Letras
Terapia del sueño

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—Usted dijo que nunca más iba a suceder, que las pesadillas se irían si seguía al pie de la letra el tratamiento que me indicó. Dijo también que lograría dormir una noche entera sin desvelarme y sin despertar precipitado en horas de la madrugada. Si me he atrevido a ingresar de esta manera a su consulta, Doctor, es porque no aguanto, por más tiempo, estar despierto; debo dormir, necesito descansar, pero no puedo debido al miedo que siento en cuanto cierro los ojos. No crea que no he intentado todo lo que usted me ha indicado, desde tomar las píldoras que me recetó a las horas precisas, hasta inscribirme en clases de yoga y meditación para canalizar mi energía. Acudí también a un centro especializado en relaciones personales para conseguir una cita con alguna chica o relacionarme con otras personas, tal como usted me sugirió en la última consulta, pero nada ha dado resultado. Sólo he conseguido relacionarme con una maniaca que me persigue, que constantemente me acosa con palabras de amor que descubro cada día en mi contestador telefónico, y que, para colmo, se ha inscrito en las clases de yoga y meditación que yo frecuentaba. Por esa razón, abandoné las clases de la misma forma que abandono todo lo que empiezo. Debo confesar que, la primera vez que entré en su consultorio, sentí que usted era el hombre indicado para resolver mi problema. En cuanto miré uno de sus libreros y descubrí mi primera novela en una de sus estanterías, creí haber encontrado a la persona que entendería mis preocupaciones, alguien con quien hablaría sin tapujos sobre cualquier tema. ¿De esto hace cuánto tiempo, Doctor?, ¡cinco, seis años! y aún sigo, todos los meses, acudiendo a su consulta para que me cure. Tal vez nuestra relación se ha convertido en una costumbre, una muy mala costumbre, desde que usted me ayudó a resolver el final de mi segunda novela. Digo que es una mala costumbre porque cada mes malgasto mi dinero en su consulta sólo para encontrar más preguntas que respuestas a mi problema. Creo que usted se ha conformado con verme mal, con verme acabado, y en parte le comprendo, porque es con mi dinero con el que se paga la gran vida que lleva. Me tiene chantajeado, porque una miserable vez me sugirió un final para mi novela y yo lo acepté de buen agrado confiando en su buena fe. Para que lo sepa, Doctor, llevo escritos cuatro libros sin su ayuda; bueno, tal vez, con una mínima y simple idea, me ayudó en mi segundo libro. Ahora que lo recuerdo, creo que fue en el tercer capítulo. Me encontraba estancado y durante días no supe cómo continuar con el relato, su idea me ayudó a superar la hoja en blanco que tenía en frente y también le dio título a mi obra: “Los perversos sueños del nunca jamás”. La verdad es que no hemos vuelto a conversar sobre ese tema y viéndolo de este modo, ahora ya le debo una idea y un libro, y creo que de seguir con esta conversación, le deberé toda mi obra literaria a un simple terapeuta del sueño.

—¿Y entonces, a qué le tiene tanto miedo?

—A cerrar los ojos para siempre y a ser olvidado. Recuerda el sueño que le he contado en cada sesión, aquel que me desvela todas las noches.

—Sí, claro que sí, pero refrésqueme la memoria. ¿De qué va el sueño?

—En mi sueño, yo puedo ser cualquier persona a la que admiro, sea escritor, músico o actor. Últimamente, sueño que soy Ian Curtis, vocalista de Joy Division. Me ha dado por recopilar toda su discografía, hasta me he leído su biografía, la cual está escrita por su propia viuda. La mitad de las cosas ahí narradas me parecen exageradas. Curtis era un tipo depresivo, con problemas, como todos; pero, lo que me atrae de él, es su personalidad autodestructiva, que al final, lo convirtió en un mito. La carne y el hueso, Doctor, pueden podrirse, pero lo importante es labrarse un nombre que perdure por sobre el tiempo.

—¿Y entonces, qué le inquieta de su sueño?

—Lo que me inquieta, Doctor, es que cuando yo soy Ian Curtis y muero, todo lo que he logrado se convierte en polvo. Nada de lo que hice en vida se recuerda y todo se pierde en el olvido. Lo mismo ocurre en mis anteriores sueños cuando soy: Andrés Caicedo o Heath Ledger o Rozz Williams o Kurt Cobain. Lo único que cambia, cuando soy todos ellos, es la ridícula forma como enfrento la vida y la maravillosa forma como enfrento a la muerte; pero al final, nunca encuentro la recompensa que da el reconocimiento de las masas. Me siento desahuciado, Doctor, y es que ahora he comenzado a escribir una nueva novela, la cual no logra superar la primera página. He pensado una posible interpretación para mi sueño: creo que el cambio de rostro significa inestabilidad o que no me siento seguro de mí mismo o que no estoy conforme con mi apariencia. Las vidas breves y apasionadas que tomo prestadas en mis sueños, pueden ser las vidas de mis héroes modernos y decadentes, que tanto me hacen soñar y su muerte es, tal vez, el camino que tanto busco hacia la inmortalidad.

—¿Y ha probado ser usted mismo en sus sueños, señor Echamendi?

—No, Doctor, porque de hacerlo, entonces deberé morir y tengo miedo de que al morir, mi obra y mi nombre se pierdan conmigo para siempre.

—Entonces lo mejor será vernos el próximo mes.