Entrevistas
Iván Beltrán CastilloIván Beltrán Castillo
La poesía sigue siendo el lugar de las revelaciones

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Iván Beltrán Castillo nació en Medellín. Periodista desde los veinte años, poeta secreto en las salas de redacción y guionista ocasional de cine, trabajó en el diario El Tiempo, y después fue cronista de las revistas Al Día, Credencial, Diners y Complot, con las que recorrió su país en varias ocasiones para escribir extensos reportajes sobre distintos aspectos de la realidad nacional. En 1988 participó en la fundación de la revista literaria Común Presencia y de su conversión en fundación.

Fue nominado cuatro veces al Premio Nacional de Periodismo, el que ganó en 1995. Ganó el Premio Nacional de Poesía Bogotá 450 años en 1988 y el premio cinematográfico Ópera Mayor del Ministerio de Cultura de Colombia en 2004.

Publicó el poemario Consagración del espejismo, la Antología de la poesía colombiana —1953-2003— de la editorial El perro y la rana de Venezuela, así como las antologías Cuentistas bogotanos, poetas bogotanos y Con-fabulación 100. Ha dirigido hasta la fecha ese semanario con más de 60 mil suscriptores y con frecuencia escribe en él columnas de opinión y reportajes. En la actualidad escribe sus piezas para la revista Panorama de las Américas y Diners y prepara dos libros: Consagración del espejismo II y La vida de los sonámbulos, una novela.

MAG: Mi interés como entrevistador es ofrecer un diálogo que genere interés en el lector por el trabajo hecho por el entrevistado, lo que lo rodea en su hecho de creador. En este caso particular, me gustaría aprovechar tu vasto conocimiento de la poesía colombiana. Ofrecer pistas para un intento de sintetizar vías para llegar o al menos percibir la poética colombiana (no malinterpretemos el diálogo como un pseudo manual o guía de lectura). Imaginemos que tomas de la mano a aquellos interesados en conocer la palabra, la voz alzada en otros predios, como siempre digo: el diálogo cruzado necesario que nos lleva a indagar en un interés común, el epicentro multisignificante; la poesía. Has asumido los oficios de poeta, editor, periodista, antologista y compilador. A grandes rasgos, ¿podrías contarnos qué revelación te ha atribuido este profundo trabajo? Según tu percepción, ¿en qué lugar de la literatura latinoamericana reside la esencia de la poesía colombiana?

IBC: La poesía sigue siendo el lugar de las revelaciones. Un espacio para desdecir o atenuar milagrosamente la palabra oficial y la versión consuetudinaria de la realidad. Entiéndaseme bien: hablo de que ella es el territorio posible de toda la libertad, de todo el deseo, un porvenir labrado desde la entraña de la memoria, donde el hombre encuentra y abraza una más grande y más vasta significación. Olvidada por el establecimiento, arrojada a la insularidad, quimera insaciable, singularidad bellísima que afirma a cada ser viviente como una catedral única —aquí donde la pretensión es uniformar por lo bajo— ella es necesariamente un instrumento esencial para el cumplimento de la promesa humana. Entonces la poesía colombiana no es otra cosa que un glorioso capítulo de nuestra divina otredad.

MAG: Entre tus proyectos de editor encontramos el espacio web Con-fabulación. Espacio que nos confirma que no prescindes de las herramientas tecnológicas como vía para un trabajo que por pertenecer a estos predios del ciberespacio no desfallece de carácter crítico. Un nombre que nos destaca un marcado ejercicio lúdico, cada vez que lo leo me huele a trinchera, a plataforma abierta, como bien lo dice una entrada en donde comentas los señalamientos y ataques hechos al trabajo, es un “proyecto liberador e incluyente”. Al alejarte de esos vicios del mundo de la cultura elitista, ¿qué te ha dejado esa experiencia de 50.000 lectores, visitantes asiduos en la gran autopista de la información?

IBC: Con-fabulación es el nombre que le dimos a la tentativa de crear una presencia disidente y transgresora en la prensa colombiana, caracterizada casi siempre por su adocenamiento, por estar hecha para amansar y adormecer y nunca para despertar conciencias, ni menos aun para escudriñar la realidad pugnaz. Nuestra prensa es, en su gran mayoría, la vocera de un mundo en decadencia donde a menor entendimiento, menor cuestionamiento, menor imaginación, menor incertidumbre y menores reparos frente al discurso reinante, las personas son más gratificadas, aunque sea otorgándoles un lugar insignificante y una visibilidad atroz. Lo que quiere ese semanario es romper la trágica distancia existente entre los emisores y los receptores, devolviendo a la comunicación su sentido original, de estirpe casi mítica.

MAG: Por tus palabras al describir el oficio del antologista, en la antología de poesía colombiana editada en nuestro país, asumimos que sufriste el riesgo de callar y elevar voces, ¿qué tan hondo has guardado ese oficio culposo de componer una antología?, ¿acaso te refugias en esos versos de Gonzalo Márquez Cristo: “pretendo que todo lo perdido se convierta en poesía”?, ¿o por el contrario te reclaman “los invasores restos del recuerdo”?

IBC: Cuando buscaba un título para la Antología de la poesía colombiana preparada para la editorial El perro y la rana, de Venezuela, leí en incontables ocasiones el puñado de poemas que prefería de toda aquella profusión de imágenes, de sensibilidades, de búsquedas. Y en aquella línea deslumbrante de Márquez Cristo (“pretendo que todo lo perdido / se convierta en poema”) encontré una definición, pasmosa por su económica hondura, sobre lo que representó, representa y representará la poesía: el lugar donde se nombra lo postergado, lo inenarrable, lo desaparecido, lo innominado y lo abortado. El espacio donde la memoria sensible ajusta, reintegra, convoca. Por eso la escogí para el título del libro.

MAG: Imagina que en este momento te conviertes en un agente literario; háblanos de alguna voz o voces emergentes de tu país que recién te hayas encontrado y quieras dar a conocer en el resto del continente.

IBC: En esto de las promesas literarias y de los autores novísimos existe, paradójicamente, una gran ficción, quizá más deslumbrante e ingeniosa que aquella que nutre los más cotizados productos editoriales de la hora. También aquí vemos la huella de los que yo llamo los señores feudales de la realidad. En Colombia hay ahora una suerte de nuevo Boom comercial de la literatura que crea una sensación de bonanza, de apoyo, de luminosas posibilidades, cuando la verdad es que la desprotección y la insularidad de los hacedores de belleza continúan su marcha procaz y rampante. Los recientes premios internacionales a autores como William Ospina, Juan Gabriel Vásquez, Antonio Ungar y Santiago Gamboa son una desmesurada impostación y los habita, repito, una curiosa y secreta corriente ficcional. Pero, para desmedro de valiosísimos autores que no están tocados por el rey Midas, el éxito de estas voces ha terminado creando una élite privilegiada que parece detentar el poder de la literatura, empezando porque impone el gusto, las tendencias y las elecciones de los lectores mayoritarios, todavía demasiado precarios para indagar por su cuenta y riesgo donde están las vetas de auténtica riqueza. Yo diría entonces que la verdadera literatura está ausente y apostaría que, de cambiarse el esquema actual de la circulación literaria, se estarían abriendo las puertas de un jardín inesperado de barroca y exuberante vegetación. Lástima que hasta los prestigios de la imaginación terminen en manos de los piratas y de los reductores de conciencias.

La poesía colombiana, aunque suena un poco paradójico, frecuentemente habita en donde no la esperamos. Como el gato que nos salta al cuello vaya a saber de dónde, hallamos su hermosa huella, tan humilde y esencial al mismo tiempo, en un pequeño libro mal editado y casi clandestino, en un recital sin mucho público, en la conversación fraterna de algún amigo escritor, en reportajes y crónicas que no pretenden otra cosa que ser periodismo. Esto te lo señalo porque a mi juicio el uso que se ha hecho entre nosotros de la palabra poesía es tan reiterado y manido como para terminar esterilizándose. Colombia, país de poetas, dicen, y la ridícula frase juega en contra de la poesía. Tal vez por eso, aquí existe una oficialidad de la poesía, unos
escritores que han usurpado el nombre y que lo utilizan para cosas extrapoéticas, como otro gélido símbolo de nuestra mitología retórica, como lo hacen con la bandera o con el cóndor de los Andes. Pero la verdadera poesía se resiste a ser encapsulada de una forma tan grosera, y continúa siendo “la visitante insurgente”, la “puerta inesperada”. La verdad, en Colombia hay muchos poetas pero muy poca poesía.

MAG: Ernesto Volkening, en un artículo viejísimo sobre la narrativa colombiana, evoca frases de aquel inolvidable personaje de la literatura de tu país: Úrsula Iguarán; lo usa como epígrafe, dice algo así como “los años de ahora ya no vienen como los de antes”. En ocasiones he observado cómo muchos escritores latinoamericanos escriben con nostalgia sobre el pasado de la literatura de nuestro continente, de sus personajes, en el caso particular de mi país, de aquellos días cuando García Márquez tomaba café en bulevares caraqueños, Neruda visitaba y escribía en diarios conocidos, en fin, ¿cómo vislumbras el futuro de la literatura latinoamericana?

IBC: Como hija legítima, subversiva y vital de la imaginación, esa cosecha que defiende al hombre de los embates terribles de su vulnerabilidad y de una condición algo fantasmagórica, no puedo menos que fiarme a la literatura, esa doncella puntual. Pienso que es ella la única forma tolerable de creer en el futuro. Entonces, no tanto por lo que las grandes casas editoriales impulsan y publican, sino más bien por estar cotidianamente en contacto con las pulsiones, exorcismos y, sobre todo, del trabajo puntual, disciplinado y juicioso de tantos autores, creo es posible que nos hagamos expedir nuestra partida de renacimiento.