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Julio CortázarJulio Cortázar o Las trampas de la Revolución

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“¿Hablar de Rayuela? No podría, ahora. Todo me parece distinto, distante, absurdo”.1

Es 1975. Doce años después de la publicación de la novela que lo colocaría no sólo como uno de los puntales de la llamada literatura del “boom” latinoamericano, sino como una imagen, un icono más de la Revolución Cubana. Aquel escritor a quien un despistado Carlos Fuentes pidiera, cuando fue a visitarlo a su casa en París, que lo presentara con su papá, ya no existe. Y, a pesar de que cuenta más de 60 años, tiene muy pocas canas y su rostro aún conserva rasgos infantiles. Ya es un escritor que ha atravesado el cenit de la escritura: se encuentra en pleno ocaso. Su última novela, Libro de Manuel, desdibujada, esquemática, trunca, lo ha hecho acreedor a un premio, reconocimiento proveniente de su segunda patria, donde realmente surgió el escritor: el premio Médicis étranger de Francia. La suma recibida es simbólica: apenas 950 dólares, que gustosamente entrega a Rafael Gumucio, representante de la resistencia chilena contra la Junta Militar. Un gesto más para demostrar públicamente su compromiso con las causas de la Revolución.

Escribe, aún escribe. Ha asumido como propio el epígrafe a “El perseguidor”: “Sé fiel hasta la muerte”. Y se aferra a su escritura. Lleva más de una década tratando de empatar su amor por la literatura y su compromiso con la Revolución. No lo ha logrado. Se encuentra nadando entre dos aguas. Afirma una y otra vez, como queriendo convencerse a sí mismo, que no pretende emular al Che Guevara: “No soy el Che, no te hablo de meterme en la guerrilla, sino de una operación análoga pero siempre quedándome (y éste es el problema) en la poesía, en la literatura, en las únicas cosas que sé hacer”. Al final termina sintiendo que no es suficiente, que la escritura no basta: “Escribir, sí, pero de manera que el afecto que sienten por míse traduzca en fuerza, en levadura, en revolución. Y cuando digo revolución quiero decir también la lucha armada, los ‘cuatro o cinco Vietnam’ que pedía el Che. [...] ¿El desenlace de todo esto? Nada urge y todo urge: ya se verá. Por el momento estoy despellejado, enfermo, sin reencontrar esa India donde fui tan feliz hace 12 años”.2

Hay dos rasgos del escritor argentino en los que Ignacio Solares (Imagen de Julio Cortázar, FCE) hace un énfasis particular: su “oscuro sentimiento religioso” y el sentimiento de culpa que lo atravesaban. Estos dos rasgos cobraron una relevancia superlativa en la vida de Cortázar especialmente después de su encuentro con los cubanos, en 1963, momento a partir del que, de manera recurrente, comenzará a aparecer en su correspondencia un conflicto ético (y estético) entre lo que llama su “hedonismo” y su “deber”, y que con el paso del tiempo irá calando más hondo y afectará profunda e irrevocablemente su escritura.

En realidad, la famosa frase de que para él Cuba había sido como un “camino de Damasco sin conflicto visible”, está lejos de ser cierta: su relación con Cuba terminará por conflictuarlo precisamente allí donde podrá verse con mayor facilidad: en su propia escritura. Y es en la misma carta a Thiercelin donde se plantea dos preguntas que ya no lo abandonarán: ¿cómo conciliar su compromiso con la revolución con su “negativa total a hacer una literatura ‘revolucionaria’ en el sentido en que lo entiende una parte de los cubanos? E incluso escribiendo con mi independencia de siempre, digamos movido por mi placer o mi ‘vocación’, ¿cómo dar el máximo de fuerza a una obra que hoy es esperada como una suerte de pentecostés?”.

En el momento en que se plantea estos interrogantes, 1968, ya está lista 62/Modelo para armar, la novela más experimental y también la que tendría la más fría acogida entre críticos y lectores. En ella trataría de llevar su concepción sobre la novela hasta sus últimas consecuencias. Y aunque la escribe con total libertad, otras voces interiorizadas ya han empezado a acecharlo con sutiles reproches sobre la pertinencia y el papel de la literatura en la Revolución. Las mismas voces ante las que, una y otra vez, parece querer justificar su escritura.

Así, Cortázar, el escritor, se enfrentará al Cortázar luchador de las causas sociales, icono de la Revolución, portavoz de las Buenas Nuevas, para intentar hacer una literatura de la cual no tuviera que sentirse culpable. Para ello tendrá que expiar de alguna manera su oscuro pasado pequeñoburgués, anglófilo, francófilo y clasista, ofreciendo a la Revolución, como prueba de su buena voluntad, el sacrificio último que un escritor puede hacer: el de la propia escritura.

Dicho sacrificio no consistió únicamente en participar activamente en actividades políticas, como el famoso Tribunal Russel, o en escribir una considerable cantidad de textos sobre las condiciones inhumanas en que muchos países de Latinoamérica vivían; su sacrificio consistió en ceder, cada vez de manera más significativa, su lado de “esteta” o “hedonista” en favor de su “deber”.

En la que habría de ser su última novela ya es demasiado evidente la manera en que lo ha afectado su incapacidad de conciliar una literatura “fantástica”, “erudita”, con una literatura “comprometida”. Pero no solamente por la elección de los temas, sino porque en Libro de Manuel, como el propio autor reconocería, lo literario ya había pasado a un lejano segundo nivel.

Ante las duras críticas de Ángel Rama a este libro, Cortázar confesaría: “Los múltiples defectos del libro cuentan menos para mí que el propósito para el cual lo escribí, y creo que se está logrando. La primera edición de treinta mil ejemplares está agotada sin haber salido casi de Buenos Aires, y el libro se vende no sólo en librerías sino en los kioscos de diarios. Una de las cosas más conmovedoras para mí ha sido que los vendedores de esos kioscos me reconocían en la calle y me llamaban para hablar conmigo y anunciarme que todo el mundo compraba el libro. Es casi terrible sentir un poder semejante sobre un pueblo, una especie de fantasma bruscamente reencarnado y que la gente busca e interroga”.3

Delirios mesiánicos o no, lo cierto es que con el paso de los años la imagen autoimpuesta de “Che Guevara del lenguaje” —no menos acentuada por ese cambio físico: la barba, la pipa, el cabello largo—, se irá afianzando definitivamente en Cortázar, y el sacrificio de su “amor por cosas que se llaman París, Saignon o Bevinco” le resultará una carga cada día más pesada:

“Lamento crear tantos problemas, pero América Latina me los crea a mí, y las rayuelas se van quedando atrás”.4

“Deberás decirle a tus estudiantes que, por desgracia, mis obligaciones políticas ponen a Chile y a la Argentina en un primer plano de trabajo, y que cada vez tengo menos tiempo para sacar la tiza del bolsillo y dibujar una rayuela en la acera...”.5

“Vivo entre dos aviones o dos trenes: Cuba, Argelia, Bruselas, Toulouse... Reuniones, comisiones, mesas redondas destinadas a informar al público europeo de lo que pasa en nuestros países. Comprenderás que en esas condiciones no es fácil escribir (en todos los sentidos del término), y sin embargo procuro seguir adelante, sintiendo a ratos mi edad, que ya es mucha, y a ratos sintiéndome lo que realmente soy, un joven lleno de vida y de deseos de vivir. Ya ves que estoy lleno de ilusiones y de optimismo; en este comienzo de fin de siglo, ¿qué otra actitud valdría la pena de ser vivida?”.6

“Siento que mi deber como escritor muy leído es hacer todo lo que esté en mis manos (y esto significa mis manos frente al teclado de una máquina, sobre todo) para ayudar a ese admirable pueblo. Volveré a Cuba en enero y de ahí pasaré a Nicaragua por segunda vez. Creo que te das cuenta, Jaime, de que la literatura(incluso en su contexto literatura-política tal como se da en las universidades norteamericanas más interesantes) pasa a un momentáneo segundo plano para mí. La Argentina [...], el Uruguay, y ahora los nicaragüenses...”.7

“Carol y yo nos hemos refugiado en una casa que alquilamos a un amigo, cerca de Aix, rodeada de pinares y con todas las condiciones para leer y escribir con la mayor tranquilidad posible. (Digo ‘posible’, pues el correo sigue llegando, desde luego, y me da no poco que hacer: siempreAmérica Latina, ese querido burdel, me está devorando...)”.8

“No creas que planeo trabajar intensamente en lo mío, porque no puedo ni quiero cambiar mis ritmos erráticos de escritura, pero sí quiero crearme un territorio en el que despertar con una idea de cuento o novela no se resuelva en la frustración de no poder llevarla al papel lo antes posible. Me ha ocurrido tantas veces en estos últimos seis o siete años, que ya me resulta imposible soportarlo”.9

“Se me hace cada día más difícil leer literatura como lo hacía antes, dejándome llevar a fondo por cada libro, como si alguien me hablara por encima del hombro, a cada instante vuelve la sensación de amenaza, y a veces paso más tiempo escuchando las ondas cortas en busca de noticias que leyendo o escuchando discos. Tristes tiempos, cada día más”.10

“Aparte de eso [el viaje y las colaboraciones en Nicaragua] consigo trabajosamente escribir uno que otro cuento, que se van acumulando hasta que un día sean otro libro. Lo de trabajoso no lo digo por los cuentos en sí, puesto que cuando me vienen, no son ningún trabajo; el problema es encontrar el momento de escribirlos, con esta vida que me ha tocado vivir desde hace años. No me quejo, ya sabés, pero hay momentos en que es duro no tener la soberana libertad que tenía hace quince años...”.11

“Novela, ni hablar; imposible imaginar ya un mínimo de seis meses de calma para ese trabajo, de modo que he tirado la esponja y me conformo con los cuentos, que nacen en cualquier parte como hijos naturales y no legítimos”.12

“Vivo una vida absurda, aunque necesariamente absurda, viajo a Poitiers en estos días (homenaje a Lezama Lima), y se acerca el momento de volver a Nicaragua. Esta noche tengo que hablar en un acto de solidaridad con los nicas. Una cosa sigue a la otra, yla literatura que se aguante...”.13

Así pues, sólo anteponiendo sus responsabilidades y deberes políticos a la creación literaria se sentía justificado para seguir escribiendo sin cargo de conciencia... aunque ese sentimiento ya nunca lo abandonaría: “Pienso que, para muchos de nuestros lectores, ese trabajo de denuncia y de testimonio les habrá confirmado lo que esperan de un escritor,además de sus libros; en todo caso, sé que puedoseguir mis ficciones más literarias sin que aquéllos que me leen me acusen de escapista; desde luego, esto no acaba ni acabará con mi mala conciencia, porque lo que podemos hacer los escritores es nimio frente al panorama de horror y de opresión que presenta hoy el Cono Sur; y sin embargo debemos hacerlo y buscar infatigablemente nuevos medios de combate intelectual”.14

Si bien es cierto que este conflicto ético repercutiría sobre su escritura y sus múltiples compromisos políticos le impedirían escribir otra novela, tampoco es menos cierto que Cortázar, desde hacía mucho tiempo, ya estaba acabado como escritor de novelas. Después de escribir Rayuela, en una carta a Jean Barnabé confesaría: “Sé que dentro de unos meses pensaré que todavía me quedan otros libros por escribir, pero hoy, en que todavía estoy bajo la atmósfera de Rayuela, tengo la impresión de haber ido hasta el límite de mí mismo, y de que sería incapaz de ir más allá”.15 Sospecha que, a la postre, resultaría ser cierta.

En su proyecto más ambicioso, ya aparecía la sombra a la que teme todo escritor más que a cualquier otro tipo de compromiso “extra literario”: la imposibilidad de escribir, el silencio necesario.

Mientras batallaba con la escritura de 62/Modelo para armar escribe una carta a Porrúa en la que dice: “Cada vez comprendo más a los escritores que terminan callando; el día en que ya no hay mayores problemas de expresión, todo hombre honesto se plantea el problema de si no estará haciendo trampa, escribiendo profesionalmente. O sea que apenas has ganado la batalla después de 30 años de llenar el papel, la perdés con vos mismo”.16

¿Sacrificio de la escritura en favor de las causas revolucionarias o justificación, escape, salida ante la sospecha de que ya no se tiene nada más que decir?

En una conferencia que Luisa Valenzuela dio a propósito de este autor, en un tono muy nostálgico, recordaba que en noviembre de 1983 ellos dos se encontraron en Nueva York y él, con gran timidez, le confesaba el proyecto de una novela que querría escribir una vez que se diera el tiempo de dejar de lado sus compromisos políticos, una novela perfecta, completa, que se le aparecía en un sueño recurrente; una novela en la que por fin había podido hacer converger su amor por la literatura y su compromiso político. Sin embargo, la novela póstuma, la que jamás llegaría a escribir, estaba compuesta únicamente por figuras geométricas: “El Libro del Sueño, redactado en el territorio de la pura geometría, le resultaba al soñador infinitamente más claro y comprensible que ninguno de los otros nacidos conscientemente de su pluma”.17

Al final de sus días, en la soledad de la escritura, frente a la hoja de papel en blanco, un viejo y agotado Morelli tiembla ante un asombroso descubrimiento: la conclusión de su proyecto son sólo algunas bien delineadas figuras geométricas que lo interpelan silenciosamente desde un territorio ajeno a la palabra escrita.

 

Notas

  1. Carta a Jean L. Andreu, París, 21 de abril de 1975, en Cartas 3 (1969-1983), Argentina, Alfaguara, 2000, p. 1.569.
  2. Carta a Jean Thiercelin, Nueva Delhi, 2 de febrero de 1968, en Cartas 2 (1964-1968), Argentina, Alfaguara, pp. 1.225-1.226.
  3. Carta a Ángel Rama, París, 9 de mayo de 1973, en Cartas 3 (1969-1983), pp. 1.519-1.520.
  4. Carta a Jean L. Andreu, París, 3 de abril de 1975, en ibid, p. 1.566.
  5. Carta a Raquel Thiercelin, París, 4 de abril de 1975, en ibid., pp. 1.567.
  6. Carta a Jaime Alazraki, París, 22 de febrero de 1978, en ibid., p. 1.634.
  7. Carta a Jaime Alazraki, París, 18 de noviembre de 1979, en ibid., p. 1.669.
  8. Carta a Eric Wolf, Aix-en-Provence, julio-agosto de 1981, en ibid., p. 1.729.
  9. Carta a Jaime Alazraki, Aix-en-Provence 6 de julio de 1981, en ibid., p. 1.731.
  10. Carta a Saúl Sosnowski, París 9 de noviembre de 1981, en ibid., p. 1.750.
  11. Carta a Jean L. Andreu, París, 9 de marzo de 1982, en ibid., pp. 1.763-1.764.
  12. Carta a Félix Grande, París, 1 de abril de 1982, en ibid., p. 1.769.
  13. Carta a Guillermo Schavelzon, París, 12 de mayo de 1982, en ibid., p. 1.771.
  14. “América Latina: exilio y literatura”, en Obra crítica/3, Argentina, Alfaguara, 1994, p. 180.
  15. En Cartas 1 (1937-1963), Argentina, Alfaguara, 2000, p. 583.
  16. Carta a Francisco Porrúa, París, 19 de enero de 1966 en Cartas 2 (1964/1968), p. 982.
  17. Luisa Valenzuela, “Julio Cortázar más allá de la vigilia” en Varios autores, Julio Cortázar desde tres perspectivas, México, Universidad de Guadalajara, Unam, FCE, 2002, pp. 14-15.