Entrevistas
“La civilización es el arte de crear necesidades perfectamente inútiles”
Con Brossa conversando

Comparte este contenido con tus amigos
Joan Brossa
Brossa: “La vida sin ironía es un chasco”.
Fotografía: Efi Cubero.
 

—Algunos califican su obra de dadaísta y aunque, y como ya sabemos, dadá es el primer balbuceo del niño, su obra lejos de balbucear más bien impacta al espectador con su dardo lúcidamente irónico...

—Me parece que dicen que es dadá en el sentido de hacer limpieza. De higiene. El movimiento dadá hizo higiene, se cargó muchas cosas. Y luego, ya después vino el surrealismo que se sistematizó. Y a mí me parece que, a mi obra, si se le ha de poner una etiqueta, podríamos decir neosurrealista o algo así, o postsurrealista. Aunque yo no creo en las etiquetas. Mi obra es la imaginación. Lo que pasa es que el surrealismo también era la imaginación, pero no era el primero que cargaba el acento en ella...

 

Brossa

Joan Brossa

Abriendo los jardines de Mariá Cañardo, al lado del Velódromo, aquí en Barcelona, se alza la A brossiana, puntiaguda y abierta. Como una escalera, o una pirámide que desafía la altura, la siguen unos puntos suspensivos formados sobre el césped junto a unos signos de interrogación y, finalmente, cerrando el conjunto, otra A destruida cuyos diseminados fragmentos sobre la hierba nos advierten lo efímero de todo, lo que arrasa el transcurrir del tiempo o tal vez lo que el ser humano destruye. La A que abre puertas al sueño del inicio, a los espacios intocados que aguardan, y el final resuelto en esa A desmoronada, frustrando la esperanza del principio tal vez como advertencia del fracaso, quizás también del triunfo, esos dos impostores.

Le gustaban las escalas a Joan Brossa, y como una cruel burla del azar en el que confiaba, una caída por las escaleras de su domicilio de la calle Génova precipitó su muerte en 1998. Lo recordaré siempre lleno de vida. Un ser libre y coherente que supo asimilar lo más innovador y lo más puro; la nada luminosa de un instante apresado y a su vez la sombra inquietante de lo que puede también acecharnos; el acerado filo de una navaja abierta sobre el terciopelo de un lujoso estuche o la amenazadora perversidad bajo una imagen de impoluto candor.

Bajo la inocente apariencia de unos simples objetos, se esconde la identidad paralela de lo subversivo. Frente a una realidad que nos supera, el poeta revela o proyecta esos fantasmas que cercan los universos cotidianos. Desde cualquier ángulo, este juego de espejos enfrentados a través de un poema visual brossiano nos sacude y provoca, apuntando hacia el interior del que indaga, sin agredir, pero con un efecto corrosivo que socava determinados esquemas y nos induce a reflexionar. Trampas de Brossa, trampas de nuestro tiempo: trampantojos bajo una veladura de ironía tan poderosa y cáustica, tan sutil e incisiva, tan desmitificadora, y, a veces, revestida de una cierta ternura que desarma con su cierto temblor esperanzado. Una obra extensa e importante que abarca tanto los textos poéticos y de teatro como la poesía visual y de poemas objeto que ha estimulado a casi todas las generaciones de artistas relacionados con el arte conceptual de España y de otros muchos lugares. Un reconocimiento a nivel internacional o el que su nombre figure entre los creadores más significativos de nuestra época no hicieron tambalear sus principios éticos y estéticos ni enmascarar o cambiar las aristas de una personalidad tan libre, compleja e independiente como la suya. Mago o prestidigitador, notario de este tiempo que no detuvo jamás la marcha de su creadora diversidad, Brossa observa lúcido e incisivo tras las gafas ventanas de su larga experiencia sin jamás detenerse, inmerso en una permanente búsqueda y conservando intacta la curiosidad, frente al vacío del extrañamiento. Fiel a sí mismo, procurando eludir el peso de lo accesorio, escapando a la estatua, Joan Brossa atravesó la vida como diría Picabia: “Rojo, azul, desnudo del todo, con una música de pecador sutil, dispuesto hasta el límite para la fiesta”.

Ah! M’oblidava que un poema / no pot ser reduït a mercadería: / per a la societat una cosa que no/ entra en l’intercanvi de béns comercials / no té cap valor

—Brossa, ¿puede definirse la poética?

—La poética es como definir la poesía. Se dicen muchas fórmulas. Y yo digo: Es el reflejo emocional del pensamiento. Y hay otra que dice: “La poesía es hacer de la prosa otra cosa”.

—Me quedo con la primera definición.

—Bueno, se pueden decir muchas cosas, porque poética es todo. Todo es poético. Lo que pasa es que la sensibilidad del que mira es el que hace que sea una obra de arte. Pero todo se puede poetizar. Todo. Hay que tener sensibilidad para hacer que lo que veas sea interesante. Hay gente que ve muchas cosas y no aprecia nada. Y hay gente que ve las mismas cosas y saca conclusiones. Alguien dijo que la poesía es hacer pequeños vehículos de la realidad.

—...iluminar esa realidad.

—O apagarla si está demasiado iluminada.

 

Mor el destí sota un ruixat de bales / y cauen en l’engany soldats com billets

—Pienso ahora en una de sus creaciones, Intermedi; las armas frente a los atriles... ¿Quién dirige la orquesta, Joan? O, mejor, ¿quién lleva la batuta?

—(rápido) La política... los políticos. (Duda; reflexiona...) No, no exactamente... Parece, aparentemente que son los políticos pero son los postfinancieros. Yo estoy convencido de que la gente que dirige el mundo no se conoce. Ahora, conoces los títeres, pero no los que tiran de los hilos. Los que realmente los manejan están en la sombra... (Cruza una línea dura y preocupada por su expresión. Después, como si hablara consigo mismo...). ¡Esas sombras sí que tendrían que iluminarse!

 

Em surt un número que m’obliga / a situar-me damunt una oca. / Torno a tirar

—“Dau al Set”, Dado al siete... ¿sigue apostando a ese número aunque en realidad ese número no figure en el dado?

—El siete es un número favorable, dicen; yo soy ateo pero me atrae lo desconocido no sacralizado.

—Por cierto, y ya que hablamos de números simbólicos, usted nació el 19/1/1919. Curiosa combinación numerológica...

—Sí, y en la calle Wagner de Barcelona.

—¿Le gusta Wagner?

—Sí, pero no lo wagneriano, como me gusta Lorca pero no lo lorquiano, o Picasso pero no los picassianos. Ellos marcan la ruta y luego viene la prole. ¡Hala! ¡Todos detrás!... Y me gusta el nueve mucho. Quizás por esto le tenga simpatía al nueve: por la fecha de mi nacimiento y porque nueve en catalán es nou y nou también significa nuevo.

—...siempre el principio como rito iniciático. ¿Por eso en sus poemas visuales tiene a la letra A como emblema de algunas de sus creaciones?... Laberinto, imán, ¿qué simbolismo tiene para Brossa esa letra tantas veces repetida?

—Es la puerta de la literatura. La literatura entra por la A y sale por la Z. Entre la A y la Z estamos todos.

—También tiene forma de escalera; y a usted, Joan, parecen gustarle mucho las escaleras...

—Sí, tiene forma de escalera de mano... (Su rostro adquiere la expresión pícara de un niño, luego hace con dos dedos el gesto de caminar, a modo de compás). Y también de andar. Alfa, la que abre.

—Una vez dijo Italo Calvino que el rechazo del pasado inmediato era la condición necesaria para recuperar el pasado olvidado, el único que hace posible —según él— la expresión de lo nuevo. ¿Cree que esto es así?

—Yo siempre digo que la tradición se tiene que continuar. No repetir, ¿por qué hacer una cosa que ya está hecha? Lo que pasa es que la tradición sirve para continuarla. Es un punto de partida para desarrollar el arte.

—...La frase iba dirigida hacia el simbolismo inicial que antes apuntábamos. Como punto de partida hacia algo. No como regresión sino como un intento de recuperar en cierta forma la pureza inaugural de los inicios. Ese era más o menos el sentido de la pregunta.

—¡Ah!, bien, bien. Está bien. Es una frase. Una burbuja... La buena burbuja. Juan Ramón Jiménez tiene también una frase sobre la tradición que también está muy bien. Juan Ramón entendía la tradición como conquista. No como herencia.

 

i els ulls miren els ulls, miralls de sempre

—Sé que le gusta Vermeer. ¿Por qué le parece Vermeer insuperable? ¿Qué le apasiona tanto de él?

—Vermeer es un realista genial. Por eso, como me gusta Vermeer, me gusta lo abstracto. Encuentro que después de Vermeer, ¿qué quieres hacer más? ¿Repetir la tradición? (Rotundo) Hay que continuarla. La prueba, por ponerte un ejemplo, es el caso de Dalí. Si tú coges la cesta de Dalí y la de Vermeer, la de Dalí es un cromo.

—...la luz de Vermeer, de los cuadros de Vermeer es pura transparencia. Y aquellas baldosas blancas y negras, los ventanales góticos... Casi siempre retrataba el mismo espacio.

—Yo he estado en Delft y la luz es igual. Exactamente igual que la de sus cuadros. Pero ahora hay fotógrafos extraordinarios que incluso obtienen efectos que no obtiene Vermeer. Esas fotos en blanco y negro contrastadas son impresionantes. Ahora la fotografía se mueve. La del cine. La evolución hace cambiar las cosas... Otras técnicas.

—Y... ¿Aparte de Vermeer?

—Lucas Cranach que era un surrealista... Aquellos cardenales.

—...y aquellos desnudos femeninos tan cargados de joyas. Pintores actuales, Joan...

—Actuales me gusta mucho Picasso. Ahora, te digo una cosa, yo una vez, estando en París, coincidí con una exposición antológica de Picasso... Muy antológica. Muy importante, que había en el Petit Palais y en el Gran Palais. Toda llena de Picassos. Y en una revista se decía: “El pintor del futuro”. Yo creo que Picasso cierra una época; pero la cierra brillantísimamente, ¿no? Afortunadamente. Pero, para mí, el que abre es Duchamp con el Ready-made. El Objet Trouvé y abre unas posibilidades... Mete el arte en una vía que es posible andar un poco. Andar un poco esta vía... El arte conceptual.

—Es esa mirada trasgresora que más tarde han querido imitar pero que no se puede imitar... Existen papanatas que se han puesto a copiar como desesperados. Otra cosa es seguirlo.

—Hay papanatas concretos. Como este... (Adopta una actitud de desdén) ¿Cómo se llama..? Este que expuso en la Fundación Miró... el de las Sopas Campbell...

—(Intuyo que sabe perfectamente el nombre, pero desea remarcar su indiferencia. Le sigo el juego) ...Warhol.

—Ése, Warhol (masculla). Warhol (repite). ¡Papanatas..! Sin Duchamp no hay Warhol. Y si Warhol no fuera americano, no habría Warhol.

—¿Diseño publicitario bien manejado..? (dejo caer).

—Sí, se le da mucha importancia. La cosa sencilla. El cromo... elevarlo a la categoría de Arte. Yo creo que no lo consigue. Es un papanatas para mí. Y es víctima del influjo de Duchamp. Duchamp trabajó poco, ¿eh?, que él podía trabajar mucho. Con el hallazgo del Objet Trouvé podía hacer mucho, y él realizó media docena. Y ya está. El concepto es el que cuenta.

—Ahora mismo recuerdo aquella obra suya: “Desnudo bajando la escalera”. ¡Qué movimiento! ¡Qué maravilla de composición!

—Desnudo bajando la escalera es un cuadro futurista. Él, además, hubo un momento en el que dijo que la mejor actividad que podía tener un hombre era jugar al ajedrez...

(Ríe con ganas... Me hubiera gustado recoger en una fotografía la alegría de Brossa, esa simpatía desacostumbrada que guardaba para estos momentos, pero era especial y tuve buen cuidado de crear una atmósfera cómplice de confidencias sin cámaras curiosas... Por otro lado se hubiera puesto la máscara de seriedad o de mal genio o de irónica distancia —siendo en realidad tan vulnerablemente niño).

—...Y se quedó en la actividad máxima —prosigue divertido—. Y conste que no jugaba por ganar algo, jugaba para jugar. Eso está muy bien —se contesta a sí mismo— ...que ahora todo el mundo juega para ganar algo.

—Parafraseando a Picasso, ¿Brossa busca o más bien encuentra?

—De todo. A veces cuando busco no encuentro y cuando no busco encuentro.

 

Joan Brossa y Efi Cubero
Joan Brossa y Efi Cubero.
Fotografía: Ferrán Soriano.

GAG
Harpo Keaton
Búster Marx

—Creo que el cine es otra de sus pasiones, ¿qué director es su favorito?

—Tengo varios. A mí me gusta mucho Dreyer. De los que hay actualmente, Jim Jarmusch. Extraños en el Paraíso, Mistery Train. Es un director joven, bueno, relativamente... Y no hace efectos especiales sino que hace cosas muy simples. Con un gran dominio de los actores además.

—¿Fellini..?

—Me gusta Fellini antes de La Dolce Vita; después Fellini eructa.

—¡Ja, ja, ja..! ¡Repite, vaya!

—Repite, sí. Es muy espectacular. Un poco vacío... muy muy egocéntrico.

—Y ya que valora tanto la imagen, ¿qué le parece Intolerancia de Griffith?

—Me gusta. Fue muy interesante. Esta película impactó a Lenin. Cuando vio esta película dijo una cosa muy interesante. Dijo que el cine era al Arte lo que la electricidad a la industria.

—...no conocía yo esa frase.

—Pues apúntatela porque está muy bien. Él creó en Moscú una Escuela de Cine de la que han salido Pudovkin, Eisenstein. Toda esa gente. (Me muestra la fotografía de Eisenstein) Lo tengo aquí...Y El acorazado Potemkin y Octubre —sigue explicándome entusiasmado—. Los montajes que tiene...

(Parece ahora mismo joven, muy joven, con una vitalidad llena de entusiasmo. Observo cómo disfruta con la obra de muchos y es contagiosa su fidelidad a estos creadores lejanos en el tiempo pero avanzadísimos en el suyo, constato que a Joan Brossa le interesa sobre todo la autenticidad... Por eso conectamos).

—Si comparamos —sigue diciendo— el cine que se hace ahora, pues parece teatro filmado. O casi. Ha perdido ese impacto que tenía el mejor cine mudo y que también tenía el primer cine sonoro. La parte hablada es la comercial en el cine sonoro y en aquel momento conservaban el valor de la imagen y, entonces, la parte sonora era para dar a entender mejor la imagen, ¿no? Para recalcar. Para acentuar mejor la imagen... Ahora mueven muy bien la cámara, estupendo, pero hablan mucho; en cambio el cine es la imagen... Y hay teatro. Es curioso que el teatro se acerque al cine y el cine al teatro... Entre las primeras películas sonoras hay una donde conservaban el valor de la imagen que me gusta mucho: El ángel azul, de Sternberg, con Marlene Dietrich...

—...Lola-Lola.

—(Comienza a tararear la música de la película mientras mira hacia el frente, absorto, recordando... De pronto exclama admirativamente) Emil Jannings, ¡otro fenómeno!

 

Estrofa, crida, deixa’t d’ors i emblemas! / El pensament traspua aquests poemas / i obre les ales al vast horitzó

—¿Sigue prevaleciendo en Brossa el Arte como un acto de libertad, o la excesiva demanda que últimamente le asalta puede, en cierta medida, lastrar esas alas..?

—Ja, ja... Puede lastrar, puede lastrar. Pero de momento no.

—...no se deja.

—No, no me dejo. Últimamente tengo muchas demandas pero la gente que viene a pedir algo ya sabe a dónde va. Yo, como no soy un profesional ni tengo un taller ni tengo empleados, etc. Pues puedo decir que no. Tranquilamente.

—Si Joan Brossa tuviera empleados, no sería Brossa. Al menos la imagen de libertad que proyecta no sería la misma. Se metería en esa dinámica de comercialidad en la que muchos caen.

—Efectivamente, lo mejor es no meterse en ella. Sí, porque después la sociedad está muy montada en ese sentido, ¿no? Yo creo que la civilización es el arte de crear necesidades perfectamente inútiles.

—¿Mantiene el equilibrio entre querer y poder?

—¡Caramba, esto es básico! Esta es la frase que yo he tenido siempre. Esto es lo que te hace vivir.

—...De ahí el sentido de la pregunta. Conozco esa frase...

—Yo, esto lo pongo siempre como ejemplo. Lo sabes muy bien. Esto es básico y es una cosa que se olvida porque la situación, la civilización, te mete en una serie de perspectivas... “Compra esto, compra lo otro”. Unas tentaciones que realmente... Yo siempre digo que la escuela tendría que enseñarte quién eres tú.

—...El ser más que el estar.

—Claro... Y la escuela te enseña a joder al que tienes al lado. ¡Tienes que ser más que el que tienes al lado! Por esto yo la escuela no... (Pensativo, con tristeza) Yo salí de ella sabiendo lo que no quería, pero no sabiendo lo que quería.

—En poesía, ¿sigue buscando esa “emoción impactante” de la que hablaba Lorca?

—No. Yo creo que la poesía es un elemento para dar persuasión al mensaje. Puede ser una brillantez o una falta de brillantez. Según el mensaje.

—Un iluminar la oscuridad u oscurecer la claridad como antes apuntaba...

—Sí, exactamente.

—¿Qué le desasosiega?

—Esa ansia de dinero que es lo que dirige el mundo. Lo más bajo. El dinero, los intereses, la vanidad, el prestigio personal. Eso es lo que me inquieta. Yo he procurado eludirlo con todo lo que comporta eludir pero tengo ya setenta y ocho años. Y me parece que ya veo el final de la montaña...

—¿El final, Brossa? ¿Usted, que siempre inicia el camino?

—Bueno, veo el final de la montaña porque encuentro que la vida es un viaje. Entonces, es un viaje donde vas subiendo y cuando estás ya más arriba, es cuando ves el panorama... Y es que yo encuentro que madurar es saber ser esencial. Entonces, cuando subes la montaña y llegas arriba, eres esencial y dejas muchas cosas por el camino.

—Andar ligero de equipaje, como decía Machado...

—Exactamente como Machado pensaba. Aunque no sea mi poeta preferido.

—¿Y cuál es su poeta preferido?

—Vallejo, Lorca, Alberti, Foix, Papasseit, Miguel Hernández...

(Iniciamos entonces en torno a la poesía un largo coloquio. Joan Brossa se muestra apasionado. A mí me encanta escuchar cómo, de memoria, recita para mí largas tiradas de versos de Lorca y de Miguel Hernández, me cuenta historias preciosas, como por ejemplo, que con diecisiete años marcha al frente con un libro de Lorca en el bolsillo, como allí, en el frente, entre las trincheras, se hace de un ejemplar de poemas de Alberti que habían impreso los mismos soldados, y que muchos años después cuando ambos, Alberti y Brossa, junto a Octavio Paz, en 1988, reciben en París la medalla Picasso de la Unesco, él lleva al poeta gaditano ese ejemplar manoseado que conservaba desde las trincheras y la gran emoción de éste al tenerlo en sus manos y hojearlo...).

—Mira, Efi —me dice—: “Y el monte gato garduño / eriza sus pitas agrias”. ¿Puede haber algo más surrealista que estos versos, y otros poemas de Lorca..? No pueden, no han podido superarlos.

 

Llampec que espurneja i xiula. Poeta de tarda sana. / Els meus ulls sempre et segueixen entre un Pirineo de branques

(De “Elegía a Miguel Hernández”)

—Dicen que actualmente hay una gran crisis en el mundo del arte. ¿Cómo contempla un creador como usted este periodo?

—A mí me habían dicho que volvería a renacer la paz en el Arte. Yo no lo sé. No puedo contestarte porque no estoy al corriente. Yo, de todos modos, veo que los artistas, así, de cierto nombre, venden casi igual, ¿eh? Siempre se la carga la gente de abajo. Los artistas jóvenes sí que lo han sentido. De todas formas yo atiendo a lo que dicen o a lo que veo porque en este caso yo no tengo ningún criterio. Nietzsche tiene un capítulo en Así hablaba Zaratustra en el que llega a una ciudad y hace una descripción de la ciudad como es ahora más o menos... Todo está podrido. El dinero. La gente mentirosa, los valores por el suelo, etc., etc... A él lo reciben una cantidad de personas que le advierten: “No te metas en la ciudad. Todo es falso, nada es verdad, es sucia, hay mal olor, etc.”. Él los escucha. Y cuando han terminado de decir barbaridades, él dice: Y vosotros, ¿qué hacéis aquí? Donde no se puede amar se debe pasar.

—Sabemos que usted se halla inmerso en lo que ama; y Nietzsche... es mucho Nietzsche.

—...Era un basurero. En el buen sentido. Para mí, la gente que más me ha ayudado, debido a la educación que intentaron darme, han sido Nietzsche y Freud. Son dos tíos que hacen y piensan.

—Dicen que no puede escribirse igual después de Nietzsche.

—Como no se pueden escribirnovelas después de Joyce, en ese sentido de plano y contraplano.

—Cuixart afirma que hoy impera el dadaísmo de perfumería y que vivimos los tiempos de los fabricantes de cuadros y los especuladores. Asimismo usted afirmaba también en unas declaraciones que el dinero ha hecho del arte un engendro y que el arte de hoy tiene mucha técnica, mucha metodología pero poca realidad profunda, quizá porque ésta no interesa. ¿Tan mal andan las cosas en el arte para adoptar ese tono apocalíptico y que haya tantas voces clamando en el desierto?

—Sí, eso no lo tienen. No saben llegar o no quieren. Algunos hacen pura metodología sin contar con el yo profundo. Acaso porque esa realidad les llevaría por un camino donde quizás no venderían cuadros. Quizás no les interesa llegar... O no saben llegar.

—Puede que exista un exceso de “cultura televisiva”...

—(Rápido) ¿Y cómo definirías tú la televisión?

—Pues en este momento me descoloca... quizás como un trasto perfectamente prescindible o acaso como ladrón de horas...

—...Algo más sutil.

—Uffffffff, ¡no me sale nada! Prefiero que sea el ingenio o el genio de Brossa quien la defina.

—(con una sonrisa pícara) ...Es el chicle de la vista.

—Ja, ja... O sea que masticamos las imágenes con aire ido.

—Exacto. No alimenta. Masticas. Pasas el rato... ¡Y podía ser un gran elemento! Cuando un elemento puede ser importante y se utiliza mal es terrible. Porque también es importante, destruye todo lo que encuentra. A la gente cuando salió la radio le dirían: ¡Ah, la radio! ¡Pues ahora sí que habrá cultura musical! Pero —lo que decía Stravinski—: “Esta proliferación de música es mala para la música”.

—¿El arte, se quiera o no, será siempre elitista..? ¿Para la “inmensa minoría”, citando a Juan Ramón?

—Siempre ha sido así, ¿eh? Siempre lo ha sido.

—Joan Brossa puede ser absolutamente trasgresor y exquisitamente clásico. Hay sonetos suyos de gran belleza... Pensando en alguno de ellos, “Nocturnàlia”, por ejemplo: “Pura contra la nit la meva mà”... Y, citando el verso que cierra “Abecedari” y, cambiando su sentido afirmativo por una interrogante, le pregunto con sus propios versos: ¿“Entre les lletres de l’abecedari encara resta molt per descobrir”? (¿Entre las letras del abecedario aún queda mucho por descubrir?).

—Yo creo que sí pero, claro... me parece que vivimos una época que... Todo eso que hemos dicho hasta ahora: que es el triunfo de la mediocridad. De la gran mediocridad que hay... Pero (pensativo) tiene algo muy interesante. Tiene una técnica que el poeta no puede desaprovechar... Sin dejar, claro, de ser poeta. O sea, que la poesía te presenta retos. Como por ejemplo la poesía visual. Actualmente la imagen tiene una gran importancia... ¿por qué el poeta no utiliza la imagen y así sigue el sentido de la poesía visual? Yo digo que la poesía visual no es dibujo ni pintura sino un servicio a la comunicación. Y además un cambio de soporte a la naturaleza.

—¿Hacer pensar acaso con una mayor carga o fuerza conceptual que la idea expresada sobre el papel?

—Sí, son prolongaciones de este camino que señaló Duchamp, ¡que ahora ya se ha dado más! Pero por esto yo te decía antes que, para mí, Duchamp era el futuro y Picasso era el final —brillantísimo— de una época.

 

Lloc: dues habitacions qualssevol, que / recorre l’espectador acompanyat de l’actor

—Teniendo una obra tan extensa, también en lo que a teatro se refiere (seis volúmenes, tengo entendido), aunque prefiera llamarlo poesía escénica, ¿cómo es que apenas se representa?

—Esto no soy yo quien lo ha de decir. Yo creo que si mi teatro se representara bien tendría éxito. Sin duda. Mi teatro ha sido mal interpretado. El teatro de poetas siempre es mucho más interesante. El novelista no tiene el sentido de la síntesis. Y el teatro es síntesis. El novelista hace una cosa larguísima, en cambio el poeta sabe sintetizar. El novelista no. Mi teatro ha sido mal interpretado porque, para decirlo en cuatro palabras, es un teatro que pretende ser testimonio de la época... pero yo maquillo el diálogo.

—¡Claro, Joan, usted es poeta..!

—Sí. Pero hay autores que maquillan la intención. Yo maquillo el diálogo y, entonces, si haces un teatro en que maquillas el diálogo, viene el director y maquilla el montaje. Entonces es un lío.

—Salvo honrosas excepciones, los directores con los poetas no suelen encajar demasiado...

—Mira, precisamente el otro día vino a verme un señor de París amigo de Beckett y me preguntó por mi teatro. Y yo le dije que había problemas por esto, porque te deforman la obra y... ¿sabes qué me dijo? “¡Parece que estoy oyendo a Beckett! Cuando le estrenaban una obra, tenía un disgusto enorme”. Yo la escena —sigue diciendo— la veo muy simple también. Se alza el telón, aparece un señor... ahora, cuando abren la boca es cuando crean el clima. ¡Y esto no lo entienden los directores! Entonces, claro, para decir un diálogo maquillado hay que inventarse cosas, ¿no? Es como decir versos. Si hay un teatro de versos que te lo dicen como prosa, pues no va. Y un teatro maquillado que tampoco es verso, sino que parece que los personajes parece que piensen, parece que hablen, ahí tiene que haber un director hábil para que todo esto lo coloque en su atmósfera.

—Aunque se le habrá recordado hasta la saciedad su vinculación con Dau al Set, puesto que como es sabido usted fue el eje primordial, vertebrador del citado grupo, yo le pregunto: transcurridos los años, ¿qué queda ahora de ese espíritu fundacional o inaugural? ¿Sigue de alguna forma latiendo esa rebeldía que marcó una época, o el tiempo llega a diluir, o atemperar al menos, los ideales aquellos que pretendían remover o cambiar una sociedad enarbolando el Arte como revulsivo?

—Yo creo que —sin decir nombres— en la mayoría de Dau al Set se han atemperado los ideales. Creo que bastante en un tanto por ciento de personajes de Dau al Set... Yo me acuerdo de aquella época. Se hablaba mucho. Se decía que la obra de arte tenía que ser un vehículo para cambiar la mentalidad de la sociedad. Pero ahora resulta que miras después de treinta años y es la sociedad la que ha cambiado al artista. Han caído en la trampa...

—¿Para ratones?

—Para lagartos. Ha pasado con Dau al Set como también pasó con el surrealismo. Miró fue el único que se mantuvo pero los demás...

—Miró no hizo demasiadas concesiones.

Joan Brossa
Joan Brossa: “El teatro de poetas siempre es mucho más interesante”.
Fotografía: Efi Cubero.

—Miró es un personaje al que he tenido muy en cuenta. A veces he dicho, y ahora te lo repito a ti, que casi la alegría que he tenido en mi paso por el mundo es haber conocido a Miró.

(Disimuladamente lo observo; me conmueve especialmente cuando por esos ojos a menudo esquivos, aparece la admiración, el reconocimiento, la fidelidad al amigo que se fue... pasa por el estudio una corriente de melancolía... Callamos. De pronto recuerdo unas frases de Miró, decido romper el silencio creado, recuperar la viveza del diálogo antes de que la palabra languidezca).

—“La tierra, la tierra, algo más fuerte que yo” o “Hay que pisar la tierra porque la fuerza entra por los pies...”. Son frases de Miró...

—Siempre hacía unos pies muy deformados, en el sentido de muy grandes. Él en una ocasión dijo una frase preciosa, dijo: “Mi obra no es una hoja de dietario. Es una fuerza que se expande”.

—En los últimos tiempos le llueven a Joan Brossa todos los premios habidos y por haber. ¿Le asusta esa vorágine? ¿No teme quedar sepultado por esa imparable avalancha de medallas y distinciones?

(Me mira fijamente, ríe con ganas).

—¡Ja, ja! Uy, uy... ¡qué irónica!

—Permítame la ironía... Señor Brossa.

—Sí, sí. La vida sin ironía es un chasco... No, no. Yo encuentro que el que creó los premios tenía buena intención. Pero después... Ya se conocen. Los homenajes tienden a degenerar.

—Depende, claro... Bueno, ironías aparte, creo que es importante y hermoso el reconocimiento en vida.

—Yo también me decía a mí mismo, que el hecho en el que yo haya sido siempre un investigador en literatura, un experimentador, pues... Que otorguen una distinción a un experimentador quizás abrirá una grieta en este muro terrible alzado contra los experimentadores. Quizás permitirá respirar un poco a este tipo de arte que siempre ha sido marginal.

—Esa “poesía marginal”, entre comillas, está alcanzando cotas muy altas de reconocimiento. Recientemente usted recibió de manos de nuestros reyes la Medalla de Oro de Bellas Artes entre otros muchos galardones...

—Sí, a mí me dieron antes de esto una medalla del mismo tipo, en Barcelona. Pero no la quise.

—¿Por qué?

—Pues muy sencillo. Yo no la quise porque poco tiempo antes habían dado esta misma medalla a dos conocidísimas fundaciones; y yo dije, “no la quiero”. No la quería por esto. Y dije “o ellos o yo”.

—¿Por esto..? No entiendo...

—Pues porque ellos utilizan la cultura para lavar la imagen, y yo le adjudico un sentido creativo. Entonces si ellos son dos contra uno, pues me retiro.

—En todo hay clases, ¿no, Joan..?

—¡Hombre, ellos utilizan la cultura como coartada de prestigio! Yo no tengo nada que ocultar.

(Seguidamente Brossa me hace la siguiente observación: “Esto procura ponerlo porque se ha dicho pero no del todo el porqué yo renuncié a esta medalla... Y ése fue el único motivo... Mi agradecimiento al Ayuntamiento de Barcelona es total —subraya—).

—Tiene sentido en la actualidad, cuando la tecnología parece dominarlo o absorberlo todo, seguir luchando contra corriente?

—La tecnología te puede ayudar. Como antes decía de la imagen, que actualmente hay un gran desarrollo de la imagen donde el poeta puede potenciar su teoría visual. Ahora, el caso es no traicionarte. Por ejemplo, yo no escribo a máquina a pesar de que dicen que eso es fantástico. Yo escribo con lápiz, mi compañera me pasa a máquina, y ya está.

—Su obra parece establecer un permanente diálogo entre Oriente y Occidente. Hay mucho de filosofía zen en sus obras...

—Yo el zen, a mi modo de ver, lo he tenido en este sentido... La prueba es: cuando salí de la escuela, no me gustaba lo que me habían dicho y tuve que hacer un esfuerzo —como dice Sartre— de desaprender. Y después descubrí mi paralelismo con el zen, porque yo creo que el azar es un elemento importante que le da perspectiva a tus cosas si tú sabes escoger. El azar yo lo definiría en que, para la persona que piensa, el azar proporciona siempre lo que necesitas. No creo que sea un disparate. Necesitas una cosa y, no sabes cómo, te viene. Esto, claro, parece que haga ahora literatura... Estas cosas cuando se escriben o se cuentan pierden el valor. Son cosas íntimas. Pero, cuando estás en buen contacto con el azar —afirma convencido— siempre te proporciona lo que necesitas.

—Y ya para terminar, Joan, para un creador como usted, ¿la intuición prevalece por encima de la razón?

—Sí, siempre. Yo digo una cosa que la he tenido siempre como tao. Y es lo que sigue: que la intuición requiere una lucidez subconsciente y esta lucidez subconsciente es la que me interesa. Y la razón, en cambio, requiere una lucidez consciente... Pero yo —termina diciendo— prefiero la lucidez subconsciente que lleva más lejos.

(Esta entrevista fue publicada en 2001 en los números 56, 57 y 58 de Revistart).