Letras
El poeta

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El poeta

I

Tenemos que escribir el poema.

El raído verso
humilde
absolutamente necesario
desposeído
entrado en la noche
percatado de su temeridad, donde la vileza es oscura
y nos amenaza
y si es preciso, huir,
porque la poesía también es desesperación y blasfemia.

 

II

Fuiste tú, poeta, quien dijo todas las verdades,
el combatiente que llenó de violetas todas las heridas,
el que removió veneros, losas, lamentos,
quien sembró de versos
los campos de la revolución, los bulevares
coloreados de los motines,
la pólvora por despertares de ilusionados manifiestos
cuando aún los cerezos vigilaban la noche.

Tú, el que fuiste agitando los soles de las mañanas perdidas,
quien se acordó de los pobres navegantes
sin voz y sin alas de la tierra.
Fuiste tú, poeta, quien fraguó los almidones de la palabra
en perfumados atardeceres,
la simiente esperanzada por las feraces tierras del oprobio.

No sé a qué vienes a este exterminio,
a qué atrio de liturgias te diriges
cuando no eres más que un grito inválido
rindiendo pleitesía por las dehesas del sueño.

 

III

El poeta no sabe
que se muere muchas veces ensimismado
con el tiro de gracia de su propia revolución.

 

Los poetas que amaron la vida

Me gustan los poetas muertos que amaron la vida.
Los que sobrellevaron el pecado
con la pompa inmaculada de sus generaciones.

Aquellos que burlaron con la metáfora a los inquisidores
los tuberculosos y los suicidas
los que rimaron con su hambre las posadas y los prostíbulos
los que cubrieron de coplas las empedradas plazas de las aldeas
y animaron con la musa del vino
las noches de las ventas.

Los que vencieron con hidalguía y recato
las infamias y la injuria,
los que aventuraron leguas con menguada bolsa
perseguidos por letrillas y sátiras
y aliviaron las alforjas de los caminantes.

Los menesterosos y los pícaros
que divirtieron con su plática a los nobles y los villanos,
aquellos que engalanaron los corrales de bucólicos entremeses
y alumbraron liras y madrigales a la tenue luz de los candiles.

Los cautivos y desventurados,
los burladores de conventos y licenciosos amoríos,
los que con su pluma adornaron sutiles epigramas
y cantaron en sonetos su infortunio.

Los amantes de los duelos y los entierros
los que sembraron las tumbas de epitafios tempranos.

Me gustan los poetas muertos que amaron la vida.
Los que reposan sus nombres
en los olvidados libros de las estanterías
bajo ilustradas cubiertas y el polvo cansino del recuerdo.

 

¿Por qué mueren los poetas?

Cuando bebemos ese licor amargo
en medio de espejismos turbios,
percibimos olor a pólvora,
oímos el cargador en la sien humilde
o a esa bestia de alcoholes y sudor bajo la piel,
las frías corrientes se derraman en parajes
donde la luz se agobia,
las pasiones deshabitan su hondo perfume
y las olas se estrellan contra la suciedad trashumante
de los recuerdos.

Entonces cuelgan los pies de los áticos,
cae metralla por las venas
y un lodazal de pecados rutilantes nos cierra los ojos.

Una oscuridad amante queda como herencia.
La belleza sobre la arcilla ingrata de la muerte.

Maiakovski, Pavese, ¿por qué mueren los poetas?

 

Leopoldo María Panero

Tan sólo mendigo de sangre
o abrazos silenciosos,
suicidios eternos en la mirada estrellada
por la razón perdida y cruel
que azuza los perros.

Acércate a la falsa paz,
la inservible costra del día
que purifica los cerebros del agua.

Toca a ceremonia tu lengua
y a credo tu locura.

Agarra el cuello pertinaz de la existencia
hermosa copa asesina
bebe la torpe hora acuchillada de tu lucidez

delata la promiscua comunión
del vino y la vida.

 

Bukowski

Bukowski, viejo amigo,
nos veremos
en algún sórdido bar,
algún hipódromo
o cualquier burdel de triste vida
apestando a cerveza
y verás en qué mediocres
nos hemos convertido,
—perdedores urbanos del alcohol
y la tristeza.

 

François Villon

A qué esperan para trenzar tu soga de ahorcado
y escuchar tus dientes crujir como un blasfemo penitente

para no oír más que el ruido horrible de tus huesos
y a esa enorme cabeza redentora
donde un cuervo anidará en sus ojos.

A qué sentencia aguardan
para que tus crímenes te lleven a ese patíbulo oscuro
y escupan tu balanceo rendido ante los lobos.

 

Sylvia Plath

No pudiste ignorar la huella fría de la existencia
ni el frío miedo por ese lado oscuro
donde se alojan las tentaciones

no soportaste el juego de seducir otra primavera
y con treinta años
alambraste de oro y piedras blancas
el caprichoso aire de la muerte.

Morir es un arte
y el gas de la eternidad
te hirió con toda la perfección y complacencia.

 

Del cuaderno del poeta

Jugábamos y combatíamos a nuestro modo
tan épica batalla
y albergábamos tristeza a raudales.

Bien recuerdo en las estremecidas venas
la fascinación por vivir

hemos olvidado el valor de la lucha de hace tiempo
y solo una cierta conspiración de otoño trasnochado
nos mantiene en pie.

Hoy, cuando ella, la vida, me mira
con un cierto desafío,
yo abandono aquella manipulación de las edades
y contemplo cómo escribe nuestro destino
mientras el cerezo blanquea nuestra soledad.

Hoy no hay porvenir ni revolución pendiente
para alistarnos.

Pensar si ha valido la pena
sentir la plenitud del sueño
será lo que nos consuele.