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Philip Roth
Philip Roth.
El profesor del deseo, de Philip Roth

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Tener un libro de Philip Roth bajo el brazo es una garantía en estos tiempos, cuando la novela y los autores famosos, en su mayoría, se han ido acomodando a los facilismos y al poder de la Industria Editorial. Roth no ha claudicado en su carrera de ir en busca de sus obsesiones primarias, tendientes a desnudar la fragilidad existencial del hombre, de su conciencia y moralidad, al margen de la cosa mediática, al margen de la tendencia universal de la novela al best-seller, al kitsch, a la literatura de entretención.

Desde luego, se trata de una apuesta personal, como todo quehacer artístico, que le ha permitido penetrar la corteza de la sociedad norteamericana hasta niveles insospechados, mostrando los cambios radicales impuestos por las nuevas generaciones, a partir de su propia experiencia de joven norteamericano descendiente de una familia judía afincada en los Estados Unidos. Su larga carrera literaria, además, le ha permitido tomar distancia para recrear completamente la evolución o involución del siglo XX, y aun del XXI de la sociedad en que vive, tocando los temas universales del hombre de todos los tiempos. Sus novelas son una fuente inagotable de preguntas, preguntas que no hay en la novelística de entretención, y donde el lector no tiene nada que pensar, solo deglutir, tragar sin pensar.

Las novelas de Philip Roth, por el contrario, llevan al lector a pensar y repensar lo descrito, aun cuando éste —el lector— no quiera hacerlo, porque la narración, construida con la perfección de la pluma de Roth, permite alcanzar el grado de la reflexión. Podemos preguntarnos, y de hecho nos preguntamos: ¿dónde está la magia?, ¿dónde radica la diferencia? Las novelas de Roth son tanto o más entretenidas que las otras, pero trascienden el plano de la entretención toda vez que indagan los lugares más recónditos y complejos de la conciencia de sus personajes. La morosidad con que trabaja la auscultación de sus espíritus marca la gran diferencia. Roth, en sus novelas, termina haciendo psicoanálisis, no sólo hasta echar fuera los conflictos y demonios de sus personajes, sino hasta tratarlos como un psiquiatra.

Aquí, en las novelas de Roth, diría tal vez Michel Foucault, la literatura actúa como poder pastoral, en tanto recoge los problemas del hombre que ayer recogían las instituciones eclesiásticas en el confesionario. Pero es un hecho que la literatura de Roth, y la buena literatura en general, asume desde tiempos ignotos tales perspectivas, toda vez que penetra la conciencia humana y la recrea ante los ojos de lector para que pueda verse retratado en ella, cual espejo capaz de entregarle una imagen aproximada de sí mismo. Esa es la cuestión.

“El profesor del deseo”, de Philip RothSi ayer la novela imponía héroes y heroínas admirables que llevaban a soñar mejores mundos posibles, hoy nos remite al patetismo de nosotros mismos, en tanto conciencia, en tanto seres conscientes de una existencia enmarcada por las circunstancias, por la estructura, dirían los estructuralistas, y desde donde esa conciencia vocifera y clama por su libertad. Aunque sólo se trata de un clamor, de un malestar que no alcanza la acción, pero sí permite el descubrimiento y la penetración de la conciencia del individuo hasta profundidades antes impensadas, como ocurre con los personajes de Roth, quienes son capaces de verbalizar sus más recónditos pensamientos.

En El profesor del deseo estamos, por cierto, frente al narrador personaje prototipo de sus novelas. David Kepesh, a quien ya hemos conocido en otras narraciones. Es quien nos cuenta su situación, graficándola, proyectándola con las vivencias correspondientes. La novela comienza hablando de Kepesh cuando adolescente, y nos llevará hasta alcanzar la madurez del personaje. Un personaje que recorre un largo periplo de infortunios, la larga Odisea de todos los tiempos, tras salir del hogar y enfrentar al mundo, arrastrado por la veleta de los instintos más primarios, aquellos que brotan más naturalmente, y los que han sido, no obstante, reprimidos por la cultura, según Freud, haciendo del hombre moderno un neurótico, como efectivamente lo parece Kepesh, quien carga desde niño una conciencia culposa, abominando de sus ancestros judíos, en quienes ve las raíces de su malestar y de su falta de adaptación. Sin embargo, tras el moroso y acabado discurrir de la novela, comprobaremos poco a poco la necesidad y sentido de tales ataduras impuestas para sofocar los instintos, porque el hombre liberado a ellos —puede inferirse— tampoco consigue la ansiada felicidad, sino más bien la destrucción de sí mismo. La insatisfacción y el deseo no tienen límites, y están allí permanentemente recordando la esterilidad de la existencia y el trágico final de la misma, parece decir Roth en esta novela y en otras de su misma autoría.

David Kepesh, el protagonista, es un joven que ha nacido en un hogar bien constituido, amparado por las clásicas costumbres judías, aunque no del todo diferentes a las paganas. Sus padres son propietarios de un hotel de montaña, el Hungarian Royale, donde viven y trabajan bastante a gusto, y donde se cría David, admirando e imitando a los personajes que por allí pasan durante la temporada veraniega. Es un estudiante sobresaliente que consigue una beca Fullbright para ir a estudiar literatura a Londres. Allí conocerá a Elisabeth y a Birgitta, dos jóvenes con quienes convivirá en la más abierta promiscuidad, despertando en él, particularmente su relación con Birgitta, una necesidad insaciable de placer sexual.

La conciencia es deseo, y desea el deseo del otro, postula Hegel. Y aquí, esta idea genial planteada por el filósofo, y que ayer servía para ejemplificar la dialéctica del Amo y el Esclavo, podría servirnos ahora para clarificar el problema del deseo desatado en Kepesh, en tanto instinto insaciable y dominador del otro. Sólo manejable mediante el uso o imposición de la razón, de esa armadura, coraza o camisa de fuerza tendiente a inmovilizar los instintos impuesta por la cultura. Como, efectivamente, vemos que ocurre con el personaje en tanto avanza hacia la madurez, ayudado por consecutivas sesiones psicoanalíticas y los correspondientes antidepresivos para anular tales ansiedades, y disparan al individuo hacia otro horizontes, aunque, en su caso, no logre conseguirlo del todo.

El profesor Kepesh, no obstante, de regreso a su país y a su trabajo de profesor universitario, se casará con Helen por su belleza, siguiendo el derrotero insaciable de sus instintos. Una joven norteamericana que ha llevado una vida singular, huyendo de su hogar a los diecisiete años tras el amor de un millonario chino. Arrastrando, por cierto, un pasado incompatible con el matrimonio. El quiebre de esta relación traerá funestas consecuencias en la personalidad de Kepesh, quien caerá, una vez más, en horrendas depresiones y largas sesiones psicoanalíticas. Pero, andando el tiempo, conocerá a otra chica, esta vez a Claire, una joven profesora de su misma universidad, acaso tan dotada físicamente como la otra, pero bastante más cuerda, con quien termina por establecer nuevamente una relación amorosa de mayor peso. Aunque dudando en todo momento en la dificultad de sostener esa relación en el tiempo, por causa de aquel deseo sexual por siempre insatisfecho.

Ahora bien. En las novelas de Roth hay tópicos que se repiten, y se repiten hasta el cansancio. No obstante, el autor sigue insistiendo, todavía insatisfecho del desarrollo y presentación de los mismos. Este David Kepesh en nada se diferencia del protagonista del Animal moribundo, ni tampoco mucho, digamos, de El mal de Portnoy, donde la obsesión central se concentra en el deseo sexual del protagonista. Y, por cierto, cabe preguntarse por la insistencia de Roth en este asunto específico. David Kepesh, el protagonista, nace en un hogar, ya lo dijimos, bien constituido, donde sus padres realmente parecen seres ejemplares, sacados poco menos que de un pasaje bíblico. Por otro lado, el hijo, David Kepesh, mientras se cría bajo el alero de los padres, es siempre un hijo y un alumno sobresaliente. Y sin embargo, una vez que sale al mundo se vuelve un joven insatisfecho, desbordado por instintos sexuales insaciables y por la culpa que éstos mismos van generando en su conciencia.

Podemos preguntarnos qué quiere darnos a entender el autor con esta simbiosis del personaje, a quien es posible ver como un joven normal y tranquilo, acorde a su situación familiar, de pronto desconcertado ante el mundo desatado en su personalidad por los instintos. ¿Busca Roth de esta manera cuestionar la realidad de los jóvenes norteamericanos, perdidos en un libertinaje de exploración sexual nunca antes visto? ¿Busca dar a entender que una vez desatados los frenos de la libido las sociedades están perdidas? ¿Pretende graficar los problemas que surgen una vez abiertas las compuertas del placer? O, sencillamente, ¿está buscando retratar el mundo actual tan distinto al de su época?

En cualquier caso, cualquiera sea la respuesta, las novelas de Roth están marcando un hito. Y es cosa de ver en otros novelistas más jóvenes de su misma lengua sus más notables influencias.