Letras
Cuatro poemas

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A)

Ha sido mi madre una clase de homúnculo habitando el castillo de la lengua. A ella le amputaron los dedos de las manos para evitar cualquier distracción con el cariño.
Mi madre intenta denunciar a sus captores, elabora documentos para señalar el amor de los viajes.
Es una ebria mi madre,
                                           pero qué puede hacer. Se siente muy sola ante los juegos de mesa
                              y la sala vaciada de niños; además es arduo limpiar los juguetes del
                              corazón sin dedos para desentrañar los placeres de cal.

 

B)

A mi padre le cortaron los brazos tibios con el vinagre suave de las colinas. Sus ojos se levantaron hacia mí como hacia el oriente de la víspera. Las piedras encierran el olor del grito de mi padre que ahora, afiebrado, bebe los deseos de los hijos y la calma de acantilados en la paz.
El puente hacia mi casa es subterráneo en los brazos: hay que bucear en el amor de los minerales,
                            en los estantes del nombre con el que llaman cuando me llaman cuando
                soy el fantasma de un sonido que gira al oírse, al oír el ruido del espectro al que
                llaman con mi nombre.

Los brazos solo pueden ser cortados en el cementerio de los ángeles y a la hora del retorno a la tierra de los fieles que hemos adornado el desierto del perder.

 

C)

Yo que habité los tiempos del carbón, las morias, los escalofríos y la tensión de las danzas, vi el declive de los siglos dentro de las cifras y el oficio cóncavo que implica al ojo.
Conviví con los ríos y habitaciones de sombra, supe que la tristeza es pequeña como una semilla, el que la tiene verá siempre sus brotes.

 

D)

y vuelves al desamparo de la boca y al arrullo de la madre en el amanecer antes de evocar la adultez de la primaria. ya no te quiero soplando tu sordera, ni acariciando las quebradas de las manos.
La sangre atardecida está llena de rostros simples. Abrazo la cal que quiere tu labio y el párpado de la luz.
               Y hay una telaraña en el frío carmesí de las escaleras, allí aguardan los temores familiares listos para deslizarse entre tu ropa.
                                            pero en estos tiempos acontecieron los pájaros y la niebla,
                               observábamos que la dimensión del amor estaba entre los huesos fríos de
                               las manos.