Letras
Apocalipsis

Comparte este contenido con tus amigos

“Los sueños que en vida soñamos
durarán más tiempo que nuestro
pobre cuerpo mortal”.

Andrés González

La mayoría de los humanos se han convertido en zombis. Los menos, pero con mayor poder, son extraterrestres disfrazados. Ambas especies nos rastrean, se alimentan de nuestra carne y hasta de las vísceras, con las que preparan su manjar favorito: gandinga en salsa de ron pitorro. Con nuestro envase; es decir cabellos, piel, uñas y huesos hacen muñecos, y otros juguetes para sus teatros de títeres. Así se divierten los sábados y domingos. Días en que practican ayuno y en las noches comen ensaladas puramente vegetarianas.

¿Cómo llegamos a esto? Tengo miedo hasta de soñar para no perpetuar esta pesadilla. Solo intento sobrevivir. Esto lo logro escondida en las catacumbas, que en otro tiempo eran parte de la corte suprema del país. Escribo para no enloquecer, solo así mantengo el balance. Como poco, escucho sus pisadas, sus voces con el lenguaje ya defectuoso, como aquel comercial en el que mente y palabra se corresponden. Solo los fines de semana me escabullo, para respirar, para emborracharme, para pretender que todavía hay vida.

Αποκάλυψις Ιωάννου —o Apokálypsis Ioánnou— es el libro de las revelaciones. Fue lo último que leí antes de comenzar el final de la humanidad. El viejo pastor Harold Camping ya había indicado que el mundo terminaría en octubre del 2011, pero han pasado varios años. El mundo no ha terminado; bueno, en su aspecto material, tierra, agua, aire. Necesito seguir leyendo, todo el tiempo. Me urge buscar nuevos libros para remediar mi situación. Mientras leo, ni los zombis ni los Et’s me encuentran. He llegado a la conclusión de que los zombis se convirtieron en ello por un repentino desfase cultural. Cuando ya no se leía ni escribía, tampoco se pintaba, nada de música. Sospecho que los Et’s sí leen, pero en otros códigos. Por eso, ellos mantienen el poder absoluto de este apocalipsis.

No he vuelto a encontrarme con otros humanos. Al principio, hubo un hombre que al igual que yo leía, me había dicho que esto nos convertía en peligrosos. Una mañana me dio un beso en los labios y me dijo volveré. Me dejó su computadora portátil y algunos libros. Los lectores podemos escribir. La mirada del escritor representa el final de esta profecía, me comentó. En fin, leo y eso me debe hacer peligrosa para los nuevos habitantes.

Escribiré mis diarios, las historias de la gente que conocí antes de que pasara esto, pero hoy sueño con darme un trago de ron, vodka, lo que sea. La única forma de pasar tantos días en este delirio. Queda bastante alcohol en toda clase de locales abandonados y hoteles, los zombis y los otros no ingieren alcohol. Los primeros beben sangre coagulada, y agua empozada, da tanto asco. Los Et’s en un principio disfrutaban bebiendo los orines de humanos caucásicos. Los encarcelaban y solo les dejaban beber infusiones de hierbas. Éstos terminaron muriendo de afecciones de riñón. Las demás razas se convirtieron en zombis. Ahora los Et’s beben infusiones de origen desconocido para mí.

Es sábado. Puedo salir de mi escondite. Relajada, aspiro y me río. Llevo practicando ejercicios de relajación para que no me descubran. Voy a un hotel cercano para asearme y comer algo del minibar. Entro despacio, pasitos cortos, como caminan los Et’s. Allí está el policía y su enamorada, la que trabaja en el vestíbulo del hotel, me miran con sospecha. Me huelen, pero paso con ficha. Ellos son Et’s, al menos pensaron que yo también lo soy.

Entro a una habitación que está vacía. La número 69, por eso de las connotaciones sexuales, los Et’s no practican sexo oral, lo encuentran demasiado humano, los zombis menos, por miedo a castrarse entre ellos. Me ducho. Finalmente puedo cargar la computadora. Hasta ese momento sólo había escrito en mi diario notas sueltas, y mis desahogos. Escribo mi nombre en el documento de Word, de pronto una erupción de palabras, fluyen, gritan, escupen fuego como dragones. Escribo escribo escribo y mis manos paren un hombre que me sonríe y desaparece. Escucho sus pisadas a lo lejos. La computadora se cierra abruptamente. Suelto el teclado y regresa el silencio. ¿Escribo o me alimento? Me como unos beefsticks, chicharrón y un milkyway. Bebo un botellín de whisky, otro de vodka, el tercero lo bebo sin mirar lo que es y me recuesto a dormir.

 

Despierto. Todo tiene una iluminación vívida, como era en un principio. No sé cuánto tiempo dormí. Me duele la espalda, me duele hasta el sexo. Pienso en aquel hombre que surgió de mis palabras. Apago la computadora. Grabo mi cuento en un pendrive. Lo hecho en el bolsillo de mi pantalón. Salgo a la calle. Un enorme silencio sobrecogedor. Toco mi vientre, está ligeramente abultado. Siento vida en él. Miro alrededor, no hay nadie. Según observo las cosas, van desapareciendo. Siento desolación, que poco a poco se van transformando en plenitud. El Apocalipsis culmina. Sigo mi camino esperando desaparecer en cualquier momento, o tal vez ser madre. ¿Será el final o el principio?