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Relatos fascistas, un libro brutal y reflexivo

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Violeta Rojo durante la presentación del libro “Relatos fascistas”, de Alberto Hernández
Violeta Rojo durante la presentación del libro Relatos fascistas, del escritor venezolano Alberto Hernández.
Nota del editor

“Relatos fascistas”, de Alberto Hernández

Este sábado 25 de febrero se presentó en la Librería Kalathos, en Caracas, Relatos fascistas, el más reciente libro de cuentos del escritor venezolano Alberto Hernández. La presentación corrió a cargo de la reconocida investigadora Violeta Rojo, cuyas palabras reproducimos hoy para los lectores de la Tierra de Letras.

Hay libros que son hijos de épocas complejas y de dolorosas experiencias. Libros que sólo pueden escribirse en “tiempos interesantes” como los de la maldición china. Relatos fascistas de Alberto Hernández es uno de esos libros, uno que viene de vivir en la Venezuela “revolucionaria”.

No espere el lector un libro divertido, que le permitirá relajarse leyendo buena literatura. Encontrará la buena literatura, pero también el reconocer eventos brutales, circunstancias fuertes que se hacen más terribles porque las hemos vivido, recibido por la prensa y la TV, comentado con espanto al llegar al trabajo. Este es un libro ficcional que tiene el referente preciso de la Venezuela en los últimos 14 años. Han sido años duros que quizás sólo puedan mostrarse en un libro brutal y reflexivo.

Los textos de Relatos fascistas de Hernández tienen una estructura interesante: cuentos breves y brevísimos unidos por un tema común: el fascismo cotidiano. No es de extrañar entonces que los epígrafes sean de Stalin, Goebbels, Pinochet, Guevara y otras joyitas. Estos epígrafes —que el lector duda si sean ficcionales o verdaderos— funcionan a su vez como minificciones paralelas. Por una parte acompañan el texto, por otra se pueden leer en sí mismas como aterradoras pequeñas piezas. Stalin dice sin pudor: “Una única muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística” (3). Goebbels no pierde el cinismo ya famoso por el lema de Auschwitz (“El trabajo os hará libres”) cuando dice: “Gobernemos gracias al amor y no gracias a la bayoneta” (6). Mussolini declara: “Nosotros estamos contra la vida cómoda” (7); Pinochet no tiene empacho en afirmar: “Soy el general de los pobres” (29).

Estos epígrafes llevan a cuentos desoladores, en los que la muerte es el protagonista principal, en los que el acabar con los enemigos es la norma: “Es que hablaban mucha pendejada contra el jefecito, contra la patria, contra el joropo, contra nuestro futuro” (27), dice uno de los personajes para explicar que se acabe con los que piensan distinto. Los temas, aparte de la muerte constante que planea en todos los cuentos, son el dolor, la tortura, el poder, “esa mierda que hincha y hace a la gente más bruta” (10). Los personajes de Hernández están muertos en vida y, o fueron muertos por el gobierno, o están en esa otra muerte conformada por el mundo sórdido de poetas de la revolución, ectoplasmas de enanos de espíritu, gente a la que le gusta estar al lado de un hombre fuerte, u hombres fuertes en sí mismos, llámense Adolfo, Saddam o el comandante que pulula por una ciudad destruida. El fantasma del 11 de abril (con sus misterios, desconciertos y esa sensación que todavía nos acompaña de que no entendemos qué pasó) es otro habitué de estos cuentos.

En esta realidad agobiante que nos presenta Hernández, la gente escapa relajándose frente a televisores apagados o tomando otras medidas, como en

Eco

Las revoluciones profundas, de largo curso
y huella duradera, no las hacen escritores, sino oradores.

Adolfo Hitler

Cien horas llevaba el hombre frente al micrófono. Como no se le entendía lo que hablaba y la gente estaba agotada, ésta apagó los radios y los televisores, pero aun así el eco de la voz les entra por un oído y les sale por el otro (45).

Como dije, Relatos fascistas no es un libro fácil, ninguno con ese título puede serlo, pero es un libro necesario. Gracias a Alberto por darle forma literaria a estos duros tiempos que pronto llegarán a su fin.