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“Night Mother”, de Marsha NormanReseña crítica de la obra teatral Night Mother, de Marsha Norman

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En 1983 la obra Night Mother, de la estadounidense Marsha Norman, fue montada por primera vez en Estados Unidos y obtuvo el premio Pulitzer a la mejor producción dramática. Night Mother (Buenas noches, mamá) llega a reestrenarse en Chile en el Teatro San Ginés de Bellavista. Dirigida por Álvaro Rudolphy, el montaje es protagonizado por las destacadas actrices nacionales Coca Guazzini y Paola Volpato, quienes interpretan una trama conmovedora e intensa acerca de la complicada vida y relación que puede existir entre una madre y una hija.

La obra se estructura en un solo acto que dura aproximadamente noventa minutos. Con sólo dos personajes sobre el escenario, Guazzini (Thelma) y Volpato (Mónica), se da inicio a la dramaticidad cuando Mónica le avisa a su madre acerca de sus intenciones de suicidarse esa misma noche. Esta detonante confesión marca una gran intensidad dramática, forma un conflicto entre ambos personajes, se inicia una oposición de fuerzas e intereses, puesto que Mónica siempre defiende su ideal, en cambio la madre hace lo que sea por disuadirla de aquella idea. Aquella tensión entre ambos personajes se da desde el principio hasta el final de la obra y es el eje que da unidad al drama. Desde un comienzo, el espectador puede entrar fácilmente en el juego de lo representado como real en el escenario, es imposible que no asocie su vida real a lo que ve, en este caso, la vida cotidiana de estas dos mujeres comunes y corrientes que pueden amarse y odiarse a la vez, una relación que comienza a desbaratarse de a poco en un amplio diálogo lleno de pesares, agresividad, humor e ironía, que quizás en más de alguna ocasión el espectador ha vivido en su vida íntima, pero que sin embargo no elimina la negación del carácter real de lo que está percibiendo; puede existir en él una denegación e ilusión constante frente al desarrollo de la obra.

De acuerdo a los componentes lingüísticos textuales, estos diálogos entre madre e hija permiten al espectador ir configurando el carácter de cada personaje, ya que después del clima intenso de la confesión suicida de Mónica se sabe de ella que su padre está muerto, que su matrimonio terminó en divorcio, que su hijo es un delincuente y que además como mujer nunca ha tenido autonomía a la hora de tomar una decisión. La emisión de este discurso en el desarrollo de la acción por parte de Mónica permite entender por qué es una mujer de personalidad atormentada y desesperanzada y cómo a la vez el acopio de estas vivencias se encamina hacia una catástrofe final. La catástrofe del suicidio es el objeto, lo anhelado por un sujeto llamado Mónica, la cual planifica su muerte desde hace mucho tiempo, todo lo tiene calculado e incluso cualquier imprevisto que su madre pueda sufrir en un futuro. Ella tiene el control de su vida aquella noche y nada la detendrá, ni siquiera el oponente u obstaculizador de su empeño, en este caso la madre, quien se encargará de hacerle entrar en razón, hacer todo lo posible por prolongar el tiempo, buscando cualquier quehacer para su hija, como por ejemplo, que le haga un manicure en sus manos o botar las ollas para que ésta las ordene. Le rogará; sin embargo, esto no bastará para evitar el desenlace que se aproxima.

A través del desarrollo de la obra y en especial en el desenlace final, el espectador puede percatarse de subcódigos que emplean las actrices en su representar, de esta forma puede comprender de mejor manera cómo modulan éstas la intensidad de la acción dramática puesta en escena. La intensidad de la voz se expresa de distintas formas a lo largo de la obra; en el caso de la madre existen susurros que indican la intimidad de la relación que existe entre ella y su hija, la expresión de sus sentimientos más profundos, que llegan a conmover a quienes los escuchan, como en el momento en que le dice a Mónica que no puede irse, que no le haga eso, que ella no le dijo que iba a ser tan pronto, que tenía miedo y que la quería. Otro tipo de susurro que hace conmover es cuando Mónica, antes de encerrarse en su pieza, le dice a su madre: “Buenas noches, mamá”, a modo de despedida final. Producto de esto se dan intensidades de grito que se relacionan con la desesperación e incontención de la madre al ver que el momento final ha llegado, la madre grita varias veces el nombre de su hija una vez cerrada la puerta, le grita que la deje entrar, que no lo haga, etc. Finalmente, después de escuchar el estrepitoso e impactante balazo, el espectador aprecia un instante de silencio profundo y desgarrador a la vez, debido al insondable dolor y frustración de la madre por no haber podido revertir aquella situación, donde después de la pausa expresa que la perdone, que creía que era suya. Simultáneamente a esto, se dan subcódigos gestuales donde las actrices se caracterizan por movimientos o posturas que adoptan sus cuerpos en la obra. En el caso de Mónica, su postura es una espalda un poco inclinada, y sus movimientos de cuerpo y manos son acelerados sobre todo en momentos intensos que afectan directamente a su persona, ya que siempre en este momento busca ocuparse de cualquier cosa como, por ejemplo, en pleno diálogo o cuando su madre le grita, toma una escoba y se pone a barrer. Estas características indican que su personalidad trata de una mujer insegura tanto mental como físicamente. Asimismo, existen miradas que marcan desencuentros en ellas, como cuando Mónica mira y le dice a su madre que no bromea con lo de suicidarse, entonces la madre la mira en silencio no logrando comprender cuál es el verdadero motivo que la lleva a tomar aquella decisión. Otra característica complementaria importante en las actrices tiene que ver con los subcódigos de vestuario y maquillaje; en el caso de la madre, su vestimenta se corresponde a la edad que representa, de una persona mayor que viste con faldas de tonos oscuros, en esta ocasión color café con cuadritos y un chaleco verde. El vestuario es sencillo, para nada fino, propio de una persona de clase media baja. En Mónica, la vestimenta también es sencilla, e incluso pareciera no estar acorde con su género femenino, ya que usa unos pantalones de modelo masculino, éstos son de color plomo un poco desgastados, usa un delantal azul y una polera blanca de manga larga. Esta vestimenta indica al espectador que Mónica no es una mujer delicada y femenina para vestirse, no demuestra vanidad o interés por verse mejor, de hecho, indica con esto ser una mujer descuidada, producto de las amarguras con las que vive. En cuanto al maquillaje, en ambos personajes es común y realista. En la madre no hay mayores ornamentos en su rostro, es un rostro pálido igual que el de Mónica, ambas expresan un descuido o un desinterés que se relaciona con la personalidad de ambas.

Junto a los subcódigos complementarios de estos personajes, se encuentran los subcódigos que hacen mención a la escenografía. Entre los elementos materiales de decoro que conforman este espacio escénico, el espectador puede observar cómo se representa una casa común y corriente con paredes que contienen algunas grietas, la cual lo lleva a través de la ilusión a un espacio reconocible que se divide en cocina, comedor y living. La cocina, pintada de color celeste, contiene muebles comunes y un refrigerador un poco antiguo para estos tiempos. En el comedor el tono es verde, la mesa es redonda, unas repisas llenas de frascos y libros y un living con un sofá antiguo un poco desteñido. En conjunto con esto se encuentran la luz y el sonido. La iluminación focaliza la atención del espectador en las escenas de mayor peso dramático, como la escena donde la madre golpea desesperadamente la puerta una vez que Mónica se encierra para matarse, y cómo luego llora apoyada en la puerta que tiene concentrada la mayor parte de luz en ella y su rostro. A esta intensidad de la luz se suma el sonido, el cual tiene como finalidad apoyar la ambientación y comprensión del desarrollo dramático. Por ejemplo, el sonido del tic-tac del reloj, cada vez que Mónica recurre a buscar algo a la pieza, indica que la madre frente a este hecho se inquieta por temor de que su hija cometa lo que tiene en mente. Otro sonido de igual importancia es el balazo, debido a que el espectador al escucharlo puede llegar incluso a saltar de la impresión y a su vez da por entendido que esto marca el desenlace final; el suicidio de Mónica, una tensión que lo tuvo inquieto a lo largo del drama, por saber si ésta se mataría o si su madre podría evitarlo. Después del balazo se retoma una canción que aparece al comienzo de la obra, la canción es ambigua, parece ser un disco rayado que contiene un gemido doloroso y con esto concluye la obra.

La obra Night Mother, más que tratar del suicidio y de la difícil relación que se da entre Mónica y su madre, trata acerca de la conformidad que muchas veces sentimos al tener físicamente cerca a nuestros seres queridos. Esta conformidad hace que nos alejemos e incomuniquemos de quienes más queremos. Luego vienen los cargos de conciencia como los que sentía Thelma, quien se preguntaba acerca de qué había hecho mal, en qué había fallado. Thelma terminó por darse cuenta que con la persona que había compartido tantos años e intimidades, finalmente no se conocían; madre e hija eran unas perfectas desconocidas. Thelma quiere remediar esto a última hora, ella ve que el tiempo se le va y no logrará conocer a su hija. La interpretación sobrecogedora que hace Coca Guazzini y Paola Volpato, logra traspasar la sensibilidad humana, ya que refleja algo tan usual que se da en nuestros tiempos como es la incomunicación en la familia, debida a diferentes motivos, pero que muchos pasan por alto o quizás hacen la vista gorda frente a esta situación. Hay padres que no se interesan por lo que sus hijos sienten, lo que quieren o no quieren, sólo se limitan a tomar decisiones por ellos, no les permiten formar una identidad propia, que sean autónomos, en fin, piensan que por ser sus hijos, sangre de su sangre, les pertenecen en su totalidad, como el caso de Thelma cuando su hija muere y dice: “Perdóname. Pensé que eras mía”. Se piensa que son de su exclusiva propiedad y que pueden hacer y deshacer a su antojo lo que quieran con ellos. Esta obra es verdaderamente un montaje que vale la pena presenciar, ya que toca las debilidades más profundas que pueden existir en el interior de un ser humano. La representación de la historia es trabajada con un profundo profesionalismo actoral que invita al espectador a reflexionar acerca de la comunicación familiar.