Artículos y reportajes
“Relatos fascistas”, de Alberto Hernández
Relatos fascistas
Alberto Hernández
Umbra Ediciones de Autor/Ventanas de Lavapiés
Madrid (España)
2011. 173 páginas
Relatos fascistas, de Alberto Hernández

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Si meto mi lengua en la llaga tendré de allí el rechazo de los cuerpos, aun del propio. Relatos fascistas (Umbra Ediciones de Autor/Ventanas de Lavapiés, Madrid, 2011) se introduce en mi mente de esta manera, con un lenguaje duro, con expresiones claras, contundentes desde el habla de los personajes, su construcción es poética, pero, como diría Stephen King, de un lirismo urbano que le es propio a quien se quiere dirigir: a las víctimas y victimarios de una violencia la cual empieza en las condiciones éticas de esos personajes, se edifica en imagen, puesto que la voluntad del victimario se compone en algún lugar de su psique y, por tanto, en el contexto de lo narrado. Y es allí donde la lectura encuentra la representación de un discurso desalineado del poder, de las formas de sus ejercicios como construcción de su realidad. Al adquirir conciencia (una forma del desplazamiento del escritor hacia el lector) de la naturaleza de ese poder, entonces participamos de una postura razonable y sensible ante la situación en la que nos encontramos: se ha instaurado el totalitarismo y él siempre será renovador en su modo de ejecutarse, encontrará sus victimarios de momento porque siempre seremos sus víctimas. Aquí y en cualquier parte. Y en ese sentido el libro se ofrece como un “producto” de resistencia cultural. Lo interesante es que la estructura de lo narrativo estará presente sin el facilismo del panfleto para el reforzamiento ideológico de la escritura. Ya sabemos de quién hablamos cuando hablamos de Alberto Hernández. Un escritor, sí, comprometido también. Sin embargo, desde esta ética del escritor. Primero escribir bien y segundo tratar de decir algo, si acaso hay que decirlo. Alberto nos lo dice con dominio del oficio. Y es importante cuando comprendemos que la violencia se ejerce primero en un inconsciente activo que tarde o temprano nos afectará. El lector despierta de ese retardo y adquiere noción de su contexto. Y antes ha disfrutado de un buen volumen de diferentes relatos: me hace meter la lengua en la llaga sin que arrugue la cara: Mientras colgaba de los brazos, el torturado elaboró un plan para no morir por segunda vez. / Se trataba de un vuelo perfecto. El golpe de este relato no estaría completo sin leer el epígrafe que lo acompaña: Los ponemos en un avión y en el camino los van tirando para abajo / Augusto Pinochet. Así entre un relato y otro el pensamiento ejerce su movimiento, estrechando la relación con su lector. Sin él, este goce de la escritura se perdería. El humor es el mecanismo y el enunciado se constituye sobre esa dinámica del lenguaje de modo que el referente del receptor —el contexto político donde vivimos— creará este estado de significancia: justo con la ironía, como medio de sustitución de la realidad, establezco el necesario juego de irreverencia ante quienes se atrevan a ir más allá de la mitad de este libro. Nos asedia desde el gesto amoroso de la escritura hasta hallar el divertimento en el lector.