Sala de ensayo
Ilustración: obra de William Holbrook Beard (1886)Poética del desamor y la soledad en Los bufones, de Juan Ríos

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El poeta y dramaturgo peruano Juan Ríos Rey (1914-1991) fue autor de importantes poemarios tales como Canción de siempre (1941), Maelstrom (1941), Cinco cantatas (1953) y El canto errante (1957). Como autor de teatro destacó con cinco obras enmarcadas dentro del “teatro poético”: Don Quijote (1948), Medea (1950), Ayar Manco (1952), El reino sobre las tumbas (1957), Los desesperados (1960) y Los bufones (1961). También escribió en 1946, un libro de crítica de arte: La pintura contemporánea en el Perú, así como sus memorias, Sobre mi vida, las que se publicaron póstumamente en 1993.

Juan Ríos destacó por su talento creador precisamente en la década dorada del teatro peruano: 1940-1950, como el dramaturgo más premiado. Obtuvo en total seis Premios Nacionales; dos por su obra poética y cuatro fueron por su producción dramática. En 1946 fue galardonado por su obra dramática Don Quijote, en 1950 por su tragedia Medea, en 1952 recibió un premio por su obra Ayar Manco, y por último en1954 también fue reconocido por su obra Argos.

Analizaré a continuación la estructura dramática de la obra Los bufones, y también me referiré a su lenguaje lírico, y a su contenido muy rico en alusiones filosóficas.

 

I. En torno a la estructura de Los bufones

La obra se desarrolla en España, en la época medieval, hacia el final del medioevo, durante el reinado de Felipe IV. Las acciones ocurren concretamente el 6 de noviembre de 1644, según indica el autor.

El Felipe IV histórico vivió entre 1605 y 1665 y fue rey de España, Portugal, Nápoles y Sicilia, duque de Milán, duque titular de Borgoña, y además Señor de los Países Bajos. Felipe IV pertenecía a la casa de los Habsburgo, y su reinado fue muy efectivo y también muy largo; en efecto duró 44 años y 170 días. Felipe IV amaba las artes, especialmente la pintura, y su colección de pinturas —la más grande del siglo XVII— contaba con más de 800 cuadros valiosos. Felipe IV se casó dos veces y además tuvo varios hijos ilegítimos. La primera esposa de Felipe IV fue Isabel de Borbón (1602-1644), hija del rey francés Enrique IV y de María de Médicis. Isabel fue conocida como “la Deseada” por su gran belleza, su clara inteligencia y gran simpatía. Felipe IV e Isabel de Borbón tuvieron siete hijos. Isabel murió el 6 de octubre de 1644. Felipe IV contrajo segundas nupcias el 7 de octubre de 1649 con Mariana de Austria (1634-1696), con la que tuvo cinco hijos.

En la obra de Ríos, el personaje simbólico alrededor del cual gira la obra es la reina, y esta reina es la primera esposa de Felipe IV: Isabel de Borbón. La obra transcurre el 6 de noviembre de 1644, exactamente un mes después de la muerte de la Isabel de Borbón histórica (o Isabel de Francia). En la obra de Ríos, la reina está agonizando, o quizás podemos interpretar que el rey Felipe IV, trastornado por la pena, está desvariando y, al mes de la muerte de su consorte, la imagina aún agonizante.

Las acciones se desarrollan a partir de la noticia de la agonía de la reina. Se empieza a especular sobre su muerte inminente para después hacer extensiva la preocupación por el sentido de la vida de los que han de sobrevivirla.

La obra consta de un solo acto donde la mayoría de las acciones dramáticas son acciones exteriores resultantes de acciones interiores que van configurando el carácter de los personajes.

En la unidad expositiva se presenta un panorama que nos informa acerca de los antecedentes del conflicto, situándonos desde un comienzo dentro de la oposición que regirá el desarrollo de la obra; por ejemplo: alegría opuesta a tristeza. Otros ejemplos de las oposiciones binarias son: autenticidad versus falta de autenticidad; comportamiento lúdico frente a la vida versus comportamiento sombrío; vida versus muerte, etc.

La ironía es un recurso dramático constante en la obra que sirve para focalizar e intensificar la acción dramática, más que para aliviarla, como sí podría ocurrir si se tratara de una obra de puro humor.

La unidad de conflicto está planteada desde un comienzo; hay un cuestionamiento permanente del ser, en efecto, la obra empieza y termina con la conjugación de este verbo, con la noticia de la agonía de la reina y concluye con su muerte; con el “no ser”. Hay una intriga menor que servirá para desarrollar un tópico importante; el amor que es sólo reconocido en tanto recíproco, en el momento de la muerte.

Los personajes son en su mayoría personajes planos, con la excepción de la caracterización de Sebastián de Morra, quien justamente será el protagonista de la intriga secundaria. Otro personaje que escapa a esta caracterización como personaje plano es la reina quien no participa de las acciones externas; pero su rol es relevante por su presencia en la vida interior de los demás personajes. La reina, es en realidad un personaje simbólico al cual se refieren todos; el cuestionamiento existencial precisamente surgirá a raíz de la noticia de su inminente muerte.

El estilo de la obra es de corte expresionista en tanto el tema eje de la obra plantea un problema existencial de alcance universal.

 

I.a. Características de la atmósfera

El teatro poético de Juan Ríos se inscribe en la corriente filosófica existencialista. Su obra dramática es el ropaje de su pensamiento filosófico como seguidor de la escuela de Albert Camus (1913-1960), Martin Heidegger (1889-1976) y Jean Paul Sartre (1905-1980).

La atmósfera de la obra resalta los tópicos que motivarán una reflexión existencial: la soledad, la muerte, la angustia, la vida como una comedia, el sueño, etc.

La atmósfera sortea el elemento lúdico con su expresión más opuesta: la melancolía; atributo de los reyes. Los bufones es una obra que podemos clasificar de atmosférica y donde lo que importa es comunicar cómo cada personaje se cuestiona existencialmente y se angustia frente a la muerte que pulula amenazante por todos los rincones del reino.

No hay cambios escenográficos en Los bufones, ya que lo primordial en el tipo de teatro poético y de corte existencialista de Juan Ríos es la transmisión de un mensaje, en este caso se trata de uno filosófico que Ríos comunica empleando un lenguaje saturado de fino lirismo.

El primer clímax de la obra ocurre cuando los bufones se enteran de que la reina está agonizando, y toman a la chacota la noticia; pero después actúan de acuerdo a la gravedad de la circunstancia. El segundo clímax sucede cuando los bufones hacen mofa del rey y éste quiere abdicar, pero no hay nadie que acepte la corona. El tercer clímax de la obra coincide con el desenlace; se resuelve la intriga al saber que la reina en sus últimos momentos recordó a don Sebastián de Morra quien la amaba ardiente pero silenciosamente. Cada uno de los clímax desencadenará una serie de reflexiones que se analizarán luego.

La sombra de la muerte surca toda la obra y tiñe la atmósfera de un tono sombrío, que se asemeja a la tragedia. Veamos el siguiente parlamento de Felipe IV, el rey:

Yo era feliz, yo reinaba,
yo era joven, yo era fuerte,
sin comprender que la muerte
en la dicha se emboscaba... (pp. 368-369).

 

I.b. Personajes que intervienen

El primo. Es un bufón que oficia de profesor, la precisión caracteriza sus intervenciones, su ironía es más sutil que la de otros. Es enano como los demás bufones.

El Niño de Vallescas. Es un bufón más joven, personaje secundario.

Don Sebastián de Morra. Es otro bufón que desempeña un rol importante. Su agresividad hacia el rey es producto de su amor prohibido hacia la reina, y a la desesperación que la inminente muerte de ésta ocasiona en él. Es un poco el bufón líder porque la agonía de la reina, en torno a la cual gira toda la obra, le concierne de manera particular y profunda.

El rey Felipe IV. Es casi una sombra, un personaje sombrío que no expresa sentimientos ni alegrías. Su carácter lúgubre ha contagiado a la reina, antes dichosa o por lo menos alegre. A partir de la certeza de la muerte próxima de su esposa, el rey cuestiona su propio ser. La muerte le hace ver la vida con todas sus aristas.

Barbarroja, don Juan de Austria, el Bobo de Coria. Son otros personajes secundarios, también bufones que sirven de catalizadores de la acción dramática.

Cortesano 1 y Cortesano 2. Tienen un rol episódico; son simples mensajeros, y por tanto son personajes-eco.

El Gran Inquisidor. Personaje simbólico, representa la religión católica, el deber, la conciencia crítica del rey en tanto rey.

La Reina. Como he mencionado, es un personaje central que sin embargo no tiene a su cargo ningún parlamento. Está, como diría Heidegger: “presente a la manera de la ausencia”. La obra empieza con su agonía y termina con su muerte. La noticia de su muerte próxima conmociona el universo existencial de los demás personajes, desestabiliza el poder y finalmente otorga sentido a la vida.

 

I.c. Tópicos de la obra

Los tópicos más importantes de la obra son:

El tópico existencial donde encontramos la primera oposición: ser versus estar, o lo que sería lo mismo: vivir versus existir. Veamos lo que dice violentamente don Sebastián de Morra:

¡Nadie “es”! ¡Todos “están”, bufón solemne, ridículo, maldito! (p. 335).

Tópico del odio. Don Sebastián de Morra, armado de furia y con el corazón destrozado por la impotencia frente a la inminente muerte de su amada, dice:

¡Odio a todos! ¡A todos! ¡A los felices y a los tristes!
¡A los hermosos y a los feos! ¡A los normales y a los fenómenos!
¡Odio a todos! ¡A todos! ¡A todos! (pp. 335-336).

Se da la oposición de los contrarios: odio/amor; odio en tanto amor frustrado. No hay aceptación del propio ser, de la propia identidad. Don Sebastián odia el mundo porque se odia a sí mismo; porque ama mucho y no es correspondido.

Tópico de la soledad. La soledad aparece como causa de la muerte: “Muere de soledad”, como don Sebastián mismo afirma. La soledad en la obra es antesala de una melancolía profunda y ésta desemboca inevitablemente en la muerte.

Tópico de la tristeza. La tristeza en esta obra será patrimonio de los que desempeñan un rol fundamental en la vida; los reyes. La melancolía aparece como “una comarca agreste en medio del inmenso territorio de la tristeza”. Y es la tristeza la que causa la muerte porque funciona como un cáncer que va consumiendo al ser humano, acercándolo al mundo inanimado de las sombras; a la total oscuridad de donde no se regresa.

Tópico de la risa. La risa es un elemento disolvente de tensiones. Los bufones pueden curar la melancolía de la reina porque sus deformidades y sus piruetas causan risa, una risa malévola; pero risa al fin. La comicidad aparecerá ligada al elemento vital. Los bufones no están dispuestos a cambiar su destino por el del rey porque, aun en su pequeñez literal y figurada, tienen el control de su vida.

Tópico del poder. El poder es objeto de burla en la persona de Felipe IV, rey de España. Veamos las palabras de “El Primo” en respuesta a la propuesta de Felipe IV para que se ciñera la corona en su lugar:

Yo prefiero ser quien soy, un bufón triste, un enano, un hombre que llora a solas y sonríe acompañado, a ser una regia sombra como don Felipe IV que ni ríe ante su corte ni solloza solitario... (p. 362).

Tópico de la finitud. Se desprecia la caducidad, lo relativo a aquello que nace con su sentencia de muerte. La finitud no tiene valor, antes bien, le resta valor a la existencia. Juan Ríos coincide con Unamuno en el sentido de que la tragedia humana es tener que morir y saberlo, y combinando las alusiones metafísicas con un lenguaje lírico Ríos le hace decir a su personaje-sombra: “¡Mi sed no se sacia con la corriente que fluye hacia la Nada! ¿Eternidad, dice mi sed? ¡Eternidad! ¡Y no minutos sin mañana, felicidad que sabe a ausencia!” (p. 354), dice Felipe IV, en respuesta al Cortesano 2 y al Gran Inquisidor que lo instan a la resignación cristiana.

Tópico del amor. El amor es visto como un sentimiento sin futuro, sin esperanza de ser correspondido. La contraparte del amor, el lado oscuro, es el odio. Sólo en los últimos momentos de su vida, la reina le hará un homenaje a don Sebastián de Morra, un homenaje digno de formar parte del ámbito de la justicia poética al expirar de melancolía con su nombre en los labios.

Tópico del sueño. La realidad es confundida con el mundo onírico. Y don Sebastián de Morra nos dice convencido:

¡Estás soñando, Felipe! ¡Estás soñando! ¡No es cierto nada de esto! ¡No es cierto, te digo! ¡No es cierto que se burlen de ti tus bufones preferidos! ¡No es cierto que la reina esté muriendo! [...] ¡Ha durado bastante, ha durado demasiado la grotesca pesadilla! [...]” (pp. 358-359).

Y luego le responde a Felipe IV aseverándole:

¡Un desvarío tuyo que sueñas ser el rey! ¡Una alucinación de alguien que nos está soñando a todos! ¡Una pesadilla de Dios, que se olvida de sí mismo al soñar con quien nos sueña! ¡Un sueño de la muerte en el lecho de la Nada! (p. 359).

El tópico de la vida como un sueño nos trae a la memoria el relato de Jorge Luis Borges, “Las ruinas circulares”, y también el drama metafísico de Calderón de la Barca, La vida es sueño.

Tópico de la vida = comedia. La vida es vista como una comedia donde los únicos que asumen la comedia son los bufones por ser los únicos que poseen conciencia de sus actos.

Los bufones no canjean su ser marginal por “una regia sombra”. Los que detentan el poder se toman en serio la existencia; por tanto están engañados, no saben que se trata de una sórdida comedia o de una tragicomedia.

Tópico de la muerte. La muerte es, en esta obra de corte filosófico, la única posibilidad de acercarse a la autenticidad. La muerte se yergue como la única certeza del hombre. “El hombre es un ser para la muerte” (Heidegger). El hombre está orientado hacia la finitud, aunque su ser reclame trascendencia, eternidad, algo que sea absoluto, que no esté sujeto a los avatares mundanos, a la cotidianidad.

La muerte en la obra funciona además como elemento dramático y su función dramática consiste en configurar los conflictos existenciales de todos los personajes. Con la posibilidad de la muerte, se cuestiona la vida, se socavan los elementos de seguridad humana. La vida vale mucho menos cuantitativamente hablando si se sabe que la muerte puede aparecer en cualquier momento; pero cualitativamente vale más por esta misma razón.

La muerte surgirá en Los bufones como el elemento desestabilizador del sistema social y, en la obra de Ríos, la monarquía es el sistema de gobierno que rige; es decir que se trata de un sistema claramente vertical. Pero la muerte colocará a todos los individuos en una misma escala porque la muerte es una condición de la vida y afecta a todos por igual. Los bufones, que son casi las mascotas de los reyes, se sentirán hermanados con éstos (o tal vez vengados) cuando por todas las paredes del palacio se respira muerte, y cuando la angustia de la inminencia de esta muerte regia se afinca en sus vidas. Y cuando don Sebastián de Morra se entera de las últimas palabras de la reina dice:

¡Qué pura es la agonía cuando el alma queda sola, cuando el alma mira el alma, y la fealdad, la humillación, el mismo horror se olvidan!

¡Bendita sea la muerte porque iguala al bufón con el monarca, porque de todos los que sueñan hace hombres! ¡Sólo hombres! (p. 375).

 

II. En torno a la interpretación de la obra

Los bufones es una comedia dramática, o una tragicomedia. Es decir, un drama con ribetes cómicos, más bien irónicos; es decir, una alegría triste. En el contexto de la obra la ironía consiste en reírse de la propia muerte.

El objetivo del autor ha sido el de presentar su planteamiento filosófico que responde a los postulados de la corriente existencialista. Para Juan Ríos, lo más importante, probablemente, haya sido revelar todo el problema de la ontología fundamental; la pregunta metafísica, la pregunta que interroga sobre el sentido del ser.

Para lograr su objetivo el autor se ha servido de una atmósfera más bien lúgubre, acorde con el conflicto de la obra, la muerte de la reina. A partir de la muerte, no como hecho consumado sino como única certeza de un futuro próximo, Ríos ha sacado a la luz el problema existencial. El lenguaje utilizado ha sido lírico, tremendista a veces, y ha mantenido siempre la densidad filosófica que le corresponde.

Los bufones, título de la obra, coincide con el tema desarrollado, la vida como una comedia. Son los bufones de la corte de España los que empiezan y cierran la obra, y lo hacen conjugando el verbo ser. Los bufones son el correlato de realidad del rey que sólo tiene una existencia simbólica, el rey simboliza el poder. Los bufones son los cómicos de la corte, los que tienen la función, la única función de hacer reír a los reyes. Los bufones son los payasos particulares de los reyes y son también los únicos que tienen verdadera conciencia de la naturaleza de la vida en tanto comedia.

Se puede afirmar que en el trasfondo de todo el drama Los bufones está la muerte. Sabemos que la problemática del ser es constitutiva del hombre y cada ser humano que pregunta está en juego en su propia pregunta, porque cada uno es para sí mismo su propio problema y su entelequia privada. El ser humano no es algo que pueda entenderse desde un simple predicado porque la esencia del ser es existencia, y existir es “ser en el mundo”. Este “ser en” encubre los nexos propiamente existenciarios. Es importante señalar que la facticidad es también inherente al ser y esto se ejemplifica con el miedo de encontrarse en el mundo, y este miedo es característico del ser humano; miedo al futuro, a lo que va a venir, a lo ignoto. Existir es interpretar y nadie está nunca en una posición noética superior como para ver el mundo con absoluta claridad. El hombre como existencia no es sujeto ni esencia estrictamente porque el mundo es para el hombre un juego de posibilidades. El hombre se va haciendo en el tablero del mundo que es su espacio de acción. La existencia es básicamente posibilidad; el ser es posibilidad. Existir es ser posible. Los seres humanos nos encontramos de pronto en el mundo, ya que como decía Jean-Paul Sartre, hemos sido “arrojados al mundo”. Y uno se encuentra existiendo y tiene la posibilidad de ser cualquier cosa, de “hacerse”. Existir es entonces, desde esta perspectiva, diseñar un espacio de juego en el cual configurarse. Y toda existencia está dialécticamente proyectada hacia su propia muerte. Podemos decir con Heidegger que es en el habla donde se concentra la totalidad de la existencia como “ser en el mundo”, porque el hombre se manifiesta como un ente que habla. De esta manera podemos decir que el lenguaje crea un ámbito protector, porque sólo la palabra da a las cosas el ser. Sin lenguaje uno se siente desvalido, entonces aparece la necesidad de la comunicación y, en el contexto trágico de la obra, la reina se muere de melancolía y de soledad justamente por carencia de comunicación.

Nos preguntamos entonces, ¿qué es lo radicalmente constitutivo del ser en el mundo? El amor y el odio son sentimientos que abren o bien cierran capas del ser humano, y el odio es otro nombre para la soledad. Don Sebastián de Morra ama a la reina y su amor se esconde en el silencio porque el suyo es un amor trasgresor.

A partir de la agonía de la reina todos se cuestionan sobre la muerte y la vida y se angustian cuando la sombra de la muerte inminente rodea el palacio y socava su confianza en el mundo. Esta angustia del ser humano le dice al hombre algo, le dice sobre su Nada. El hombre se angustia cuando se le cierran los horizontes vitales, cuando se aproxima a la muerte, y se le angostan los caminos y ya no le quedan más posibilidades. Es interesante destacar aquí que las palabras angustia y angosto comparten un mismo campo semántico ya que ambas provienen del latín angustus. Podríamos decir entonces, acaso para parafrasear a Descartes: “Si me angustio es porque mis posibilidades como ‘ser en el mundo’ se van estrechando, angostando”. Uno se angustia cuando el mundo ya no es capaz de ofrecer nada. Ahora bien, la angustia aísla al hombre; pero también lo devuelve a sí mismo, a su posibilidad de “ser en el mundo” en tanto lo obliga a configurarse. La angustia es la rotura de la confianza en el mundo. La angustia se engendra a partir de la nada, pero no se puede hablar en realidad de un objeto que produzca angustia, sino que es la misma “nada” la que origina esta angustia existencial. El rey se angustia ante la inevitable muerte de su esposa, don Sebastián de Morra se angustia ante la inexorable muerte del amor de su vida. La angustia pone de manifiesto la propia nada de la existencia y es a partir de la muerte de un tercero cuando empezamos a temer por nuestra propia muerte, y este temor a la muerte y esta angustia existencial están muy bien expuestos en Los bufones. A través de la angustia que revela la “intemperie” del ser en el mundo se quiebra el imperio del ente y entonces el ser queda remitido a sí mismo. La angustia individualiza hasta el punto de aislar. La reina, antes alegre, terminó siendo “soberana de la melancolía”, “perla de la soledad en las manos de la muerte”, “infanta de la tristeza”, y así podemos concluir que la reina, Isabel de Borbón de Ríos, se murió de melancolía, soledad y angustia. Y en esta reflexión sobre la muerte podemos afirmar que la muerte opera como la última posibilidad de la vida. Estructuralmente se es siempre más allá de sí mismo, y la muerte implica salir del mundo del ser, muerte en sentido existencialista y no meramente biológico, aunque Ríos se sirve de este último sentido para resaltar aquél. La muerte es de esta manera, y tal como está formulada en Los bufones, el fenómeno central de la totalidad; es la posibilidad por excelencia, la posibilidad final, totalizadora. La muerte es la experiencia que constituye a cada cual, la que configura e individualiza al máximo. Cada uno es irremplazable para morir, tiene que estar puntual y presente a la hora de su muerte porque la muerte no es susceptible de transferencia, se puede morir por otro, pero lo que no se puede hacer es asumir la muerte de otro. La muerte es una amenaza externa, una fuerza dominante de la cotidianidad en tanto es posible a cada instante; es la posibilidad constante de la existencia. Cada instante es decisivo porque lo decisivo es instantáneo. Con la muerte uno se queda consigo mismo, y la muerte es absolutamente cierta. No se puede rebasar la muerte porque no se puede ir más allá, por eso decimos que la muerte es una posibilidad más real que lo real.

Lo que define al hombre siempre es la muerte en tanto la irrupción del ser, lo que rompe al ente, la costra que lo destruye. De acuerdo a Poe, la tristeza, la melancolía especialmente, es la más alta manifestación de la belleza, y en la obra de Ríos, la melancolía vestida de angustia, y producto de la soledad, causa la muerte, pero al mismo tiempo enfrenta al ser con su auténtica esencia, con su verdad. Si la belleza se concibe como verdad habría cierta coincidencia con la afirmación de Poe.

La muerte es pues el tema melancólico por excelencia porque es el fenómeno que genera la tristeza más honda, y la muerte está teñida de tragedia en tanto irreversibilidad. La tristeza tiene un núcleo genético objetivo en la irreversibilidad, por la misma configuración de la temporalidad de la existencia.

Recordemos que la esencia de todo juego verdadero es que nadie puede quedarse fuera de él, de ahí la alienación del rey y la muerte de la reina; ambos ignoraban el juego de la vida, la comedia en donde todos habían de ser bufones y no debían tomarse en serio la existencia. Y Felipe IV reflexiona sobra la dialéctica de la vida y su hermana díscola, la muerte:

Yo era el dueño de mi vida,
yo era el demente que olvida
que se agoniza al nacer.
Todo mañana es ayer
es pasado cuanto empieza,
sólo existe la certeza
de que anhelar es morir,
¿Para qué, entonces, vivir,
si la alegría es tristeza?

(pp. 369-370).

Aunque el amor de Sebastián de Morra por la reina es un tema secundario, no deja de ser un tópico interesante que además es presentado por Ríos, en el drama que nos ocupa, de modo conmovedor y vívido. Cabe destacar que en medio del profundo dolor y desgarramiento que a Sebastián de Morra le produce la agonía y posterior muerte de la reina, su amor prohibido, el hecho de saber que ella lo recordó en sus últimos instantes de agonía, le cambia la vida de manera radical porque amengua su pena y le da sentido a su existencia. De la Morra abraza así la orilla de las ilusiones perdidas, y la esperanza de que, después de todo, la vida no sea un sueño ni una maldición, ya que parece ahora muy legítimo plantearse que ese amor prohibido que siente por la reina, la “soberana de la melancolía”, no es unilateral.

Es claro que Juan Ríos ha logrado plasmar en Los bufones, de manera efectiva e incluso lírica, una visión existencialista acerca de la vida. Los bufones es una obra de trasfondo metafísico donde se observa un buen trabajo en el aspecto estructural dentro del marco del teatro poético. Ríos ha conseguido evidenciar en esta obra la angustia de los personajes frente a la muerte urgente de la reina. Esta muerte es un acontecimiento trágico que impele a los personajes a reflexionar sobre el sentido de su propia vida y de su entelequia personal. Juan Ríos ha podido asimismo, armado de lirismo, atraparnos sin piedad en su poética del desamor y la soledad.

 

Bibliografía

  • Camus, Albert. Le Mythe de Sisyphe. Paris: Gallimard, 1942.
  • Heidegger, Martin. Being and time.Trans. John Macquarrie & Edward Robinson. Oxford: Blackwell, 1973.
  • Ríos, Juan. Teatro I. Torres Aguirre, S.A.: Lima, 1961.
  • Sartre, Jean Paul. L’Existentialisme est un Humanisme. Paris: Nagel, 1970.