Artículos y reportajes
Carlos García Miranda
El escritor peruano Carlos García Miranda en la tumba de César Vallejo, en París.
Donde estuvo Carlos García

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Caminos amplios, inimaginables, tiene la muerte, aquella parte nuestra que, cuando llega, rompe el reloj y la esperanza. Ha muerto un escritor. Ha muerto Carlos García Miranda, un amigo-paisano cuyos últimos años habían sido salmantinos, pues aquí terminaba su tesis doctoral en la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca, un centro del que también forma parte su ahora viuda, María Koutentaki, lectora de griego, quien pronto estará de vuelta al edificio de la Plaza de Anaya, radicalmente abatida, seccionada por el desgarro que le acarreó esta inesperada muerte a mitad de mayo.

No suelo escribir sobre aquellos seres que me van adelantando en la partida. No lo hago aunque los admire. Hace pocos días, el 13 de mayo, falleció el grande poeta argentino, Mario Trejo, uno de los más notables y desconocidos de la lírica hispanoamericana. Me llamaba de vez en cuando, desde Rosario. Yo le decía cuánto lo apreciaba desde su paso por uno de los encuentros de Poetas Iberoamericanos que organiza el Ayuntamiento de Salamanca. Medio ciego, su oído escuchaba perfectamente, como su atronadora voz. Me dolió su muerte, pero enmudecí mi pena.

Ahora estoy pensando en el peso de las tumbas y en la muerte de Carlos García Miranda. Ahora sí necesito dejar constancia pública de su paso por Salamanca: no sea que suceda como nuestro admirado César Vallejo, quien pisó estas calles en tiempos fríos y decadentes, estancia que sólo consta en un par de cartas que el poeta dirigió a otro paisano amparador.

Recuerdo una de las primeras veces que compartimos café y charla. Antes nos habíamos saludado en algún acto celebrado en Filología, además de cruzarnos algunos mensajes por correo. Ya afianzada la amistad, el 16 de julio del año pasado me entregó su libro Utopía negra, un conjunto de ensayos sobre la narrativa negrista de Gálvez Ronceros, y cuya dedicatoria termina así: “...en Salamanca, donde una vez estuvo Vallejo”. Entonces me contaba, con pasión, que su deseo era escribir una novela cuyos personajes centrales serían Unamuno y Vallejo. No estaba descaminado, pues en una de las misivas que el peruano escribió desde aquí, anota que ya había entregado la misiva que traía para el yerno de Unamuno. No sabemos si llegaron a conocerse, pero le alenté, pues la novela sería verosímil en tiempo, espacio y personajes.

No conozco si tuvo tiempo de pergeñar siquiera estas ideas. Su investigación doctoral lo mantenía enfrascado en libros históricos: varias veces lo encontré en la Biblioteca de Filología, sacando fotocopias, pues estaba terminando un ensayo sobre el tratado de religión andina escrito por Polo de Ondegardo, además de los atractivos trabajos que venía publicando sobre las crónicas y pinturas de Guamán Poma de Ayala.

El martes 16 de mayo, a las siete de la mañana, había muerto este doctorando de la Universidad de Salamanca, este prestigioso profesor de la Universidad de San Marcos de Lima; este narrador premiado y publicado —ahí están los libros Cuarto desnudo (1996) y Las puertas (2002)—; este ensayista y crítico de fina agudeza y certera aproximación a lo abordado.

Estos dos últimos meses, desbordado por muchas peticiones de prólogos y artículos, había descuidado de escribirle. No sabía que estaba en Lima. El último correo suyo que conservo lo envió el viernes 23 de marzo de este año: “Hola Alfredo: Muy buena entrevista, me gustó. La voy a reenviar a María y compartir en Facebook”.

Me quedo con su letra impresa, dedicándome una antología de relatos publicada en Madrid y donde habían incluido un cuento suyo: “Con amistad y cariño, en un café de Salamanca”. María y Jacqueline charlaban entre sí, yo le regalaba un libro de Chejov.

Era el 20 de diciembre pasado. Era en Salamanca, donde estuvo, desde 2006, Carlos García Miranda.