano, Víctor Ochoa) y comencé apresuradamente a estudiar las primeras lecciones de chino para nivelarme con los otros estudiantes extranjeros, llegados un mes antes. Después de un año de estudio del idioma chino en el Instituto de Lenguas Extranjeras de Pekín pasé a la Universidad de Pekín, donde debía empezar a estudiar química. Sólo aguanté dos semestres y en 1978 pedí cambio de carrera y me dediqué a estudiar historia y cultura de China, que era lo que realmente me interesaba.
—¿Hasta cuándo se extendió esa primera estadía en China?
—Finalicé la carrera en 1982 y me quedé dos años más, pues tenía novia china y pensábamos casarnos. Así lo hicimos en febrero de 1984 y ella se vino primero a Venezuela, pues nuestro dinero no alcanzaba para los dos pasajes aéreos. Cordiplan nunca cumplió su compromiso de sufragar el pasaje de regreso y al fin se logró que la Cancillería venezolana pagase el pasaje vía Hong Kong, de donde salí en junio de 1984, vía Nueva York, con escalas en Seúl y Alaska, hasta mi llegada a Maiquetía dos días después. Así que le di la vuelta al mundo en ocho años.
Vuelta a la patria
—¿A qué te dedicaste al regresar a Venezuela?
—En Venezuela comencé a dar charlas en universidades y ateneos acerca de cultura, arte, filosofía y literatura antiguos. También organicé grupos de personas interesados en el aprendizaje de la lengua china tanto en Maracay como en Valencia y Caracas. Así mismo organicé unas exposiciones de pintura china con las obras de mi esposa, quien luego regresó a su país después de nuestro divorcio. En enero de 1991 conocí en Maracay al poeta Igor Barreto y comencé a vincularme con la Coordinación de Literatura de la Secretaría de Cultura del estado Aragua. Posteriormente Barreto renunció al cargo, que me fue ofrecido por el nuevo secretario de Cultura, Luis Bayardo Sardi. Trabajé en la Secretaría desde junio de 1991 hasta mi nombramiento como agregado cultural de la Embajada de Venezuela en China en junio de 2001.
—En Aragua se recuerda especialmente tu productiva gestión en el cargo.
—Logré publicar muchos libros, de autores locales, nacionales y extranjeros, mientras estuve al frente de la coordinación. Pude lograr la creación del fondo editorial, a través del cual se editaron nuevas series de libros (incluida la serie “Hueso de sepia”, dedicada a traducciones). Hice convenios con el Pedagógico de Maracay para realizar actividades literarias conjuntas. Organicé seminarios, talleres, charlas y logré, a través del Instituto de Cooperación Iberoamericana, presentar en Maracay a algunos poetas famosos españoles, como José Hierro, por ejemplo. Establecí la Bienal Literaria Miguel Ramón Utrera (antes llamada Casa de la Cultura de Maracay) con premio en metálico y publicación especial de las obras ganadoras. Pude lograr que Maracay fuese subsede del Festival Internacional de Narradores Orales durante tres años seguidos. En esa década que estuve al frente de la Coordinación de Literatura hubo actividades literarias de toda índole promovidas por nuestro departamento, donde contaba con la valiosa cooperación y estímulo del poeta y profesor Efrén Barazarte.
China a la moda
—Entonces se produjo el nombramiento como agregado cultural.
—En efecto. En 2000 nombran como embajador de Venezuela en China al doctor J. J. Montilla. Quiso llevarse como a su segundo al ex secretario de cultura de Aragua, profesor Julio Mora Contreras. Cuando me enteré hablé con Julio, cuyos compromisos en la Universidad Central de Venezuela le impedían aceptar la oferta, y le pregunté si el nuevo embajador necesitaba a un consejero cultural que hablase chino y conociese la cultura y aquel país. Montilla aceptó la propuesta y en junio de 2001 recibí la noticia de mi nombramiento como agregado cultural en Pekín. Salí de Venezuela a principios de septiembre de ese año y permanecí en el cargo hasta mi remoción en diciembre de 2008.
—¿Percibiste algún contraste entre la China que habías dejado a mediados de los 80 y la que te recibió en 2001?
—La nueva China que encontré después de diecisiete años de ausencia me sorprendió por el rápido desarrollo alcanzado y por la violenta transformación sufrida en todos los órdenes. De aquella China semirrural ya casi no quedaba nada. Pekín ahora contaba con modernas autopistas, altos edificios, amplias avenidas, nuevas líneas del metro y una gran afluencia de vehículos automotores que habían desplazado en considerable parte a las bicicletas de antaño. Se podía conseguir un taxi en cualquier lugar y lujosos y caros vehículos último modelo circulaban intermitentemente por las arterias viales. La gente iba mejor vestida, a la moda. Las muchachas se atrevían en verano a usar pantalones cortos y los sitios de diversión proliferaban por doquier. La faz de la vieja ciudad había cambiado para siempre. Sólo quedaban unas cuantas zonas “protegidas” donde están los antiguos callejones de la época mongola de la dinastía Yuan (1271-1368).
—¿Cómo ha influido la cultura oriental en tu obra y en tu mirada?
—La manera de mirar los chinos, ese especial gusto por los detalles y la armonización de los contrastes, ha influido, en algunos aspectos, en mi modo de escribir, dibujar y fotografiar. Siento una gran pasión por los textos chinos breves, sean poemas, semblanzas, relatos o notas de viaje y también por la pintura tradicional china que hace énfasis en pocos trazos para lograr su cometido. Así mismo me cautiva la forma del razonamiento filosófico de antaño, con su cuidado en lo sucinto.
Lo lúdico como esencia
—Escribes poesía, poesía en prosa, narrativa, ensayo; haces fotografía, todo con un gran sentido lúdico. ¿Tienes preferencia por alguna de estas disciplinas?
—Dentro de mi obra escrita siento una gran predilección por la poesía en prosa o prosa narrativa, aunque con frecuencia los “géneros” se mezclan y el producto final suele ser híbrido. La fotografía ahora, en los textos que van acompañados por imágenes, cumple el papel, en condiciones de ecuanimidad, de ampliar el goce estético y “ayudar” al ojo a adentrarse en los recovecos que la escritura propone. En cuanto a lo lúdico, está presente en toda mi obra como la esencia que fluye silenciosa por el cuerpo para hacer “estallar” lo festivo de la escritura y de la imagen —fotografía, dibujo o collage— dentro de la pupila y de las neuronas.
—Tu libro La casa que me habita, uno de los más exitosos, juega con la metáfora de la casa, poniéndola en el plano común del espacio donde discurren los amantes, pero también maneja el espacio como una expresión de las emociones. ¿Qué nos puedes decir sobre este libro?
—La casa que me habita es mi libro más querido por todas las implicaciones que conllevaron a su creación. Mi vieja casa de Cagua —antiguo cuartel de la época guzmancista—, a la que amo con pasión desbordada en cada uno de sus agujeros, oquedades, recovecos, sinuosidades... En esa casa viví de niño muchos años felices con seres reales e imaginarios: palomas, pájaros, fantasmas, sombras, signos en las paredes, recuerdos enterrados en los patios, voces... Siempre supe que iba a escribir un libro acerca de mi relación con esa casa-abuela. Lo que no sabía era que la aparición de una mujer llamada Ayarí, con su vitalidad y ganas de vivir y apasionarse, iba a acelerar el “parto” del libro y conducirlo por unos derroteros amorosos e inesperados que se cumplieron en unos breves lapsos: apenas tres meses.
—Textos de las estaciones involucra, igualmente, un paralelismo entre el paisaje, la circunstancia geográfica de las estaciones, y diversos estados anímicos del individuo.
—Es un libro más “chino”, tanto por su contenido —escritura e imágenes fotográficas— como por su ambientación y “sumergimiento” en una paisajística interiorizada de muchos lugares de China. Cuando recorro la geografía de China —tan diversa y desconcertante—, los paisajes entablan conmigo un diálogo, porque se convierten en espíritus que conversan acerca de cosas que la gente no advierte. Hay como una relación “mística” con los lugares que poseen una especial carga de energía vital.
—Tienes obra publicada en formato impreso, pero también en digital. Colaboras con regularidad con Letralia, Cinosargo y otras publicaciones digitales. ¿Qué piensas del debate sobre la irrupción de lo digital en el medio editorial?
—Lo digital en el medio editorial es un proceso necesario e inevitable. Ayuda a “democratizar” las posibilidades de publicación para muchos escritores y poetas y ensayistas que de lo contrario no tendrían cabida en las editoriales que publican libros según las leyes del mercado. Hay que ampliar más el medio editorial digital y dar la pelea para que la difusión y lectura sean efectivas y amplias, universales.
China nos mira
—En los últimos años ha aumentado el interés de los chinos por el español.
—A medida que la República Popular China ha establecido relaciones diplomáticas con casi todos los países de Hispanoamérica, el interés por el estudio del español se ha incrementado en todo el territorio chino. Ahora las más prestigiosas e importantes universidades poseen facultades de español y en casi todas ellas hay lectores extranjeros, básicamente españoles. Entonces la presencia en China del aumento de los estudiantes de español pasa por los convenios con universidades de España. De Hispanoamérica vienen muy pocos profesores. A veces alguno de México o Chile, pero es España la que lleva la delantera en materia de convenios para la enseñanza y difusión del español. En algunas facultades de español de ciertas universidades prestigiosas, por ejemplo la Universidad de Pekín, los estudiantes del último año (cuatro en total) cursan una materia que se llama “traducción del chino al español”, con sus dos variantes: escrita y oral. Yo he tenido la suerte de enseñar “traducción escrita del chino al español” el pasado año escolar en la Universidad de Pekín.
—¿Es muy difícil para un hispanoparlante aprender el idioma chino?
—Es algo que a veces se topa con prejuicios infundados, esa noción de que “el chino es una lengua imposible de aprender, impenetrable”. Por supuesto, hay que reconocer que el idioma, sobre todo la escritura de los caracteres, es un proceso arduo y difícil, mas con constancia y dedicación algunos hispanoparlantes han aprendido a escribir bastante bien y a hablar mejor. Incluso existen algunos hispanoparlantes que han aprendido a hablar, pero no saben leer ni escribir chino. Actualmente hay universidades chinas con estudiantes hispanoamericanos y españoles en grado mayor que en años anteriores.
—¿Ha influido este interés en la traducción de obras chinas a nuestro idioma?
—Cuando uno se dedica a traducir literatura china, en especial literatura clásica o antigua, descubre que es una tarea sumamente ardua, donde siempre surgen obstáculos nuevos, giros idiomáticos imprevistos, acepciones de vocablos desconocidas y ambigüedades propias del idioma chino. Sin embargo, la tarea es altamente gratificante, aunque no está bien remunerada. Siempre existe la esperanza de que se incremente el número de buenos traductores de literatura china provenientes de Hispanoamérica.