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I Antología de Narrativa de la Asociación de Escritores de MéridaTres autores en busca de un lector

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Con el título de Personajes en busca de historia encontramos quince minicuentos de Carmela Garípoli, publicados en la I Antología de Narrativa de la Asociación de Escritores de Mérida. Un lector que se encuentre cómodo en su sillón preferido —quizás fumando un cigarrillo o saboreando un café—, tomando posición de espectador ante el teatro presentado por la autora, quien utilizando la estrategia narrativa del minicuento nos expone —si bien sabemos que una de las características de género mini es, precisamente, mostrar y no explicar— esta compilación de veloces seres que muestran su realidad tan irreal, una óptica ordinaria de sucesos que depende del grado de inmersión del lector para construir el camino de su significado, privado de detalles superfluos, con un lenguaje sencillo, la anécdota es como un dardo, abriendo brecha en el espectador-lector provocando una intimidad entre autor, lector-espectador, en una relación que estalla en la ironía de las más absurdas.

Los hechos que se presentan son irrelevantes, sin perder fuerza y estimulando la curiosidad. ¿Por qué la autora está en busca de una historia? Sencillamente porque los personajes existen en su realidad fantástica y absurda y se niega a creer que los ha puesto ya en escena, que les ha dado ya vida, y se resiste, conscientemente, a que ellos vivan por un sólo momento, en el instante de la lectura.

De la obra de Pirandello, Seis personajes en busca de autor, Garípoli toma prestado el nominativo de los personajes utilizados por el gran dramaturgo. En estos minicuentos los personajes son: una mujer, una niña, un hombre, un niño, un abuelo, el frutero y un mendigo, como punto de partida de semejanzas, haciendo que los personajes se articulen o personifiquen sus propios papeles o roles, personajes anónimos, que son como anuncios o avisos de periódicos, sin duda es la estrategia para capturar a un lector-interesado, con quien establecerá un contrato de empatía o afinidad y así juntos construir la anhelada historia que se ha filtrado por la rendija de una puerta entreabierta.

Umberto Eco ha dicho que un texto necesita del lector para hacerlo funcionar, y en esto estamos de acuerdo; creado el efecto, el lector entrará a una dimensión que lo aleja del mundo de las experiencias comunes, reales, y lo transporta a la realidad cotidiana del absurdo. Garípoli también apuesta a la hipertextualidad del título con la obra de Pirandello. Es también parte del recurso irónico, para rayar en el absurdo, en lo descabellado y la futilidad de la vida de sus personajes, teñidos de humor negro, lo que lo invita a reaccionar con una auténtica sonrisa.

El minicuento posee una alianza con la hilaridad, de ahí que muchas veces se le haya considerado un tipo de escritura que más allá de la seriedad de la literatura. Un chiste, una broma es una de las características del mini, del corto, o brevísimo, pero no por esto, que no sea serio el acto de escritura; enfrenta con seriedad la gestación y la producción.

Generalmente se relaciona el minicuento con la brevedad, asimismo con la lectura instantánea, y es por eso que Martha Estrada nos recrea con sus once minicuentos en esta I Antología de Narrativa de la Asociación de Escritores de Mérida, que sirven “Para una Velada”, los que de una sentada (dicho por Poe: At one sitting) nos introducen de manera comprimida en mitos, en posibles leyendas de la creación del mundo o particulares de su mundo, el propio, en historias cotidianas de la convivencia, de la vida en parejas, a dar pasos con la filosofía y con el arte de escribir, como en pequeños cortometrajes de imágenes que necesitan de lectores plácidos, sentados en su sillón preferido y degustando el sabor del propio bagaje cultural, para detectar y reconstruir la ironía condensada en cada minicuento, pues allí, en Estrada, la sutileza es más elaborada, el ingenio camina de la mano con la fábula ya no tan moralizante. Los minicuentos de Martha Estrada, a diferencia de Carmela Garípoli, son un poco más extensos, pero siempre dentro de “esa cosa curiosa”, económica en palabras, llena de cuadros de referencias y cargada de hilaridad.

Este “género proteico” expresado por Violeta Rojo, este camaleón con todos los colores del mimetismo, es el minicuento, hoy día más discutido y mucho más solicitado, ¿por quiénes? Por una parte, la urgencia de los escritores por crear, imaginar, usar su poder en palabras, o el poder que le confiere el lenguaje de crear, y por el otro, lectores-participantes que se deleitan y se encandilan con la instantánea luz de un relámpago.

El lector de minicuentos seguramente busca sentir el impacto, busca acercarse al borde de la risa, encuentra deleite de personajes, y hasta la ausencia de los mismos, se introduce en historias que en esos escasos minutos de interacción los dejen en el mar del asombro. Prevalece su deseo de impacto, de la reconstrucción de una historia que no le es original del todo, que puede ser vieja como el sentido del mismo asombro, como una condición de la literatura.

Esta I Antología de Narrativa de la Asociación de Escritores de Mérida nos ofrece otro autor: Juan Pintó, con la narración de cuatro minicuentos que ilustran otra perspectiva de creación, en ellos su autor nos atisba e inquiere como un atalaya a dar pasos de espectadores en esa realidad que nos ha diseñado, encontrando hallazgos de una pintura, de una realidad onírica o de un retrato de realidad agresiva, pero no como una gramática de la violencia, sino como una condición del hombre, dejando a un lector-espectador pensando si el personaje fuera un ser real que caminaba con sus propios pies, porque la experiencia narrada se lega fácilmente a la realidad circundante de suicidas, de seres que galopan dentro de sus propias neurosis, seres que llevan a cabo sus venganzas, personajes que llegan a su destino.

En las narraciones minis de Pintó el lenguaje es rico de imágenes que ilustran las ideas, son torbellinos intermediarios entre la realidad y la conciencia de quien lee, de quien percibe. El lenguaje que engendra fecundo y revela episodios de un proceso infinito de creación, de la libertad, la inventiva artística. Las escenas casi siempre son circulares, el principio es el final, pero que sin la última frase, en la última línea no encuentra su verdadera intensidad, para ir “revolviendo los jugos del alma”, en palabras del mismo Pintó. Los cuentos son breves, como impacto de cortometraje, historias de hombres de hoy, en un entorno de una ciudad que sepulta los impulsos con el ruido y los fusiona con el smog del tiempo breve, con el asombro de la vida.

De la otra parte del texto, la del lector-espectador, aquel que sentado en su sillón, con su mirada teatral, perseguidor de las secuencias de cortometraje, que tan corto de tiempo está, instantáneamente advierte un universo dentro de una minúscula píldora, interesado en participar de tal universo, de reconstruirlo, de darle sentido a la anécdota, al cuadro, a la vida misma y a la ficción, todo comprendido en uno, que por singularidad del autor que ha decidido crearlo pequeño, en el uso de un género que todavía está sin clasificación, ni siquiera con un nombre preciso, pero que nosotros llamamos minicuento.