Quédense los arduos estudios con los eruditos que son capaces de ellos y que los han sabido merecer: este humilde abordaje de la intertextualidad en unos señalados trabajos de Juan José Saer no abriga otra pretensión que la de apuntar algunas intuiciones, evitando (como ha expresado Joaquín María Aguirre Romero) cuidadosamente caer en cortinas de humo destinadas a tapar desmanes literarios.1
El objeto de nuestro análisis será el cuento “Recepción en Baker Street”, que junto con otros veinte integra el libro Lugar publicado en 2000, y que participa del diálogo intertextual con otro trabajo del mismo volumen titulado “En línea” y con La pesquisa, novela policial del autor editada en 1994.
Antes que cualquier otra consideración se nos ocurre pertinente advertir que el concepto que tenemos de lo que se llama “plagio” en la literatura es siempre nuevo, que no ha cesado de cambiar a través de cinco siglos y que probablemente lo hará sólo cuando se establezcan postulados perdurables de lo que se entiende por propiedad intelectual en estos tiempos de imperio de la difusión informática.
Shakespeare, por ejemplo, nunca se preocupó poco o mucho por la originalidad de sus argumentos, y otro tanto cabe afirmar del resto de los autores del ciclo isabelino, que en este punto eran fieles seguidores de la tradición griega. Lo importante para ellos era el desarrollo del tema o del mito, no la invención. El enojo de Cervantes, y sus airadas protestas de único dominio (“...para mí solo nació Don Quijote y yo para él (...); solos los dos somos para en uno...”,2 deben entenderse como la solitaria percepción del genio, que sabe que ha sido capaz de lograr lo casi imposible. Sus contemporáneos difícilmente hubieran sido tan rudos con el “Quijote” de Avellaneda —de hecho no lo fueron— porque se consideraba lícito continuar un personaje trazado por otro. Tan difuso era el límite entre la originalidad y la copia que se reconocía potestad al impresor para puntuar los originales, los que se entregaban sin signos ortográficos: ésta se consideraba una tarea propia de la imprenta, no del escritor.3
Entonces, aquí arribados, es hora de ocuparnos del fenómeno de la intertextualidad, de reciente aparición en los estudios de la teoría literaria. Se la ha definido así, partiendo de los conceptos de Mijaíl Bajtín recogidos por Julia Kristeva:
(...) la palabra (el texto) es un cruce de palabras (de textos) en que se lee al menos otra palabra (texto). En Bajtín, además, esos dos ejes, que denomina respectivamente diálogo y ambivalencia, no aparecen claramente diferenciados. Pero esta falta de rigor es más bien un descubrimiento que es Bajtín el primero en introducir en la teoría literaria: todo texto se construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto. En lugar de la noción de intersubjetividad se instala la de intertextualidad, y el lenguaje poético se lee al menos como doble.4
Esta intertextualidad, o diálogo con un texto precedente, o referencia directa o alusión a otro u otros, es patente en el cuento de Juan José Saer “Recepción en Baker Street”; empero, este contacto no puede desplazar ni hacernos olvidar una relación de naturaleza similar entre su evidente referencia, es decir, Estudio en escarlata (1887), de sir Arthur Conan Doyle, con “Los crímenes de la calle Morgue” (1841) de Edgar Allan Poe. Y si recomendamos esta precaución es porque creemos que el estudio de la interrelación de todos ellos nos permitirá develar la existencia de un proceso dialéctico previo, que en el estado actual de la cultura debe de existir en innumerables casos, por lo que el método sería aplicable al fenómeno de la creación y consolidación de los géneros literarios. Veremos de fundar esta opinión que, reiteramos, aquí se enuncia sin pretensiones de originalidad.
La identidad de forma y fondo entre la novela inaugural de la saga de Sherlock Holmes con su precedente, el cuento introductorio del chevalier C. Auguste Dupin es tan grande, que de no mediar la mudable opinión que de la originalidad había en su tiempo (como advertimos que hubo y habrá en todos los tiempos) hoy no dudaríamos en calificarla de plagio flagrante. Como es sabido, dicha novela de Conan Doyle se divide en dos partes, mientras que el cuento de Poe es uno de los que podríamos llamar de extensión mediana, según los cánones fijados por el padre del género y de la especie.
La primera parte, las memorias del doctor Watson, constituye un calco del cuento: hay la descripción del personaje central, presentación y encomio del arte o ciencia de la deducción, desprecio irónico por la competencia de las autoridades policiales, mudanza de ambos a un hogar común, proceso de identificación del lector con el relator de la historia, irrupción de un crimen, visita de los dos al lugar de los hechos, utilización de la prensa para atraer al presunto culpable, resolución ingeniosa y sorprendente del enigma para ilustración de los torpes sabuesos oficiales, del amigo del detective y, por supuesto, de los admirados lectores. La segunda parte de la novela, “El país de los santos”, aparece como contingente cuando no postiza, y puede ser leída como un amable ejercicio de andanzas por lugares exóticos tan al gusto del paladar europeo del siglo XIX, escrito a la manera de Jules Verne.
Poe, por su parte, no otorgó mayor trascendencia a su investigador, a punto tal de conchabarlo sólo en dos piezas más de su caudalosa producción; “El misterio de Marie Rogèt” —que llama secuela de “Los crímenes...”— y “La carta robada”, entendiendo posiblemente el genial escritor que el asunto no daba para más. Y aquí es cuando debemos dar la primera puntada a nuestro tejido analítico. La idea fundamental es la siguiente: un planteo dialéctico del asunto nos permitirá diferenciar la copia de los elementos originales de una obra; un planteo dialéctico del asunto nos permitirá transitar el camino que desde el aparente plagio conduce a la intertextualidad.
De acuerdo con el método dialéctico esbozado por Georg W. F. Hegel (1770-1831), en una condición de hecho determinada (tesis) está presente una contradicción o hecho negativo o ilógico de la situación (antítesis), conflicto que ha de resolverse en una forma nueva, libre de contradicciones (síntesis). Ésta, a su vez, será a un tiempo negación de la segunda y superación de la primera.5
Es posible intentar, nos parece que con éxito, una trasposición del esquema filosófico antedicho a nuestro material. En efecto, la posición originaria o tesis pudiera ser la que considera al cuento policial creado por Edgar Allan Poe como una parte mínima del quehacer literario, apenas un subgénero sin mayor posibilidad ni provecho. Esta postura está enfrentada a su negación, la que sostiene que el género policial, y, especialmente el corpus de cuatro novelas y cinco tomos de cuentos creado por Conan Doyle entre 1887 y 1926, constituye el máximo exponente de la literatura. La síntesis que resuelve la contradicción es la siguiente: el género policial no es ni una minucia ni lo más importante a lo que puede aspirar un escritor, sino un género tan respetable y capaz de emoción y belleza como cualquier otro, prueba de lo cual es que el personaje de Sherlock Holmes es uno de los más vívidos creados jamás. En esta síntesis superadora tenemos la negación de la antítesis y la superación de la tesis, desde que es indudable que la criatura del imitador supera con creces a la de su modelo. Y recién ahora, con este revelador antecedente, se abre ancho camino para el diálogo intertextual del cuento de Juan José Saer “Recepción en Baker Street” con sus referentes explícito e implícito, circunstancia que otorga una nueva dimensión, más profunda, más compleja, o sencillamente diferente, al análisis del fenómeno intertextual.
Sin embargo de lo que dicho se tiene, esta exposición resultaría incompleta si no se detuviera en otro aspecto de nuestro tema, tal como lo es la intratextualidad (que es la referencia a trabajos propios) presente en el cuento que nos ocupa. Sólo se esbozarán las posibilidades que entrevemos, destinadas a ulteriores desarrollos.
En la ya citada La pesquisa se da noticia de un manuscrito de atribución dudosa, ambientado en la Guerra de Troya, y en el que dos personajes dan versiones diferentes del conflicto, ya que lo contemplan desde diferentes lugares, y ejerciendo diferentes ocupaciones. Ahora bien, esta novela, que también proporciona el relato de la resolución de un enigma policial, termina con un aguacero que se desata sobre la ciudad de Santa Fe, cuna del autor. Seis años más tarde, comprobamos que el cuento “Recepción en Baker Street” puede leerse como un capítulo faltante (o apócrifo) de La pesquisa, porque comienza en el mismo punto en que finaliza ésta, con la salvedad de que varía el punto de vista del relator de la acción. Si la ubicación de las piezas de un libro tiene que ver con su emplazamiento en el tiempo, anacrónicamente el que lleva por título “En línea”, que está antes que “Recepción...”, nos hace saber el modo en que el participante en los tres Pichón Garay se entera del hallazgo de un capítulo faltante (o apócrifo) del manuscrito troyano.
Traviesamente, y con no poco ingenio, Saer invita a su lector a ingresar en ese plano de relaciones intertextuales y argumentales detrás del misterioso “dactilograma” que tiene un título sugestivo: “En las tiendas griegas”. Se nos preguntará por qué el epígrafe puede llegar a ser sugestivo, y nuestra respuesta será que, en este marco de autorreferencias, ambigüedades, superposiciones y anacronismos, en el que se proponen a la curiosidad y sagacidad del lector la investigación de dos crímenes seriales, así como la diversidad de impresiones que provoca el lugar desde el cual se asiste a los acontecimientos, el título en cuestión parece llevar los ecos de la clave del planteo. En efecto, la locución “En las tiendas griegas” es, en nuestro castellano, consonante con el antiguo proverbio “En las calendas griegas”, con el que los romanos designaban lo que nunca iba a ocurrir, porque el término del mes que se expresa con “calendas” en latín carece de equivalencia en griego. Es decir que nunca sabremos la verdad de las cosas, ni tampoco un punto de vista será garantía de veracidad por sobre cualquier otro. Y, ya que estamos hablando de teoría literaria, el tópico del “punto de vista”, ¿no remite en derechura a la obra de Henry James, una confesa admiración de Saer?6 Pero no, baste con lo expuesto, que ya es mucho y aventurado, para no abusar de la paciencia de los oyentes, anfitriones y convidados.
Ahora, una última declaración: aunque tal vez irresponsables, tal vez farragosas, estas palabras deben valer e interpretarse como respetuoso homenaje a los grandes creadores y estudiosos aquí conducidos mal de su grado. Zamarreados, sí, pero con la afectuosa calidez y el entusiasmo del lector agradecido.
Referencias
- Joaquín María Aguirre Romero, “Intertextualidad: algunas aclaraciones”, en Literaturas.com.
- Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, segunda parte, capítulo LXXIIII.
- Id., edición del Instituto Cervantes, Barcelona, 1998. Aparato crítico, Ediciones y siglas usadas, 7. Grafía y acentuación, págs. 686 y sigs.
- Julia Kristeva, Semiótica I, Madrid, 1981, 2ª edición, pág. 190.
- Georg Wilhelm Friedrich Hegel, conf. Fenomenología del espíritu, 1807.
- Declaraciones del autor en el ciclo “Palabras”, Canal(á), Buenos Aires.