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Un poema autobiográfico de Horacio Castillo, un servidor de la belleza

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Horacio Castillo

Copete

El poeta argentino Horacio Castillo (Ensenada, 1934-La Plata, 2010) es, según críticos literarios autorizados, uno de los más auténticos representantes de las letras argentinas de todos los tiempos.

(Para ingresar a un conocimiento pleno de su poesía, intente el lector de Letralia conseguir un ejemplar de la siguiente edición: Horacio Castillo: Por un poco más de luz: obra poética 1974-2005. Córdoba, Editorial Brujas, 2005. Y si se trata de un conocimiento crítico: Gustavo Martínez Astorino: Alegoría y tardo-modernidad: una lectura alegórica de la poesía de Horacio Castillo. Buenos Aires, Ediciones Dunken, 2005.)

Mientras tanto, el motivo de esta nota radica en acercarles un poema de alto contenido autobiográfico y palpable belleza: “Contrapunto” (de Cendra, 2000).

Quienes lo lean serán testigos de una poesía de variados matices y constante hermosura; versos —epopeya de rosas— dejados, dejadas, ahí, en el umbral de lo desconocido.

 

1. El poema

Contrapunto

No tengo cuándo acabar
y me envejezco cantando

José Hernández

des gedenkt man
soweit des heiligen baumen frucht gedheit

(recuerdo memorable
que vivirá mientras el árbol sagrado pueda florecer)

Stefan George

La tarde, sollozando, se inclinó hacia occidente,
los pájaros huyeron hacia los últimos restos del día
y se elevó desde lo más hondo del silencio,
como un rosario, el antiguo contrapunto.

 

EL CAUTIVO

Pregunté al Pájaro de la Montaña por el Árbol que Canta
y me señaló un bosque y en el bosque un árbol,
pero el árbol era demasiado corpulento para arrancarlo.
“Toma una rama —dijo el Pájaro— y plántala en tu jardín”.
Eso hice: tomé una rama, una pequeña rama
del Árbol que Canta y la planté en mi jardín.

 

EL DESCONOCIDO

Ilusión, fantasmagoría, recurso nupcial, maniobra para
exorcizar el misterio.

 

EL CAUTIVO

Fui flauta y por mí pasó la congoja del mundo,
fui campana y celebré las glorias de la luz,
fui cuerda y me pulsó el pavor de los cuerpos,
fui tambor y redoblé por la materia doliente.

 

EL DESCONOCIDO

Eres mudo, tu lengua es lengua de señas.

 

EL CAUTIVO

Nací con la boca abierta a lo inefable.

 

EL DESCONOCIDO

Una boca llena de cal.

 

EL CAUTIVO

Llena de plomo, llena de excremento, llena de cera, llena de sol.

 

EL DESCONOCIDO

La boca de ganso.

 

EL CAUTIVO

Por la que alguien habló.

 

EL DESCONOCIDO

Un coro de ventrílocuos.

 

EL CAUTIVO

El canto que se canta a sí mismo.

 

EL DESCONOCIDO

Croar de ranas.

 

EL CAUTIVO

Una epopeya de rosas.

 

EL DESCONOCIDO

No hay rosas del otro lado.

 

EL CAUTIVO

Las dejo en el umbral.

 

EL DESCONOCIDO

Se pudrirán como tus huesos, bajo la lluvia.

 

EL CAUTIVO

Sentí su aroma y eso nadie me lo podrá quitar.

 

EL DESCONOCIDO

Un perro olfateando la música de las estrellas.

 

EL CAUTIVO

¿Has recogido alguna vez un pétalo del suelo?

 

EL DESCONOCIDO

Recogí arena y la vi correr entre mis dedos.

 

EL CAUTIVO

Serví a la Belleza y a ella encomiendo mi espíritu.

 

CODA O ROMANCE

La vida cabalga en un caballo blanco
La muerte cabalga en un caballo negro
Por eso la vida es invisible de día
Por eso la muerte es invisible de noche
La vida y la muerte se encuentran al amanecer
Comparten el pan, cambian sus caballos
Y la vida cabalga en un caballo negro
La muerte cabalga en un caballo blanco
Entonces la vida es visible de día
Entonces la muerte es visible de noche
La vida y la muerte se encuentran al atardecer
Comparten el vino, cambian sus caballos
Y la vida cabalga en un caballo blanco
La muerte cabalga en un caballo negro

 

2. Del diálogo con el autor

Según Horacio Castillo, este poema reformula el duelo de Fausto y Mefistófeles, o más exactamente de Santos Vega y el Diablo. En rigor se trata de una payada entre el cantor (el poeta), identificado como “El cautivo”, y la muerte, el tiempo, el nihilismo, encarnados en “El desconocido”. De allí que el autor coloca como epígrafe un verso del Martín Fierro, de José Hernández, y reformula otro del Santos Vega, de Rafael Obligado.

“No tengo cuándo acabar / Y me envejezco cantando”: Martín Fierro, I, 51-52.

dess gedenk man / Soweit des hilgen baumes frucht gedeih: Versos pertenecientes al poema “Der Saitenspieler” (“El aeda”).

“La tarde, sollozando, se inclinó hacia occidente”: El verso adapta el comienzo del Santos Vega, de Rafael Obligado: “Cuando la tarde se inclina / sollozando al occidente”.

“Pregunté al Pájaro de la Montaña por el Árbol que canta”: Las mil y una noches (Noche 779).

 

3. Un servidor de la belleza

Se trata —a mi juicio— de un extraordinario poema metapoético. El poeta habla de la poesía y de la labor del poeta; no sólo de la suya, aunque de la suya canta.

El tema esencial es el del canto del poeta, la última significación de la poesía. La del poeta puesto en diálogo —en payada, en antiguo contrapunto—, como ha quedado ya señalado, con el misterio del destino humano.

Los epígrafes han elegido, por una parte, dos versos de la obra más popular de la poesía argentina, el Martín Fierro, obra que comienza —precisamente— con estas palabras: “Aquí me pongo a cantar”; por otra, dos versos de “El aeda” (bardo o poeta) de Stefan George, poeta alemán del siglo XX, de quien alabara Rodolfo Modern — no casualmente, amigo, poeta, colega académico y estudioso de la poesía de Castillo— “la belleza impecable de sus versos”. También la poesía del autor de Contrapunto ha sido admirada por su perfección formal. ¡Y qué decir de la hondura y extensión de su poético y sorprendente pensamiento!

Como anotara el propio autor, su poemacomienza con una reformulación de los primeros versos del Santos Vega. Precisamente, la del canto del atardecer, que ya preludia la muerte del payador Vega, cosa que sucederá al final del poemario, al ser vencido por Juan sin Ropa: el desconocido de nuestro poema; el diablo, en el de Obligado.

Queda manifiesta, así, la apertura de Castillo a todo lo que tiene que ver con la literatura —con la poesía, especialmente— al juntar, en este caso, poemarios argentinos escritos en lenguaje gauchesco y en lenguaje culto, como también versos de un poeta alemán, transcritos en su propia lengua.

El árbol sagrado de Stefan George no es otro que el de Hernández o el del pasaje citado de Las mil y una noches: el árbol de la Poesía. A ese árbol acudió siempre el poeta: desde “Arte poética”, primer poema de Materia acre, 1974: “Hasta quedar vacío, sólo reseca piel, / odre para colgar del primer árbol, / extenuada matriz de lo volátil, acaso de la luz”.

Ésa ha sido su tarea, según Contrapunto: “Eso hice: tomé una rama, una pequeña rama / del Árbol que Canta y la planté en mi jardín”.

Así ya lo había declarado Horacio Castillo al final de su disertación del 25 de junio de 1998, al ser incorporado como Académico de Número de la Academia Argentina de Letras. (Es de notar que el número de la noche no coincide con el de la anteriormente citada, probablemente por tratarse de dos versiones distintas.)

“Señoras y señores:

”Un niño que miraba el mundo por los visillos sintió de pronto que su boca se llenaba de palabras y de música. No entendió qué ocurría, pero fue como si hubiera agregado a su naturaleza un nuevo sentido: sólo a través del mismo podía percibir el mundo, sentir el mundo, interpretar el mundo, padecer el mundo; sólo a través de ese nuevo sentido la realidad cobraba plenitud.

”Y desde entonces el niño no hizo sino esperar ese advenimiento, preguntar al Pájaro de la Montaña por el Árbol que Canta, ese árbol del que habla la noche 938 de Las mil y una noches. El pájaro le señaló un bosque, pero al acercarse vio que el árbol buscado era muy grande y muy alto y que no podía llevarlo consigo. Entonces el Pájaro le dijo: ‘Toma una rama y plántala en tu jardín’. Yo no he hecho más que eso: he tomado una pequeña rama del árbol que canta y la he plantado en mi jardín”.

No deja de ser una señal para el quehacer poético advertir que Contrapunto va precedido por el poema “Prosa del pájaro”, en la que el pájaro guarda silencio: “Pero el pájaro seguía callado, mirándome con su ojo redondo e inescrutable. Y mientras los vecinos espiaban por la medianera batía sus alas, tomaba carrera y levantando vuelo se perdía en una lejana claridad, como de incendio, como de aurora”.

Pero siempre quedan las preguntas —“¿Qué quieres, pájaro?”, “¿A qué vienes?”. Y quedan los ruegos humanos y el ofrecimiento del poeta: “Mi alma por una última sensación”. Y queda el vuelo del pájaro como mensaje en una lejana claridad. ¿Será por aquello de “Dice Eurídice”? Lo lejano, sólo lo más lejano perdura (en: Alaska, 1993).

El lector puede ir advirtiendo, entonces, y eso que se trata de la consideración de un solo poema, que su obra —como ocurría con las de los simbolistas— es un todo, una unidad. Muchos de sus textos intertextualizan entre sí.

¡La obra poética de Castillo es una sinfonía!

“Nada que sea humano le es ajeno”.

EL CAUTIVO

Fui flauta y por mí pasó la congoja del mundo,
fui campana y celebré las glorias de la luz,
fui cuerda y me pulsó el pavor de los cuerpos,
fui tambor y redoblé por la materia doliente.

Ante la afirmación de lo que El cautivo ha llevado a cabo, se levanta —han visto— la voz de El desconocido, un representante más de los que, en Ciudad del sol, no podían ni comprender ni tolerar el quehacer de los poetas: “¿Cómo podían soportar que llamáramos al pájaro magnolia? (...). ¿Cómo podían soportar que llamáramos a la rosa destino, / ellos, los que creen que las bellotas son bellotas?” (En: Alaska).

Y es en el contrapunto propiamente dicho donde se da, evidentemente, el clímax del poema. ¿Cómo va a entender El desconocido, el tiempo, la muerte, el nihilismo, la sociedad consumista, que el decir poético no es “una ilusión, una fantasmagoría, un croar de ranas”, sino “un croar del alma hasta que cese el espanto y empiece la eternidad”? (en Tuerto rey, 1982).

¡La obra poética de Castillo es una sinfonía!

No. El desconocido, el mundo ajeno, jamás podrá entender. Es que —como afirmara una vez Horacio Preler—, un reconocido poeta y muy amigo suyo: “La poesía de Horacio Castillo apunta a lo más alto”.No “apuntó”, apunta, porque sigue y seguirá apuntando mientras el árbol sagrado pueda florecer.

El cautivo —sólo importa la voz del desconocido aquí por las respuestas que provoca— también lo ha dicho hermosamente: “Nací con la boca abierta a lo inefable”. Y su poesía ha sido eso, “una epopeya de rosas”. Y si bien es cierta la objeción de El desconocido o demonio: “no hay rosas del otro lado”; no es menos cierta la respuesta del poeta: “Las dejo en el umbral”, porque ése es el lugar en donde vive la poesía de Horacio Castillo.

Por eso —como quien defiende el motivo fundante de su vivir—, ante la estocada de la muerte, el poeta responde con la permanencia en él del llamado de la otra voz de la Poesía, esa voz que le ha permitido llegar —casi palpar— a las cercanías de lo inefable: “Sentí su aroma y eso nadie me lo podrá quitar”.

Y unos versos más abajo confiesa su convencido vasallaje: “Serví a la Belleza y a ella encomiendo mi espíritu”.

Ni siquiera en estos tiempos de incertidumbre, en estas postrimerías, rebajó el poeta la elevada pretensión de su vida y su palabra. ¿Acaso no ha nacido del manuscrito de su experiencia, la anotación del fragmento 2 de Sphairon?

un alma debe ser robusta para soportar lo desconocido

(en Los gatos de la Acrópolis, 1998).

 

4. Coda o romance

Aunque el epígrafe inicial, el de Martín Fierro, declara: “No tengo cuándo acabar”, todo contrapunto encuentra un final; al menos en los poemas y en la vida personal.

El título del poema tiene que ver, en un sentido primero, con el contrapunto de los payadores en ejercicio. Pero, si se observa bien, en el poema de Horacio Castillo no hay puntos, como parecieran requerirlo las mayúsculas con que se inicia cada verso. Es que se trata de otro contrapunto, como ya quedó apuntado. Y estos vocablos del mismo campo semántico recuerdan el origen latino de la palabra y su relación con el cantus, con la música. Escribió el Arcipreste de Hita: “Bien o mal qual puntares te diré ciertamente / quál tú decir quisieres, y faz punto, y tente”.

El Diccionario fija las siguientes acepciones para la voz del título: “1. Concordancia armoniosa de voces contrapuestas. 2. Arte de combinar, según ciertas reglas, dos o más melodías diferentes. 3. fig. Contraste entre dos cosas simultáneas”.

El poema canta el contraste fundamental de la experiencia humana: vida-muerte. Tal antítesis es el núcleo, el trasfondo del poema. Y el arte de su combinación, de su estructura, es el del quiasmo, que consiste —tomo parte de la definición del Diccionario de retórica y poética de Helena Beristaín— “en repetir expresiones iguales, semejantes o antitéticas, redistribuyendo las palabras, las funciones gramaticales y/o los significados en forma cruzada y simétrica, de manera que, aunque se reconozcan los sonidos como semejantes, o las posiciones sintácticas como equivalencias contrapuestas, ofrezcan una disparidad de significados que resulte antitética, pues el cambio del orden de las palabras influye en el sentido. Se trata de una antítesis cuyos elementos se cruzan”.

Unos pocos textos de Castillo que van intertextualizando formalmente con el núcleo de Contrapunto.

De “Estado de tibieza”: “Ni frío ni caliente, ni vida ni muerte” (en Tuerto rey).

De “San Agustín, I, 3”: “Así fornica el alma, y en la ardua lucha, / en su vida mortal, en su muerte vital” (en Alaska).

En Los gatos de la Acrópolis, el poema “El pecho blanco, el pecho negro” no sólo coincide en el tema sino en la forma, en la estructura. Y en ese mismo libro, inmediatamente anterior a “Cendra”, la obra de Contrapunto se reitera —en el fragmento 19 de Sphairon— la dicción madre:

Por donde la muerte entró en la vida la vida entrará en la muerte
—dijo.

Coda del poema, pero también romance de la vida y la muerte, del día y la noche; intercambios de los caballos blanco y negro y fraternidad del pan y del vino, sin punto final en ningún verso. La antítesis existencial ha sido poéticamente superada y el lector ya habrá comprobado que “Coda o romance” es otra rosa de la epopeya poética de su autor.

Concluyendo:

Contrapunto: “Recuerdo memorable / que vivirá mientras el árbol sagrado pueda florecer”.

Contrapunto: Una de las ramas que Horacio Castillo, un servidor de la Belleza, tomó del Árbol que Canta, y la plantó en el jardín universal de la Poesía.