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Ilustración: Caren Loebel-FriedDe Thomas Mann a D. H. Lawrence: de la racionalidad europea al irracionalismo anglosajón

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La literatura de Thomas Mann está hecha con los mimbres de un lenguaje esmerado, que se adentra en la profundidad de lo racional, que descubre, en su íntimo vagar por la lógica, los meandros de la cultura humana.

Thomas Mann nació en Lübeck en 1875 y murió en Zúrich en 1955, recibió el premio Nobel en 1929 y es autor de una densa obra narrativa donde germina el impulso del lenguaje en pos de la razón, como contrapartida a la pasión que anida en el ser humano, un debate y una lucha agonística que se colma en títulos tan afamados como La muerte en Venecia, donde Aschenbach persigue la belleza, sin poder olvidar que lo racional ha sido su verdadero ejercicio durante años, un esfuerzo para crear, siempre desde el impulso lógico, desterrando lo pasional, que aparece como un fulgor al conocer a Tadzio, un joven polaco en el Hotel Des Bains, en Venecia.

Thomas MannEl escritor, en la novela, músico en la película de Visconti, desarrolla su sentido enervante del placer, en una lucha contra la contención que le obliga a guardar su deseo, no desvelar el hombre sensible y emotivo que hay dentro de él.

La narrativa de Mann se centra en los personajes lúcidos, intelectuales, que buscan el argumento, lo lógico, el discurso. Un caso muy claro es el Settembrini de La montaña mágica, novela cincelada como un fresco sobre la vida a principios del siglo XX, donde se exploran las contradicciones sociales y espirituales de una época. La erudición de un personaje como Settembrini ya nos habla de ese deseo del discurso, del argumento razonado sobre la vida. Como ejemplo nos sirve el diálogo con Joachim y con Hans Castorp, el protagonista que llega al sanatorio para curarse de una enfermedad imaginaria; el debate sobre la música pone en evidencia la alta cultura de Settembrini:

—¡Bravo! —exclamó Settembrini—. ¡Bravo, teniente! Ha defendido a la perfección un aspecto incontestablemente moral de la música, a saber: que estructura el tiempo a través de un sistema de proporciones de una particular fuerza y así le da vida, alma y valor. La música saca al tiempo de la inercia, nos saca a nosotros de la inercia para que disfrutemos al máximo del tiempo. La música despierta... y en este sentido es moral (p. 165).

Pero no olvidemos que en Doktor Faustus vuelve el tema de la música, el debate sobre la cultura, la importancia de lo racional, como si la novela fuese un ensayo, un tratado sobre las disquisiciones filosóficas que fundamentan nuestras vidas:

—¿Estás seguro de lo que dices? —preguntó Adrián—. Además, la canción que tú cantas es política. En arte, lo subjetivo y lo objetivo se entrelazan hasta el punto de no ser posible distinguir lo uno de lo otro. Lo subjetivo surge de lo objetivo, adquiere su carácter y viceversa.

Estas reflexiones entran en el campo filosófico, nos envuelven en un racionalismo que sustenta la novela, porque Mann crea un discurso que se va fragmentando en múltiples variantes, en personajes que se construyen teóricamente, ajenos a la realidad, lejos de sus placeres y sus cotidianeidades.

La novela discurre sobre el sentido de la música, como La montaña mágica lo hace acerca de la sociedad de principios del siglo XX, un mundo abocado a la guerra, a la falta de valores, a la desintegración del ser humano, en pos de una realidad que expone la violencia y la emergencia de totalitarismos como respuesta a la posible libertad del individuo, cada vez más cosificado, como nos mostró magníficamente Franz Kafka en La metamorfosis.

 

D. H. LawrenceD. H. Lawrence: la sensualidad narrativa de un escritor irracionalista

David Herbert Lawrence nació en Nottingham en 1885 y murió en Vence, Francia, en 1930. Nació en una familia de mineros; su padre, trabajador de la mina, y su madre, maestra de escuela, una combinación que fraguó un hombre controvertido, donde la incultura y la cultura siempre estuvieron en pugna, donde la naturaleza y el refinamiento buscaban su lugar. Lawrence empieza a escribir en 1911 con El pavo real blanco, a los que siguieron libros tan reconocidos como Son and Lovers (Hijos y amantes, 1912), The Rainbow (El arcoíris, 1915-16), Women in love (Mujeres enamoradas, 1920), Canguro (1923), La serpiente emplumada (1926), interesante historia sobre la cultura mexicana en claro contraste con el universo británico a la que da vida la protagonista de la historia, y El amante de Lady Chatterley (1928), donde la historia de deseo y sensualidad entre una mujer noble y un jardinero vuelve a tocar un tema clave en la obra de Lawrence, la oposición cultura-barbarie, porque, en el fondo, el escritor vivió siempre la enorme contradicción de un mundo modelado por el analfabetismo de su lugar natal y los impulsos de su madre de dotar a su hijo de un rico caudal de conocimientos para huir de ese parasitismo de la sociedad en la que vivían.

Por ello, Lawrence refleja en sus novelas posiciones encontradas, siguiendo una temática en la que el irracionalismo de la sociedad encuentra su opuesto en figuras tan irónicas y sabias como Rupert Birkin en Mujeres enamoradas, por poner un ejemplo.

El escritor británico entiende el contacto de la Naturaleza como una ruptura latente con el mundo burgués porque el deseo no debe esconderse, forma parte de nuestra condición humana, muy lejos del recato al que somete Thomas Mann a sus personajes, envueltos en un mundo teórico que les impide encontrar una válvula de escape a sus obsesiones intelectuales.

Birkin, uno de los protagonistas más interesantes de Mujeres enamoradas, conoce el desencanto de la vida pero goza con la Naturaleza; incapaz de amar a la mujer, vive con plenitud la sensualidad de la tierra, germinadora y fértil, que le invita a hacer el amor, en el paroxismo de la bella literatura, provocadora también, de Lawrence:

Yacer y revolcarse entre los pegajosos y frescos jacintos jóvenes, yacer boca abajo y cubierta la espalda con puñados de hierba fresca y fina, suave como el aliento, suave y más delicada y más hermosa que el contacto con cualquier mujer, y luego pincharse un muslo contra vivas y oscuras puntas de las ramas de los pinos, y después sentir el latigazo de las ramas de los avellanos sobre los hombros, el latigazo picante, y luego oprimir el plateado tronco del abedul contra el pecho, con su suavidad, su dureza, sus vitales nudos y surcos (p. 137).

El deseo de amar a la tierra, de fundirse con ella, es una obsesión en la novelística de Lawrence, porque él siente que la Naturaleza, su sabor, su olor, se impregnan en su piel.

Incluso, Lawrence no oculta el contacto de dos cuerpos, los de Gerald y él, en una lucha que simboliza el paganismo, la ausencia de sacralización del mundo, el placer porque sí, exento de la culpa que ha generado el catolicismo, pero el deseo de Úrsula por Birkin es una necesidad que se cimenta en la búsqueda de la intelectualidad como consecución superior al placer, como verdadera invitación al amor con mayúsculas, lejos del animal que llevamos dentro:

Úrsula le contemplaba igual que si lo hiciera furtivamente, sin darse realmente cuenta de lo que veía. Aquel hombre estaba dotado de gran atractivo físico, había en él una fuerza oculta, que se manifestaba a través de su delgadez y su palidez, como otra voz que comunicara otro conocimiento de él (p. 52).

La idea de la sensualidad está presente en la novela, tanto es así que los diálogos se nutren de la sabia de Rupert y de la lujuria de Úrsula, esperando, a través de las palabras, una invitación de su hombre al sexo, pero Rupert siempre esquiva el placer a través de la intelectualidad, con la fina ironía de un hombre desapegado del mundo. Úrsula se pregunta: “¿No crees que todos nosotros somos ya suficientemente sensuales, sin necesidad de adquirir más sensualidad?”. A lo que Birkin responde: “No, no lo somos. Vivimos excesivamente poseídos de nosotros mismos” (p. 53).

En La serpiente emplumada continúa Lawrence indagando en esa capacidad para confrontar el deseo y la cultura, como si el ser humano, contrariamente a lo que expuso Mann en sus novelas, tuviese que enfrentarse al placer, dejarlo ir, para liberar la tensión intelectual que merma nuestras vidas, como un jeroglífico del que no podemos escapar nunca. El personaje de Kate, racional y culta, se enfrenta en su estancia en México a la fuerza telúrica de la tierra, al poderoso imán de la Naturaleza que, al igual que el Birkin de Mujeres enamoradas, somete al hombre a un influjo devastador:

Y estos hombres incapaces de dominar los elementos, estos hombres sometidos a las fuerzas del sol, de la electricidad, de las erupciones volcánicas, solían estar sujetos a rencores ardientes y al odio diabólico de la vida misma. No hay placer sensual que iguale a la voluptuosidad que se experimenta al clavar un cuchillo y ver correr la sangre (p. 177).

Si Irlanda, de donde procede Kate, tiene flores blancas del espino, México lleva en su vientre el sol implacable, un país de oscuridad, de relámpagos, de lluvia torrencial.

 

Conclusiones: del racionalismo al irracionalismo

Lo importante es el peso que queda en nuestra lectura, como diálogo a solas con los escritores que amamos y tanto Mann como Lawrence, por muy alejados que nos parezcan el uno del otro, tienen una característica común, ambos dotan de vida a sus personajes y les exponen al gran combate entre la cultura y el deseo, la vida, al fin y al cabo.

Si el escritor alemán lo desarrolla de una forma tímida, como en La muerte en Venecia, cuando Gustav von Aschenbach persigue al joven Tadzio por las calles infestadas de Venecia, sabiendo que su mundo cultural se derrumba ante la mirada del joven, penetrante y profunda, que destila la belleza de la vida, en el escritor británico los personajes se dejan llevar por ese impulso, como Rupert arrastrando su cuerpo desnudo por la tierra, en una íntima copula con el mundo, incapaz de entregarse a una mujer y viviendo la soledad inmensa de su placer contenido ante la hembra, exultante ante la tierra. Pero el escritor siempre enfrenta dos mundos, lo que constituye su afán narrativo en un esfuerzo irracional de jugar con la vida, desvelando sus aristas a través de la sensualidad.

Mujeres enamoradas, una obra cumbre de la literatura contemporánea que merece, en mi opinión, muchas relecturas, fue la continuación de El arcoíris, novela que fue acusada de obscena, lo que la llevó a ser censurada y prohibida.

Mujeres enamoradas llegó antes a los Estados Unidos en 1920, de manera privada y sólo para suscriptores; la publicación en Londres de la novela un año después fue calificada como “épica del vicio”.

En el momento en que Birkin danza para Úrsula entendemos la afrenta que significa la entrega visual del placer, sin verdadera consumación, porque la mujer, hambrienta del deseo que le provoca el hombre misterioso y singular en su alejamiento del mundo, siente una fascinación que merece ser citada:

Sin embargo, en su fuero interno, Úrsula se sentía fascinada por la visión del cuerpo lacio y vibrante de Birkin, perfectamente abandonado a la soltura de su balanceo, y también por la pálida y sarcástica cara que tenían allí, ante ella, en lo alto (p. 222).

Úrsula se aleja de la cercanía de Birkin porque no ofrece placer sexual, sino solo un acercamiento visual, para hacer más insoportable el deseo de ella; al igual que el personaje de la novela de Mann, sólo puede acercarse al joven Tadzio a través de la mirada, como si un mundo, eterno, los separase.

Para concluir, cabe decir que la narrativa de Mann nunca llega a la plasticidad de las imágenes de Lawrence, ya que, imbuida en el racionalismo y en la cultura alemana de la que parte, desconoce los meandros del irracionalismo y la sensualidad que vivió y sufrió el escritor inglés.

Ambos maestros perviven en sus obras y en múltiples lecturas que deben hacerse para hallar todas sus connotaciones y referentes, un universo que se enriquece en cada ocasión que leemos a los dos escritores, tan diversos, pero tan cerca, al tratar, a conciencia, la contradictoria condición humana.

 

Bibliografía

  • Mann, Thomas: Doktor Faustus, Edhasa, 1986.
    —: La montaña mágica, Edhasa, 2006.
  • Lawrence, D. H.: Mujeres enamoradas, De Bolsillo, 2006.
    —: La serpiente emplumada, Losada, 2005.