Entrevistas
Fernando Sánchez Dragó
El pueblo no existe, las masas se equivocan siempre y los jóvenes jamás tienen razón

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Fernando Sánchez Dragó

Desde 1936 este hombre no ha pasado desapercibido. Su vida, aunque a algunos le pese, no se ha quedado en el olvido. Para empezar es hijo póstumo de un periodista al que su profesión le costó la vida: Fernando Sánchez Monreal, una ausencia que siempre le acompañó. Y por si sirve de algo, muchos dicen que en la infancia era inquieto. Aunque era callado, tenía muchas ideas en la mente y no paraba de hacer cosas. Tal vez porque lo llevaba en la sangre, tiempo después se le ocurrió estudiar letras. Se licenció en filología romántica y en lenguas modernas (especialidad italiano). Incluso se doctoró por la Universidad de Madrid. Pero su identidad, la que todos conocemos y la que muchos comentan, esa que le define como lo que es: alguien que nunca pasa inadvertido, surgió en su juventud. Primero fueron sus ideas antifranquistas y comunistas las que le condujeron a prisión y al exilio. Nada más y nada menos. Entonces era un hippie con mochila al hombro que decía lo que pensaba. Mas o menos como ahora. Desde ahí ha formado parte de la historia de España por muchas razones: por ser profesor de lengua, literatura e historia española en muchos países, por ser crítico literario, por ser periodista y ensayista y, por supuesto, por ser escritor. Su huella es profunda, sobre todo en los medios. Ha sido presentador de televisión, contertulio y colaborador. Su presencia en los debates culturales es innegable a estas alturas. No obstante, yo destacaría sobre él un conjunto de auto-afirmaciones que no dejan a nadie indiferente. Se ha reconocido más de una vez como anarquista y anarcoindividualista. Afirma que su filosofía personal parte de un liberalismo heterodoxo sincretizado con la filosofía oriental que termina en un orientalismo espiritual. Pero sobre todo reconoce ser una persona sin etiquetas que ha tratado de evolucionar con los tiempos, hecho no siempre bien visto por todos.

En su recorrido vital, que no ha sido corto, ha obtenido muchos premios: por ejemplo el Premio Nacional de Literatura, en 1979, por su obra Gárgoris y Hábidis: una historia mágica de España. También obtuvo el premio Planeta, en 1992, por La prueba del laberinto. De la misma manera fue distinguido por el premio Espiritualidad Martínez Roca con la obra El sendero de la mano izquierda, en 2002. Y tiene el premio de novela Fernando Lara por Muertes paralelas, en 2006. Como periodista ha logrado muchos méritos: el premio Ondas por El mundo por montera, y el Premio Nacional de Fomento de la Lectura por Negro sobre blanco. En todo ese tiempo su obra literaria fue incansable. Desde su primer libro, España viva, 1967, hasta sus últimas creaciones, han pasado muchos títulos. Los últimos han sido: Soseki: inmortal y tigre (Planeta, 2009), Historia mágica del camino de Santiago (Planeta, 2010), Dios los cría... y ellos hablan de sexo, drogas, España, corrupción... (Planeta, 2010). Y el último: El lobo feroz (Átera, 2011), una colección de artículos de su sección en el diario El Mundo. Aquí vamos a detenernos un poco. Esta publicación me resulta interesante porque le dibuja como lo que es. Voy a esbozar una definición personal. Diríase: un ser dignamente provocador que gasta la honradez de decir lo que piensa sin tapujos (aunque no estemos de acuerdo), con la decisión sincera de seguir a toda costa su propio manifiesto y discurso, le pese a quien le pese o le guste a quien le guste. Algo muy consecuente de una persona sin etiquetas que persigue un camino no fijado por nadie, que no conduce a ningún lugar conocido, salvo al viaje interior.

A.G. Señor Sánchez Dragó, como imaginará vamos a hablar de muchas cosas. La excusa es su libro. No obstante, antes quisiera hacer un inciso en su biografía. En algún lugar he leído que tiene usted orígenes tartésicos. Quisiera saber si es así porque, en ese caso, ya tendríamos algo en común: esos son mis orígenes en realidad. Menuda coincidencia.

S.D. Cierto. Todo mi linaje paterno arranca de Aljaraque, en Huelva. Don Modesto Sánchez Ortiz se vino vencida ya la mitad del siglo XIX a Madrid para trabajar de mancebo de botica y acabó de director de La Vanguardia y, luego, de gobernador civil y cosas así. Fue él quien se trajo a la capital a su hermano (y abuelo mío), Gerardo, que fue uno de los fundadores de la Asociación de la Prensa, todo eso y mucho más. Está contado con pelos y señales en mi novela Muertes paralelas. Todavía me quedan parientes en la llanura tartésica. Yo, de niño, pasé parte de la guerra civil en un chalet de Aljaraque. Hasta hace poco tuve en ese enclave una hermosa plaza puesta a mi nombre, no por merito mío, sino de mis antepasados. Luego, cuando el lío de las lolitas, los socialistas me la quitaron. Eso me dolió. Fue uno de los escasos perjuicios generados por aquella cacería.

A.G. Ahora sí. Este libro es un homenaje a muchas cosas: a su padre, a Japón, a lo ocurrido con aquellas japonesas menores en la famosa conversación con Boadella en 1967... y etc. Bien mirado, y dado que son artículos periodísticos recopilatorios de su labor en El Mundo, podríamos pensar que son una reafirmación de sus principios. Ha dicho por ahí que no busca polémica por ello, que son los demás quienes la encuentran en sus opiniones. En todo caso mantenerse firme y dar a luz a este libro, ¿implica que es usted más lobo feroz que nunca?

S.D. Soy, como casi todo el mundo, bicotiledón, igual que las habichuelas. Hay en mí un lobo feroz que gruñe generalmente por las mañanas, después de leer lo que la prensa y el planeta nos deparan, y un lobito bueno, que ronronea como un gato. En el libro están los dos y ambos son ciertos. El segundo escribió El camino del corazón y Soseki. Inmortal y tigre. El primero, Y si habla mal de España... es español y Carta de Jesús al papa. Son sólo ejemplos. Mi familia dice que durante el desayuno pronuncio arrebatados sermones. Son mis maitines. Pero ya se sabe que lobo gruñón, poco mordedor. La edad va acentuando mi dicotomía. Ahora soy más rezongón que antes, pero también más lloricón.

A.G. Lo cierto es, y se lo digo con cariño, que ha ejercitado un discurso provocador. Pero eso no tiene que ser del todo malo. Tiene varias lecturas. Siempre ha habido ejemplos históricos que han tirado de ese tipo de disertaciones: por ejemplo retomemos a ese tipo que se autodefinía como el tábano (Sócrates) o a aquel que pedía limosna a las estatuas (Diógenes). Incluso, pensemos en los que están ahora vivos: Slavoj Žižek (el filósofo de la anarquía) que ofrece, como pensador, unos argumentos nada invisibles en los medios. Y, cómo no, Antonio Escohotado, alguien que dice lo que piensa a pesar de su crudeza. Este tipo de arengas son necesarias, ¿no cree? Son argumentaciones llamativas, sinceras, reflexivas y ulteriores. La historia no hubiera sido la misma sin ellas. Es más, los grandes giros en el pensamiento jamás se habrían dado de no ser por la existencia de personas atípicamente encantadoras o caóticas que se anticiparon a su tiempo. Pero, y ahí voy en mi reflexión zurda, al margen de esa dignidad de la provocación, ¿no cree que su ejercicio con el tiempo debe de ser un poco agotador? A pesar de tener o no la razón, ejercer esta empresa imagino que debe gastar mucho a la mente y el cuerpo. ¿Qué podría decirme al respecto?

S.D. No sé si son necesarias. Ese adjetivo no me gusta. Yo no soy necesario. Nadie lo es. ¡Qué importa que la historia vaya en uno u otro sentido! Al final se impone la naturaleza, que es duradera, al revés que la historia, siempre pasajera. Pero sí... supongo que hay en mí algo de Sócrates y de Diógenes. Son éstos, junto a Platón, mis filósofos preferidos, y no sólo por su filosofía, sino también por su carácter y estilo de vida. Pero no nos demos importancia. Detrás de mi escritorio he colgado la frase de un filósofo presocrático y anónimo: “Nada importa nada”. Nunca se ha escrito nada tan sabio. Yo lo aplico a rajatabla y, por eso, siempre soy feliz, siempre me encuentro a gusto en mis babuchas. En cuanto a lo del agotamiento... sí y no. Ejercer de constante tábano cansa, a veces, pero también estimula y confiere energía. Rejuvenece, ¡vaya! Es, en cualquier caso, cuestión de carácter. Me gustaría vivir oculto, como aconsejaba Epicuro, pero ni siquiera de niño lo conseguía, pese a ser solitario, silencioso y raro. De ahí que, vista la imposibilidad de desaparecer en la celda de una cartuja, haya optado, para esconderme, por arrojar nubes de tinta a mi alrededor, como los calamares. Si tiene usted la gentileza de leer mi libro Esos días azules. Memorias de un niño raro, que apareció en octubre, entenderá mejor lo que digo.

A.G. Hablando de filosofía... ya que nos hemos metido en esa tarea. Hace poco, para documentarme, vi una entrevista que usted le hizo al señor Gustavo Bueno en 1978. Le preguntaba cómo iba a ser la filosofía tras la muerte de Franco. A mí me gustaría preguntarle cómo ve el Lobo Feroz la filosofía tras la crisis del neoliberalismo.

S.D. Esa crisis, la del neoliberalismo, lo es de ajuste y crecimiento, no de entropía. La única forma de organizar razonablemente la sociedad es el mercado. Lea la última obra de Escohotado, Los enemigos del comercio. Lea también La rebelión de Atlas, de Ayn Rand. Si no hay mercado, tendremos sangre, violencia, fascismo y muerte. Pero este debate nos llevaría muy lejos. Dejémoslo. La filosofía terminó hace tiempo. Aquí y en todas partes. Hay lo que los griegos llamaban “Paideia”. No cabe amar ni buscar la sabiduría. La democratización de la enseñanza, que por definición debería ser elitista, jardín abierto para pocos y paraíso cerrado para muchos, se ha llevado a la filosofía por delante. No hablo, por supuesto, de privilegios económicos, sino de los que se derivan del mérito, el esfuerzo, la vocación de estudio y el principio de autoridad. ¡Jerarquía, señores, jerarquía! Estoy radicalmente en contra de la escolarización gratuita y obligatoria. Y que ladren ahora cuanto quieran los hombrecillos de la llanura (la expresión no es mía, sino de Tamarón).

A.G. Y el presente... Siguiendo el hilo de estas reflexiones filosóficas, me gustaría preguntarle por la visión que tiene el Lobo Feroz del presente político. Es conocido por todos que está en contra del bipartidismo, que ha manifestado críticas contra algún candidato a la presidencia del gobierno. También es notoria su afinidad con el proyecto de Rosa Díez como opción razonable. Por eso, yo le inquiriría... ¿qué tiene que pasarnos más a los españoles para que se termine el bipartidismo? ¿Cuánto nos queda por lamentar para que cambiemos nuestra dirección de voto? ¿Ocurrirá eso alguna vez?

S.D. La política no me interesa. Si por mí fuera desaparecería de la faz de la tierra. Estoy en contra de todos los partidos, aunque a veces (ahora por ejemplo) pueda apoyar provisionalmente a alguno. Cuando uno se está ahogando, es legítimo agarrarse al cuello de cualquiera que, de momento, nos saque a flote. Bipartidismo, multipartidismo, partido único... ¿Qué más da todo eso? Yo soy de campo, no de polis. España, por lo demás, no tiene solución, nunca la ha tenido. Es una unidad de destino en lo infernal. Lo razonable sería despoblarla, pero eso no es viable. Rara vez, en Vandalia, Zangania o Cigarria, es posible conciliar la razón con la solución.

A.G. A España le hace falta un cambio... Todos lo sabemos. Hace tiempo leí unas de sus opiniones sobre el movimiento 15-M. Los tachaba de llorones malcriados y, en otro orden, nazis o radicales. Incluso llamó memo a Stéphane Hessel. Con todos los respetos, señor Sánchez Dragó —y reitero la deferencia a su persona—, al margen de los métodos y procedimientos revolucionarios, ¿no cree que una juventud que al fin sale a la calle a protestar es mejor que una que se queda en casa dejándose llevar por la ciudadanía pasiva y la indiferencia?

S.D. Pues no, no estoy de acuerdo. Yo fui hippy y sigo sintiéndome como tal. Lié los bártulos, me encogí de hombros, y me fui al Ganges. El pueblo no existe, las masas se equivocan siempre y los jóvenes jamás tienen razón. Yo tampoco la tuve cuando lo era. En casa se está como en ninguna parte, y lejos de casa también, pero hay que huir de la propia calle y no echarse nunca a ella. Indignarse no es de sabios. De sabios es resignarse. Vuelvo a lo de “Nada importa nada”. Sin indiferencia no hay felicidad ni salud mental posible. Soy lobo, lagarto, escarabajo, oso y, sobre todo, gato. Ahí tiene mis cinco animales de poder, totémicos, chamánicos. ¿Cómo voy a interesarme por la sociedad? Estaría negando mi naturaleza. Lo único importante es lo que sucede en nuestra conciencia, no extramuros de ella. Todo lo que sucede en la calle es botellón. Las personas van de a uno. Cuando se agrupan se convierten en hombre masa, en populacho. Hay que desestructurar al pueblo, esa entelequia, que no razona, sino que embiste. Recuperemos el mensaje del Cándido de Voltaire: lo único que tiene sentido es cultivar el propio huerto sin invadir el del vecino ni preocuparse por él. Aristóteles la lió con el fatídico concepto del hombre como zoon politikon. No somos sociales, por más que finjamos lo contrario. La naturaleza termina siempre por emerger. Somos cordiales, en el mejor de los casos, y depredadores, en el peor y más generalizado. En el dintel de la puerta de mi casa hay una frase que reza: “¿Solidario? No. Solitario”.

A.G. Alejémonos de la política. Del presente se podría hablar mucho más. Nuestro tiempo tiene una anatomía curiosa e interesante. Yo cada vez coincido más con Gilles Lipovetsky cuando dice que ésta, más allá de la era de la información y de la tecnología, es sobre todo la era del vacío. Todos estamos vacíos en nuestro interior. No hay valores, no hay principios éticos. No hay nada. Nuestra sociedad posmoderna, hiperindividualista, hedonista, adicta a los mass media y a la cultura de lo efímero, es una sociedad llena de grietas y fisuras. ¿Está de acuerdo?

S.D. No, porque yo no estoy vacío. ¿Y usted? El diagnóstico de Lipovetsky alude a casi todos, pero no a todos. La plenitud, la ética, la estética, los valores y los principios siempre han sido atributo de unos pocos. Lo malo es que, en efecto, esos pocos son ahora más pocos que nunca. El ser humano ha vuelto a su punto de partida: el chimpancé. Si la historia siempre es cíclica, más aun lo será la evolución: primavera, verano, otoño, invierno y, antes, vuelta a empezar. Ahora ni eso, porque el mundo ya se ha acabado.

A.G. El otro día, hablando con una amiga, comentamos algo interesante. Nos detuvimos en otro aspecto de nuestro tiempo. En esta sociedad, un tanto pacata, tras la movida de los 80, se ha producido un falso recogimiento sexual. Charlamos durante horas al filo de una taza de café (yo) y de una de té (ella), pero al final no llegamos a nada. De camino a casa esbocé un razonamiento. ¿No será qué en nuestro desorden interior lo que realmente hacemos es engañarnos a nosotros mismos? ¿No estaremos haciendo eso que dijo un amigo mío en su libro?

S.D. Más ciclos, más ley del péndulo... Puritanismo, desenfreno, puritanismo. Ahora ha vuelto éste. Ya pasará. Nihil novum. En el Egipto de Sinuhé decían: “Así ha sido siempre y siempre será así”. ¿En qué ha quedado la famosa primavera árabe? En nada. O mejor dicho: en desorden, en anarquía de la mala, en pobreza, en matanzas, en confusión... Vendrán más dictadores. Por cierto, ¿de qué libro habla? ¿Quién es ese amigo?

A.G. Me refería a un libro titulado La mentira zurda. Pero continuemos... Hay más reflexiones posibles para el Lobo Feroz. Por ejemplo sobre esa frase que dice últimamente y que tanto me gusta: “La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir” (Carl G. Jung). Eso me hace rememorar a Javier Urra. Alguna vez dijo: tenemos que tener proyectos personales que desarrollen nuestras potencialidades, las que tengamos. Si no lo hacemos —afirma éste— sería una vida no vivida y es mejor vivir que no estar muerto. También me hace recordar a Ortega: yo y mi circunstancia... Pero lo que yo quiero conocer es su visión... Exprésese con libertad. ¿En algunos casos hay que pagar algún precio?

S.D. Basta con tener un mínimo de astucia y de estrategia. Procure usted que los intereses de la historia universal coincidan con los de su historia personal. ¿Más consejos? No es la primera vez que los doy... Haga lo que teme y el temor desaparecerá. No tenga miedo. Deje que fluya la vida y todo se arreglará. No se enfrente a los problemas. Ignórelos. Van desnudos. Nunca pida permiso. Haga lo que tenga que hacer y verá cómo no pasa nada. Suerte.

A.G. La última reflexión es algo que también le pedí a Jordi Carrión y a Sergi Durá, entre otros. Me gustaría que me honrara con una definición sobre el título de mi blog: La mirada zurda. Jordi dijo que era un saber torcido, lateral, que eso era bueno. Sergi declaró que lo veía como uno de esos espejos de feria que distorsionan la imagen. No obstante, en este caso, a la inversa, servía para equilibrar los desequilibrios de la realidad. En todo caso, estoy seguro de que su definición será extraordinaria y certera. Muchas gracias por todo.

S.D. Bueno... yo soy ambidiestro o ambizurdo, y dirijo ambas miradas no a lo que tengo alrededor, sino a lo que sólo existe en mi interior. Del resto no se me da un ardite. ¿Para qué posar los ojos en lo que el hinduismo y el budismo llaman “Maya”? Medite, ayune, cree, guerree o tome alguna ayudita enteogénica y así irá descubriendo que nada existe fuera de usted. Ya sabe. Lo observado es el observador, el territorio es el mapa...