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Caña hueca

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Para Leonardo

En la profundidad de la noche formas brillantes invaden la obscuridad y cual grandioso animal colonial hundido en la penumbra surges desde el marco de mi puerta. Me miras y sonríes, travieso pilar en llamas, encendido, radiante. Caminas como una luciérnaga en gracia que danza alrededor de la nada.

Te miro asustada. Tu insomnio es ahora mío. Cierras los ojos y sonríes. Tu mirada inflamada ve hacia lo eterno. Tu instinto puro practica la enseñanza del silencio. Eres lo que eres, un soplo que me lleva hacia una quietud sin deseos.

Me levanto, me acerco y te observo, pequeño cerro blanco. Volteo y ya no estás. Fluyes como el canto sigiloso del jilguero, tu risa cautivó mi corazón al punto que mi tristeza se eclipsó y nació el crepúsculo. Lejos de este nido, por primera vez, el resplandor lo cubrió todo y es tu cuerpo el que crea un universo que encierra el caos. Pequeño escriba de la palabra, liberas la esclavitud de mi memoria y cortas con tu espada el hilo circular del tiempo.

Rendido descansas en mis brazos y alguna parte tuya recorre un lejano lugar del mundo y con tus sueños reconstruyes esta creación leve. Y a veces —cuando noctámbulo despiertas— te quedas mudo cual sagrado espectador de piedra. Te miro desde la noche, piedrecita recogida, resplandeciente como una luz diamante, dulce guerrero autóctono, erguido como tallo de yerba, ser instintivo que vuela como el cóndor emancipado mirando al pie de la hondonada, pequeña sabiduría que envuelto en frazadas y llevo lejos de este infierno. Huyamos de este hosco confinamiento, crucemos juntos translúcido este velo.

A lo lejos me llamas con un lenguaje primitivo que traductora interpreto, alma vieja que la oscuridad materna oculta su esencia, plenitud humana bajo el hechizo materno, visión asombrosa de una señora dormida, bruma entre nubes, viento frío que se aleja, lluvia que toca las mañanas y sobre los charcos, como la tierra, flotan los pétalos blancos de tantas quimeras, ceguera de un tiempo sin contrastes en donde sólo ingresa el descanso.

Despierta, respira, que ahí afuera se oye un silbido de aire largo, rumor hondo sobre la quena. Escucha —le digo, y entre frondosos juncos una canción se eleva en silencio dibujando un largo camino. Me miras —lo peor ya ha pasado—, un soplo, aliento puro, pasto fresco. Hueles esa misteriosa fragancia que penetra desde algún acantilado. Volver a recuperar el sueño —nuestra eterna búsqueda—, me recuesto a tu lado para que las pesadillas no revuelvan tus agrietadas noches, ni despiertes a la orilla de un precipicio en bruma. Desierto sin final, falda misma de la condena, huida de mi propio pensamiento. Y cuando intento —necia— reconstruir un sentimiento viejo (Esa torpe necesidad que tenemos nosotras). Ese aciago momento que nunca olvido, ese inocente instante ahora caído. Tú lo consumes en un horno de arcilla, en un fuego incandescente, me liberas de una muerte fría, incendias el tiempo hueco y contemplas impávido, sobre el alba, la destrucción sin huellas.

Recogido este rastro mudo escribiré en el aire una historia que no se deja ver en el papel. Huella incolora, palabra que se revela sin voz, tertulia de silencios, inspiración callada. Todo se disolverá sin límites de tiempo como el desplome del último giro cansado de una rueca. Debajo de tus ojos, una lágrima rondará calmosa tu mejilla, se escurrirá, humedecerá tus labios y se perderá bajo un hondo surco de río. Dormido, despierto tus latidos, palpitarán infinitos. Adagio lento y reservado, ánima honda de la fuerza.

Podría pretender que ya no existo, hacerte creer que no siento en esta cárcel de piel y huesos y hacerme ausente en un segundo rendido, destruir el muro de voces y conciertos que tañe cada soplo de esta urbe inerte. Pero me quedo quieta como una vela encendida que se apaga triste en esta noche, que brilla tenue y se sacude entre las sombras como una vaga transparencia muerta. ¿No es el cuerpo el único que soporta el estremecimiento del alma?

Me libraré de ansias y deseos imperfectos. Seré como una quena hecha de caña hueca sonora honda y simple para que tu íntimo aliento arranque notas que invadan este mundo imperfecto. Sonarás como el viento que esparce una fragancia blanda, atento, sigiloso, silbando entre el follaje. Gorgoteo lento lleno de abundancia que juega con las sombras en un sueño asombroso. Una guerra fría donde la paz cansada se duerme oyendo la tormenta.

Una noche de incienso, una estrella sedienta, la tierra que en su encierro cultiva llanto. La niebla noctámbula entre húmeda y fría cubierta de sueño se levanta. Arropado de quietud, tus ojos como espejo reflejan la noche. Abismo hondo, mirada de Sirio nocturno. Aturdes mi entendimiento, ardes en llamas, siglos de memoria, historias sin fin y sin nombre, leyendas de pueblos perdidos que en la cordillera quedan entretejidos colgando a lo lejos.

Tú me despiertas, llamado de libertad, danza que retumba en honda ceremonia. Tu nombre, grito de oración dirigido al fuego, despertar del sol, poder vibrante, niebla del engaño destruida bajo mis ojos. Tú naciste como el cosmos sosegado, extraordinario, infinito. Transformaste este espacio vacío en un lugarcito eterno y una fortaleza creció lento con tu nombre.

Eres el punto en donde empieza todo lo que existe. Apareces y desapareces inagotable, conocedor de un tiempo imaginario. Me liberaste de viejas memorias, convocaste ritos con tus manos. Sentimiento más allá del Espíritu de la muerte. Me he fugado del centro de mi existencia para vivir oculta en un mundo que entra en tu garganta.

Todavía tus labios no me hablan, sólo tus ojos curiosos pactan mi rumbo revelado. Tus dedos no me abandonan. Tus dedos nunca me sueltan. Tus dedos se apoderan de mi fuerza y sujetan mis sentidos y quizás algún Dios convocó este hechizo porque tu pequeñez dormida se ha convertido en una experiencia luminosa que domina mi voluntad al punto que esta cayana vacía ya no piensa. Y si tu sosegada turbulencia anticipando su reino mudo fundó este rinconcito tibio. Acostado junto al calor de tu cuerpo susurro melodiosos cantos. Murmullos mágicos, íntimos y profundos se oyen a lo lejos. Detrás de este velo, cansado del incesante vagabundeo. Tu rostro reposado, plácido de recuerdos descansa. En nuestra soledad, embriagada de ilusiones, mi ser salvaje vigila tu cuerpo de las sombras. Mis ojos ya sin párpados observan tu rostro reposado. Tus manos liberan el silencio limpio y quieto y cuando te acompaño, en mi rendición, vacía de mí, veo un jardín lleno de flores.