Entrevistas
Ana María RibeiroCon la profesora Ana María Ribeiro
La historia “no son cosas almidonadas, resecas”, sino seres vivos con pasiones

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La profesora Ana María Ribeiro instó a “darle carnadura” a la historia para trasmitirla a las nuevas generaciones. Reflexionando sobre el proceso emancipador de Uruguay, la profesora Ribeiro dialogó con Letralia sobre la película Artigas, la redota, filme de César Charlone en el cual participó asesorando históricamente, entre otros aspectos; y sobre cómo trasmitir los acontecimientos históricos a las nuevas generaciones. “Hablando de personas” sujetos a pasiones “como ellos que están ahora en el presente”.

—¿Cómo trasmitir esos hechos históricos, los ocurridos en el proceso independentista, siendo que se refieren a culturas tan diferentes?

—Sí, muy diferentes. Alguien dijo que el pasado es un país extraño, es como ir al extranjero. A veces cuesta mucho entender los códigos. Por eso creo que es pertinente que los historiadores divulguen lo que creemos saber. Si fuera fácil ir al pasado cualquiera podría hacerlo. Cuando la gente requiere que los historiadores, que los estudiosos expliquen lo que saben, creo que lo que están pidiendo es precisamente eso: usted que fue al extranjero, que es el pasado, cuéntenos cómo es.

—Le preguntaba en su carácter de profesora. ¿Cómo trasmitirlo a las nuevas generaciones?, que tiene un lenguaje y unos códigos totalmente diferentes a aquella sociedad de los siglos anteriores.

Perfil

Ana María Ribeiro

La profesora Ana María Ribeiro nació en Montevideo en 1955. Sus investigaciones han sido recogidas en diferentes publicaciones. Además es autora de varios libros. Alguno de ellos son Historia e historiadores nacionales (1940-1990), Del ensayo sociológico a la historia de las mentalidades (1991); Historiografía nacional (1880-1940), De la épica al ensayo sociológico (1994); Montevideo, la malbienquerida (1997); Lanzas en el umbral de la democracia (Revolución de 1897) (1998); Los tiempos de Artigas (1999); 200 cartas y papeles de los tiempos de Artigas (2000); El caudillo y el dictador (2003); Invasiones inglesas. Crónicas anónimas de dos ingleses sobre Monte Video y Buenos Ayres (2006), e Historias sin importancia (10 historias regionales) (2007).

—Yo tengo una trampita que hasta ahora me ha dado resultado. El día que deje de darme resultado me jubilo y ya está. Creo que a cualquiera el pasado le interesa si uno logra trasmitirle una sola cosa básica, y es que le está hablando de personas que en su momento estuvieron tan vivas como ellos están ahora en el presente. Si usted logra darle carnadura a un personaje o a una situación, a un drama de esos eternos, el amor, la vida la muerte, el hambre, el frío, la tragedia, el heroísmo; entonces cuando ellos entienden que no son cosas almidonadas, resecas, que no se está hablando de abstracciones, en general da resultado. Una vez unos amigos de mis hijas estaban estudiando en casa y se quejaban que era historia, y que era terrible. Alguien me dijo: por favor, sos profesora de historia, ayudanos un poco. Me senté a ver los apuntes que les dio el profesor y a los cinco minutos descubrí que yo también tenía sueño y estaba bostezando. Me dije, qué es lo que me pasa. Cerré el cuaderno y dije: ya entendí, acá están todos muertos, no pasó nadie todavía con perfume rumbo a una cita, no pasó nadie con una herida abierta en el vientre y gritando “¡Viva la Patria!”. Esto es una abstracción tras otra, y están todos muertos. Que la monarquía, que la República; así nadie entiende nada. Cerré el cuaderno y les expliqué dos o tres historias puntuales, con recetas de cocina, con ropa, con moda, con pasiones, con historias de seres vivos y diez minutos más tarde todo el mundo preguntaba cosas. Ya está. El clic se produjo. A mí esa receta me da resultado.

—Usted colaboró asesorando a la producción de la película Artigas, la redota. ¿Qué le pareció el producto final?

—Muy desafiante, que obliga a pensar y sobre todo que tiene la virtud de mostrar la gente viva, que le decía hace un rato.

—Pero en el imaginario colectivo tenemos un Artigas rubio, de ojos celestes, europeo; y nos presentaron casi un indio...

—Casi un indio no, pobre Jorge Esmoris que hasta le pusieron lentes de contactos de color. No se le ve mucho. Lo procuraron engordar pero no pudieron porque el flaco comía siete veces por día y estaba siempre igual. Pero hizo muy bien su papel, que es mucho más importante que el color de ojos. Un trabajo muy digno, y uno podrá discutir un montón de cosas, pero eso que usted dice, que teníamos otro en el imaginario creo, que la película buscaba que tomemos conciencia, que así como en el relato de la película muestra cómo se busca un retrato y cómo se construye, bueno, que sepamos también que ese héroe también es una construcción, no solo en la pintura de Blanes, es una construcción desde los libros, es una construcción historiográfica. Que no es malo que sepamos que es una construcción. Eso me parece quizá lo más importante de la película. Que nos deje conmovidos, que nos deje discutiendo. Si usted sale bostezando solo con ganas de comer pizza, es horrible. Si sale conmovido está bien, el trabajo intelectual está hecho.

—Y lo importante es que a 200 años la figura de Artigas se siga revisando.

—¡Y qué le parece! La revisaremos siempre, es el pater fundador. Referencial. Lo cambiamos, lo volvemos a visitar una y otra vez, cada generación, y así seguiremos. En estos 200 años ha sido así, y no creo que cambie.