Entrevistas

Rodríguez Soriano Básico

René Rodríguez Soriano

(Constanza, 1950) Ha recibido distinciones como el Talent Seekers International Award 2009-2010, el Premio UCE de Poesía 2008, el Premio UCE de Novela 2007, el Premio Nacional de Cuentos José Ramón López de República Dominicana (1997), entre otros. De sus libros publicados destacan Raíces con dos comienzos y un final (1977), Todos los juegos el juego (1986); Su nombre, Julia (1991), La radio y otros boleros (1996), Queda la música (2003), Sólo de vez en cuando (2005), Apunte a lápiz (2007), El mal del tiempo (2008) y Rumor de pez (2009). Su página web: www.rodriguesoriano.net

René Rodríguez Soriano: una teoría del recuerdo

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Creo que se trataba de Peter O’Toole quien decía, con ánimo burlón, que la vida era una piscina llena de basura en la que era imposible no ponerse a nadar, el secreto consistía en intentar salir de allí oliendo a violetas. Algunas vidas parecen honrar esa idea, existencias que hablan del lado soleado de la calle, de su belleza y esplendor, pero también de la otra orilla, maleva e indecorosa. Vidas como la del dominicano René Rodríguez Soriano, quien nos ha concedido esta entrevista.

Rodríguez Soriano juega con el lenguaje, pero lo más interesante es que el lenguaje accede a jugar con él, y esa reciprocidad no es fácil hallarla, con plenitud, en la obra de un creador. No sé por qué, pero creo que es un hijo espiritual de Joao Guimarães Rosa, el gran escritor brasileño. A eso creo que se refería el escritor y crítico Marcio Veloz Maggiolo, cuando dice que “René tiene el don de manejar la poesía que deshiela el misterio. No es necesario que el cuento sea un dechado de ejercicios técnicos, su pluma nos lleva por el remolino de la fantasía que puede ser una teoría del recuerdo”.

Rodríguez nació en Constanza, República Dominicana (1950), vivió quince años en Miami, y desde hace un año lo encontramos en Houston. Pero como él suele decir, nuestra verdadera patria es la del idioma de nuestros sueños: el español. Sus libros tienen una larga lista de reconocimientos en su país y ultramar, los más recientes el Premio Nacional de Novela de la Universidad Central de San Pedro de Macorís 2007, gracias a su novela El mal del tiempo, yel Premio de Poesía otorgado por la misma Universidad Central en San Pedro de Macorís 2008, por su libro de poesía Rumor de pez.

Rodríguez Soriano acostumbra jugar baloncesto con los muchachos de la calle, parece de lejos un faro caminando con sus casi dos metros de estatura. Frente a las incertidumbres de nuestro presente, ante el mar casi infinito de portadas en las tiendas, se levantan las palabras de Rodríguez como una luz que brilla sólo para nosotros, que nos acompaña y redime. Algo que, como dice Eduardo González Viaña, inscribe las historias de Rodríguez “dentro de la mejor tradición narrativa latinoamericana”. René es cofundador y coordinador de la revista digital mediaIsla (http://mediaisla.net/revista), con trece años de existencia, desde donde desarrolla una intensa labor de difusión y promoción de la literatura latinoamericana.

—Para quienes llegan a René Rodríguez Soriano por primera vez, qué podemos decir sobre él. Cuáles son esas señas inevitables cuando se pregunta por su identidad.

—De seguro, no lo sé. Tal vez raros acordes, contrapunteos y dislates o un innegable aroma de pinares, descampados y arroyuelos que se me sale por los dedos, que escriben, se piensan y se me desbandan casi siempre a lomo de un lapicito rombo, salvado a puro pulso de la estampida que me arrojó desde el monte hacia inciertas llanuras del espanto y la llovizna. Me seducen, me dejan mongo y sin cordura los tantálicos tableteos de los teclados, los tambores y el trastabilleo de las sílabas, los fonemas y los monemas manoteándose con persistente perversidad hasta engendrar la frase que, feliz o infeliz, enciende el verbo o la palabra a todo tren sobre el papel o el aire. Me encantan las palabras y, ya lo he dicho, arrojarlas como dardos o pinceles sobre el lienzo del diálogo, sin condones, sin reglas. Nunca miento, ni siquiera cuando digo la verdad.

—Parecen existir más preguntas que respuestas en su obra, más viajes que horizontes prometidos. Qué visión tiene de su estilo literario, es decir, de su forma de organizar y presentar historias, ideas y sensaciones.

—Enarbolo la flauta o el pincel con la misma impericia o ineptitud con la que pulo losas o tablaos; perfilo historias que carecen de historia y que por carecer de ella generan una intrahistoria que está en la inexistente otra orilla. Es como un juego en el que las reglas y preceptos no interfieren con el tránsito de los cuerpos o las cosas; un juego corporal, una realidad que acontece en un universo neutro y sobre todo erótico, por encima, y del otro lado de todas las leyes de la chata censura policial de la razón. Escribo o nado en los terrenos de la transgresión, más allá de normas y prejuicios, hasta los límites del cuerpo tal vez. Algo así como un intento de decir o transmitirlo todo o nada: tocar ciertas fibras o ciertas melodías, corretear por los patios de la tarde sin alborotar las palomas; decir verdades o mentiras sin pasar facturas; volar, surcar los aires. Dialogar con lectores sin género, sin sexo ni bandera y, sobre todo, respirar menos viciado el aire y sus alrededores.

—¿En su proceso de escritura prevalece el discernimiento, el análisis, experiencia o la imaginación?

—Escribo, sueño que escribo o viajo por los sueños y me veo que escribo soñando que escribo, como Elizondo. Degenerado y desgeneracionado como he sido y vivido hasta hoy, tal vez.

—Qué opinión le despierta hoy lo que antes denominaban literatura latinoamericana, ¿todavía podemos llamarla así?

—Soy del Caribe, y aunque estoy convencido de que nada sonoro me es ajeno, no estoy tan seguro de que encuadre dentro de la definición con la cual, académicos y estudiosos, nos engloban. Dudo, siempre dudo, de las definiciones y aparcelamientos; me aburren las fronteras con sus sangrudos y biliosos agentes de inmigración y Aduanas. La literatura es la literatura; la preceptiva, la veo más bien como parte de aquel baldón de conocimientos inútiles que nos tuvimos que engullir a empujones en los incómodos pupitres de antaño. De modo que la literatura con apellidos ralos o pomposos me resulta poco menos que un oscuro vellocino tras el cual tendremos que embarcarnos, quizás a naufragar, en los vastos mares de incomunicación y asedio en que nos ha sometido este tiempo de estrechas aperturas.

—¿Qué contribuye a su fe como escritor, esas cosas que no dejan que el fuego creador se extinga en medio del cansancio y la incertidumbre?

—La sed.

—¿Cómo desearía ser recordado?

—Como sapo o gusano, el bronce es una tentación que ya nadie se resiste a desmontar tarjas, estatuas y bicornios cuando aparecen los chinos en escena, comprando todo, todo.