Entrevistas
Siomara España Muñoz
“Solo el trabajo es voz y norte, catapulta o destierro”

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Siomara España Muñoz

Siomara España Muñoz (Ecuador, 1976) es licenciada en literatura y español, así como poeta, crítica y catedrática de arte y literatura. Ganadora del Primer Premio de Poesía de los Juegos Florales de la Casa de la Cultura de Ambato (2012) y del Primer Premio de Poesía Universitaria de la Universidad de Guayaquil (2008), y finalista del Concurso de Cuentos “Jorge Luis Borges”, de Argentina (2008). Ha publicado los poemarios Concupiscencia (El Ángel Editores, Quito, 2007), Alivio demente (Editorial Alpamanda, Quito, 2008) y De cara al fuego (El Ángel Editores, Quito, 2011). Asimismo, ha sido incluida en Antología del humor (Alianza Francesa de Guayaquil, 2008), Antología poética Ileana Espinel (Casa de la Cultura Núcleo del Guayas, 2008), La mujer rota (Literalia Editores, México, 2008), Caja de música sin bailarina incluida (antología binacional; Consulado del Perú, 2009), Antology of Ecuadorian Poetry “Tapestry of the Sun” (antología poética en inglés; Coimbra Editions, Estados Unidos, 2009), Fronteras imaginarias (6ª antología binacional Ecuador-Perú, 2009), antología Arquitectos del alba (Casa del Poeta Peruano, Perú, 2009), 13 poetas ecuatorianos (Editorial Punto de Partida, Universidad Nacional Autónoma de México, Unam; México 2010), Podemos mentirle al placer: 15 poetas ecuatorianos (Regia Cartonera, México, 2010), antología poética Poesía en Paralelo 0 (2010), antología poética Imaginarios 2011 (Embajada de Francia y El Quirófano Editores), Antología de la poesía ecuatoriana contemporánea de César Dávila Andrade a nuestros días (selección e investigación de Javier Oquendo T.; México, 2011), antología Cajita de música, España y América del siglo XXI (Editores de Poesía, Madrid, 2011), antología Palabras para abrir un mundo (Editorial Mar Abierto, 2011), Séparer le Blanc de la Lumiére (antología en francés, 2012), De la ligereza a la velocidad que también es perfume (antología de seis poetas ecuatorianos, 2012) y Cuatro poetas contemporáneos, Poetry Wales, New Poetry From Latin America, 4 poetas latinoamericanos (Wendy Guerra, Andrés Neuman, Siomara España y Jorge Fondebrider), estudio y traducciones del poeta gales Richard Gwyn. Consta en varias ediciones cartoneras de Latinoamérica. Ha participado en encuentros literarios y ferias de libro en Ecuador, Cuba y México. Parte de su obra está traducida al inglés y al francés. Dirige la revista-blog Re-Verso, El Otro Lado de la Palabra y es editora cultural del periódico El Emigrante (de distribución en Europa). Correo electrónico: siomaraespanamunoz@hotmail.com.

—Siomara, vamos al principio, ¿cómo nace tu poesía? ¿Cuándo te vinculas con la literatura y por qué?

—Siempre he dicho que la infancia puso el sello de la poesía en mí, desde el vientre materno los pasillos se hacían eco en las entrañas; ahí estaban Silva, Borja, Egas, Noboa, Paredes Herrera, el resto fue descubrirse, inventar, encontrar la voz, ese llamado ineludible por el que se transita, y se vincula con diferentes espacios que van apareciendo hasta posesionarse de lleno, de golpe entre el espíritu, la memoria y las manos sobre el papel en blanco.

—¿Qué poetas son tus referentes o cuáles son tus autores de cabecera?

—No he podido leer tanto como quisiera, adoro leer, sobre todo en esta época leer y releer muchísima poesía, me entrego por entero a nuevas vertientes, a desconocidas o asentadas voces, cada vez se abren nuevas visiones, el universo imprescindible de la poesía, sigo amando a García Lorca como el primer día del encuentro con su Romancero, pero aparecen siempre ante el asombro de los ojos voces necesarias, estremecedoras como las de Paul Celan, Dylan Thomas, o los poemas de la austriaca Ingeborg Bachmann, y en medio de éstos asoma siempre Whitman, oh Whitman, Whitman, recurro siempre a Whitman, como lo haría con su maestro el pequeño saltamontes, vuelvo a Lezama, a Cavafis, a Vallejo, a Lope, a Góngora, no tengo autores de cabecera, me es imposible tenerlos, sigo amando la poesía de Gangotena, redescubriéndola, pienso en Ajmátova, Guillén, Huidobro, Pizarnik, Sabines o Girondo, la lista sería interminable.

—Has publicado varios poemarios que han tenido buena acogida por la crítica y los lectores, ¿qué me puedes decir sobre tu propia literatura?

—Sin caer en la falsedad de la modestia, escaso es lo que se pueda decir de uno mismo, debe hablar el trabajo, en mí, absolutamente honesto, comprometido, con el total respeto a la palabra, aunque sigo creyendo y cayendo entre la curiosidad y el asombro ante el libre y lúcido fluir de la conciencia. Me desmorono en las noches de insomnio, y en ocasiones salen los completos versos de un poema, en esta época soy bastante autocrítica, elimino mucho de lo que escribo, antes atesoraba todo, ahora la papelera de reciclaje y las pequeñas agendas en las que escribo están llenas de poemas que se perderán en el tiempo.

—Acabas de ganar el Premio Nacional de Poesía Juegos Florales de Tungurahua 2012, ¿qué me puedes decir de este nuevo libro tuyo todavía inédito?

—Con este libro me pasó algo muy curioso, porque lo hice de un tirón, en una sola noche escuchando la quinta sinfonía de Mahler estando absolutamente conmovida, era la primera vez que lo escuchaba, empecé a escribir sin pausa, con una prisa atropellante, esa que te impone la conciencia, que es más rápida que la pluma, la conciencia vuela, y las palabras se van como empujando en el papel, la mano es lenta, desesperante, pero no paré hasta que la pequeña agenda quedó sin más espacios, amanecía ya, luego fue dormir dos horas, volar al otro oficio, el de salario, y regresar corriendo hasta la máquina, traspasar, depurar, trabajar, armar por largos días lo que de un tirón se hizo. Construcción de los sombreros encarnados: música para una muerte inversa es el título de este poemario, y es de principio a fin una recreación poética de la más célebre obra de Thomas Mann, siempre desde mi particular visión de personajes envueltos por la flama de la pasión, la belleza, el silencio, los símbolos de la exaltación prohibida, con la exquisita música de Gustav Mahler como fondo ante una ciudad que se derrumba.

—¿Qué opinión tienes sobre nuestro pequeño mundillo literario? ¿Sobre todo de los clásicos egos, vanidades y luchas por territorios, tan comunes para todos?

—Que hay mucha fanfarria y pocos músicos, hace poco alguien me decía que Ecuador es un país de poetas, lo he venido leyendo y confirmando en las antologías, y continuaba diciendo que todos los ecuatorianos deberían ser considerados poetas hasta que no se demuestre lo contrario; estoy de acuerdo con la imagen, pero por supuesto debemos también considerar que hay buenos y malos poetas, así como hay buenos y malos médicos, arquitectos, gasfiteros. Hay que empezar a sopesar, a depurar las antologías, que son necesarias en cuanto a evidenciar, pero son también hervideros de gustos y revanchas, a esto hay que sumarle la escasez de editoriales que se tomen en serio su labor de tales. En cuanto a los escenarios fragmentados, no me han quitado ni levemente el sueño (el insomnio es siempre la escritura y las aberraciones —risas—), solo el trabajo es voz y norte, catapulta o destierro.

—¿Qué piensas de la joven poesía ecuatoriana actual? Si tuvieras que hacer un mapa, para ubicarlos y leerlos, ¿cuál sería?

—En el Ecuador no hay más de una docena de jóvenes con voz y presencia importante. Ellos connotan un compromiso serio con el oficio de la escritura, un grupo de poetas de diferentes tendencias y ciudades que evidencian una contundente voz, poéticas que van siendo aplaudidas más en los circuitos poéticos internacionales que en los locales inclusive, a este grupo pertenecen poetas nacidos todos, a partir de la década del 70, una generación a la que yo denomino “generación anafórica” —en su mayoría—, una vertiente que, según mi percepción, se viene desarrollando en Latinoamérica a pasos agigantados, estos poetas anafóricos se mueven, se reconocen, caminan con una obra sólida dentro de los circuitos de ferias de libro y encuentros importantes, lo que avizora una buena salud para la poesía ecuatoriana en particular y latinoamericana en general. Este mapa, de intima visión, pero sustentado en la cabal lectura de la poesía joven ecuatoriana, lo conformarían Xavier Oquendo Troncoso, Aleyda Quevedo Rojas, Augusto Rodríguez, Pedro Gil, Ernesto Carrión, Luis Alberto Bravo, Juan Secaira, César Eduardo Carrión, María de los Ángeles Martínez; todos ellos han legitimado una auténtica voz, constan en variadas antologías extranjeras, casi todos han sido publicados fuera del Ecuador, están siendo frecuentemente invitados a eventos y ferias literarias internacionales y su obra consta en traducciones importantes.

—Si tuvieras que dar un consejo a alguien que recién empieza a escribir y que desea escribir sobre todo poesía hoy en día, ¿qué le dirías?

—Me da terror creer que tengo la autoridad suficiente para orientar a alguien por este transitar de la poesía, tampoco quisiera que mis palabras sean tomadas como una especie de sentencia, que acarree la deserción de quien empieza, sobre todo porque no creo ser buen ejemplo ya que el “miedo escénico”, la escena literaria, me causaba tal espanto que no me creía preparada para publicar, y estuve diez años en la disyuntiva. Sin embargo, si sirve de algo, mi orientación sería aquella de la lectura, leer todo lo que pueda, lo que caiga en sus manos, lo más variado o divergente, que sean curiosos, inquietos, pero junto a esa búsqueda, el ejercicio de la escritura permanente y la publicación, los primeros libros siempre serán los del intento, salvo especialísimos casos, continuar la búsqueda, la experiencia de la degustación de la poesía, mientras más se lee, más conciencia, más deseo, más compromiso se tiene.

—¿Actualmente en qué proyectos literarios estás?

—He tenido un obligado mes sabático y quiero devorar y pagar las lecturas pendientes, esas postergadas que me interesan, porque el correr es permanente, los proyectos van desde la consecución de un nuevo poemario, el trabajo y corrección de dos anteriores, cuentos a medio talle, generosas invitaciones a encuentros literarios que debo atender y un par de estudios prologales, entre ellos uno especialísimo, como el de la tempranamente desaparecida poeta, Dina Bellrham, cuyo libro póstumo, Je Suis Malade, es un cumulo de estremecedora poesía.

 

Confesión

Que no se diga jamás se lo intentó
que no rodé por el camino
que no tropecé y caí mientras dormía.

Que no se diga locura transitoria para decir amor
sexo para pasión, furia para celo y a la distancia olvido.

Que no se diga aquí no se fraguó el fuego
el delito consumado sábanas mojadas,
mentiras escabrosas lucidez y miedo.

Que no se diga de esta agua no bebí
en esta tierra no viví
en esta cama no soplaron huracanes y volaron como cartas los espejos.

Que no se superlativice el beso
y no se conjugue el verbo amar
y que se diga beso en la exacta dimensión de la palabra.

Que se fusione cada sílaba en su acento
como un cuento interminable
como un desplegar de leves alas.

Que cada consonante caiga ante el deseo de las palabras
sea grave el sonido en los abrazos
y leves los fonemas con su luz difuminada

Que no se diga siempre equivocada estaba
que no se diga su cuerpo acurrucó contra su espalda
que no arrancó gemidos de su boca
que no luchó contra su pecho
que no mintió
que no digirió
una a una sus palabras.

Que no se diga probó de mil venenos
que no se diga atroz para decir ternura
y no se diga jamás tormenta y fuego
y entre fuego besos
y entre besos celo.
Porque fui nieve y serpiente mujer y viento
y después de viento arado
y después de arado tierra y su simiente.

Que no se diga nunca
se fue sin intentarlo
porque caí mil veces
ante el hondo transitar de las palabras.

 

Él y yo

Éramos tan perfectamente inalterables
tan inevitablemente honestos uno a uno
tan humanamente inseparables
que era como si nos hubieran modelado con el mismo barro.

Éramos tan luminosamente estrictos
que amábamos los mismos gestos
los mismos iconos
y la absoluta perfección de la tallada piedra.

Éramos tan paradójicamente exactos
que se gastaban nuestras lenguas al filo de las madrugadas
hablando de los mismos dioses y discursos
que si Copérnico, Fidel, la metafísica
y nos amábamos sin señas
sin santos o blandones.

Éramos tan copiosamente imberbes
que gozábamos los mismos desatinos
y a la hora del encuentro
conocíamos el exacto rincón de las caricias
y el punto G
de lo que eleva, ante el gozo del éxtasis humano.

Sabíamos de todo contra todos
y discutíamos espalda contra espalda
como endemoniados disidentes
ubicando la postura necesaria para ganar las guerras
siempre juntos
siempre uno
siempre aliados codo a codo
en la cubierta del hogar y sus marismas.

Éramos tan cercanos y perfectos
que abreviamos un detalle...
amarnos
en las mismas diferencias.

 

Mujeres

“Si no saben volar
¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!”.

Oliverio Girondo

Me gustan las mujeres... ¡y qué!
las que gritan se explayan vociferan
las que ahogan con su instinto,
aquellas perspicaces penetrantes y profundas
las que ríen y se ríen
que se arrancan hasta el alma
aquellas que subyugan,
me subyugan.

Me gustan las mujeres enjundiosas
las terribles, catastróficas
la que me enseñó el amor
en la cama de su histeria
y me enseñó a amar el amor de indecisiones.

La que parió incesante en cada parto las nostalgias
y me dio seis compañeras como espadas.

Me gustan las mujeres,
las que acosan, que me acosan y sublevan
las que llaman
las que lloran
las que cogen sin descanso
que recogen
que seducen
que se elevan
las que parten y reparten con su aroma las señales
y me besan
y me estrujan
y se callan
y me callan con un beso.

Me gustan las mujeres cibernéticas
sin sonrisas de portadas
sin voces de miel o edulcorante
sin pestañas de gatita o silicona.

Me gustan las mujeres
no de arroz, de azucena o chocolate,
me gustan las neuróticas menopáusicas cinéticas
que me endulzan y envenenan
que me odian y acarician
que me abren sus alitas matinales
o me clavan en la noche más tremenda
su puñal
de amapola y de cerezo.