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Philip RothIndignación, de Philip Roth

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Indignación de Philip Roth es una tremenda denuncia. Una sórdida denuncia y acaso también un homenaje a esa generación de jóvenes soldados norteamericanos caídos en Corea, como consecuencia de la intervención norteamericana en aquel punto estratégico del mundo, por allá en 1950, al comienzo de la llamada Guerra Fría.

La Indignación de Roth es la más clara manifestación del phatos de la indignación frente a la ignominia de la guerra y sus nefastas consecuencias, y de las causas que han llevado a una generación de norteamericanos a participar en ella; de ahí la clara procedencia del título de la novela. Todo esto envuelto en el ropaje universal de la literatura. El cual, sabemos, Philip Roth trabaja con la pericia de los grandes maestros del género novelesco. Estamos aquí frente a un autor que maneja el arte de la ficción en la más amplia gama de sus niveles, partiendo por el más sencillo, por cierto, ineludible en todo relato, como el de lograr la entretención. Primer nivel en el que se quedan hoy —lamentablemente— la mayoría de sus compatriotas, y muchos otros también famosos novelistas actuales, pero que Philip Roth supera sin dificultades, cristalizando una indignación capaz de recrear las más secretas estructuras psicológicas de los personajes descritos, como también la historia, lugar y circunstancia donde se mueven, hasta alcanzar el plano alegórico de la obra literaria perfecta.

Indignación es un relato en primera persona singular. Quien habla es el propio protagonista. Acaso el alter ego del propio Roth, a quien ya hemos conocido en otras novelas. Pero ahora Marcus es un joven de sólo diecinueve años, dispuesto a contarnos los asuntos medulares de su existencia, como en Elegía, desde la muerte. La tentación de confundir al personaje con el propio escritor, en esta novela, por momentos, resulta muy seductora. Coinciden algunas fechas con las del protagonista, su ascendencia sefardita, los orígenes en Newark del propio Roth, su posible actuación o relación directa con algún familiar muerto en esa guerra horrorosa de Corea... Sin embargo, sabemos que eso, para el caso, importa poco, sino más bien nada. La novela es una construcción artística que si bien puede tener conexiones puntuales de este tipo con la realidad biográfica del autor, en nada influyen en su realización como objeto artístico propiamente tal.

El padre de Marcus, a juicio del hijo, parece haber enloquecido a la edad de cincuenta años. Por allí surge otro motivo de indignación, esta locura inexplicable de los adultos, producto acaso del exceso de experiencia de los hombres maduros, atónitos frente a las nuevas costumbres, a la manera de vivir de las nuevas generaciones, al choque generacional cada vez más abismante entre jóvenes y viejos. La brecha insoslayable provocada por la tecnología que aleja ahora al padre del hijo en todas las latitudes, es sin duda otro problema universal de este nuevo siglo, y Philip Roth no se cansa de acusarlo en sus novelas. Esa es la crítica despiadada del padre y que no soporta el hijo. Messner viejo ha sido, y lo es todavía, un hombre trabajador, un laborioso carnicero kosher en Newark, estado de Nueva Jersey, quien preserva las tradiciones clásicas del mundo judío no sólo a la hora de faenar la carne para el consumo de la comunidad, sino también otras conductas morales a su juicio inamovibles, y teme por la vida de Marcus inserto en la liviandad no sólo moral del nuevo mundo, sino también en sus múltiples caminos de perdición, cimentados por las facilidades prodigadas por la modernidad.

“Es que, en la vida, el mínimo paso en falso puede tener trágicas consecuencias”, sostiene el honesto carnicero Messner, quien idolatra como un padre bíblico a su único hijo. Sin embargo, Marcus, acosado por las obsesiones fatalistas de su padre, hará todo lo posible por alejarse de él, partiendo por estudiar en la universidad de Winesburg, en Ohio, a más de ochocientos kilómetros de su natal Newark. Un centro universitario privilegiado, donde estudian los jóvenes de clases adineradas, hijos de profesionales o empresarios pudientes, y al cual Marcus tiene acceso por su calidad de alumno sobresaliente en todos los ramos. Y es allí, en aquel centro universitario, donde se decidirá su destino, y acaso donde dará aquel paso temido por el padre.

“Indignación”, de Philip RothLa recreación del mundo universitario de Winesburg mantiene el grado de universalidad suficiente para conectar al lector con aquel mundo sofisticado de los jóvenes estudiantes de todo el mundo. Las clásicas avenencias y desavenencias existentes entre los jóvenes pertenecientes a una misma generación, pero de orígenes sociales distintos. Marcus seguirá siendo allí un alumno sobresaliente, pero el contacto con una muchacha de nombre Olivia cambiará o determinará su destino. Se trata de una joven que ha vivido una vida muy distinta a la suya, de padres divorciados, capaz de escandalizar a sus padres y hasta al propio Marcus debido a una salud mental traumática, como resultado presumible del divorcio de los padres. Algo parecido ocurrirá con sus compañeros de pieza, de quienes el joven proveniente de Newark terminará alejándose. Philip Roth se las arregla aquí también para cuestionar, desde el interior de la diégesis, la moral de aquellos jóvenes norteamericanos de aquel tiempo, incluida, por cierto, la del propio Marcus Messner, sujeta a la tradición judía, a pesar de no manifestar lazo religioso alguno. Más aun, de negar la existencia de Dios, blindado muy tempranamente por las teorías de Bertrand Russell, las que el joven Marcus esgrime y recita con un fervor semejante al religioso en una conversación privada sostenida con el decano, a propósito de su falta de capacidad de adaptación, por la que ha sido citado a su oficina.

La cuestión judía es un motivo recurrente en las obras de Philip Roth. Tal vez ninguna de sus obras escapa al cuestionamiento de los orígenes judíos de sus personajes, en los cuales descubre y pregunta hasta qué punto éstos influyen en la moral de las personas, y en el ajuste o desajuste con las nuevas generaciones de norteamericanos que prescinden de tales raíces. Formado en una moral estricta, el joven Marcus aun así abomina de las mínimas exigencias impuestas por la religión cristiana en Winesburg, consistente en la obligación de asistir a un número determinado de charlas dictadas por religiosos, so pretexto de salvaguardar los preceptos morales de dicha comunidad universitaria.

Valores que, sin embargo, Marcus ve transgredir a los jóvenes universitarios pertenecientes a las comunidades cristianas de manera acaso más insolente que quienes las abominan, dando así espacio y motivo para inocular ese doble estándar moral que destruye o fractura la psicología de los individuos.

La falta de tolerancia de Marcus, o bien su honestidad que no da espacio a ese doble estándar para aceptar las obligaciones impuestas a los estudiantes, las cuales los más hábiles saben eludir de la manera más abyecta, pagando a otros su asistencia a tales conferencias, será la desencadenante que en definitiva lo llevará a la ruina, como a tantos otros jóvenes de su misma generación que, una vez expulsados de sus obligaciones universitarias, tendrán que formar filas en el ejército para ir a combatir a Corea, conformando las fuerzas invasoras de los Estados Unidos en un país y en una realidad tanto más absurda y desconocida como la vivida en Winesburg. El temor del padre de Marcus, manifestado en la sentencia: “Es que, en la vida, el mínimo paso en falso puede tener trágicas consecuencias”, acaba siendo aquí una profecía autocumplida.

La novela de Philip Roth termina así abarcando una realidad histórica concreta que cuestiona los entretelones de esa matanza de jóvenes norteamericanos en Corea, sin dejar pasar ninguno de los antecedentes que posiblemente marcaron a esa generación involucrada por edad con los deberes constitucionales, individualizada y magistralmente perfilada a partir de la vida del joven Marcus Messner, hijo de un noble carnicero de Newark. La penetración psicológica del personaje y su entorno permite al lector auscultar el alma de la nación más poderosa del mundo, no por ello exenta de esa indignación frente a su política intervencionista, que a muchos ha herido y colmado de angustia. Tal vez el mayor temor del padre de Marcus no era precisamente el roce y contacto con esos otros jóvenes libertinos pertenecientes a las nuevas generaciones de Norteamérica, sino más bien la posibilidad ineludible de que su hijo, su único y bien amado hijo, fuera en algún momento destinado a combatir en Corea por los Estados Unidos.