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“Manual de la bestia”, de María Gabriela AbealLa vida y la muerte en la poesía de María Gabriela Abeal

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Una vez escribí un poema donde canto al mes de enero como una cosa inútil, porque siempre pasa silente, pesado, es como el cansancio, en esencia, de los otros meses, aunque sea el primero del calendario. Pero en este dos mil doce, me halagó, con la poesía de María Gabriela Abeal, mi querida y admirada amiga, del mar de la plata (Mar del Plata, Argentina), allá vive con Carlos y Ágata, son tres y no ocho como los Orozco, es un buen número: tres. Su poesía la disfruto desde hace unos seis años, aquí le editamos su primer libro, Cotidianos, con el sello de la revista Icam y luego La Espada Rota, una de las principales editoriales alternativas de país, le publicaría tres títulos más y ahora, de fresca data (2011), el prestigioso Fondo Editorial del Caribe, cuyo editor es el poeta Fidel Flores y cuenta, también, con un consejo consultivo, que integran tres (sigo con el tres) conocidos poetas venezolanos, como lo son Gustavo Pereira, Ramón Ordaz y Chevige Guayke, por la calle del medio, la incluyen en su catálogo y lueguito festejamos sus cantos de vida y muerte; vida, porque todo lo que vive se gloria en la muerte como los cantos que ahora llaman mi atención y muerte porque sus poemas nos (me) regresan a lugares donde la palabra echaba raíces, y yo perdido en sus tantos caminos merecía redescubrir en la emoción de una mirada, de una visita, pero más que eso, admirad los gestos de su fortaleza femenina cuando dan a su poesía una atmósfera particular, una manera de decir el poema que da la sensación de escucharla frente a uno, diciendo sus cantares, novedoso, no. Bueno, camino ahora en busca de un texto que no sea tan largo, para aprovechar la cuartilla y media, ese es el tamaño de mi pasaporte para visitar Letralia, La Voz de Barinas y El Periodiquito para compartir la sangre de estas palabras que son posibles en Manual de la bestia, formidable país llamado libro, gracias al Fondo Editorial del Caribe:

Érase una vez magnolia

Murió entre el olvido y la queja. Aproximadamente a la hora del idilio.
Se cortó los sueños con la vida, los versos coagulados de inocencia por apenas un suspiro no entintaron la nota del amante.
Jamás llegó la divina providencia.
Nadie notó el martirio en las ventanas.
Los perros dejaron de aullarle a la luna como si alguien los hubiera hipnotizado y les dijera que actuaran como estatuas.
La noche se hizo larga. Las velas de granito. El silencio pobló el ambiente de fantasmas.
Murió, eso se escucha en las esquinas.
Cada jueves a la hora del crepúsculo un cuervo vuela alrededor del sauce viejo, mientras que muchos aseguran, con los años, que en los jardines de la casa abandonada crecen las rosas más preciosas del planeta... con perfume a desconsuelo amargo.

Cómo adivinar las variantes del sujeto que hacen posible el discurso luctuoso sin que la pena rechace los minutos que permiten el paso del tiempo, que marca cada palabra, cada paso, cada aleteo del cuervo. La autora eterniza los misterios, allí los deja como asomados en ventanas que nadie alcanza ni alcanzará, con esto quiere decir que es su voz la que fecunda la sombra que habita su memoria y nadie más.

La obra de Abeal, fundamentalmente, se enfoca en lo erótico, en las posibilidades infinitas del ser femenina, es su toque encantatorio, divino en su decir, esa es la parte clara donde el cuervo aún no logra posarse; Manual de la bestia es eso, un registro de la muerte y la vida, que sólo la poesía es capaz de hacer posible:

La mujer salvaje

La mujer salvaje empuja, con sus brazos, siglos de pasión, intuición y sueños.
Se columpia en la cola de un dragón para divisar sobre qué cuerpo va a parir a la locura, y qué ruta tomará el nuevo riesgo.
Lleva asidos a los cabellos el negro de la tierra y el verde esperanzado de los árboles marchitos.
Mujer guerrera que cabalga sin montura para que su piel sea parte de la bestia.
La mujer salvaje tiene miedo, pero desde un trampolín, sin poder mirar atrás, avanza hacia la infinitud de los deseos.
Desciende a lo prohibido. Se viste de pecado para que el mundo sepa que lleva una fuente de amargura en las arterias, pero también un arco iris imborrable en los senos.
La mujer salvaje ataca, destroza al adversario, para luego unirlo con caricias y regalarle el ardor de la experiencia.
La mujer bestial aúlla, canta, aunque su garganta esté en silencio.
Lleva la ferocidad como tridente en las entrañas para no olvidar la casta de su instinto.