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“Mujeres”, de Triunfo ArciniegasMujeres y otros ensalmos

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No me sorprendió para nada que Triunfo Arciniegas, tras trajinar con el cuento con un auténtico virtuosismo de todos conocido, y con la fotografía a través de un ojo que sabe poner la bala de su mirada al mismo tiempo que devela un momento de la vida, nos entregara un libro de poemas. ¡Y qué libro!

Tanto en el cuento como en sus fotografías, Triunfo tiene un punto de vista, un ángulo muy suyo en el que encuentra una materia poética, el coletazo del milagro que se esconde aún en los más anodinos asuntos.

Y bien, no otra cosa hace con sus poemas recogidos en Mujeres, su primer libro de poemas conocido y hoy presentado con entusiasmo. En él se pone de relieve que Arciniegas tiene una manera particular de ver el mundo y de atraparlo esta vez en palabras sencillas e inquietantes, más por su disposición que por su rareza, más por sus artes de domador del lenguaje que de exhibidor de vocablos exuberantes.

Por sus versos pasa la madre como ayudándole a limpiar en pequeñas ceremonias las altas noches del desvelo. O ve cómo huye en el lomo del tiempo la infancia, que deja milagros giratorios como un trompo. No hay truculencias, artes de embalsamador o tiranías de la realidad a las que no oponga su mirada serena. De tal manera puede unir lo más aéreo con lo más aterrizado, cielo y suelo, mito y cotidianidad. “El muchacho remienda / su par de alas / en el rincón de la cocina”, escribe en su poema “Muchacho con alas”, y es como si la aguja perdida de su madre fuera encontrada para remendar mañanas.

Nota del editor

De izquierda a derecha: Jaime Fernández Molano, Juan Manuel Roca y Triunfo Arciniegas

El reconocido narrador colombiano Triunfo Arciniegas incursiona en la poesía con Mujeres, libro que fuera presentado el pasado 1 de mayo en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá en un acto encabezado por el autor, el editor Jaime Fernández Molano y el poeta Juan Manuel Roca. De este último ofrecemos las palabras que pronunció en esa oportunidad, y tras ellas una muestra de la poesía de Arciniegas.

Me gusta de mi buen amigo Triunfo su manera de entender la poesía como una suerte de fisura abierta en la oscuridad del mundo, la forma como la convierte en una prótesis para andar por el país sin alardear de ser un hombre que no se quiere mudar del vecindario de la poesía. Que no cambia por nada la alegría de ser hombre entre los hombres.

A veces acude al expediente, como buen observador de la pintura, de realizar un óleo sobre tela en el que entrelaza el lenguaje entre luces y sombras. Entonces deja en el lector la sensación de que la palabra pinta, de que el verbo dibuja más allá de abstracciones y figuraciones un mundo digno de ser recordado.

Y lo hace de la mismísima manera como “con el lápiz del trompo / el niño escribe sobre el polvo / la historia de su vida”, esto es sabiendo tomar como lo hacen los niños terribles los juegos de la manera más seria y más transformadora posible.

Bello, conmovedor es su poema “Primer amor”, en el que entreabre la ventana de la niñez para transmitir, aun a quienes se hayan envilecido al punto de ser generales o banqueros, la vivacidad de los sentidos que se agolpan, como en una sinestesia, al contacto con la evocación de la primera persona amada.

Es esta una poesía de resonancias y de certezas en los usos del lenguaje: no hay trucos de embalsamador de palabras, de buhonero de voces y de giros gratuitos, lejos de ese artilugio tan en boga de insertar la imagen por la imagen.

Una muestra de lo anterior puede ser su bello poema “Muchacha”:

La reciente mujer descubre
su cuerpo
en la ilusión de los espejos.

Se desvanece
como piedra en el agua
su rostro de niña.

De sus dotes minimalistas, por algo es uno de los más certeros hacedores de cuentos breves, y de ello queda rastro en algunos de sus intensos poemas argumentales que a cada tanto aparecen en Mujeres, Triunfo Arciniegas nos entrega notables muestras que nos recuerdan que el poema tiene tratos secretos con el milagro.

Solo me resta desear, más por los lectores que por el propio Triunfo, que este libro tenga la divulgación que se merece.

 

Algunos poemas de Mujeres, de Triunfo Arciniegas

Ceremonias

Allí mi madre
teje con hilos de luz
la sangre de sus noches.

 

El abuelo

En su vejez
se lavaba los ojos
con agua de rosas.

Dormía la siesta
a la sombra de los duraznos
y nos hablaba de caballos
perdidos en la niebla,
de venados en el temblor del agua,
de una casa que ardió toda la noche.

“El tiempo pasa
como una bola de fuego”,
dijo una vez.

La sombra del ala
del sombrero en su rostro,
la lumbre del tabaco,
la paloma de su mano en mi hombro.

De un golpe seco,
en la nuca,
mandaba al otro mundo los conejos.

Ajo en ayunas
y una silla en el patio,
secretos del viejo.

Para mi cumpleaños
abrió el baúl, su mundo,
y escogió algo que por la forma
de sostenerlo
entendí que le era muy querido,
un trompo de colores
que aún conservo.

 

Padre

Esta noche, de regreso,
cuando mamá nos sigue
con pasos de sueño,
él me lleva en sus brazos
y su quijada toca las estrellas.

 

Árbol

El viejo árbol sigue ahí.

Ahí estaba,
a la orilla del camino
de niebla,
la primera vez que mi padre
me llevó a las tierras altas.

Niñas traviesas descolgaron
de sus ramas heridas
nidos tibios, y las hojas
cayeron como regueros de estrellas.
Unas se pudrieron alrededor del tronco,
otras alcanzaron el polvo de los caminos.

Enamorados tatuaron
en su piel fechas,
nombres, corazones sangrantes.

Viajeros silenciosos
bebieron de su sombra
y descifraron páginas volteadas
por los dedos del viento.

He vuelto
de otros aires,
del frenesí de la vorágine,
y el árbol sigue ahí.

Y ahí seguirá
cuando mis huesos se confundan
con la tierra hambrienta
y la memoria de los besos.

 

Algunas cosas

En otro país
ese hombre duro
que fue mi abuelo
se pudre en la miseria
de sus últimos años.
Mi madre
va y viene
como ángel maltratado,
como una copa
que todos beben.
De lejos, ha llegado
mi hermana, delgada y pálida,
aún bella, con el mismo vestido
de las desgracias y otro hijo.
De mi padre nadie sabe.
No vino anoche a casa,
no olí su orina de borracho.
Alguien habla de otra mujer.

 

Verónica

Era niña
en la hierba.

Mi mano estirada
hacia el cielo
apagaba
y encendía
la lámpara del sol.

Es mujer
y otra cara
entretiene sus dedos.

 

Muchacho con alas

El muchacho remienda
su par de alas
en el rincón de la cocina.
Atormentado por niñas de ojos grandes
que descienden del cielo con jirones de nube,
se hiere la yema de los dedos,
se lame al descuido.

Despavoridas, se revuelcan
las niñas
en la hierba mojada.

El muchacho remienda sus alas
con la antigua
aguja de su madre,
cuyo ojo en el retrato
de la pared alguien cambió
por una mariposa.

Carne de durazno jamás mordida,
huesos de espuma,
manos lánguidas
para atrapar fantasmas.
De la ventana salta y cae,
despacio,
en un reguero de plumas.

Abandona en la tierra
los anteojos pisoteados.
Vuelve herido, maldiciendo
esa dura costumbre de estar vivo.

Su vegetal saliva
remienda la larguísima
herida que el pañuelo escarba.

En la sucia paloma de trapo
mapas, rostros, señales
que se niega a entender.
Así sus días, así sus noches.

 

Óleo sobre tela

Los hermanos se abrazan
y no se dicen nada.
La madre duerme.
La lumbre al fondo,
sobre una mesita despintada,
está por apagarse.

 

Escritura

Y si curo esta herida
Que me mata
De qué voy a vivir

 

Abismo

Este camino termina al borde del abismo.
Hasta los gritos se extravían en sus orillas.
No hay nada, salvo la niebla
y los lobos de la muerte.

Abren sus brazos al vacío
ladrones acosados por fantasmas,
niñas confundidas, viejos
atormentados, locos, ebrios,
viudos agujereados por la melancolía.

De cuando en cuando
cierran el camino
y clavan letreros de advertencia.

Pero la lluvia
desvanece los mensajes
y el camino se abre solo.
Vuelven a pasar,
heridos, malheridos, desangrándose,
los que van a ninguna parte:
mujeres enredadas en sus propios cabellos,
hombres desfigurados por ceniza y sombra.

Una vez recorrí ese camino
y contemplé los lobos de la muerte,
retorciéndose como gusanos en la niebla.

No puedo precisar
cuánto tiempo
permanecí al borde del abismo.
Me quedé allí
hasta que ya no tuve ganas
de saltar
y regresé.