Artículos y reportajes

“Pagar para ver”, de Frank Correa Romero

Guantánamo, 1963. Escritor, poeta y periodista independiente. Autor de la novela Pagar para ver (Latin Heritage Foundation, 2011). Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y del Club de Escritores Independientes.

Pagar para ver, y la sucia realidad escurridiza de Frank Correa

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En los últimos años ha surgido en Cuba un estilo de narración que encaja dentro de un subgénero novelístico apodado (por Bill Buford en 1983) el realismo sucio. Me refiero a las novelas detectivescas de Leonardo Padura y las erótico-violentas de Pedro Juan Gutiérrez, entre otras. Como cada etiqueta, ésta no pretende precisar con exactitud, sino indicar una tendencia entre muchas de la evolución sempiterna de la novela. Su utilidad como término se puede comprobar cotejando las obras que discutimos con otras que suelen ser incluidas bajo el lema antitético del realismo mágico.

“¿Qué es la historia de América toda”, preguntó Carpentier, “sino una crónica de lo real-maravilloso?” (su propio término por el realismo mágico). Desde su principio el realismo mágico intentó captar la maravilla esencial de la realidad latinoamericana, desde las apoteosis mítico-humorísticas de Mackandal y Ti Noel de Carpentier, hasta las genealogías y catástrofes bíblicas traspuestas a una aldea colombiana por García Márquez.

El tratamiento del erotismo, por ejemplo, puede servir de piedra de toque para comprobar la utilidad de los términos. En Cien años de soledad la deseada sube hasta las nubes como para eludir contacto con lo material. En El amor en los tiempos del cólera el coito se hace casi con monotonía, mientras el amor trascendental espera una eternidad para realizarse. Aun en el realismo mágico de Reinaldo Arenas se ve la posibilidad de la magia a pesar de la realidad sucia de su entorno. El erotismo de Antes que anochezca se realiza en los lugares más sucios y menos maravillosos —en el parque, en la playa, en el tren—, pero este erotismo es expresión de la insuprimible creatividad del escritor reprimido, y es la interminable ingenuidad del escritor-vidente la que mantiene vigente esta visión real-mágica.

Al contrario, el mundo de Padura y Gutiérrez imposibilita una visión mágica o maravillosa. Este mundo ha cambiado, y con él, el punto de vista del escritor-vidente.

Como el dios de Nietzsche, la magia está muerta y con ella el realismo mágico. La voz ya pertenece a los marginados de la metrópolis y a una generación perdida de escritores. Ha intervenido el Período Especial en Cuba, y la visión real-sucia del escritor posibilita una crítica de esta realidad, pero sin ofender las sensibilidades políticas.

En el caso de Padura, su detective puede revelar la corrupción de la burocracia y la homofobia de una sociedad machista, e insinuar cierta inquietud por las secuelas de la intervención cubana en Angola, sin herir los sentimientos oficiales. Esto porque el régimen mismo ha repudiado su anterior persecución del homosexualismo, y persigue enérgicamente a burócratas corruptos; y en cuanto a la guerra angolana, asunto intocable y objeto de dos películas recientes, Padura aborda el tema por medio del personaje de un inválido de guerra, amigo del detective, cuya imagen de héroe desvalido y obeso desplomado en su silla de ruedas, en contraste con su anterior forma atlética de deportista, sirve de acusación elocuente pero intachable. De esta manera Padura sugiere molestias en la sociedad actual cubana, y al mismo tiempo sirve de agente reconciliador entre un pueblo que sufre bajo dificultades económicas y sociales, y un gobierno que aún disfruta de reservas de complacencia popular. La molestia, sin embargo, continúa, y con ella la suciedad del entorno, y la frustración del individuo metaforizada por los amargos placeres secretos de que disfruta el detective al masturbarse.

He aquí uno de los componentes del realismo sucio: el erotismo reducido a la expresión del hastío, la nausée de una vida en la metrópolis podrida y destartalada, con una plomería que no funciona, el desempleo, la búsqueda cotidiana de la comida, en una frase: el Período Especial.

El mundo encontrado y recreado por Gutiérrez es aun más deprimente: el coito para pasar el tiempo, nada más; el coito anal por preferencia, con uso del canal alimentario como para destacar la doble frustración de las necesidades emocional y alimenticia. Por falta de una plomería funcional, el excremento es envuelto en periódicos y echado a la azotea del edificio de al lado. Deterioro en el respeto hacia el vecino por pura necesidad de seguir viviendo, rechazo del sentimiento, casi de la humanidad. Sin embargo existe cierta sensibilidad en algunas de las relaciones más íntimas, un fuerte orgullo de ser cubano a pesar de todo, y un estilo depurado y brutal que hace transcurrir las páginas con un placer que solo se encuentra en la buena literatura.

Y ahora llega otro escritor que pinte lo oscuro y sucio de la vida en la metrópolis degradada y degradante: Frank Correa, con su primera novela Pagar para ver (Latin Heritage Foundation, Washington, 2011).

Como ya queda dicho, las etiquetas no deben usarse para limitar o estereotipar, sino para indicar tendencias generales. Estoy empleando la del realismo sucio en el sentido dado por Wikipedia, según el cual “se caracteriza por su tendencia a la sobriedad, la precisión y una parquedad extrema en el uso de las palabras en todo lo que se refiera a descripción. Los objetos, los personajes, las situaciones deben hallarse caracterizados de la manera más concisa y superficial posible. El uso del adverbio y la adjetivación quedan reducidos al mínimo, dado que estos autores prefieren que sea el contexto el que sugiera el sentido profundo de la obra. En cuanto a los personajes típicos, se tiende a retratar seres vulgares y corrientes que llevan vidas convencionales”.

Según esta acepción, las obras de Padura, Gutiérrez y Correa responden a una misma visión de un entorno inadmisible, cuyo rechazo es expresado por un estilo aparentemente parco y sencillo, pero en verdad moldeado perfectamente a la necesidad de ese entorno. Pero a pesar de una similitud estilística, poco tiene que ver la novela de Correa con la trama lógico-lineal de las detectivescas de Padura; tampoco tiene la violencia y cinismo de Gutiérrez.

La trama de Pagar para ver vaga divertida y ociosamente, para volver de vez en cuando a la pista y oportunamente reanudar el cuento. Lleva motivos a lo largo del camino que dan matices de una nostalgia repetida e inagarrable. Siempre el lector se siente en un mundo real, si bien ilógico y frustrante; y la trama, si bien es variada y episódica como una serie de cuentos con un mismo protagonista, tiene la unidad de una novela bien moldeada. Y uno de sus momentos más destacados es un cuento de fantasmas, con cimientos bien echados por anticipado y magníficamente integrado en la trama, como para comprobar que Frank Correa también sabe contar una historia entretenidísima de manera tradicional.

Su estilo es depurado y a veces brutal: la deuda a Hemingway (“nuestro único premio Nobel”, dicen socarronamente los escritores cubanos), ha dejado su marca; pero carece de la altivez y rencor violentos del autor de Animal tropical. Más bien tiene cierto lirismo en la parquedad de su vocablo que a veces estalla momentáneamente en un barroquismo enigmático. A veces éste puede decaer a la aporía, pero en sus mejores momentos el choque de estilos ofrece una variedad atrayente.

Cuenta la historia de un escritor que aspira al reconocimiento público, de su lucha para poner comida en la mesa, y de su viaje, con su pareja, desde La Habana a Guantánamo (en el este de la isla), que toma la dimensión de una odisea penosa, para visitar a familiares. Al principio el protagonista se nos presenta como héroe de la guerra angolana quien, al licenciarse, sufre el abandono de una burocracia indiferente al individuo bajo el Período Especial. Después de un liderazgo ejemplar como militar, y luego como consejero durante un breve encarcelamiento, el protagonista se deteriora hasta el punto de llegar a ser ese espécimen de vividor que intenta ganarse la vida acosando a los turistas, que en Cuba se llama jinetero.

Tengo que confesar que encontré algunas partes del relato, especialmente en los primeros capítulos, poco convincentes por falta de visión crítica en el autor hacia su protagonista. Primero, no logra convencerme cómo o por qué el protagonista sufre este deterioro. Y la falta de crítica hacia su protagonista (y claro que cualquier crítica tiene que ser implícita en una obra de ficción) pone de manifiesto cierta ceguera en el escritor. Es una trampa en que se arriesga a caer, más que otro, el escritor que intenta hacer un relato en tercera persona que sea en parte autobiográfico. La falta de autocrítica en el protagonista-narrador de Gutiérrez es bien otra cosa, marca de su brutalidad sociopática. La narración en primera persona hace aceptable esta falta de autocrítica por posibilitar la creación de un narrador poco fiable, como en la novela picaresca. Pero un relato en tercera persona tiene que alumbrar flaquezas en el carácter del protagonista si quiere evitar la ingenuidad de la hagiografía. Y hay veces cuando esta ceguera me enojó en la novela de Correa, como cuando el protagonista echa basura al mar, o cuando su pareja molesta a otro viajante al fumar en la guagua a Guantánamo y se justifica diciendo que tiene el derecho de fumar porque ha pagado cien pesos por el billete (como si el otro viajante no haya pagado, ni tuviera derecho a respirar). Estos actos chocaron contra la sensibilidad de este lector por lo menos, porque parecen negligencias del escritor mismo, y no de su personaje ficcional. Quizá estas sensibilidades se consideren extranjeras en el contexto cubano donde, por ejemplo, el Malecón y algunas playas parecen servir lastimosamente de basurero a los habaneros, pero el escritor hoy día tiene la responsabilidad de ser cosmopolita. No es una responsabilidad ética sino artística, y el escritor logrado sabe marcar una crítica implícita por medio de un sutil distanciamiento narrativo entre narrador y personaje. Y si hace caso omiso de las sensibilidades de los demás (como hace Gutiérrez) tiene que hacerlo a sabiendas y sin empacho, y no como por pura ignorancia.

Pero estos defectos desaparecen durante el transcurso de la novela, y ésta termina por representar una contribución bien lograda al quehacer del escritor de captar ese escurridizo ente que es la realidad. Uno de los motivos que se presentan a lo largo de esta historia es la frustración del protagonista en sus intentos de encontrar un título para su libro, otro es su búsqueda fallida de una creencia religiosa, los dos sirviendo de metonimia por la incapacidad del individuo para dar sentido adecuado a la vida. Para el lector interesado por la nueva vertiente de la literatura cubana que ha surgido en los últimos años, la lectura de esta novela de Frank Correa es imprescindible.

La metrópolis habanera ha servido de campo de batalla para la lucha existencial de Frank Correa. La prueba de si ha acertado literariamente residirá en si se reconoce en este entorno muy particular de Cuba en medio de su Período Especial una metonimia del mundo en que vive cada lector. Para mí, su éxito ha sido contundente.