Letras
Poemas

Comparte este contenido con tus amigos

Con franqueza

Tengo un franco a la semana;
Y no me alcanza, naturalmente.

Tengo un franco a la semana:
una tercera parte duermo,
otra fracción me aseo, me depilo;
y  luego me dispongo a barrer el piso
a comunicarme con gente querida
a considerar la ropa sucia,
   arrugada.

Tengo un franco a la semana
y caminar un par de kilómetros
sin dirección ni apuro,
   me relaja.

Tengo un franco a la semana
y andando, escucho —casi por accidente—
al borracho del parque Urquiza
que interpela a la concurrencia de turno
y confiesa el terror a la policía
que nada entiende de tragos amargos.

Tengo un franco a la semana
y veo —no sin cierta miopía—,
la mujer apoyada en la pared del hospital público
que se restriega los ojos con un pañuelo de tela
que hace tiempo se humedece por  el hijo en sillas de ruedas
que no ruedan sin ella que llora,
tal como si se depilara, barriera el piso o caminara...
                                         un franco a la semana.

 

Cosa de mujeres

Quisiera ser camarera, bonita, silenciosa
y seducir con ingenuidad
al igual que Amélie Poulain.

Quisiera llamarme Amélie Poulain:
existir en una película parisina
cándida fresca sencilla.

Poder tener macetitas en la ventana,
un gato prestado, un vecino anciano y protector.
Y no pasar nunca los veintitrés años.

Poder hornear un pastel de ciruelas,
llorar con la cara enharinada
(sin dejar por eso de ser bonita, ni de seducir con ingenuidad).

Y saber que existe un hombre soñador
con cara de tonto —aunque muy apuesto—,
que vendrá por mí a este barrio latinoamericano
(sin verduleros muy crueles, ni vecinos tan cordiales).

Que vendrá por mí, digo,
sabiendo que no soy,
pero que podría ser:
Amélie Poulain.

 

La noche está en pañales

A Bolaño, gracias.

Mirás la luna como un lobo;
Y devorás mis palabras
hasta alcanzarle
              las entrañas.

Sé muy pocas cosas sobre vos: que
te gusta la ginebra
al igual que un buen vino
(según te conviden),
Que no tenés padres ni cristo
(o nunca hablas de esas cosas).

La noche está en pañales y de un
momento a otro te diré que
quiero llevarte a una fiesta.
Pero no, no a una de tu tribu. A una
fiesta de luz prendida y
música rudimentaria;
donde la gente baila, transpira, y grita;
y tiene razones sin necesidad
          de ser coherente.

La noche está en pañales...
Esta noche de perros
de platos sucios apilados,
no voy a llorar cuando pongas
Dylan. Mi amor, eso
                        ya no puede suceder.

¿Te acordás?
Solías cantar como un loco:
“sean los que sean los colores que tienes
en tu mente
te los mostraré
y los verás brillar…”.

Eso
     ya no puede suceder;
nada es como
antes
      y ahora
te sentís viejo para
calzar mis lágrimas
a la punta
de tu lengua.